domingo, 26 de junio de 2011

Anónimo



Ríos

Es cierto que el sol y los números
el fuego y los vendavales
se detuvieron a veces,
que se ajustaron al cuarto y a las formas
del vacío, y el tiempo se reducía
a los contraluces, las tomas
las dunas de la carne
     Y ninguna de las guerras invocadas
pesaba sobre nosotros

Pero también es cierto que por debajo
corrieron siempre ríos de hielo, de azufre,
de púas impetuosas, imparables.

Anónimo, Buenos Aires, Parque Patricios
imágen: Rough Waters, fotografía de J. Elliott 
Attribution License - Approved for Free Cultural Works


viernes, 24 de junio de 2011

Noche en el Gran Río / Williams, Rexroth, Snyder




3 versiones de un poema de Meng Hao-jan (China, 689-740)


Night on the Great River

Steering my little boat towards a misty islet,
I watch the sun descend while my sorrows grow:
In the vast night the sky hangs lower than the treetops,
But in the blue lake the moon is coming close.

Traducción de William Carlos Williams


Noche en el Río Grande

Llevo mi barca hacia un islote brumoso
y aumenta mi tristeza mientras veo caer el sol:
en la vasta noche el cielo está pendido por debajo de las copas,
pero en el lago azul la luna se va acercando.

Versión © Gerardo Gambolini


Night on the Great River

We anchor the boat alongside a hazy island.
As the sun sets I am overwhelmed with nostalgia.
The plain stretches away without limit.
The sky is just above the tree tops.
The river flows quietly by.
The moon comes down amongst men.

Traducción de Kenneth Rexroth


Noche en el Gran Río

Anclamos el bote junto a una isla neblinosa.
Cuando el sol se pone me abruma la nostalgia.
La llanura se extiende sin límite.
El cielo roza la copa de los árboles.
El río corre serenamente.
La luna baja entre los hombres.

Versión © Gerardo Gambolini


Mooring on Chien-te River

The boat rocks at anchor by the misty island.
Sunset, my loneliness comes again.
In these vast wilds the sky arches down to the trees.
In the clear river water, the moon draws near.

Traducción de Gary Snyder


Amarrando en el Río Chien-te

El bote se mece al ancla junto a la isla brumosa.
Cae el sol, mi soledad vuelve.
En esta inmensidad el cielo se arquea hacia los árboles.
En el agua clara del río, la luna se acerca.

Versión © Gerardo Gambolini

imagen: source: Flickr.com
Shimmer, “T” altered art
Attribution License



miércoles, 22 de junio de 2011

José Luis Mangieri





Es el último día del año que vivimos en su totalidad.
Como diría Vivaldi,
pasamos las cuatro estaciones.
Hicimos el amor, nos lamimos como animales ebrios de sol.
No lo olvides: alcanzamos, juntos (nosotros), el cielo.
Y nadie tiene interés ni en regresar ni en saber de dónde vino.

José Luis Mangieri, Buenos Aires, 1924-2008
imagen: s/d



Todo era muy cálido
húmedo y turgente.
El amor fue un sol
que reventó en el cielo
y al caer sus pedazos
ardieron la tierra.

José Luis Mangieri, Buenos Aires, 1924-2008



Hoy me levanté dispuesto a ser un buen ciudadano democrático.
Así que comencé a funcionar democráticamente en cuerpo y alma.
Me apené –lo justo– por la miseria de los otros,
me indigné ante la injusticia de las injusticias,
condené –de palabra– a los ladrones y a los asesinos
(sobre todo a los asesinos)
y en el subte compré unas estampitas a un chiquilín rotoso.
Pagué los impuestos en Obras Sanitarias
y las boletas de la jubilación –llegó la hora de pensar en eso–
porque le pagamos las cuentas, me dije,
la democracia nos protegerá a todos
de la miseria –de los otros–
de la injusticia –que revienta a los otros–.
Tiernamente, yo quería ser un ciudadano democrático.
Pero a las tres de la mañana desde París
me llamó mi amigo
con su voz pastosa de amores contrariados y algunas                                                                              más desgracias
para preguntarme por los antiguos animales
sobrevivientes de la era del fuego y los glaciares.
Así que contesté a París:
bien hermano, andamos medio torpes,
pero la pendejada comenzó a disparar sus primeros versos.
Volvé pronto.

José Luis Mangieri, Buenos Aires, 1924-2008

sábado, 18 de junio de 2011

Michael Hartnett



Ignorante, en el sentido
de que comía comida monótona
y pensaba que el mundo era plano,
y pagana, en el sentido
de que sabía que las cosas que andaban
a la noche por ahí no eran ni perros ni gatos
sino púcas y hombres de cara oscura,
tenía, no obstante, un orgullo feroz.
Pero sentenciada finalmente
a comer menos porridge cada vez
en una cocina fría como la piedra
con sus manos endebles
agarró del cuello a un mundo
que no podía entender.
La amé desde el día en que murió.
Ella era un baile de verano en el cruce de caminos.
Era un juego de naipes en el que una nariz salía rota.
Era una canción que nadie cantaba.
Era una casa registrada por soldados.
Era un idioma no hablado casi nunca.
Era el bolso de una niña, lleno de cosas inútiles.

Michael Hartnett, Limerick, Irlanda, 1941-1999
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Death of an Irishwoman

Ignorant, in the sense
she ate monotonous food
and thought the world was flat,
and pagan, in the sense
she knew the things that moved
at night were neither dogs nor cats
but púcas and darkfaced men,
she nevertheless had fierce pride.
But sentenced in the end
to eat thin diminishing porridge
in a stone-cold kitchen
she clenched her brittle hands
around a world
she could not understand.
I loved her from the day she died.
She was a summer dance at the crossroads.
She was a cardgame where a nose was broken.
She was a song that nobody sings.
She was a house ransacked by soldiers.
She was a language seldom spoken.
She was a child's purse, full of useless things.

Besé a mi padre en su cama del hospital.
Las enfermeras arrastraban el paso soñoliento
y los viejos discutían el día entero consigo mismos.
Las siete décadas encerradas en su cabeza
se congelaron en un bloque que goteaba, atemporal,
el pintor perdió su noción de todo salvo el gris.
Aquel beso de actor cayó por un pozo demasiado profundo
para devolver ecos que yo habría valorado —
el ‘29 era el ‘41 el ‘84,
todo uno en su mirada caleidoscópica
(él deseaba para mí su amargura y su sed,
su fría habilidad para cerrar una puerta).
Más tarde, tomando un trago, me di cuenta de que aquel
fue nuestro último beso y, ay, el primero.

Michael Hartnett, Limerick, Irlanda, 1941-1999
Versión © Gerardo Gambolini


That Actor Kiss 

I kissed my father as he lay in bed
in the ward. Nurses walked on soles of sleep
and old men argued with themselves all day.
The seven decades locked inside his head
congealed into a timeless leaking heap,
the painter lost his sense of all but grey.
That actor kiss fell down a shaft too deep
to send back echoes that I would have prized—
‘29 was ‘41 was ‘84,
all one in his kaleidoscopic eyes
(he willed to me his bitterness and thirst,
his cold ability to close a door).
Later, over a drink, I realised
that was our last kiss and, alas, our first.



viernes, 17 de junio de 2011

Irene Gruss




Creía que hablaba para sus papeles

                                                    “Era lo que Diana mas temía: que la realidad irrumpiera”
                                                             —Liliana Heker


Consecuente, ella empezó a lavar su ropa.
Puso agua en un balde
y agitó el jabón, con un sentimiento ambiguo:
era un olor nuevo y una nueva certeza
para contar al mundo.
“Mirar cómo se rompen las burbujas, dijo,
no es más extraño que mirarse a un espejo.”
Creía que hablaba para sus papeles
y se rió, mientras tocaba el agua.
La ropa se sumergía despacio, y
la frotaba despacio, a medida que
iba conociendo el juego.
Decidida,
tomó cada burbuja de jabón
y le puso un nombre; era
lo mejor que sabía hacer hasta ahora,
nombrar, y que las cosas
le estallaran en la mano.

Irene Gruss, Buenos Aires, 1950
de La luz en la ventana [Escarabajo de Oro, 1982]
imagen: Pablo Picasso, Muchacha delante de un espejo


La evidencia

He buscado y hallé
hombres, mujeres que escribieron
sutil, violentamente
sobre sí, y me dije
convencida: hay buenas personas
en este mundo.
Leí y abrazaba esos libros
como abrazo a personas,
reí, sufría, estudié tanta palabra
escrita
por esos hombres y mujeres,
creía en su palabra con una voluntad
animal. Hasta aquí fue
todo: cargué cada ejemplar en cajas,
enormes y pesadas cajas,
con esfuerzo
las bajé hasta la calle y esperé
la hora de paso del recolector
de basura. Nunca
me duermo hasta que no veo ni oigo girar
la compactadora del camión.
Siempre estoy ahí, como
si se tratara de una cita inolvidable.
Cuando llega, corroboro
lo que hice esa noche. Saludé
gentilmente a los muchachos mientras
cargaban las cajas, le di
propina a cada uno, por
el esfuerzo, y volví a casa.
La decisión fue la de un crimen premeditado
e imperfecto, como todos. Aún
desconozco el motivo cabal,
sólo una vaga y brumosa
sensación, inapelable,
fue lo que determinó este asunto: qué clase
de personas serían estas
que ríen y sufren
tan sutil, tan violentamente
por escrito.
No eran palabras
como hechos. No era gente de creer. Por
eso fue, por eso.

Irene Gruss,
de La calma [Libros de Tierra Firme, 1991]
en http://lamitadelaverdad.blogspot.com

miércoles, 15 de junio de 2011

Giuseppe Ungaretti



Sereno

Después de tanta
niebla
una
a una
se descubren
las estrellas

Respiro
el fresco 
que me deja
el color del cielo

Me reconozco
imagen
pasajera

Presa en un viaje
inmortal

Bosque de Courton, julio de 1918

Giuseppe Ungaretti, Alejandría, Egipto, 1888 – Milán, Italia, 1970
de L’allegria
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: trinchera italiana de la Primera Guerra


Sereno

Dopo tanta
nebbia
a una
a una
si svelano
le stelle.

Respiro
il fresco
che mi lascia
il colore del cielo

Mi riconosco
immagine
passeggera

Presa in un giro
immortale

Bosco di Courton luglio 1918



De improviso
se alza
sobre los escombros
el límpido
estupor
de la inmensidad

Y el hombre
curvado
sobre el agua
sorprendida
por el sol
se descubre
una sombra

Acunada y
lentamente
rota

Vallone, 19 agosto de 1917

Giuseppe Ungaretti, Alejandría, Egipto, 1888 – Milán, Italia, 1970
de L’allegria
Traducción de Rodolfo Alonso


Vanità 

D’improvviso
è alto
sulle macerie
il limpido
stupore
dell’immensitá

E l’uomo
curvato
sull’acqua
sorpresa
dal sole
si rinviene
un’ombra

Cullata e
piano
franta

Vallone il 19 agosto 1917



Y cuando el corazón, de un último latido,
haya hecho caer el muro de sombra,
para conducirme, madre, hasta el Señor,
me darás la mano, como antes.

De rodillas, segura,
serás una estatua delante del Eterno,
como ya te veía
cuando estabas aún en vida.

Alzarás temblorosa los brazos viejos,
como cuando expiraste
diciendo: Dios mío, aquí estoy.

Y sólo cuando me haya perdonado
te vendrá deseo de mirarme.

Recordarás haberme esperado tanto
y en tus ojos habrá un fugaz suspiro.

Giuseppe Ungaretti, Alejandría, Egipto, 1888 – Milán, Italia, 1970
de Sentimento del tempo
Versión © Gerardo Gambolini



La madre

E quando il cuore d’un ultimo battito
avrà fatto cadere il muro d’ombra,
per condurmi, Madre, fino al Signore,
come una volta mi darai la mano.

In ginocchio, decisa,
sarai una statua davanti all’Eterno,
come già ti vedeva
quando eri ancora in vita.

Alzerai tremante le vecchie braccia,
come quando spirasti
dicendo: "Mio Dio, eccomi".

E solo quando m’avrà perdonato,
ti verrà desiderio di guardarmi.

Ricorderai d’avermi atteso tanto,
e avrai negli occhi un rapido sospiro.

martes, 14 de junio de 2011

Alberto Girri




Y se comprende, la tragedia
les es extraña, no acertarían
a plagiar nuestra ciega rutina
en extraer de los funerales bodas
y de las bodas funerales;
¿los concebiríamos
tratando de superar moralmente
fallas, atentados, burlas
a códigos que los gobiernan,
o resolviendo incertidumbres por el veneno,
estrangulamiento, la sedienta espada?

Ningún cuervo
le sacaría a otro el ojo
de un picotazo,
ningún lobo
le destrozaría a otro lobo
la yugular de una dentellada,
y ninguna paloma, liebre,
ni aún el gorila;

¿dónde asistir
a lo increíble, pájaros ajusticiando
a pájaros por dejar de cantar,
y cuyo silencio esconde crímenes,
o por o haber cantado
en el registro oportuno?;

con qué organizar,
en público una “Fedra” de gatos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
imagen: s/d


sábado, 11 de junio de 2011

Jacobo Fijman



Yo estaba muerto bajo los grandes soles, bajo los grandes
     soles fríos.

A través de mi llanto
oigo el agrio sudor de la precocidad.

Yo vuelvo sobre un musgo
y las ciudades crecen a la aventura hasta la noche
     del estupor.

Miseria.
Dios pesa.
Me llaman vientos de mar.

Van y vienen en grandes cambios; se alargan en
     saltos irritados
que apagan mi temblor, que exasperan los sueños.

Jamás podré seguir.
Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre
     los vidrios pálidos del mundo.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
imagen: s/d



El ojo enamorado ata los cielos y la tierra;
el ojo enamorado desnuda tierra y cielos; cielos
     unos de otro sobre la tierra.

Y hermosa es la atadura de los cielos, real el día
     real la noche de los cielos.

Hermosos son los cielos acabados donde no caen
     desatados los días y las noches.
Real el día, real la noche.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970

jueves, 9 de junio de 2011

Patrick Kavanagh




Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú le robaste la risa a mi amor;
te llevaste el niño feliz de mi pasión
para darme el provinciano que engendraste.

Tú atoraste los pies de mi mocedad
y yo creí que mi tambaleo
tenía el porte y el tranco de Apolo,
y mi torpe mascullar, el aire de su voz.

¡Me decías que el arado era inmortal!
¡Oh, arado conquistador de la lozanía!
El eje oxidado, tu hoja roma
en la lisa pradera de mi frente.

En humeantes estercoleros
cantabas la canción de una prole de cobardes,
tú perfumaste mi ropa con sarna de comadreja,
con comida de cerdo me nutriste,

tú abriste una zanja en mi visión
de la belleza, el amor y la verdad.
¡Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú saqueaste el banco de mi juventud!

Perdidas las largas horas de placer
para todas las mujeres que aman a los jóvenes.
Oh, aún puedo acariciar el lomo del monstruo
o escribir con pluma no venenosa

su nombre en estos versos solitarios
o mencionar los campos oscuros
donde el primer vuelo alegre de mis rimas
quedó atrapado en una plegaria de campesino.

Mullahinsa, Drummeril, Black Shanco —
dondequiera que mire en el gris y pedregoso
suelo de Monaghan
veo amores muertos que nacieron para mí.

Patrick Kavanagh, Irlanda, 1904-1967 
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Patrick Kavanagh


Stony Grey Soil

O stony grey soil of Monaghan
The laugh from my love you thieved;
You took the the gay child of my passion
And gave me your clod-conceived.

You clogged the feet of my boyhood
And I believed that my stumble
Had the poise and stride of Apollo
And his voice my thick-tongued mumble.

You told me the plough was immortal!
O green-life-conquering plough!
Your mandril strained, your coulter blunted
In the smooth lea-field of my brow.




martes, 7 de junio de 2011

Gerardo Gambolini




La pared se cayó.
El arquitecto niega ser responsable.
La calidad del suelo, sostiene, no es la mejor,
y algunos vientos superan lo predecible.
Fulano de Tal, vecino y profesor de historia,
agrega que en el pasado
ya se cayeron otras paredes.
Mengano de Tal, sociólogo del barrio,
afirma que los vecinos
no armaron tanto lío en esas ocasiones,
porque eran paredes que no le importaban
a nadie.
Zutano de Tal, ensayista de fomento,
propone que en realidad
las paredes no existen: son una alegoría
de nuestras propias limitaciones.
Un trío de periodistas festeja el derrumbe
y lanza suspicacias contra los transeúntes...

Relativistas del mundo, ite.
Vaffanculo.
La pared se cayó.
Si uno anda por ahí, pisa cascotes.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955
imagen: s/d


                                                              
                                                  Ni los dioses, ni los hombres ni los estantes de las bibliotecas 
                                                  soportan a un poeta mediocre.
                                                  —Horacio

                                               ¿No comprendes que tus designios están descubiertos?
                                                —Cicerón, Primera Catilinaria

                                  
Una suerte de imperfección era lo que tenía,
y la poesía que inventaba era fácil de olvidar;
conocía la ambición como la palma de su mano
y moría de interés por espacios y ascensores;
cuando leía, respetables escritores disimulaban la risa,
cuando odiaba, los chicos le cantaban sus burlas en las calles.