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viernes, 14 de septiembre de 2012

Wadih Sa'adeh // Issa Makhlouf






Saldrás con camisas chillonas para enfrentarte con tus soledades
de día o de noche
saldrás
y buscarás en los campos de las estaciones
sin encontrar el tesoro de tu vida
de día o de noche
los océanos horadarán tus trajes
y en vano buscarás la aguja del sol.
Sabe que nunca el sol será tu amante
aunque tu vestido esté horadado
y sabe que serás el agua perdida
cada vez que gotees sobre el arroyo del alma
cada vez que alinees tus suspiros en el espacio
erigidos como una multitud de recuerdos.

aunque tengas una pequeña estrella
aunque la noche abra a veces su vida
a tus cerillas
tomarás otro camino y no la luz
y aparecerás en un momento inoportuno a la ventana del mundo.


Wadih Sa’adeh, Líbano, 1948



Tomó su nombre del agua
y comenzó a fluir.
La espuma que vimos sobre las olas
era su gente
y la hierba sobre las dunas
sus costillas.
Un país
cuyos hombres se habían marchado.
Por eso las mujeres se habían casado
con los árboles.


Wadih Sa’adeh, Líbano, 1948



Partimos para distanciarnos del lugar que nos crió y para ver el otro lado de la aurora.
Viajamos buscando la fuente de nuestro nacimiento. Partimos para completar el alfabeto, para cargar nuestro adiós de promesas, para viajar tan lejos como el horizonte, anulando nuestro destino y esparciendo las páginas al viento, antes de permitir que huya, o tal vez no, nuestra historia en otros libros.

Partimos hacia destinos no escritos para decir a los que hemos conocido que retornaremos para establecer relaciones otra vez. Partimos para aprender el lenguaje de los árboles que no viajan; para escuchar el tintineo de campanas en los sagrados valles en  busca de dioses más piadosos; para arrancarles a los extranjeros la máscara del exilio; para susurrar a los transeúntes que, como ellos, nosotros también pasamos, y que nuestra historia es efímera, tanto en la memoria como en el olvido, lejos de madres que encienden las velas de la ausencia y acortan el lapso del tiempo cada vez que elevan sus manos al cielo.

Partimos para no ver a nuestros padres envejecer, para no advertir las marcas del tiempo en sus rostros. Partimos para anunciarles a los que amamos que aún los amamos, que la distancia no puede asombrarnos y que el exilio puede ser tan dulce y fresco como la patria. Partimos para que al regresar un día, nos reconozcamos como exilados donde quiera que estemos. Partimos para borrar la diferencia entre aire y aire, agua y agua, cielo e infierno. Nada nos importa el tiempo, contemplamos la inmensidad, vemos olas brincando como niños, mientras el mar refluye entre dos barcos: uno que parte y el otro hecho de papel en manos de un niño.

Partimos como un payaso que viaja de poblado en poblado, guiando a sus animales que enseñan a los niños su primera lección de tedio. Partimos para engañar a la muerte que nos persigue de un sitio a otro. Continuaremos así hasta que estemos perdidos, para que donde quiera que vayamos nunca más nos encontremos a nosotros mismos y para que de esta forma nadie pueda encontrarnos.


Issa Makhlouf, Líbano, 1955


Imagen: Wadih Sa’adeh, Issa Makhlouf 
Traducciones de Yumana Haddad


jueves, 5 de agosto de 2010

Bassam Hajjar


Las carreras del dolor

Ponte en marcha, si aún es posible ir.

Llévate la blancura de las paredes, el cobre de los potes
y los silencios

del paseo en las avenidas. Llévate los visitantes del
aburrimiento,

los deseos ciegos y el dinero artificial de las risas. Me he
curado

de mi tristeza y he enterrado sus cenizas en la grava.

La rechacé y la sepulté en las piedras. Curado de mi
esperanza

de curarme, la llevo en mí como una inflamación del
cerebro

o una hinchazón de los párpados.

Me he curado de tu amor. Ahora puedo vivir.


Otro hombre

¿Todo se acaba de verdad?
Dejan las copas y las sillas
y yo me quedo aquí, solo
para apagar la luz y dormir.

¿Y si están escondidos detrás de las puertas
o detrás de las paredes,
esperando?
¿Y si, después de que yo cierre los ojos
la noche comienza en mi ausencia?

Bassam Hajjar (1955, Líbano).
Traducción de Joumana Haddad