sábado, 28 de julio de 2012

Juan Manuel Inchauspe





Cuando a la ciega e imperiosa...

Cuando a la ciega e imperiosa
necesidad de escribir algo se opone
la ausencia absoluta de la palabra
sé que estoy en el verdadero camino.
Entonces levanto la mirada del papel blanco
impenetrable
y la extiendo
sobre los metros de la habitación
las pequeñas piedras del camino
la pila de libros
los dibujos
otros objetos
iluminados
por esa claridad húmeda y lechosa
que segrega
la densa y blanca niebla de la mañana.

Veo en el centro de la mesa
el doblegado ramo de ramas de roble
un enjambre de hojas secas
quietas
aún filosas
formas prehistóricas o arcaicas
ligeramente arqueadas
hacia arriba hacia abajo
como si aún resistiesen
el trabajo del tiempo.


Juan Manuel Inchauspe, Santa Fe, Argentina, 1940-1991
imagen: diario Clarín


Ausencia

A veces
en medio del inútil fragor del día
tu pequeña luz ya apagada parece encenderse
inesperadamente sobre nosotros.

Nadie habla.
Nadie dice nada.
Entre el fragor y tu ausencia se alza
la única luz que nos alumbró.


Juan Manuel Inchauspe, Santa Fe, Argentina, 1940-1991

lunes, 23 de julio de 2012

Hans Magnus Enzensberger





casa aislada 
                                      a günter eich

cuando me despierto
la casa está en silencio.
sólo se oyen los pájaros.
por la ventana no veo
a nadie. ningún

camino pasa por aquí.
ningún hilo en el cielo
ningún cable por tierra.
todo cuanto está vivo
reposa bajo el hacha.

pongo agua al fuego.
corto mi pan.
hago girar inquieto
el botón rojo
de mi pequeño transistor.

crisis del caribe... lava blanco
más blanco que el blanco...
listos a responder a la agresión...
that’ s the way i love you...
fuerte alza de valores metalúrgicos...»

no cojo el hacha
no rompo el aparato.
y es la voz del terror que me serena,
que me dice:
aún estamos con vida.

la casa está en silencio.
yo ni siquiera sé cómo tender las trampas
o hacerme un hacha de pedernal
cuando la última cuchilla
se habrá enmohecido.


Hans Magnus Enzensberger, Alemania, 1929
Versión de Heberto Padilla


separación

deja que se haga trizas
el cielo entre tú y yo,
que se haga trizas la bandera blanca
con que nos envolvimos en el sueño
suavemente injertados uno al otro
echando hojas futuras.

pero el lunes llegó.

quiero que llegue un viento
a borrar la verde memoria
de las coronas
y que llegue una nieve
y que se pierda el humo
encima de la casa
y que el cielo vomite
frías cenizas pacientes
y haga girar en torno a tu cabeza
y envuelva lentamente a la mía
esta nieve hecha trizas.


Hans Magnus Enzensberger, Alemania, 1929
Versión de Heberto Padilla

viernes, 20 de julio de 2012

Eterno retorno






                                               Merdre!
                                               —Ubu Rey

La querida, y una esporádica
enagua de obsequio, bombones
de rendición — o la mujer
golpeada por el rufián
al que una y otra vez
pide perdón entre besos

Un teatro de viento,
una nube de tela
sobre una tierra
contada por máscaras.


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955
imagen: Joan Miró, Ubu Roi



Yo creo, López, que hay muchas oraciones.
¿Qué hacemos con tantos adjetivos, con tantos pronombres
boqueando como bagres?
Parecen las burbujas de la soda, no duran nada.
¿Se imagina, un soneto sin verbos?
¿O una novela sin sustantivos?
Si al final no hay tanto que decir. Para mí la solución
sería prohibir el crescendo.

Ah, pero un día ya no habrá más piedra sobre piedra,
idea condensada: sólo un reino de química y de física
flotando en el éter.
Lo que me asusta, López, es pensar en la música del cosmos
y no escucharla.


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955

sábado, 14 de julio de 2012

Francisco Madariaga





La boca del mundo

Las cosas tienen un mulato carnero que las araña y las
transforma.

Tienen un santo salido de un pantano que nos ahorca en
los amaneceres de la sed.


Viaje estival con Lucio

–Aquí ya empiezan a haber caballos–
     me decía.
Y el viento del nordeste comenzaba a ser verde
entre los colores del agua de la infancia.
Estábamos ya muy lejos de los bronces, los
mármoles y los floreros pintados “al gusto de
la familia” en los cementerios municipales.

Todo aquello quedaba atrás, y el sueño del viejo
tren casi fluvial nos envolvía.
Mi pequeño hijo de siete años y yo teníamos en
las manos las ramas de las estrellas y
el resplandor lentísimo de los ríos rosados,
donde sangraba el sol de los caballos, las
vaquerías y las antiguas guerras.

Era el primer viaje solos en el tren marrón que
    no quiere morir.


Palmares colorados

Te evoco, palmar colorado del unílico
corazón del hombre, esta noche.
Ven a salvarme de las lianas del Comercio.
De las imbéciles Senadurías de la tierra.
¿Tierra que se desnuda en la tiniebla y huye para el
centro?
¿El centro solo obstaculizado por la humedad?
¿O en el invierno universal de los sueños,
a la sombra de las salvadoras realidades?
¿O en el ataúd varado y balanceado por el terror en el
infierno?

¡Oh, no, yo te respondo, resplandor de mis bárbaras!

II

A veces, las brumas inemocionales,
las del horizonte del País Mercantil,
velan las lejanías de palmeras vestidas de corales.
Yo no estoy entre estas gasas sombrías,
en este humo de rosales podridos de la ignorancia;
estoy entre los vientos del cielo o del contraamparo,
y nada contra la corriente de vuestros quebrantos,
pequeños mercaderes unidos a la fragancia
de los nuevos poseedores de las tierras:
en cuyos despachos se aojan las sardinas
y el verano meado por los cerdos.

III

No podré salir nunca del hechizo natal
hasta no haber terminado con las cóleras
y los resplandores de los asesinatos
y las miserias artificiales del desamparo,
reverberando en los paisajes aún mas que naturales.

Si no logro quebrar estas desnutriciones,
estas fantasmales imágenes de alcoholizaciones,
humilladas y desenterradas frente al
copuleo acuático de las esperanzas,
que no me entierren bajo las brillantes
navegaciones-alteraciones de este paisaje:
que me recuesten en el lejano este uruguayo,
donde cante una barra de laguna que desemboca
en el mar.

IV

Aterrorizado por los paisajes de la poesía,
vuelve a sangrarme la poesía por la boca.
Yo ya no escucho más que el retumbar
de los negros del sol.


Francisco Madariaga, Argentina, 1927-2000
imagen: franciscomadariaga.blogspot.com.ar



domingo, 8 de julio de 2012

Thomas Kinsella




Haciendo el té

Cruzaba la ventana de la cocina y me detuve,
la tetera medio llena de agua hirviendo.
Había algo con los chicos, tranquilos afuera:
el nieto, apuesto y cada vez más alto,
y sus tres primas.
                                               Hablando.
No jugando, en el jardín del fondo.

Él estaba parado junto a la mesa, desenvuelto,
entreteniéndolas, dominando;
ellas, sentadas en el banco enfrente de él,
aceptando ser cautivadas y entretenidas.

En su rincón privado. Con la enredadera del vecino
asomando apenas por la pared.

                                   Todavía era un juego.
Vacié el agua caliente en la pileta.


Thomas Kinsella, Dublín, Irlanda, 1928
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Kinsella leyendo en el Gate Theatre de Dublín


Making the Tea

I was passing the kitchen window, and stopped,
with the teapot half full of scalding water.
It was something about the childrn, quiet outside:
the grandson, goodlooking and growing tall,
and his three young girl cousins.
                                               Talking together.
Not playing, in the back yard.

He was standing casual by the garden table,
entertaining them, and holding sway;
they sitting on the bench in front of him,
agreeing to be charmed and entertained.

In their sheltered corner. With the neighbour’s creeper
barely showing over the wall.

                                               It was a game still.
I emptied my hot water into the sink.



El cuerpo llevado a la iglesia

En el teléfono, la voz de ella era distante,
pero largamente familiar.

*

Doblé otra esquina, siguiendo un hábito viejo,
y encontré St. Agnes.
                        La entrada llena de parientes:
primos, con la emoción de ancianos,
presentando esposas y maridos.

Busqué con la mirada a la hermana mayor.
Pero nadie le había avisado. Siempre fuimos
él y yo, nacidos al mismo tiempo.

Ocupamos nuestros sitios en la iglesia,
arrodillándonos y sentándonos
y descubriéndonos unos a otros, aquí y allá.

Sonó una campanilla y apareció un sacerdote joven
por el costado del altar. Comenzó
elogiando al difunto como buen esposo
y buen padre, y amigo de los vecinos.
Depués consoló a los deudos,
rematando las frases piadosas con un modesto floreo.

Se hizo a un lado, y ocupó su lugar
un joven feligrés, corpulento y de bigotes,
que habló con amor y sinceridad.
Un hijo y amigo del muerto.

Siguieron otros, hijas y otro hijo,
recordándolo y juntándose alrededor del ataúd.

Se formaron filas de dolientes en los pasillos laterales,
se acercaron al sacerdote, recibieron la hostia uno por uno
y volvieron a sus sitios.

El servicio terminó con el gesto de la paz
entre los fieles. La joven que estaba a mi lado
me tomó la mano entre las suyas con una sonrisa.

Los hijos e hijas condujeron a los presentes
hacia la puerta de entrada por el pasillo central,
y nos agregábamos detrás de la procesión a medida que pasaba.

Afuera, cuando la familia se fue en coche,
nos volvimos a mezclar en el mismo tumulto amistoso.
Intercambiando números. Arreglando para mantenernos en contacto.


Thomas Kinsella, Dublín, Irlanda, 1928
Versión © Gerardo Gambolini


The Body brought to the Church

Her voice was on the phone was remote,
but familiar from long ago.

                                   *

Round one more corner, by an old habit,
I found St. Agnes’s.
                                 The entrance full of relatives:
cousins, in elderly excitement,
introducing wives and husbands.

I looked around for the older sister.
But no one had called about her. It was always
himself and myself, born at the same time.


We took our places inside, around the church,
kneeling and sitting back
and noticing each other here and there.

A bell rang, and a young priest appeared
from around the side of the altar. He began
by praising the deceased as a good husband
and good father and friend in the neighbourhood.
Then consoled the bereaved,
ending the pious phrases with a modest flourish.

He stepped to one side, and his place was taken
by a young parishioner, moustached and heavy,
who spoke with directness and love.
A son and friend of the dead.

Others followed, daughters and another son,
remembering him and assembling around the coffin.

Lines of mourners formed in the side aisles,
approached the priest, acepted the Host in turn,
and turned away, back toward their places.

The service ended with the gesture of peace
around the congregation. The girl beside me
tookmy hand in both of hers with a smile.

The sons and daugters led the congregation
down the centre aisle toward the front door,
and we joined the end of the procession as it passed.


Outside, when the family were driven away,
we mixed again in the same friendly confusion.
Exchanging numbers. Arranging to keep in touch.



Errando ...

Errando
solo, de un cuarto vacío a otro
por los pasillos de un hotel ruinoso,
buscando el orinal extraviado...

Me desperté
            respirando un olor mental
y sentí en la boca los datos de la noche.


Mujeres nocturnas,
que destrozan la obra de mis días,

¿encontrarán lo que necesitan
en el baldío por venir?


Thomas Kinsella, Dublín, Irlanda, 1928
Versión © Gerardo Gambolini


Wandering alone...

Wandering alone
from abandoned room to room
down the corridors of a derelict hotel,
searching for the lost urinal...

I woke,
             breathing a mental smell,
and tasted the night facts.


Nighwomen,
picking the works of my days apart,

will you find what you need
in the waste still to come?