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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Francisca Aguirre




           
A Dina Rot y Abasha Rotenberg


No entiendes lo que dicen, mas te llega,
te alcanza, te hiere, te trastorna.
¿O tal vez eres tú y tu terror?
Huele mucho, huele por todas partes,
es un olor dulzón y pegajoso,
pero no sabes a qué huele.
¿O tal vez eres tú y tu viejo espanto?
Suena una música que no descifras,
que no acabas de oír, pero que invade.
¿O eres tú y tu temor, tu constante recelo?
Hay algo que no ves, pero que está,
o se ahonda o crece o se dilata.
¿O tal vez eres tú y tu pavor diseminado?
Algo te cerca, algo te rodea,
no sabes lo que es ni lo que dice,
no sabes a qué huele ni entiendes lo que canta.
¿O eres tú y tu miseria, tu consabido pánico?
El aire se ha espesado como el tiempo,
y la luz es opaca y dirimente,
y una urgencia precoz te acosa y lame.
¿O eres tú y tu implacable cobardía?

Todo se ha convertido en extrañeza,
es como si tu vida te mirara
de esa forma distante y asombrada
con que observamos siempre a los ajenos,
con ese miedo obtuso hacia los otros.
¿Qué sabes tú de ti, criatura absurda?
¿Qué sabes tú de tus razones?
¿Quién es ésa que escapa mientras vives?
¿Quién es la que sonríe cuando lloras,
la que se queda muda mientras hablas?
Nadie va a responder por ti,
ni siquiera tú misma.
La vida te ha alcanzado,
ha llegado primero y ha cruzado la meta.
Huele, huele mucho y no sabes a qué.
Suena, suena por todas partes
una música que no acabas de oír.
Déjalo, deja que caiga, que se ahonde,
déjalo que prospere como el miedo.
Al fin y al cabo de algo hay que vivir.

Peor sería que conocieras las respuestas.


Francisca Aguirre, España, 1930
imagen: www.diarioinformacion.com


miércoles, 15 de febrero de 2012

Federico García Lorca





(Desde la torre del Chrysler Building)

Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

Feredico García Lorca, España, 1898-1936
imagen: Edificio Chrysler, 1932
[Public Domain Image]



lunes, 13 de febrero de 2012

José María Álvarez






                                   Y mandó juntar los suyos
                                   —Romance de Bernardo del Carpio

                                   A la carga, plavamgamas!
                                   —Valmiki

Lo que hemos amado como historia
Tuvo un principio y tendrá un fin
Y será como el paso de la luna
Entre la Horda y la Horda



                                   Sin otra compañía que el vino
                                   El ala de las tinieblas se abría suavemente
                                   —Ibn Hazm

                                   Lo turbio de una hora trasnochada
                                   —Rainer Maria Rilke

Qué volverá de aquellos años
Abandonados como un baile

La vida transcurrió de prisa
Quemó todo
Abrió agujeros
Desclavó las cosas
Huyó lleno el estómago

Los rostros se han dorado

Oh niñez

            Tú
Das
Las cartas



                                   Quien puede ser suyo, non sea enajenado
                                   —Juan Ruiz, Arciprestte de Hita

                                   Sólo el saber podrá
                                               Romper el poderoso sortilegio
                                   —Novalis

El desamparo de la vida

Una cultura de casa de huéspedes

Desesperadas estampas

No cabe duda nuestra herencia
ha sido pródiga en desastres



Yo hubiera querido entrar en la Tierra de las Tinieblas, pero desistí de ello por lo penoso que resulta encontrar allí víveres y por el escaso provecho que me depararía
—Ibn Battùta

¡Valor!
—Capitán Marryat

No temas a la muerte,
Pues el el mismo sueño que la vida,
Y en ninguno somos nunca.
El Azar es nuestro padre.
La enfermedad que asola la ciudad o la belleza del cielo
son el mismo Azar.
A él me entrego.
Ríete de los dioses. Y adóptalos sólo
para defenderte de la locura de los hombres.
Amor, fortuna o derrota,
todo es tan efímero
como la lozanía de tu piel.
Y durará más el banco en que te sientas
a escribir que las palabras escritas.


José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: s/d

martes, 17 de enero de 2012

Miguel de Unamuno





Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida

el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.

Miguel de Unamuno, España, 1864-1936
imagen: s/d



To die, to sleep..., to sleep... perchance to dream.

—Hamlet, acto III, escena IV


Eres sueño de un dios; cuando despierte
¿al seno tornarás de que surgiste?
¿Serás al cabo lo que un día fuiste?
¿Parto de desnacer será tu muerte?

¿El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para remedio de la vida triste,
secreto inquebrantable es nuestra suerte.

Deja en la niebla hundido tu futuro
ve tranquilo a dar tu último paso,
que cuanta menos luz, vas más seguro.

Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro:
“Morir... dormir... dormir... soñar acaso!”

Miguel de Unamuno, España, 1864-1936


lunes, 5 de diciembre de 2011

Manuel Álvarez Ortega





El puente que se extiende
de una edad a otra edad, por donde pasa el tiempo
sin ver, por donde pasamos
hora a hora, tantos años
ya, tantos siglos, está ahí, seguro de sus viejos
maderos, arco único.

                        Sin embargo, ¿quién se atreve
a cruzarlo, aunque la claridad
esté al otro lado, y rodeada por un alto muro
la casa se ilumine?

Florece la rosa de piedra
en el zaguán, y, entre el espino resplandeciente,
sus símbolos nos traen
el rumor de la lluvia,
lo que no sabemos dónde se ocultará, el miedo
del ángel que duerme
en nuestra cabeza y se niega a posesionarse
de la habitación.

Viajeros trashumantes, mitos
por ferias nocturnas o errantes mercados,
dispuestos estamos a conceder
la venta de nuestro dominio.

Firmada la ley, lebrel
en su fundación desconocida, vamos
inscribiendo nuestro nombre en el pergamino
de su magisterio.

Seremos los centinelas del fuerte,
donde llora la víctima, y el rey,
desde la cama, mientras se enfría el desayuno,
dicta la orden de lo oscuro,
entre la seda de las colchas y los ojos que miran
cómo se configura el pánico
de su diabólico anillo.

No volveremos más. El ocio
que promulga el edicto nos salvará
de la ira, y entre las velas, conocida la verdad,
murciélagos decapitados, vagaremos
por el carnaval del insomnio.


Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923




viernes, 2 de diciembre de 2011

Francisca Aguirre





¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos decubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca. 

Francisca Aguirre, España, 1930
imagen: s/d



Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro. 

Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.

Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren. 

Francisca Aguirre, España, 1930



En la noche fui hasta el mar para pedir socorro
Y el mar me respondió: socorro.
Fui hasta el mar y lo toqué
Con cuidado, como se toca a un animal equívoco,
Un animal que se come la tierra
Y en su límite último intenta confundirse con el cielo.
Fui hasta él con la inerme disposición
Con que nos acercamos a lo desconocido
Esperando una respuesta mayor que nuestra dolorosa pregunta.
Antes yo había mirado toda mi isla
Para llevarla conmigo hasta su sal.
Había agrupado todo mi territorio en la retina
Y fui con él al mar: era
Tan suyo como mío.
Ítaca y yo fuimos al minotauro acuático
Para pedir socorro
Y el mar nos respondió: socorro.
Triste fiera: socorro.

Francisca Aguirre, España, 1930


domingo, 6 de noviembre de 2011

Almudena Guzmán // 3 poemas



Hoy era la última tarde...

Hoy era la última tarde.

Usted no paraba de hablar
—lo hubiese matado—
y a mí me ardían las uñas cuando nos despedimos
en la parada del autobús.

Ni un sólo beso.

Almudena Guzmán, España, 1964
imagen: Public Domain Image from Flickr


Señor, ahora que mi piel y la suya...

Señor,
ahora que mi piel y la suya—después de las sábanas—
han formado un nuevo “collage” en el agua,
no es el mejor momento para hablarle,
desde luego,
pero aprovechando que estoy arriba
y usted debajo,
quisiera decirle
—casi no me atrevo con sus ojos—
que no puedo más,
que voy a pararme.

—Era el placer como una de esas muñecas rusas que se abren
y aparece otra,
y otra...—

Almudena Guzmán, España, 1964


Volvemos a comer juntos...

Volvemos a comer juntos.
Este hombre cada día más guapo y a ti te rebasan las orejas.

Qué importa.
Qué importa el poco tiempo que tienes para enamorarlo,
qué importa la sopa fría
—no puedes permitirte el lujo
de perderlo de vista un solo instante, Almudena—,
si cuando vas a citar “yo siempre estoy triste”
él se anticipa y acariciándote los ojos dice que le encanta
tu alegría.

Almudena Guzmán, España, 1964

domingo, 16 de octubre de 2011

Almudena Guzmán // 5 poemas





Deslumbramientos sombríos

Esta mañana, el helado y marchito sol de enero hizo estragos
en mis ojos.
Por él, vi con más intensidad a esa gitanilla en manga corta
que pedía junto al metro,
tuve plena consciencia de lo arduo de nuestro amor,
me horroricé al contemplar los ametralladores grabados de Goya,
y salí de nuevo a la calle con las manos encogidas de angustia
sin saber
–pálida prisionera de los subterráneos–
si me bajaba en Velásquez o en Lista.
Y subí las escaleras de dos en dos para encontrar a la muerte
cómodamente recostada en mi gélido cuarto.


Esto va a venirse abajo
de un momento a otro
y usted lo sabe.
El amor ya no es un templo griego
sino algo parecido a un desastre de líneas
oblicuas que aprisionan todo intento de lluvia.

Y es gris. Tan gris como esta perspectiva de furias
que se nos viene encima.



Esto ya va mejor.
Ya no le tengo miedo.

Y me complace que usted,
como quien no quiere la cosa,
haya fijado el barniz de sus ojos en mis piernas.



Señor,
si usted sabe
que yo ahora estoy celosa
por lo que me ha dicho,
tenga al menos el detalle de no hacérmelo notar durante
la cena.

(Nunca en mi vida enrollé espaguetis con tanto odio.)



Este hombre que ahora cerca mi cuello
con su sabia muralla de labios
quizá abandone de pronto la almena,
quizá desaparezca para siempre.

Porque tiene un tacto en la mirada
que recuerda las plumas de los pájaros.


Almudena Guzmán, Madrid, España, 1964
imagen: foto tomada de rafaelmontesinos.blogspot.com

viernes, 14 de octubre de 2011

Manuel Álvarez Ortega






Pero has caído, piedra o ave cegada por el Tiempo.
De todo tu esplendor solo queda el recuerdo vacío,
el acto incompleto de revivir aquellos días cuando
te alzabas de la raíz materna que a solas me nutría,
cuando una luz sulfúrica, un viento aterrador,
una letal blancura se extendía por un valle de huesos
y pobreza, cuando -ardiente- tu llanto flameaba
sobre mi exilio, encadenando sucesos, cerrando
los círculos de mi vida, cada gota de mi oscuridad
compartida con mil seres distintos, míos, únicos
testigos de un nocturno episodio que no se repetirá nunca.
Has caído. De ti sólo queda el eco de tu edad,
tu patria perseguida, un fuego subterráneo, un ruido
como una sal caliente que aún conserva la huella
de mi paso por ese descompuesto mundo: una mortaja,
una piedra erigida, una cruz oxidada, una reja
indiferente a tu exterminio y un redondel de hierba
que deja pasar la luz coronada de amargura.

Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923
de Despedida en el tiempo, 1955
imagen: M. Álvarez Ortega en Santa Paula, 1949
autorizada por la Licencia de documentación libre de GNU

domingo, 18 de septiembre de 2011

Rafael Alberti




Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.
Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría,
sin participación en los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres que juzguen en pasado sombrío de la Tierra.
Hace falta querer ya en vida ser pasado,
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.

Rafael Alberti, España, 1902-1999
imagen: s/d

martes, 6 de septiembre de 2011

Manuel Álvarez Ortega




Como un recordatorio que no fue escrito

Hemos puesto nombrea este artificio
que engendra nuestro vivir. Hemos dicho amor y no era
sino una torpe sustitución
de maleficios y aventuras
que estaban escritos en nosotros desde antes de nacer.
Hemos llamado verdad a este ofertorio
de sucesos interiores que se alimentan de voces
nunca oídas, contratiempos
oscuros, pacíficos venenos.

Ah todo trabajo de la carne
es un justo improperio en nuestra breve
temporalidad. Crece el mal
abriendo compuertas cuyo existir desconocíamos,
canalizando sus puñales
en muy distintas direcciones,
apuntando hacia una víctima que sólo en nosotros
se configura.

A veces, cuando el calor huye
de otros cuerpos y nos da la respuesta,
intentamos asegurar nuestro poder, creamos
un trópico de maldiciones, y, en esta nueva travesía,
escribirnos el testamento
que muchos siglos después,
se alzará, seguro, con la victoria.

Será el ser un día
en su última máscara reconocido,
y saliendo de los escombros que lo coronan,
contará sus oráculos
de sombra, el beneficio que ha obtenido del préstamo
en que se constituyó. será de nuevo el muro
que quiso sustentar, el alba
antípoda de su memoria,

y en su fugaz etapa, llave
que la tiniebla apartará, mortal
perpetuo, como un recordatorio que no fue escrito,
así el espectáculo de sus mitos
entre los requiems y las palmas ennegrecidas
se ofrecerá, y, templo visitado
por las hormigas, el olvido extenderá el sudario
que nunca podrá hablar
de eternidad

Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923
imagen: s/d



Se hizo la imagen en el espejo
y, como anuncio de unas leyes
que nunca nos serían reveladas, vimos la vejez
oscurecerse bajo la sábana,
nacer cierto maleficio entre las cosas,
decir el tiempo adiós
en nuestra cruz sola.

Arañas las manos, torpe
penumbra cerrándose en la boca,
¿qué valía una palabra, un signo, si la hora
sembraba la ceniza de la muerte?
¿Qué valía una verdad, la tizne del perdón,
si el rostro era ya exilio y huía
perseguido por un coro de sordos, inmortales
cuchillos?

Quien ha oído abrirse la cerradura
del dolor, quien ha tocado una frente
con desesperación y puesto
el luto de sus años en una piel ardida, sabe
que, cuando llega el día,
del amor sólo queda una marca de salitre,
un negro olvido.

Pues todo amor siempre se rodea
de mitos y desgracias, siembra su lluvia
de veneno en nuestra carne o edifica sus ruinas
para una eternidad que no puede ser obra
de una posesión
que nunca se conoce.

Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923

lunes, 22 de agosto de 2011

Ángel González




Vosotras, piedras
violentamente deformadas,
rotas
por el golpe preciso del cincel,
exhibiréis aún durante siglos
el último perfil que os dejaron:
senos inconmovibles a un suspiro,
firmes
piernas que desconocen la fatiga,
músculos
tensos
en su esfuerzo inútil,
cabelleras que el viento
no despeina,
ojos abiertos que la luz rechazan.
Pero
vuestra arrogancia
inmóvil, vuestra fría
belleza,
la desdeñosa fe del inmutable
gesto, acabarán
un día.
El tiempo es más tenaz.
La tierra espera
por vosotras también.
En ella caeréis por vuestro peso,
seréis,
si no ceniza,
ruinas,
polvo, y vuestra
soñada eternidad será la nada.
Hacia la piedra regresaréis piedra,
indiferente mineral, hundido
escombro,
después de haber vivido el duro, ilustre,
solemne, victorioso, ecuestre sueño
de una gloria erigida a la memoria
de algo también disperso en el olvido.

Ángel González, España, 1925-2008
imagen: Las tres gracias, museo del Louvre


Crepúsculo, Albuquerque, invierno

No fue un sueño,
lo vi:

La nieve ardía.

Ángel González, España, 1925-2008

martes, 28 de junio de 2011

José María Álvarez



Para un retrato suyo, de niño

                        Después de la muerte se regresa mal
                                                        —Antonin Artaud

                        Homero es mi ejemplo, su corazón sin bautismo
                                                        —William Butler Yeats


Con qué ojos me miras
Y quién eres

Tú que también te pudrirás
Solo
Sin haber alcanzado
Ninguno de tus sueños

Solo

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: Golden and Grey Clouds, foto de Jamil Soni Neto
Attribution Licence – Approved for Free Cultural Works



                        La nostalgia que siento no está en el pasado ni en el futuro
                                                —Fernando Pessoa

                        —En el coche queda una botella de ginebra.
                        —¿Por qué no lo dijo antes, en vez de hacerme perder el tiempo
                        hablando tonterías?
                                               —Dashiel Hammett

                        La resistencia se organiza en todas las frentes puras
                                               —Tristan Tzara


                                                                       A Jaime Gil de Biedma


Qué importa ya mi vida.

Cada vez que levanté mi casa, la
destruía. A cualquier país que llego
no amo otro momento
que aquel de divisarlo. Nunca
pude decir dos veces bien venida
a la misma mujer.

Respetarse uno mismo.

Pensar.

Veo crecer los rosales que planté.
Destapo la última botella del último
pedido.

                        Miro
cómo mi vida salva cuanto hay de noble.

Por ti, oh cultura, y por todos
los que vivos o muertos me hacen compañía, bebo.

Más allá del tiempo y de mi cuerpo,
bebo. Lleno
de nuevo el vaso. Dejo
que lentamente el alcohol vaya cortando
los hilos que me unen
a esta barbarie.

                        Y con la última
copa, la del desprecio,
brindo por los que aman como yo.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942



jueves, 30 de diciembre de 2010

José María Álvarez / 4 poemas


The shadow line

No puedo ver las velas altas, capitán —Joseph Conrad

in memoriam Joseph Conrad


Sobre la playa el viento de Septiembre
abre extraños caminos. Silenciosas aves
del mar escoltan unos restos
y que las olas borrarán.
Algo que fue navío, soledad de delfín,
sueño de hombres.
Así el Arte.
Y las cenizas del amor.


Farsa italiana de la enamorada del rey

El enamorado recorre su camino a ciegas —Propercio

Tus labios están calientes —William Shakespeare


El firmamento giratorio es para mí como el oro de una sortija que todo lo ciñe y en la que tú eres la piedra preciosa —Ibn Hazm


Sé bella
Deja que el planeta camine hacia el hielo
Todo pasa menos la belleza
Clava en mis ojos tu bandera negra


Aymant

Como a Bennvenuto Cellini -hacia quien experimento mayor inclinación de la que tengo por los otros maestros del Quattrocento-, me gusta vagar por la arena abandonada por la marea, recogiendo conchas, guijas —Claude Lévi-Strauss


...Las viejas playas. A las que siempre
algo
te lleva. Como ningún otro latido
del mundo, esas orillas...

Caminas por el filo de las aguas. El sol que las traspasa,
ese velo cristalino,
y esas conchas
medio enterradas en la arena, y esas cintas
azules
que la luz dibuja.

No es tu memoria
quien reconoce,
donde existe depositada esa luz, esos colores,
estas orillas transparentes, la sensación
de la mar en tus dedos.
Es una dicha sin pasado. Sólo su instante
de exaltación, la
Vida
más allá
de lo comprensible.


Bezahar

Míos fueron, mi corazón,
los vuestros ojos morenos.
¿Quién los hizo ser ajenos?

—Cancionero anónimo

En estos tiempos que corren, provechoso es disponer de una mujer hermosa — Alessandra Mancinghi-Strozzi

Estas divertidas divagaciones levantaron por un momento su ánimo, y entregose a la contemplación — Joris-Karl Huysmans


El oro de la tarde
sobre el mar de tu cuerpo

El crepúsculo ardiendo en tu mirada

El ulular de sirenas de tus entrañas

Nuestras lenguas enlazándose como pájaros suntuosos

Contemplando tu belleza y mi deseo
acepto la vida

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: s/d

martes, 28 de septiembre de 2010

Dos canciones anónimas españolas


Cuando yo era ladrón en los montes Pirineos

Cuando yo era ladrón en los montes Pirineos
lo primero que robé fueron unos ojos negros,
fueron unos ojos negros en una cara morena,
la vida me ha de costar si no me caso con ella.

Si no me caso con ella, Rosita de Alejandría,
que vengo de noche a verte porque no puedo de día,
porque no puedo de día, porque me voy al trabajo
en la ventana de arriba y en la ventana de abajo.

En la ventana de abajo abajo y en la ventana de arriba
tengo yo los mis amores, Rosita de Alejandría,
Rosita de Alejandría, Rosita de los rosales,
si no me caso contigo me marcharé a Buenos Aires.

“Si te vas a Buenos Aires, ¿con quién voy a quedar yo?”
“Con tus padres y los míos, pa’ setiembre vuelvo yo.”
“Cuando vuelvas pa’ setiembre, ya no me conocerás,
que mata más una pena que una grave enfermedad.

“Si el mar se volviera tinta y la tierra papelones,
no se podría escribir lo malos que son los hombres,
lo malos que son los hombres, lo digo porque lo sé,
si alguno me está escuchando, también lo digo por él.”

Anónima, tomado de El Calendario del Pueblo, vol. 2
interpretada por Joaquín Díaz
imagen: Tolosa, 1844


La dama y el pastor


“Pastor que andas por el monte tendido por esas grañas,
pa’ que no te pique el sol, sí, sí, pastor, ven conmigo a mi cabaña.”
Contesta el buen del pastor, “A tu cabaña ir no quiero,
tengo el ganado en el monte, sí, sí, adiós, voy a subir a por ello.”

“Pastor que está acostumbrado y a comer pan de centeno,
si te casaras conmigo, sí, sí, pastor, comerías trigo bueno.”
Contesta el buen del pastor, “Al buen hambre no hay pan negro,
tengo el ganado en el monte, sí, sí, adiós, voy a subir a por ello.”

“Si quieres venir conmigo y el domigo por la tarde,
si quieres venir conmigo, sí, sí, pastor, podemos echar un baile.”
Contesta el buen del pastor, “Contigo bailar no quiero,
tengo el ganado en el monte, sí, sí, adiós, voy a subir a por ello.”

Anónima, tomado de El Calendario del Pueblo, vol. 2
interpretada por Celestino Martín

viernes, 30 de julio de 2010

Jorge Manrique


Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre (fragmentos)

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

[...] Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.

[...] Decidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.

[...] Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

[...] Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.

[...] ¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
de las eras?

........

[...] Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero:
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar
a su puerta,

diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.

[...] Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio
(en cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.

Jorge Manrique, España, 1440-1479
imagen: s/d

lunes, 5 de julio de 2010

Federico García Lorca


Paisaje de la multitud que orina
(Nocturno de Battery Place)

Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachadas de crin, de humo, anémonas; guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.

Federico García Lorca, España, 1898-1936
imagen: Puente de Brooklyn, circa 1930

lunes, 7 de junio de 2010

José María Álvarez



Abçatritaz

Un secreto esplendor que aún no es ceniza —Francisco Brines

Si Brittles prefiere abrir la puerta en
presencia de testigos -dijo Gilles después de
una larga pausa-, me presto sin duda a
acompañarlo
—Charles Dickens

Podrías huir. Sin duda. La
nueva Luz del mundo, Octavio, te
perdonaría (si no gustoso, el interés
le haría respetarte,
cubrirte de riquezas). Y eres aún tan bella. Sí, podrías...

Pero no seguirás ese camino.
Y no
por el amor de Antonio, ni porque fuera indigno
de quien de tantos reyes es el último,
sino algo más profundo: algo que sólo a ti te vale,
a cuanto yace en tu memoria.
Y cómo modificaría
esa huida, el pasado.
Lo que fuera esplendor
–esa gloria por la que apostaste–
ahora sería mediocridad;
la grandeza de guerras y pasiones
quedaría convertida en las vulgares
apetencias de una zorra codiciosa.

Por eso, no lo dudas.
y dejas que te vistan tus sirvientas
con tus mejores ropas, y perfumas
tu cuello, y te sientas
segura y orgullosa
en ese trono. Y sin
que la sonrisa se borre de tu boca,
metes la mano en ese cesto
de higos que se mueven, y esperas
la picadura en tu muñeca.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen:  Reginald Arthur, The Death of Cleopatra (1892)



Tumba de Keats

                                               Referimos esto para recordar las virtudes antiguas —Polibio

                                               Así todos ganamos en sabiduría —Ralph Waldo Emerson


Aquel inglés que amó a Italia
y cuyos versos brillan
como iluminados por la luna,
tierra es
de Roma.
Si llegas a esa noble
ciudad, ve donde la piedra
dice que reposa.
Como contemplando la noche
o envejecer tu rostro,
no entenderás la muerte,
pero no será extraña.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942

miércoles, 19 de mayo de 2010

Dámaso Alonso


Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón
de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me
incorporo en este nicho en el que hace
45 años que me pudro,
y paso largas hora oyendo gemir al huracán,
o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas hora gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente
de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de
cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren
lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso, Madrid, España,1898-1990
imagen: Antonio López, La Gran Via

lunes, 5 de abril de 2010

Anónimo


Romance de Andarique

Estaba un día la reina
con zagalejo encarnado
dando gracias a la Virgen
que tan bella la ha criado

Viniendo el rey por detrás
con la varita le ha dado.
“Estáte quieto, Andarique,
mi querido enamorado,

que dos hijos tengo tuyos
y dos del rey, que son cuatro.
Los del rey comen en mesa
y los tuyos a mi lado;

los del rey montan en mula
y los tuyos a caballo;
los del rey llevan espada
los tuyos puñal dorado.”

Y el rey, al oír esto,
para atrás se ha retirado.
Al bajar por la escalera
a Andarique se ha encontrado.

“¿Adónde vas, Andarique,
a estas horas al palacio?”
“A mi señora, la reina,
a enviarle este regalo.”

“Ese regalo, Andarique,
podía estar bien escusado.”
Ya desenvainó la espada,
la cabeza le ha cortado;

la ha puesto en fuente de plata
y a la reina la ha enviado.
Estando un día comiendo
la reina un suspiro ha dado.

“¿Por qué suspira, la reina,
teniendo el rey a su lado?”
“Suspiro por Andarique,
que era un paje bien mandado.”

“No ha de suspirar, la reina,
si era vuestro enamorado.”
“Máteme, el señor rey,
que me tiene a su comando.”

“Matar, no te mataré,
pierde, reina, ese cuidado;
pero te emparedaré
como a los emparedados

y te daré de comer
rebojos de mis criados
y te daré de beber
orines de mis caballos

y luego me casaré
con una de quince años,
que tenga los ojos negros
y los labios encarnados.”

* versión de San Muñoz, Salamanca, del Romance de Landarico
imagen: Gerineldo y la infanta