sábado, 30 de junio de 2012

Louis MacNeice





Despedida

Su frescura no se animan a mostrar, su frescura no se animan a mostrar...
Lascivas y alegres — las focas hunden y asoman la cabeza en la marea
entre las islas; brillosas y negras e irrelevantes
no pueden por supuesto demostrar lo que desean:
derribadas por fusiles bajo bandera prestada,
emboscadas desde la zarza húmeda y apresadas de las aletas
y arrojadas a un pozo como una piel seca, apaleadas
por campesinos de labios gruesos y la tos del tomador de whisky.
Detén el auto en Dublín, mira Sackville Street
sin los sacos de arena de las fotos viejas,1 contempla las estatuas
de los patriotas — la historia nunca muere en Irlanda, de todos modos,
incendio y asesinato on legados,
como anillos viejos con el engarce vacío, sin sus mudos
talismanes de piedra.
Mira Belfast, devota y profana y dura, construida
sobre fango entarquinado, los martillos resonando en el astillero,
el tiempo agujereado como una lámina de acero, el tiempo
endureciendo las caras, revistiendo con una escarcha jaspeada y gris
las caras bajo los chales y las gorras:
esa fue mi ciudad natal, esos los pechos que mamé.
Una patria de lava callosa enfriada hasta volverse piedra,
de parvas de pasto mequino, de gemidos de sirenas de barco,
de tonadas que van declinando — quisiera que anotes,
quisiera decirte , mira —diría—, esto es lo que me has dado:
indiferencia y sentimentalismo,
una risita metálica, una mano torpe,
un corazón que late al compás de una banda de flautas:
pon eso contra tu aire de adularia y amatista
punzado por el agua,
las patas de los caballos como cencerros de pelo tirando penosamente
del carromato naranja2, el manantial color cerveza negra
fluyendo entre los brezos, la verde efusión
de la primavera irlandesa.
Maldito sea aquel que maldice a su madre. No puedo ser otro
que el que esta tierra me hizo:
retazos de blanco en el fondo de mi mente, las velas
de los botes pesqueros en la Bahía — las sogas sacuden la cola
las campanas se sueltan cuando intento tañer mis recuerdos —
memoria en apostasía.
Quisiera sumar mis factores,
pero, ¿quién puede ponerse en el camino de los tractores del alma?
Puedo decir que Irlanda es impostora, Irlanda es
una galería de tapices falsos,
pero no puedo negar el pasado al que me encuentro unido,
la figura tejida no puede deshacer su trama.
Una tapa de cartón que vi a los cuatro años
mostraba un perro y una torre redonda, y eso era el enanto irlandés,
y las cruces célticas postizas del cementerio
reivindicaban nuestra individualidad,
y mi padre hablaba del oeste, donde solía
jugar al hurley3 en las arenas con maderas de algún naufragio.
Detén el auto en Killarney, compra un souvenir de mármol verde
o de roble negro, sigue hasta Clare, trepa el acantilado de la postal,4
visita la ciudad de Galway, idealiza nuestra sangre española,5
deja el diez por ciento de compasión debajo del plato
para el emigrante, jáctate de nuestra santidad,
nuestro heroísmo y nuestra indigencia estéril.
Columba Kevin y Brendan el navegante los nombres aceptados6,
Wolfe Tone y Grattan y Michael Collins7 los nombres aceptados,
admira la dulzura con que el arquitecto
está reconstruyendo la mansión incendiada, recuerda
los días gloriosos de la Feria Equina,8 alardea cuanto quieras,
pero tómate el barco a Holyhead9 antes de que debas
pagar la factura, antes de afrontar las consecuencias
del alma autóctona y la maleficiencia del clima
y de pagar con indolente fatalismo por la tramposa beleza de un prisma.
Yo voy a exorcisar mi sangre
y a abandonar mis ropas de niño mi sudario
voy a adquirir una actitud no la tuya
y a convertirme en uno de tus turistas,
y por más seguido que acaso venga
adiós, patria mía, y para siempre;
cualquiera sea el deseo que me asalte cuando tus vientos me rocen la cara
lo llevaré a casa, lo pondré en una caja de vidrio
y me quedaré mirándolo tan sólo,
ante cada nueva fantasía de armas y de insignias.
Acaso la escarcha no azote la cerca de fusias
y la tierra provea como hasta ahora,
pero ninguna dicha perdurable puede crecer de estas almas
emborachadas de sangre, restringdas por anteojeras.
Las anguilas remontan el Shanon a pesar de la gran represa;
no se cambia un comportamiento dándole un nombre nuevo.
Fuente de azul y verde encrespándose en el viento,
debo ir al este y quedarme, sin mirar atrás,
sin saber qué día la bruma es un manto espeso
ni cuándo el sol cobija el valle y rápidas sombras de nubes blancas
cruzan las colinas como un fraseo de violín.
Si fuera un perro detrás de la luz iría
desde Phoenix Park hasta Achill Sound10
siguiendo el rastro de cien fugitivos
que han roto la malla de vidas ordinarias,
pero siendo ordinario yo también, debo entonces discutir
qué significamos nosotros para Irlanda o Irlanda para nosotros;
debo celebrar el hito y la rareza
el oro enterrado de un viejo rey bravucón,
las antigüedades en falsete, debo gesticular,
tomar parte en cada impostura, o renunciar.
Renuncio, por lo tanto; adiós a las colinas parceladas y a las agrestes,
al Atlántico pomposamente surcado,
a las hilanderías que tragan la fila de chales, al oscuro pantano
donde media tonelada de turba se yergue como una lápida en ruinas;
adiós a tus gallinas entrando y saliendo de casas blancas,
a tus cabras distraídas en los caminos, tus vacas negras,
tus galgos y tus sabuesos magníficamente criados, a tus tambores,
a tus Vírgenes engalanadas y tus muertos ignorantes.



1 La antigua Sackville Street (hoy O’Connell Street) es una de las calles del sector de la ciudad liberado por los patriotas irlandeses durante la insurrección de la Pascua de 1916.
2 Probable referencia a un carromato protestante adornado con los colores de la casa de Orange.
3 Deporte nacional de Irlanda.
4 Referencia al acantilado de Moher.
5 Durante el frustrado ataque de la Armada Invenible a Gran Bretaña, parte de la flota fue desviada hacia Escocia, remontando luego hacia el sur la costa oeste de Irlanda. Algunas de las naves naufragaron y muchos marineros españoles se establecieron en Galway, permaneciendo y mezclándose con la población local.
6 Referencia a Columba, Kevin y Brendan, los más ilustres santos irlandeses.
7 Wolfe Tone (1763-1798): Patriota irlandés, fundador en 1791 de los United Irishmen, grupo con el conspiró para lograr un levantamiento general que permitiese la emancipación de los católicos irlandeses. En 1796 intentó una sublevación, inspirada por la Revolución francesa, pero lamisma fracasó en 1798. Tone fue condenado a la horca, pero se suicidó antes de que se cumpliera la sentencia.  //  Henry Grattan (1746-1820): Político y orador  irlandés que, pese a ser protestante, defendió a los católicos irlandeses que buscaban emanciparse. //  Michael Collins (1890-1922):  Político irlandés que, tras participar en la rebelión de 1916, fue encarcelado por los ingleses y liberado por los separatistas. Fue ministro de hacienda y presidente del Gobierno Provisional del Estado Libre de Irlanda. Murió asesinado en una emboscada.
8 Una suerte de exposición rural que se lleva a cabo anualmente en Dublín.
9 Isla galesa, frente a la costa de Anglesey.
10 Puntos situados respectivamente en el este y el oeste de Irlanda.

Louis MacNeice, Belfast, Irlanda del Norte, 1907-1963
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Faro de South Stack, Holyhead (c. 1899)
[imagen de dominio público]


Valediction

Their verdure dare not show . . . their verdure dare not show . . .
Cant and randy — the seals heads bobbing in the tide-flow
Between the islands, sleek and black and irrelevant
They cannot depose logically what they want:
Died by gunshot under borrowed pennons,
Sniped from the wet gorse and taken by the limp fins
And slung like a dead seal in a boghole, beaten up
By peasants with long lips and the whisky-drinkers cough.
Park your car in the city of Dublin, see Sackville Street
Without the sandbags in the old photos, meet
The statues of the patriots, history never dies,
At any rate in Ireland, arson and murder are legacies
Like old rings hollow-eyed without their stones
Dumb talismans.
See Belfast, devout and profane and hard,
Built on reclaimed mud, hammers playing in the shipyard,
Time punched with holes like a steel sheet, time
Hardening the faces, veneering with a grey and speckled rime
The faces under the shawls and caps:
This was my mother-city, these my paps.
Country of callous lava cooled to stone,
Of minute sodden haycocks, of ship-sirens moan,
Of falling intonations — I would call you to book
I would say to you, Look;
I would say, This is what you have given me
Indifference and sentimentality
A metallic giggle, a fumbling hand,
A heart that leaps to a fife band:
Set these against your water-shafted air
Of amethyst and moonstone, the horses feet like bells of  hair
Shambling beneath the orange cart, the beer-brown spring
Guzzling between the heather, the green gush of Irish spring.
Cursed be he that curses his mother. I cannot be
Anyone else than what this land engendered me :
In the back of my mind are snips of white, the sails
Of the Lough’s fishing-boats, the bellropes lash their tails
When I would peal my thoughts, the bells pull free —
Memory in apostasy.
I would tot up my factors
But who can stand in the way of his souls steam-tractors?
I can say Ireland is hooey, Ireland is
A gallery of fake tapestries,
But I cannot deny my past to which my self is wed,
The woven figure cannot undo its thread.
On a cardboard lid I saw when I was four
Was the trade-mark of a hound and a round tower,
And that was Irish glamour, and in the cemetery
Sham Celtic crosses claimed our individuality,
And my father talked about the West where years back
He played hurley on the sands with a stick of wrack.
Park your car in Killarney, buy a souvenir
Of green marble or black bog-oak, run up to Clare,
Climb the cliff in the postcard, visit Galway city,
Romanticise on our Spanish blood, leave ten per cent of pity
Under your plate for the emigrant,
Take credit for our sanctity, our heroism and our sterile want
Columba Kevin and briny Brandan the accepted names,
Wolfe Tone and Grattan and Michael Collins the accepted names,
Admire the suavity with which the architect
Is rebuilding the burnt mansion, recollect
The palmy days of the Horse Show, swank your fill,
But take the Holyhead boat before you pay the bill;
Before you face the consequence
Of inbred soul and climatic maleficence
And pay for the trick beauty of a prism
In drug-dull fatalism.
I will exorcise my blood
And not to have my baby-clothes my shroud
I will acquire an attitude not yours
And become as one of your holiday visitors,
And however often I may come
Farewell, my country, and in perpetuum;
Whatever desire I catch when your wind scours my face
I will take home and put in a glass case
And merely look on
At each new fantasy of badge and gun.
Frost will not touch the hedge of fuchsias,
The land will remain as it was,
But no abiding content can grow out of these minds
Fuddled with blood, always caught by blinds;
The eels go up the Shannon over the great dam;
You cannot change a response by giving it a new name.
Fountain of green and blue curling in the wind
I must go east and stay, not looking behind,
Not knowing on which day the mist is blanket-thick
Nor when sun quilts the valley and quick
Winging shadows of white clouds pass
Over the long hills like a fiddles phrase.
If I were a dog of sunlight I would bound
From Phoenix Park to Achill Sound,
Picking up the scent of a hundred fugitives
That have broken the mesh of ordinary lives,
But being ordinary too I must in course discuss
What we mean to Ireland or Ireland to us;
I have to observe milestone and curio
The beaten buried gold of an old kings bravado,
Falsetto antiquities, I have to gesture,
Take part in, or renounce, each imposture;
Therefore I resign, good-bye the chequered and the quiet hills
The gaudily-striped Atlantic, the linen-mills
That swallow the shawled file, the black moor where half
A turf-stack stands like a ruined cenotaph;
Good-bye your hens running in and out of the white house
Your absent-minded goats along the road, your black cows
Your greyhounds and your hunters beautifully bred
Your drums and your dolled-up virgins and your ignorant dead.



miércoles, 20 de junio de 2012

Víctor Redondo




Casa sola

Aparece la luz como un sable verde
y fija el cielo al horizonte.

Los árboles tiemblan, se desmayan, gritan
fantástica voz de pájaros inmóviles.

Las montañas se elevan un poco más
allá de los hombres, de sumuerte.

Ave de vuelo endeble
en su dibujo marcha el aire.

El vino se ha secado y una mancha
similar a mi rostro habla desde la mesa.

Víctor Redondo, Bs. As., Argentina, 1953
imagen: s/d


Flor caída

El hombre que yo era empeñado en demostrar
la imbecilidad de vivir
la piel desnuda flor seca
ambulaba por el mundo.
Tomaba un ritmo del aire, una flor del éxtasis
en el placer caía en el humo.
La flor de la hez de la palabra.
El hombre que yo era
— hilo de espuma vuelto de la aniquilación de sí como un viento en el humo
se observaba en el espejo de la soledad del hambre.
Observaba la flor pálida de un rostro caído observarse, triste y aburrido, en
el espejo vacío.
Encorvaba la pluma del aire como una garza bailando en el resplandor.
Era la patética figura del no va más.
El hombre que yo era
empeñado en demostrar
su no existencia cerraba la puerta y se perdía en la desmesura del sol.

Víctor Redondo, Bs. As., Argentina, 1953

sábado, 16 de junio de 2012

Mario Trejo






Para empezar: abolición eterna del discurso único.

Un seco golpe de cimitarra y la cabeza da vueltas en el
aire y vuelve a caer entre los hombros del condenado;
que todavía sonríe

Ovación y vuelta al ruedo.

Atención: el circo continúa. Las ideas avanzan como
plantas carnívoras, un pulpo de mil brazos te da besos
viscosos, se pega a tu cuello, aprieta; desaparece tu
garganta, respiras apenas tu pena capital.

Difícil elección, implacable elección. Corazón del dilema.

Oh Dios, lo que tenemos en común no es de común acuerdo.
No olvides: en este ritual vacío nada debe hacerse sin tu consentimiento.
Aún tienes tiempo para ver cómo ellos y tú  nos convertimos en mito.
Verdugo o condenado, no lo aceptes.
Aunque sea inútil, no lo aceptes.
Jamás des tu consentimiento.

Mario Trejo, Buenos Aires, 1926-2012
imagen: Halifax Gibbet

domingo, 10 de junio de 2012

Robert Louis Stevenson






Yo, a quien Apolo visitó una vez,
o simuló visitar, ahora, al final de mi día,
me rindo al sueño, y no conoceré
el cansancio de los cambios, ni veré
las arenas incontables de los siglos
beber de la tinta que se destiñe, o la música ahogada
por el barullo de las generaciones.

Robert Louis Stevenson, Escocia, 1850 – Samoa, 1894
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


“I, whom Apollo sometime visited”

I, whom Apollo sometime visited,
Or feigned to visit, now, my day being done,
Do slumber wholly; nor shall know at all
The weariness of changes; nor perceive
Immeasurable sands of centuries
Drink of the blanching ink, or the loud sound
Of generations beat the music down.



Pronto mueren los amigos,
pronto todo lo que queremos
se esfuma como oscurece el día – se va
como se van las flores.
Pronto en diciembre,
delante de unas ascuas, oímos en soledad
cuando resuena el viento.

Robert Louis Stevenson, Escocia, 1850 – Samoa, 1894
Versión © Gerardo Gambolini


“Soon our friends perish”

Soon our friends perish,
Soon all we cherish
Fades as days darken – goes as flowers go.
Soon in December
Over an ember,
Lonely we hearken, as loud winds blow.


miércoles, 6 de junio de 2012

Emma Barrandéguy





¿Por qué no es posible el amor?,
me preguntas.
Somos viejos, respondo.
Y que pases tu mano
por mi pierna,
me da cierta vergüenza.
Tontería, dice el amigo
y cediendo
me tiendo a su lado como cuando era joven
y lo ignoraba.
Pienso en todos los viejos
que desde un banco al sol
miran transcurrir las muchachas.
En mi padre y sus esquelas victorianas
a las niñas de los mandados.
Pienso en mi madre pulcra
cubriendo sus desnudos en un último gesto.
Pienso que los viejos son como todos
y apetecen sin pausa
si no han sido saciados.
El cuerpo gira ante sus ojos
con el gusto de lo prohibido,
como siempre.
Se los instala en la sabiduría
y no la tienen;
codician como los jóvenes,
tienen pequeñas ternuras
como mi amigo,
tienes lascivas preferencias
que no les cuentan a los otros,
tienen derecho al amor
aun a costa del ridículo.
Y si pasan tomados de la mano
o se encierran en su mundo
con las persianas bajas,
tendríamos que mirarlos sin asombro
como a lentos vagabundos
o discretos amantes que renuevan caricias.

Emma Barrandéguy, Argentina, 1914-2006
imagen: Pareja de ancianos caminando junto al Sena, por Daniel Racovitan [Bebulaki]
Creative Commons – Atribución – No comercial 



sábado, 2 de junio de 2012

Ricardo E. Molinari






Si pudiera olvidarme de que viví, de los hombres, de otro tiempo,
del ácido de algunos tallos, de la voz, de mi lengua extraviada en
las nubes,
¡de muchos seres que a veces no mueren con la madrugada!

No saber nada. Estar vivo, y volver los abiertos ojos a mi país, a sus
ciegas llanuras,
a sus ríos sucios, hundidos en la tierra,
donde mojé mi piel sola y la trenza escondida de mis antiguos cabellos.

Sí; si pudiera olvidarme para siempre y sin abandono,
hasta las duras e impenetrables penas, hasta un día horrible entre otros
muchos.
¡Sí, devuelto y terminado!

Pero tú, ¡oh viento majestuoso! sabes de mí, tanto como de las pequeñas
hojas salinas
que en el imperioso sur abren sus desesperados paraísos,
por el aroma seco de mi cabeza. (Que te he buscado por las transparentes
planicies, en los desiertos melancólicos,
por todo mi cuerpo, como una única y solitaria ternura.)

Quizás no signifique nada para ti –para nadie– y te vuelves sin deseo
al ver mis apretados brazos, mi so9mbra usada de la tierra
o alguna hora breve, sin asiento entre todas,
te aflige lo mismo que si estuviera muerto,
destinado sin alegría a un extenso y ofendido desencanto.
Ya no sé dónde ir, a veces quiero volver a la raíz más honda,
a los mezclados ríos humanos de la sangre
–a todo el destierro– hasta hacer temblar
las duras lenguas; a la triste gente,
y hallar el trigo naciendo con soberbias hierbas.
¡El íntimo corazón de la vida!

Y tú sueñas lejos, distraído, y meces las hojas
finas de los árboles, las cautivas ramas,
o pasas hacia el mar
los insectos cenagosos del verano,
y no puedes verme ni saber que llevo la memoria perdida,
y algunas palabras igual a una llama húmeda y enloquecida
dentro de la boca. ¡En otro mundo!

Déjame llegar a ti: que me entretenga hablándote
y pueda mirarte, como en los deshechos días,
empujar las hurañas nubes; arrear
los grandes ríos obscuros hacia el inmensurable Atlántico, y sentirte
regresar empapado, recubierto de escamas,
ronco hasta el amargo aliento.
¿A dónde huyes –solo– revuelto en tu voz, en tu cansada anchura?
Dí, te vuelves al sur a mojar la lengua, a abrir los larguísimos ojos; a
ociar viendo
los petreles jugar por el vacío; a distraerte
allá, donde la tierra se despea en otro espacio.

Te vuelves a la soledad, a las profundas bahías,
a los inmensos cielos desnudos; a ti, a unas flores. A las estrellas que
permanecen
ardiendo sobre nuestro país.

Quédate donde yo también quisiera estar dormido
y ver mis días antiguos, entre altas columnas aparejados.
Ya no sé ni quiero saber nada; te siento como toda el alma.
Algunas veces llegas hasta mis oídos igual a una larga flor del
invierno,
o un instante desaparecido de la muerte.


Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996