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viernes, 4 de octubre de 2013

Temprano y tarde





Temprano y tarde

                                                                       a L. T.


¿A qué despertar con la idea de borrasca,
las olas trepando la escollera,
las olas arrastrando tu cuerpo minado
y el viento que bate la lona recogida de las carpas?
¿A qué despertar con la idea de mitades,
de construcciones sin terminar,
de vidas detenidas colgadas en las perchas?
¿Para qué revisar las ramas de la casa?

Aferrémonos mejor a la chance de mentir,
al silencio amable de la imaginación.
E igual que en la impecable ceguera
de la juventud, pensemos de nuevo
que aún la muerte debe ser abandonada
negando que tu cuerpo sea un fugitivo.


Gerardo Gambolini, Bs. As., Argentina, 1955
imagen: Mar del Plata, Torreón



sábado, 15 de junio de 2013

Alberto Girri






Qué hacer
del viejo yo lírico, errático estímulo,
al ir avecinándonos a la fase
de los silencios, la de no desear
ya doblegarnos animosamente
ante cada impresión que hierve,
y en fuerza de su hervir reclama
exaltación, su canto.

Cómo, para entonces,
persuadirlo a que reconozca
nuestra apatía, convertidas
en reminiscencias de oficios inútiles
sus constantes más íntimas, sustitutivas
de la acción, sentimiento, la fe;
su desafío
a que conjoremos nuestras nadas
con signos sonoros que por los oídos andan
sin dueños, como rodando, disponibles
y expectantes,
ignorantes
de sus pautas de significados,
de dónde obtenerlas:
y su persistencia, insaciable,
para adherírsenos, un yo
instalado en otro yo, vigilando
por encima de nuestro hombro
qué garabateamos;

y su prédica
de que mediante él hagamos
florecer tanto melodía cuanto gozosa
emulación de la única escritura
nunca rebecha por nadie,
la de Aquel
que escribió en la arena, ganada
por el viento, embrujante poesía
de lo eternamente indescifrable.

Preguntárnoslo, toda vez
que nos encerremos en la expresión
idiota del que no atina a consolarse
de la infructuosidad de la poesía
como vehiculo de seducción, corrupción,
y cada vez
que se nos recuerde que el verdadero
hacedor de poemas execra la poesía,
que el auténtico realizador
de cualquier cosa detesta esa cosa.


Alberto Girri, Buenos Aires, Argentina, 1919-1991
imagen: Sara Facio


miércoles, 3 de abril de 2013

Carlos Mastronardi





(fragmento - cuartetas finales, 48-57)

[...]

Vuelvo a mirar confines de abandonada gracia,
pueblos fieles al gesto de antiguas gentes muertas,
y piadosos lugares que halagan el recuerdo,
por donde se alejaba mi pena paseandera.

Vuelvo a ser de las noches, que hondamente me han visto.
Me acompaña una brisa de campo en esas horas,
cuando busco la extrema quietud, ruinosas tapias
y calles semejantes a mi destino, y solas.

Conozco unos lugares que enternecen mi andanza
y donde la provincia ya es encanto sin tiempo.
Frondas, callados pueblos, suaves noches camperas.
Soledad, hermosura: frecuencias de mi pecho.

Vuelvo a cruzar las islas donde el verano canta,
y un aire enamorado de esa extensa delicia
en cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
la querida, la tierna, la querida provincia.

Larga dulzura creada para entender la dicha,
durable rosa, quieto fervor, gajo de patria.
¡Qué mansa la presencia de la brisa en sus tierras!
¡Qué sonora en mi pecho la efusión de sus aguas!

Dulzura, sí, llaneza cordial, grato sosiego,
amplitud primorosa y honor de la mirada.
En su anchura, el olvido reconoce a los suyos,
y en su tierno abandono mi persona se aclara.

¡Qué vistosas se ponen sus leguas cuando el aire
perfuma, y la tarde alza como dormidos velos!
Yo pondero esos campos, los nombra el afectuoso.
Mi corazón es dádiva de su amable silencio.

Siento una luz absorta y unos muertos rumores;
reconozco este ocaso perdido en los trigales,
y fuera de los años miro su gracia inmóvil,
su delicado fuego sobre los campos graves.

Luz absorta que viene del pasado, y me acerca
unos rostros, un pueblo y esa fecha rezada
en que anduve más solo por los patios silvestres...
(Un Septiembre elogiado con glicinas, estaba).

Este ocaso confunde mis tiempos. Vuelve un canto
siempre dulce. La dicha se parece a esta ausencia.
Quedo en la brisa, tierno de campo, libre, oscuro.
Una vez yo pasaba silbando entre arboledas.


Carlos Mastronardi, Entre Ríos, Argentina, 1901-1976
de Luz de Provincia


domingo, 24 de marzo de 2013

Jacobo Fijman





Oíase a través de las olas subidas el grito de los puertos y las ciudades
y el frío de las campanas.

Los cielos mueven el puente de los días.

El frío se sumerge en las ramas.

Recogemos la sombra que cae de los pájaros.
Te has ido.
Enumero las albas bajo la espuma azul de la noche.

Corderos desfigurados reflejan en sus ojos las vueltas de las estrellas
y los viejos molinos.
 
 
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.

Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.
 
 
Al pie de los aromas blancos recobro mis manos en plegaria.
Una vez había...

Los canales hastiados se ponen en camino lejos de nuestros ojos.
Para sí trazan el pavor los soles.

Apoyo mi rostro sobre la sombra siete veces obscura
y atravieso los diques ajustados que arrastran los vientos.

Rodaba mi acento de mar desgarrado sobre siete caminos de nieve.
 
 
Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
de Hecho de estampas (1929)
imagen: Ma Yuan, El Río Amarillo cambia su curso


domingo, 17 de febrero de 2013

Ricardo Zelarayán






Ni piedras ni piernas blancas se ven de noche
De noche funciona el tacto,
ciego como la piedra negra o blanca.
El tacto es pariente de la chispa.
No tan lejano como se cree.
La noche duerme en el fondo de la tierra
más espesa que la misma traición blanca y negra.
De’ai, todos seríamos pequeños traidores llevando
nuestra sombra al sol.
Y no se ha visto a nadie escupiendo su propia sombra
como quien ahuyenta un perro negro
Contando, contando, no hay cuento sin traidor.
Sin traiciones no hay historias
El negro puñal de la noche negra mueve el mundo blanco.
La noche te rebana,
el día te cose puntualmente
como araña magistral
¡Pobre de ella! Vieja enana de cabeza e‘fósforo raspado
llenando las cajas de la nada.
Pero hay una traición magistral,
lección magistral de la nada,
acumulada
hecha ceniza
que a la larga gana.
Aunque el viento la desparrama
y nunca se junta a tiempo.
Y siguen las traiciones porque si no no hay nada.



Entre manoteos y pataleos
se le va a uno la vida.
Las voces se van alejando
y la memoria se hace a un lado.
Prenderse fuerte decada día
y aguantarse...
La vida es darse maña,
pura maña,
de mañana.


Ricardo Zelarayán, Entre Ríos, Argentina, 1922-2010
imagen: s/d


miércoles, 6 de febrero de 2013

Antonio F. Christophersen






If thou regret’st thy youth, why live?
The land of honourable death
Is here: —up to the field, and give
Away thy breath!
—Lord Byron


Días de Atenas, sol que inundaba el convento,
columnatas para siempre vernales, risas
con sabor de naranjas. ¿Dónde están Demetrio,
Nicolò y toda esa alegre tropa
que a menudo hacía temblar los olivares?
¿Dónde está Teresa Macri,
la de ojos de antílope?
Patios grises de Harrow, lluvia gris sobre el Ida,
hados grises dormidos en el casco de Héctor,
domador de caballos,
ojos grises amados en Annesley, laderas
con bosques de fresas,
fantasmas de otro casco que él mismo diseñara
y en el que Hefesto ha escrito, con sombras de volcanes,
su leyenda. Los rayos de la luna hienden la sal
como floretes (Haydée canta a solas
la canción de las Islas,
suelto su cíngulo, las ajorcas y los aros
encendidos; a sus pies, como fábulas, se deshojan
las rosas de Lesbos). Imágenes de ancestros
que supieron los sombríos caminos del Océano,
la danza de Thor,
el vino purpúreo y los brazos de las mujeres:
Burun el Normando, John Byron, relámpago
en Edgehill, y el otro John, que habitó
entre tehuelches
y en el confín del mundo
prendió a su daga la luz de las coclearias.
“Todo es vanidad”, tu sombra,
las sombras de otros días,
una bruma y un sueño que sobre el mar se disipan.


Antonio F. Christophersen
imagen: retrato de Byron, por Richard Westall

Se agradecerá a quien pueda brindar datos biográficos sobre el autor del poema



viernes, 1 de febrero de 2013

Conversos




Conversos


En ti se idolatran
vitoreando
tu plena vulgaridad
su vulgar arribismo

Lo que une las homilías
une las comedias: posados como el cuervo
en el busto de Palas, parpadean en tu boca
su ojo monoteísta, su estúpido nunca más,
su manso destino


Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: Édouard Manet, ilustración para la edición francesa de “The Raven” 
de Wikipedia - under Creative Commons Attribution


sábado, 8 de diciembre de 2012

Omertá




Maya 

Ayer no fue el fin del mundo
pero al menos aquí
abundamos fantasmas



Racconto 

cuando michael mata en el bar a mc cluskey
la inteligencia dice: son dos basuras
aun así el corazón

prefiere a pacino —
la farsa del hampa
siempre es más clara que la oficial


Gerardo Gambolini, Argentina, 1955 
imagen: códice Dresde

domingo, 2 de diciembre de 2012

Rodolfo Edwards






el otoño
el invierno y la primavera
se dilatan
en la misma melodía
con ligeras variaciones
en cambio
el verano tiene su propia música
y para colmo la transmiten
por altavoces
en estratégicos lugares del mundo
chingui chingui todo el tiempo
levantando arenas
despeinando los espíritus
aún en la más fresca habitación
el perfume del bronceador
penetra hasta los huesos
el suelo es una larga playa
sin solución de continuidad
chingui chingui todo el tiempo
la música
la maldita música de los veranos
poniéndonos
entre la espada y el mar



hablo de vos
con varias personas
a la vez
como en partidas
simultáneas de ajedrez



este cacho de pizza
que como con la mano
se parece tanto a mi alma
un triángulo irregular
chorreando por todos lados


Rodolfo Edwards, Buenos Aires, Argentina, 1962
imagen: vectoropenstock.com




domingo, 28 de octubre de 2012

Jorge Luis Borges




Reverso

Recordar a quien duerme
es un acto común y cotidiano
que podría hacernos temblar.
Recordar a quien duerme
es imponer a otro la interminable
prisión del universo,
de su tiempo sin ocaso ni aurora.
Es revelarle que es alguien o algo
que está sujeto a un nombre que lo publica
y a un cúmulo de ayeres.
Es inquietar su eternidad.
Es cargarlo de siglos y de estrellas.
Es restituir al tiempo otro Lázaro
cargado de memoria.
Es infamar el agua del Leteo.


Ceniza

Una pieza de hotel, igual a todas.
La hora sin metáfora, la siesta
que nos disgrega y pierde. La frescura
del agua elemental en la garganta.
La niebla tenuemente luminosa
que circunda a los ciegos, noche y día.
La dirección de quien acaso ha muerto.
La dispersión del sueño y de los sueños.
A nuestros pies un vago Rhin o Ródano.
Un malestar que ya se fue. Esas cosas
demasiado inconspicuas para el verso.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986
imagen: Thomas Benjamin Kennington, The Waters of Lethe, 1890



miércoles, 19 de septiembre de 2012

Serviremos






¿No será la obediencia algo así como el hipnotismo?
—Friedrich Nietzsche

¿Y si llueve?
—Jerome K. Jerome


Un largo siroco en el paisaje, y la calima que talla
frentes iguales, cuencos vacíos —

(era cierto, cien veces preferible
la galia en guerra
a la paz esmeralda)

aquí
renacen estampitas al calor de un
credo bursátil, un gol venerado

pequeños oradores adornan la biblioteca
a la vera del baldío
hoy no vendrá —repiten en lenguas—
pero mañana seguro que sí

restos de latas, pan dulce
lo único que hay
es énfasis


Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: ejército de terracota de Xian


sábado, 11 de agosto de 2012

Jorge Luis Borges




El juego

No se miraban. En la penumbra compartida los dos estaban
serios y silenciosos.
Él le había tomado la mano izquierda y le quitaba y le ponía
el anillo de plata y el anillo de oro con piedras duras.
Ella tendía alternativamente las manos.
Esto duró algún tiempo. Fueron entrelazando los dedos y
juntando las palmas.
Procedían con lenta delicadeza, como si temieran equivocarse.
No sabían que era necesario aquel juego para que determinada
cosa ocurriera, en el porvenir, en determinada región.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986
imagen: Veda Venerabilis



Jactancia de quietud

Escrituras de luz embisten la sombra, más prodigiosas que
     meteoros.
La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo.
Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos
     y quisiera entenderlos.
Su día es ávido como el lazo en el aire.
Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer.
Hablan de humanidad.
Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma
     penuria.
Hablan de patria.
Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja
     espada,
la oración evidente del sauzal en los atardeceres.
El tiempo está viviéndome.
Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada
     codicia.
Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana.
Mi nombre es alguien y cualquiera.
Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera
     llegar.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986


Things that might have been

Pienso en las cosas que pudieron ser y no fueron.
El tratado de mitología sajona que Beda no escribió.
La obra inconcebible que a Dante le fue dado acaso entrever,
ya corregido el último verso de la Comedia.
La historia sin la tarde de la Cruz y la tarde de la cicuta.
La historia sin el rostro de Helena.
El hombre sin los ojos, que nos han deparado la luna.
En las tres jornadas de Gettysburg la victoria del Sur.
El amor que no compartimos.
El dilatado imperio que los Vikingos no quisieron fundar.
El orbe sin la rueda o sin la rosa.
El juicio de John Donne sobre Shakespeare.
El otro cuerno del Unicornio.
El ave fabulosa de Irlanda, que está en dos lugares a un tiempo.
El hijo que no tuve.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986


martes, 7 de agosto de 2012

Pan y chocolate





Pan y chocolate

“... gold has been our bane”
—Robert Burns 

“... la nostra generazione ha fatto veramente schifo...”
— de  C’eravamo tanto amati 


Airada Popea,
rendidos estamos ante ti —
admirable es el poder que ponemos
a tus pies

Urbana Popea,
no jodas más — tus caballeros de Troyes
no mueren ni peregrinan, tus arquitectos no dan abasto —
ya no nos rebajes,
no disimules
el talismán del botín.

Qué guardarán las estrellas
para tu carne, Incitata,
qué guardarán para la carne
entregada por nosotros
con la sonrisa consciente, inconsciente,
radiante, argentina


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955


sábado, 28 de julio de 2012

Juan Manuel Inchauspe





Cuando a la ciega e imperiosa...

Cuando a la ciega e imperiosa
necesidad de escribir algo se opone
la ausencia absoluta de la palabra
sé que estoy en el verdadero camino.
Entonces levanto la mirada del papel blanco
impenetrable
y la extiendo
sobre los metros de la habitación
las pequeñas piedras del camino
la pila de libros
los dibujos
otros objetos
iluminados
por esa claridad húmeda y lechosa
que segrega
la densa y blanca niebla de la mañana.

Veo en el centro de la mesa
el doblegado ramo de ramas de roble
un enjambre de hojas secas
quietas
aún filosas
formas prehistóricas o arcaicas
ligeramente arqueadas
hacia arriba hacia abajo
como si aún resistiesen
el trabajo del tiempo.


Juan Manuel Inchauspe, Santa Fe, Argentina, 1940-1991
imagen: diario Clarín


Ausencia

A veces
en medio del inútil fragor del día
tu pequeña luz ya apagada parece encenderse
inesperadamente sobre nosotros.

Nadie habla.
Nadie dice nada.
Entre el fragor y tu ausencia se alza
la única luz que nos alumbró.


Juan Manuel Inchauspe, Santa Fe, Argentina, 1940-1991

viernes, 20 de julio de 2012

Eterno retorno






                                               Merdre!
                                               —Ubu Rey

La querida, y una esporádica
enagua de obsequio, bombones
de rendición — o la mujer
golpeada por el rufián
al que una y otra vez
pide perdón entre besos

Un teatro de viento,
una nube de tela
sobre una tierra
contada por máscaras.


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955
imagen: Joan Miró, Ubu Roi



Yo creo, López, que hay muchas oraciones.
¿Qué hacemos con tantos adjetivos, con tantos pronombres
boqueando como bagres?
Parecen las burbujas de la soda, no duran nada.
¿Se imagina, un soneto sin verbos?
¿O una novela sin sustantivos?
Si al final no hay tanto que decir. Para mí la solución
sería prohibir el crescendo.

Ah, pero un día ya no habrá más piedra sobre piedra,
idea condensada: sólo un reino de química y de física
flotando en el éter.
Lo que me asusta, López, es pensar en la música del cosmos
y no escucharla.


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955

sábado, 14 de julio de 2012

Francisco Madariaga





La boca del mundo

Las cosas tienen un mulato carnero que las araña y las
transforma.

Tienen un santo salido de un pantano que nos ahorca en
los amaneceres de la sed.


Viaje estival con Lucio

–Aquí ya empiezan a haber caballos–
     me decía.
Y el viento del nordeste comenzaba a ser verde
entre los colores del agua de la infancia.
Estábamos ya muy lejos de los bronces, los
mármoles y los floreros pintados “al gusto de
la familia” en los cementerios municipales.

Todo aquello quedaba atrás, y el sueño del viejo
tren casi fluvial nos envolvía.
Mi pequeño hijo de siete años y yo teníamos en
las manos las ramas de las estrellas y
el resplandor lentísimo de los ríos rosados,
donde sangraba el sol de los caballos, las
vaquerías y las antiguas guerras.

Era el primer viaje solos en el tren marrón que
    no quiere morir.


Palmares colorados

Te evoco, palmar colorado del unílico
corazón del hombre, esta noche.
Ven a salvarme de las lianas del Comercio.
De las imbéciles Senadurías de la tierra.
¿Tierra que se desnuda en la tiniebla y huye para el
centro?
¿El centro solo obstaculizado por la humedad?
¿O en el invierno universal de los sueños,
a la sombra de las salvadoras realidades?
¿O en el ataúd varado y balanceado por el terror en el
infierno?

¡Oh, no, yo te respondo, resplandor de mis bárbaras!

II

A veces, las brumas inemocionales,
las del horizonte del País Mercantil,
velan las lejanías de palmeras vestidas de corales.
Yo no estoy entre estas gasas sombrías,
en este humo de rosales podridos de la ignorancia;
estoy entre los vientos del cielo o del contraamparo,
y nada contra la corriente de vuestros quebrantos,
pequeños mercaderes unidos a la fragancia
de los nuevos poseedores de las tierras:
en cuyos despachos se aojan las sardinas
y el verano meado por los cerdos.

III

No podré salir nunca del hechizo natal
hasta no haber terminado con las cóleras
y los resplandores de los asesinatos
y las miserias artificiales del desamparo,
reverberando en los paisajes aún mas que naturales.

Si no logro quebrar estas desnutriciones,
estas fantasmales imágenes de alcoholizaciones,
humilladas y desenterradas frente al
copuleo acuático de las esperanzas,
que no me entierren bajo las brillantes
navegaciones-alteraciones de este paisaje:
que me recuesten en el lejano este uruguayo,
donde cante una barra de laguna que desemboca
en el mar.

IV

Aterrorizado por los paisajes de la poesía,
vuelve a sangrarme la poesía por la boca.
Yo ya no escucho más que el retumbar
de los negros del sol.


Francisco Madariaga, Argentina, 1927-2000
imagen: franciscomadariaga.blogspot.com.ar



miércoles, 20 de junio de 2012

Víctor Redondo




Casa sola

Aparece la luz como un sable verde
y fija el cielo al horizonte.

Los árboles tiemblan, se desmayan, gritan
fantástica voz de pájaros inmóviles.

Las montañas se elevan un poco más
allá de los hombres, de sumuerte.

Ave de vuelo endeble
en su dibujo marcha el aire.

El vino se ha secado y una mancha
similar a mi rostro habla desde la mesa.

Víctor Redondo, Bs. As., Argentina, 1953
imagen: s/d


Flor caída

El hombre que yo era empeñado en demostrar
la imbecilidad de vivir
la piel desnuda flor seca
ambulaba por el mundo.
Tomaba un ritmo del aire, una flor del éxtasis
en el placer caía en el humo.
La flor de la hez de la palabra.
El hombre que yo era
— hilo de espuma vuelto de la aniquilación de sí como un viento en el humo
se observaba en el espejo de la soledad del hambre.
Observaba la flor pálida de un rostro caído observarse, triste y aburrido, en
el espejo vacío.
Encorvaba la pluma del aire como una garza bailando en el resplandor.
Era la patética figura del no va más.
El hombre que yo era
empeñado en demostrar
su no existencia cerraba la puerta y se perdía en la desmesura del sol.

Víctor Redondo, Bs. As., Argentina, 1953

sábado, 16 de junio de 2012

Mario Trejo






Para empezar: abolición eterna del discurso único.

Un seco golpe de cimitarra y la cabeza da vueltas en el
aire y vuelve a caer entre los hombros del condenado;
que todavía sonríe

Ovación y vuelta al ruedo.

Atención: el circo continúa. Las ideas avanzan como
plantas carnívoras, un pulpo de mil brazos te da besos
viscosos, se pega a tu cuello, aprieta; desaparece tu
garganta, respiras apenas tu pena capital.

Difícil elección, implacable elección. Corazón del dilema.

Oh Dios, lo que tenemos en común no es de común acuerdo.
No olvides: en este ritual vacío nada debe hacerse sin tu consentimiento.
Aún tienes tiempo para ver cómo ellos y tú  nos convertimos en mito.
Verdugo o condenado, no lo aceptes.
Aunque sea inútil, no lo aceptes.
Jamás des tu consentimiento.

Mario Trejo, Buenos Aires, 1926-2012
imagen: Halifax Gibbet

miércoles, 6 de junio de 2012

Emma Barrandéguy





¿Por qué no es posible el amor?,
me preguntas.
Somos viejos, respondo.
Y que pases tu mano
por mi pierna,
me da cierta vergüenza.
Tontería, dice el amigo
y cediendo
me tiendo a su lado como cuando era joven
y lo ignoraba.
Pienso en todos los viejos
que desde un banco al sol
miran transcurrir las muchachas.
En mi padre y sus esquelas victorianas
a las niñas de los mandados.
Pienso en mi madre pulcra
cubriendo sus desnudos en un último gesto.
Pienso que los viejos son como todos
y apetecen sin pausa
si no han sido saciados.
El cuerpo gira ante sus ojos
con el gusto de lo prohibido,
como siempre.
Se los instala en la sabiduría
y no la tienen;
codician como los jóvenes,
tienen pequeñas ternuras
como mi amigo,
tienes lascivas preferencias
que no les cuentan a los otros,
tienen derecho al amor
aun a costa del ridículo.
Y si pasan tomados de la mano
o se encierran en su mundo
con las persianas bajas,
tendríamos que mirarlos sin asombro
como a lentos vagabundos
o discretos amantes que renuevan caricias.

Emma Barrandéguy, Argentina, 1914-2006
imagen: Pareja de ancianos caminando junto al Sena, por Daniel Racovitan [Bebulaki]
Creative Commons – Atribución – No comercial 



sábado, 2 de junio de 2012

Ricardo E. Molinari






Si pudiera olvidarme de que viví, de los hombres, de otro tiempo,
del ácido de algunos tallos, de la voz, de mi lengua extraviada en
las nubes,
¡de muchos seres que a veces no mueren con la madrugada!

No saber nada. Estar vivo, y volver los abiertos ojos a mi país, a sus
ciegas llanuras,
a sus ríos sucios, hundidos en la tierra,
donde mojé mi piel sola y la trenza escondida de mis antiguos cabellos.

Sí; si pudiera olvidarme para siempre y sin abandono,
hasta las duras e impenetrables penas, hasta un día horrible entre otros
muchos.
¡Sí, devuelto y terminado!

Pero tú, ¡oh viento majestuoso! sabes de mí, tanto como de las pequeñas
hojas salinas
que en el imperioso sur abren sus desesperados paraísos,
por el aroma seco de mi cabeza. (Que te he buscado por las transparentes
planicies, en los desiertos melancólicos,
por todo mi cuerpo, como una única y solitaria ternura.)

Quizás no signifique nada para ti –para nadie– y te vuelves sin deseo
al ver mis apretados brazos, mi so9mbra usada de la tierra
o alguna hora breve, sin asiento entre todas,
te aflige lo mismo que si estuviera muerto,
destinado sin alegría a un extenso y ofendido desencanto.
Ya no sé dónde ir, a veces quiero volver a la raíz más honda,
a los mezclados ríos humanos de la sangre
–a todo el destierro– hasta hacer temblar
las duras lenguas; a la triste gente,
y hallar el trigo naciendo con soberbias hierbas.
¡El íntimo corazón de la vida!

Y tú sueñas lejos, distraído, y meces las hojas
finas de los árboles, las cautivas ramas,
o pasas hacia el mar
los insectos cenagosos del verano,
y no puedes verme ni saber que llevo la memoria perdida,
y algunas palabras igual a una llama húmeda y enloquecida
dentro de la boca. ¡En otro mundo!

Déjame llegar a ti: que me entretenga hablándote
y pueda mirarte, como en los deshechos días,
empujar las hurañas nubes; arrear
los grandes ríos obscuros hacia el inmensurable Atlántico, y sentirte
regresar empapado, recubierto de escamas,
ronco hasta el amargo aliento.
¿A dónde huyes –solo– revuelto en tu voz, en tu cansada anchura?
Dí, te vuelves al sur a mojar la lengua, a abrir los larguísimos ojos; a
ociar viendo
los petreles jugar por el vacío; a distraerte
allá, donde la tierra se despea en otro espacio.

Te vuelves a la soledad, a las profundas bahías,
a los inmensos cielos desnudos; a ti, a unas flores. A las estrellas que
permanecen
ardiendo sobre nuestro país.

Quédate donde yo también quisiera estar dormido
y ver mis días antiguos, entre altas columnas aparejados.
Ya no sé ni quiero saber nada; te siento como toda el alma.
Algunas veces llegas hasta mis oídos igual a una larga flor del
invierno,
o un instante desaparecido de la muerte.


Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996