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lunes, 17 de mayo de 2010

Catulo


32

Yo te ruego, mi dulce Ipsitila, mis delicias y mi encanto,
que me invites a echar la siesta contigo. Y si me invitas,
dá órdenes para que nadie eche el cerrojo a la puerta
de entrada, y a ti no se te ocurra salir fuera; quédate en casa
y prepárate para que disfrutemos de nueve coitos seguidos.
Si en verdad estás dispuesta, invítame inmediatamente,
pues, cuando después de comer me tiendo panza arriba
bien repleto, atravieso la túnica y el manto.

70

Con ninguno, dice mi amada que preferiría unirse
sino conmigo, aunque Júpiter en persona la deseara.
Eso es lo que dice; pero lo que dice una mujer
a un amante apasionado hay que escribirlo en el viento
y sobre la onda que huye.

85

Odio y amo. Tal vez preguntes: “¿Cómo es posible?”
No lo sé, pero siento que así me sucede
y es una tortura.

98

Si hay alguien de quien pueda decirse, fétido Vectio,
lo que se dice de los charlatanes y los necios,
ese eres tú; con esa lengua tuya podrías lamer,
si te fuera preciso, culos y sandalias de labriego.
Si quieres hacernos perecer a todos a la vez, Vectio,
abre la boca; lograrás por completo lo que deseas.


Cayo Valerio Catulo, Verona, 87 a.C.-Roma, 54 a.C.
Traducción de Víctor José Herrero Llorente
imagen: fresco de Pompeya