domingo, 28 de febrero de 2010

Javier Adúriz


Coro

La prolijidad, desdichado lector,
no se corresponde con la índole
de mi carácter. Me maldispone
trabajar de prólogo (amén
de este atavío arlequinesco).

Digo: como pueblo
soy una caricatura del primer mundo.
Debiera componer un mundo, ¿no?

Ahora salgo para advertir una razón:
la melancolía no era el único pasto
de las aves. Comedia o no,
cada quien arrastra el trayecto de su risa.

Lo supo Aristófanes, frente a la amargura
ateniense; y el inefable Fidel Pintos,
cuya fealdad sin palabra
nos consolaba de nosotros mismos.

Está dicho: para un pueblo joven, lo risible
compromete innumerables músculos.

Javier Adúriz, Buenos Aires, Argentina, 1948


Club

Quizás sea la luz tiranía distinta -Cavafis


Un ladrido corrupto rebota por las mesas.
No es la batalla de Accio
pero igual un cómitre exige
desde una especie de púlpito.

Los botines de los cinrcunstantes
sostienen el compás
hasta que el cubilete vuele
y alguien escupa los dados.

Y a quién le importa.
Ahítos de una felicidad crüel
babean, mugen, sonríen.

Aunque la luz repique por los vidrios,
-cantamos- otro golpe de los dados
y nos trague la noche.

Javier Adúriz, Buenos Aires, Argentina, 1948

miércoles, 24 de febrero de 2010

Fabio Morábito


In limine

Por el perdón del mar
nacen todas las playas
sin razón y sin orden,
una cada cien mares.
Yo nací en una playa
de África, mis padres
me llevaron al norte,
a una ciudad febril,
hoy vivo en las montañas,
me acostumbré a la altura
y no escribo en mi lengua,
en ciertos días del año
me dan vértigos y mareos,
me vuelve la llanura,
parto hacia el mar que puedo,
llevo libros que no
leo, que nunca abrí,
los pájaros escriben
historias más sutiles.
Mi mar es este mar,
inerme, muy temprano,
cede a la tierra armas,
juguetes, sus manojos
de algas, sus veleidades,
emigra como un circo,
deja todo en barbecho:
la basura marina
que las mujeres aman
como una antigua hermana.
Por él que da la espalda
a todo, estoy de frente
a todo con mis ojos,
por él que pierde filo,
gano origen, terreno,
jadeo mi abecedario
variado y solitario
y encuentro al fin mi lengua
desértica de nómada,
mi suelo verdadero.

Fabio Morábito, Alejandría, Egipto, 1955
imagen: mapa Braun Hogenberg, Alexandria



En la playa

El viento, más
que yo,
se fuma este cigarro
entre mis dedos,
dejándome el placer
de sólo tres o cuatro bocanadas,
y el mar expropia las palabras
que te digo,
porque, acostada, no me oyes.
El sol, el viento y la marea
te ensordecen
y cuando me levanto
para dar dos pasos,
viendo mis huellas que se imprimen
en la arena,
pienso que esas pisadas mienten,
que ya no piso así desde hace no sé cuándo;
son huellas de otro
que sobrevive en mis pisadas, pues las mías
son mucho menos elocuentes.
Tú, en cambio, que me ves
completo e indivisible,
sabes mejor que nadie cómo soy mortal,
cómo mis huellas en la arena me describen
y cómo se plasma en ellas lo que soy,
sabes mejor que nadie cómo no escucharme.

Fabio Morábito, Alejandría, Egipto, 1955

martes, 23 de febrero de 2010

Juana Bignozzi


Una foto del momento

mi vida es un decurso de ceremonias incumplidas
no enterré a mis padres
no tuve hijos
no tengo por delante un abismo en el cual perder mi vida
no pasé de la casa de un hombre a la de otro

en silencio el verdadero
que me sostiene detrás de tanto ruido
preparo una eternidad

esa foto tomada por la amistad de tus ojos
la ceremonia no fallida de mi vida
siempre dirá que estuve viva en un lugar que amaba

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937
imagen: Christopher Brennan, Sun On An Empty Chair


XXXVII

los hombres que vuelven en el sueño
son los que se fueron en la vida
vuelven con la cara de hoy
y aunque no la conozco debo aceptarla
vuelven a alabar mi eficacia
a confiarme su currículum
y esperan de mis nuevos y viejos amigos
de mis atenciones a los que amo
de algún desinterés que disimulo por el recuerdo
que yo gestione su permanencia
en un mapa muerto en el setenta

a través de consignas de estación
correos de confidentes encuentros fortuitos en ciudades
europeas esquelas funerarias que nos devuelven a escenas
olvidables y cambian el oprobio en ternura
buscan el tesoro
de la cronología de unos años que volverían a unir
algunas ideas con algunas vidas

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937


querida amiga dijo

querida amiga dijo
después de quince años de silencio
yo volví a tener patria y país
y empecé a ser más indeseable aún
entre los que han creído conquistar este páramo

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937

Pura López-Colomé



In memoriam Victoria

Ciertos lugares, ciertas personas, cierta música,
granos que engendraron aquella planta maravillosa,
infantil, interior, sublime, viajan conmigo
como la luna de inolvidables travesías,
casi fluviales, que iban dejando atrás
sauces, montes, vacas pastando, estrellas,
todo lo que un vuelo de la falda montañosa
podría reducir a polvo.

La madre de mi madre abandonada,
caída en mi descuido,
en aquel rincón de la sala de una casa toda mía.
Sentada en un sillón sin forma, un sofá,
se iba desparramando con el cigarro siempre
entre el dedo gordo, deforme de nacimiento,
y el índice, deforme por la artritis.

Sus ojos monstruosos desde los míos,
su tristeza agigantada por los lentes
cuyo inmenso fondo era el fondo de una vida
huérfana, ciega para la belleza y la bondad,
la visión del mundo pleno en calidad de brizna.
Su cansancio, su dolor, cual vivo y burbujeante
recordatorio del fracaso, la frustración,
la mujer extinta pero ahí.
Rezando o en silencio. Rezando más.
A veces incandescía la fama
allá en el fondo de aquel extraño corazón.
Cantaba entonces: Voz de la guitarra mía,
al despertar la mañana, trenzando hábilmente
los hilos del destino en un nudo en mi garganta
que no lograba desatar después con su inútil
Duermen en mi jardín
los nardos y las azucenas...

Victoria, como la reina, ¡cantaste victoria!
Que hizo a tus ojos ya incoloros
soltar las amarras de tales cataratas
en chorros espesos, como saliva o secreción de bestia
que no vale la pena, que no llega a cristalizar.
¡Cómo te habré ofendido, qué espejo de la miseria
habré puesto frente a ti! Todo, seguramente,
con la inocencia en ristre.
Por qué lloras, viejita, por qué.
Tócame el alma. Cántala.
No quiero que sepan mi pena,
porque si me ven llorando, morirán.

Ante mí, el lazo roto del amor amargo,
corazones tan distantes,
horas muertas que ni la tormenta propia,
que se cree angélica,
puede borrar.
Cadáveres insepultos, polvo,
sobre el peso vivo,
misterioso,
de las palabras.


Pura López-Colomé, México, 1952
imagen: s/d


sábado, 20 de febrero de 2010

José María Álvarez




Anatron
-¿Y tú quién eres?
-La Ocasión poderosa —
Posidipo

Raya algún destello histórico allá entre las
lobregueces del siglo —
Edward Gibbon

Para Evelyne Sinnassamy y Michael Nerlich

No existían. He aquí un producto
del siglo XX en sus finales. Genuino:

Esta criatura,
aún ni siquiera adolescente,
vestida y maquillada como puta,
exhibiendo (ignoro si sintiendo)
lumbre de furia sensual,
fantástica,
letal.

Esas piernas, ese culo, ese cuerpo
moldeado por la lycra,
no Son ya piernas, culo, cuerpo,
—como no lo es esa mirada
pervertida— capaces
de una devastación
normal. Esos ojos, esa
boca, ese rostro con ese maquillaje,
es otra dimensión de la belleza
y la sensualidad que controlábamos.

Mientras tú aún estás pensando
en Lampedusa, el Rey Anuro, o en el Ramayana o en
Rimbaud,
o dándole vueltas a la Guerra de los Treinta Años,
o qué sé yo, pensando aún que nuestras vidas
son esos ríos, según Manrique,
que van al mar / morir,

este Ser de la Noche,
bizarre déité como diría
el disipado Baudelaire, ha descubierto
que ni Gatopardos ni Wallenstein,
ni siquiera el mar/morir. Sino que todo
es, simplemente, una molestia,
y que toda molestia ha de evitarse.
La televisión, y en el colegio,
y en su familia, ha aprendido
que el mundo es suyo.

Y ah, cómo retoza,
cómo brilla, fantástica, a las luces
de este bar, qué hermoso es ese rostro
sin destino, excitante, cómo mastica
nuestras entrañas, ese juguillo que le resbala
por la comisura de los labios...

Por fin, la quintaesencia
de la sonrisa de la Esfinge,
morfina de la desesperación,
que bailará, llamándonos
más allá de la cenizas, las ruinas, los despojos,

por fin, la dulce mano
que sostendrá, arrancado del cadáver,
el corazón aún latiendo del Horror.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: Mata Hari (1906)
Public Domain Photo



                                                Así nosotros, desesperanzados, ya sin esforzarnos ni
                                                cuidar la razón, resueltos íbamos de lodazal en lodazal,
                                                por la alta mar de esa líquida basura
—Giordano Bruno


                                                -Caballero, yo no me mezclo en esos asuntos; no
                                                estoy aquí para eso
—Condesa de Espoz y Mina


                                                Quiero que veáis -dijo el Conde- que soy de nobles
                                                sentimientos
—Heldris de Cornualles



El otro día, Cintia, me decías
que siempre me quedaba en la puerta, que no
daba el paso «decisivo» decías, del que ya no hay retorno,
y que era cobardía ante la vida,
que me estaba perdiendo no sé qué.

Seguramente es cierto que me pierdo
«eso», pero no tengo duda, te aseguro
que conozco territorios muy cercanos
y acaso alguno más allá, y que nunca
me produjeron algo que pudiera
considerar siquiera
como placer menor.

¿Sabes lo que me preocupa, lo que
a veces me inquieta?
Imaginar que no hay salida
en tu descenso a los Infiernos,
hilo que te asegure regresar.

Porque veo algo terrible
en tu forma
de lanzarte a la vida. No
se sostiene en nada, no
sirve
para
nada. No lo sabes, pero
repites lo que significan las palabras
del asesino en Macbeth
al aceptar matar a Banquo:
«Haría lo que fuese
por desquitarme
del mundo».

Y yo no quiero desquitarme
de nada.

Claro que es hermoso, de vez en cuando
adentrarse en esa plenitud
de la disipación, te lleve donde lleve,
y entregar cuerpo y alma a los abismos
de eso que hay en nosotros escondido,
darse la lengua con las simas de la vida,
tocar el esplendor de ese misterio
salvaje, que jamás descifraremos.
Pero siempre, querida, que haya un faro
al fondo de la noche,
las columnas ardientes de la sabiduría,
el Arte, algunas
certidumbres morales,
el ejemplo indeleble de los grandes,
esos modelos que nos guían.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942

viernes, 19 de febrero de 2010

Edgar A. Poe


Un sueño dentro de un sueño

Acepta este beso en la frente
y déjame admitir, al alejarme de ti:
no errabas tu juicio al estimar
que mis días fueron un sueño.
Si la esperanza se ha desvanecido
en una noche, o un día,
en una visión, o en ninguna,
¿está menos ausente por eso?
Todo lo que vemos o mostramos
sólo es un sueño dentro de un sueño.

Estoy en medio del rugido
de una costa atormentada por las olas
y encierro en el puño
granos de arena dorada.
¡Qué pocos son! ¡Pero cómo se escurren
hacia el mar entre mis dedos,
mientras lloro, mientras lloro!
¡Oh, Dios! ¿No puedo aferrarlos
con más fuerza?
¿No puedo salvar uno
del oleaje implacable?
¿Todo lo que vemos o mostramos
es sólo un sueño dentro de un sueño?

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Lester Chaney, Roaring Waves and Rocks


A Dream Within a Dream

Take this kiss upon the brow!
And, in parting from you now,
Thus much let me avow-
You are not wrong, who deem
That my days have been a dream;
Yet if hope has flown away
In a night, or in a day,
In a vision, or in none,
Is it therefore the less gone?
All that we see or seem
Is but a dream within a dream.

I stand amid the roar
Of a surf-tormented shore,
And I hold within my hand
Grains of the golden sand-
How few! yet how they creep
Through my fingers to the deep,
While I weep- while I weep!
O God! can I not grasp
Them with a tighter clasp?
O God! can I not save
One from the pitiless wave?
Is all that we see or seem
But a dream within a dream?



Isabel

Isabel, a pesar de Zenón y de otros sabios,
sin duda corresponde
—la lógica y el hábito lo ordenan—
que en tu libro se escriba primero tu nombre;
y yo tengo otras razones para hacerlo,
al margen de mi gusto por la contradicción.
El poeta —si es poeta— que explora las alcobas
de la Ficción o la Realidad en busca de las musas,
ha estudiado muy poco su parte, no leyó nada,
ha escrito menos, en suma, es un tonto
carente de alma, de juicio y de arte,
cuando ignora una regla elemental,
empleada incluso en las tesis de la escuela,
llamada —olvidé la palabra griega—
llamada como sea, el sentido es el mismo:
“Siempre escribe primero las cosas
en lo más alto del corazón.”

Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini

Elizabeth

Elizabeth, it surely is most fit
[Logic and common usage so commanding]
In thy own book that first thy name be writ,
Zeno and other sages notwithstanding;
And I have other reasons for so doing
Besides my innate love of contradiction;
Each poet - if a poet - in pursuing
The muses thro' their bowers of Truth or Fiction,
Has studied very little of his part,
Read nothing, written less - in short's a fool
Endued with neither soul, nor sense, nor art,
Being ignorant of one important rule,
Employed in even the theses of the school-
Called - I forget the heathenish Greek name
[Called anything, its meaning is the same]
"Always write first things uppermost in the heart."

jueves, 18 de febrero de 2010

Guillaume Apollinaire


En el jardín de Anna

Ciertamente, si hubiéramos vivido en mil setecientos sesenta
esa es la fecha que descifraste Anna en ese banco de piedra
y yo por desgracia hubiese sido alemán
pero estuviera por suerte cerca de ti
habríamos hablado de amor de manera imprecisa
casi siempre en francés
y tomada de mi brazo con pasión
me habrías escuchado hablarte de Pitágoras
pensando también en el café que tomaríamos
media hora después

y el otoño se habría parecido a este otoño
que el berberis y los pámpanos coronan

y a veces, de repente, yo habría saludado en voz muy baja
a damas nobles lánguidas y gordas

habría paladeado lentamente y a solas
durante largas veladas
el espeso tokay o la malvasía
me habría puesto mi traje español
para irme por el camino por donde viene
en su vieja carroza
mi abuela que se niega a entender el alemán

habría escrito versos llenos de mitología
sobre tus senos la vida campestre
y las damas de la comarca

habría roto a menudo mi bastón
sobre el lomo de un campesino

habría amado escuchar música
comiendo jamón

habría jurado en alemán te lo juro
cuando me sorprendieras besando en la boca
a esa criada pelirroja

tú me habrías perdonado en el bosque de mirtos

yo habría canturreado un momento
luego habríamos escuchado un buen rato los ruidos del crepúsculo

Guillaume Apollinaire, Roma, 1880 – París, 1918
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Dutailly, Homme et femme conversant dans un jardin

Dans le jardin d’Anna

Certes, si nous avions vécu en l’an dix-sept cent soixante
Est-ce bien la date que vous déchiffrez Anna sur ce banc de pierre
Et que par malheur j’eusse été allemand
Mais que par bonheur j’eusse été près de vous
Nous aurions parlé d’amour de façon imprécise
Presque toujours en français
Et pendue éperdument à mon bras
Vous m’auriez écouté vous parler de Pythagoras
En pensant aussi au café qu’on prendrait
Dans une demi-heure

Et l’automne eût été pareil à cet automne
Que l’épine-vinette et les pampres couronnent

Et brusquement parfois j’eusse salué très bas
De nobles dames grasses et langoureuses

J’aurais dégusté lentement et tout seul
Pendant de longues soirées
Le tokay épais ou le malvoisie
J’aurais mis mon habit espagnol
Pour aller sur la route par laquelle
Arrive dans son vieux carrosse
Ma grand-mère qui se refuse à comprendre l’allemand

J’aurais écrit des vers pleins de mythologie
Sur vos seins la vie champêtre et sur les dames
Des alentours

J’aurais souvent cassé ma canne
Sur le dos d’un paysan

J’aurais aimé entendre de la musique en mangeant
Du jambon

J’aurais juré en allemand je vous le jure
Lorsque vous m’auriez surpris embrassant à pleine bouche
Cette servante rousse

Vous m’auriez pardonné dans le bois aux myrtilles

J’aurais fredonné un moment


Puis nous aurions écouté longtemps les bruits du crépuscule

miércoles, 17 de febrero de 2010

Eugenio Montale / 2 poemas



La casa de los aduaneros

Tú no recuerdas la casa de los aduaneros
sobre la elevación inclinada sobre la escollera:
desolada te espera desde la noche en que
entró en ella el enjambre de tus pensamientos
y se detuvo inquieto.

La marejada azota hace años la vieja muralla
y el sonido de tu risa ya no es alegre:
la brújula gira loca a la ventura
y el cálculo de los dados no regresa.
Tú no recuerdas; otro tiempo trastorna
tu memoria; un hilo se devana.

Tengo todavía la punta; pero se aleja
la casa y sobre el techo la ennegrecida
veleta gira sin piedad.
Tengo la punta; pero tú estás sola
casi ni respiras en la oscuridad.

Oh el horizonte en fuga donde se enciende
rara la luz del petrolero.
¿Es este el paso? (Pulula todavía el oleaje
sobre el acantilado que se desploma).
Tú no recuerdas la casa de esta
noche mía. Y yo no sé quién va y quién queda.

Eugenio Montale, Génova, 1896 - Milán, 1981
traducción de Jorge Aulicino
imagen: Paul Gauguin, Acantilado cerca de Dieppe


La casa dei doganieri

Tu non ricordi la casa dei doganieri
sul rialzo a strapiombo sulla scogliera:
desolata t’attende dalla sera
in cui v’entró lo sciame dei tuoi pensieri
e vi sostó irrequieto.

Libeccio sferza da anni le vecchie mura
e il suono del tuo riso non é più lieto:
la bussola va impazzita all’avventura.
e il calcolo dei dadi più non torna
Tu non ricordi; altro tempo frastorna
la tua memoria; un filo s’addipana.

Ne tengo ancora un capo; ma s’allontana
la casa e in cima al tetto la banderuola
affumicata gira senza pietá.
Ne tengo un capo; ma tu resti sola
né qui respiri nell’ oscuritá.

Oh l’orizzonte in fuga, dove s’accende
rara la luce della petroliera!
Il varco é qui? (Ripullula il frangente
ancora sulla balza che scoscende …).
Tu non ricordi la casa di questa
mia sera. Ed io non so chi va e chi resta.



Un poeta

Poco hilo me queda, pero espero hallar el modo
de dedicarle al próximo tirano
mis pobres cármenes. No medirá que me corte las venas
como Nerón a Lucano. Querrá una loa espontánea
que brote de un corazón agradecido
y la tendrá en abundancia. Asimismo podré
dejar huella perdurable. En poesía
lo que cuenta no es el contenido
sino la Forma.

Eugenio Montale, Génova, 1896 - Milán, 1981
traducción de Guillermo Fernández (?) en Poesía moderna, 165,
Eugenio Montale, UNAM, 1991.


Un poeta

Poco filo mi resta, ma spero que avrò modo
didedicare al prossimo tiranno
i miei poveri carmi. Non mi dirà di svenarmi
come Nerone a Lucano. Vorrà una lode spontanea
scatutita da un cuore riconoscente
e ne avrà ad abbondanza. Potrò egualmente
lasciare orma durevole. In poesia
quello que conta non è il contenuto
ma la Forma.

sábado, 13 de febrero de 2010

Edgar Lee Masters


Jack el ciego

Toqué el violín todo el día en la feria del condado.
Pero a la vuelta “Butch” Weldy y Jack McGuire
me hicieron tocar y tocar Susie Skinner,
que iban aullando borrachos, azotando todo el tiempo
a los caballos, hasta que estos se desbocaron.
Ciego como era, justo traté de saltar
cuando el carro caía en la zanja,
y las ruedas me atraparon y morí.
Aquí hay un ciego con una frente
tan grande y blanca como una nube.
Y todos, los violinistas, del mejor al más humilde,
los escritores de música y los contadores de cuentos,
nos sentamos a sus pies
y lo escuchamos cantar la caída de Troya.

Edgar Lee Masters, EE.UU., 1868-1950
Versión © Gerardo Gambolini
Edgar Lee Masters, Spoon River Anthology, Macmillan, 1915
imagen: Homero, s/d

Blind Jack

I had fiddled all day at the county fair.
But driving home "Butch" Weldy and Jack McGuire,
Who were roaring full, made me fiddle and fiddle
To the song of Susie Skinner, while whipping the horses
Till they ran away.
Blind as I was, I tried to get out
As the carriage fell in the ditch,
And was caught in the wheels and killed.
There's a blind man here with a brow
As big and white as a cloud.
And all we fiddlers, from highest to lowest,
Writers of music and tellers of stories
Sit at his feet,
And hear him sing of the fall of Troy.


Ricardo E. Molinari



Oda IV a la pampa

(fragmento)

Esta es mi nación, esta mi sombra, la luz de mi rostro después de la tarde.
Aquí estoy colocado, aquí yacen los míos, el ejemplo sereno y majestuoso en la vida.
Aquí lo que espere y deseé en los días espléndidos del veranos:
aquí, entre las lluvias y las espesas neblinas de las estaciones húmedas y anochecidas,
que los soplos del Atlántico frío aventan y sostienen
sobre las abiertas y lejanísimas planicies.
Aquí, distraído, sigo las pesadas y rotas nubes, los pájaros, el viento que lleva y desata
el polvo carnoso y errabundo en los pastos brillantes,
y agita ociosamente, abandonados y movedizos.

Aquí el amor, la luna, la noche y los caballos, y el miedo ancestral, repetido
y asombroso. El tiempo que huye llameante y estruja
nuestros ojos,
y nos deja las manchas veladas del penetrante sol en la piel desnuda, en las manos,
como en una fruta recia y vacía.¡Atardecer, garza voladora!

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen:


Elegía

Estoy encerrado en mi país y tengo hastío, horror desesperado;
nada me solaza, entretiene, sólo el campo es alto, inmenso, victorioso y leve
como la sombra de las nubes sobre las tejas rojas de mi casa.

Crece la muerte y ando distante de mí soñado junto a unos árboles
que el viento ligeramente frío de abril hace vacilar,
y en las interminables brumas de la conciencia, las horrendas desveladas;
en la pobre lumbre que busca su expurgación por el ardido espacio vacío,
que recoge y desmorona y teje el inútil polvo brillante en otro,
tal vez sereno o subido.

El otoño arrolla estas hojas movedizas,
y miro la lejana tarde,
el sol en su ahogado y fuerte fuego profundo,
en el ávido y deshecho horizonte, limpio y entrañable.
Canta un pájaro y acucia la noche, amado y monótono,
en la rama más grande y baja del día.

Y aprieta el otoño.

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996

viernes, 12 de febrero de 2010

Salvatore Quasimodo


La noche de invierno

Y otra vez la noche de invierno
y la torre de la aldea sombría con sus ruidos,
y las nieblas que sumergen el río,
y los helechos, las espinas. Oh, compañero,
has perdido el corazón: la llanura
ya no tiene espacio para nosotros.
Aquí, en silencio, lloras a tu tierra:
y muerdes el pañuelo de color
con tus dientes de lobo:
no despiertes al niño que duerme a tu lado
con los pies desnudos metidos en un pozo.
Que nadie nos recuerde a nuestra madre,
que nadie nos cuente el sueño del hogar.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Gianni Siccardi
imagen: fresco, Villa Boscotrecase, Pompeya


La notte d’inverno

E ancora la notte d’inverno,
e la torre del borgo cupa con suoi tonfi,
e le nebbie che affondano il fiume,
e le felci e le spine. O compagno,
hai perduto il tuo cuore: la pianura
non ha piu spazio per noi.
Qui in silenzio piangi la tua terra:
e mordi il fazzoletto di colore
con i denti di lupo:
non svegliare il fanciullo che ti dorme accanto
coi piedi nudi chiusi in una buca.
Nessuno ci ricordi della madre, nessuno
ci racconti un sogno della casa.



Al padre

Sobre las aguas violáceas
donde estaba Mesina, tú caminas
entre caboles cortados y escombros
junto a vías y cambios
con tu gorra ferroviaria.
El terremoto está en ebullición
desde hace días, es diciembre de huracanes
y mar envenenado. Nuestras noches caen
en los vagones de carga y nosotros, ganado infantil,
contamos sueños polvorientos con los muertos
traspasados por los hierros, mordiendo
almendras y manzanas secas. La ciencia
del dolor puso verdad y hojas de cuchillos
en los juegos de las llanuras de malaria.
y fiebres hinchadas por el fango.

Tu paciencia
triste, delicada, nos quitó el temor,
fue lección de días unidos a la
muerte traicionada, al desprecio de los ladrones
apresados entre la chatarra y ajusticiados en la oscuridad
por las descargas de la descarga, cuenta
de números bajos que retornaba exacto,
concéntrico, un balance de la vida del futuro.

Tu gorra de sol iba por aquí y por allá
en el poco espacio que siempre te otorgaron.
A mí también me han limitado
y he llevado tu nombre
un poco más allá del odio y de la envidia.
Qué roja sobre tu cabeza era una mitra,
una corona con las alas de un águila.
Y ahora en el águila de tus noventa años
he querido hablar contigo, con tus señales
de partida simuladas por la linterna
nocturna, y aquí desde una rueda
imperfecta del mundo,
sobre un montón de muros cerrados,
lejos de los jazmines de Arabia
donde estás aún, para decirte
lo que antes no podía — difícil afinidad
de pensamientos — para decirte (y no nos escuchan
solamente los ágaves, los charlatanes del empalme)
como dice el campesino a su patrón:
“Baciumu li mani”. Esto, nada más.
Oscuramente fuerte es la vida.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Gianni Siccardi

Al padre

Dove sull’acque viola
era Messina, tra fili spezzati
e macerie tu vai lungo binari
e scambi col tuo berretto di gallo
isolano. Il terremoto ribolle
da due giorni, è dicembre d’uragani
e mare avvelenato. Le nostre notti cadono
nei carri merci e noi bestiame infantile
contiamo sogni polverosi con i morti
sfondati dai ferri, mordendo mandorle
e mele dissecate a ghirlanda. La scienza
del dolore mise verità e lame
nei giochi dei bassopiani di malaria
gialla e terzana gonfia di fango.

La tua pazienza
triste, delicata, ci rubò la paura,
fu lezione di giorni uniti alla morte
tradita, al vilipendio dei ladroni
presi fra i rottami e giustiziati al buio
dalla fucileria degli sbarchi, un conto
di numeri bassi che tornava esatto
concentrico, un bilancio di vita futura.

Il tuo berretto di sole andava su e giù
nel poco spazio che sempre ti hanno dato.
Anche a me misurarono ogni cosa,
e ho portato il tuo nome
un po’ più in là dell’odio e dell’invidia.
Quel rosso del tuo capo era una mitria,
una corona con le ali d’aquila.
E ora nell’aquila dei tuoi novant’anni
ho voluto parlare con te, coi tuoi segnali
di partenza colorati dalla lanterna
notturna, e qui da una ruota
imperfetta del mondo,
su una piena di muri serrati,
lontano dai gelsomini d’Arabia
dove ancora tu sei, per dirti
ciò che non potevo un tempo - difficile affinità
di pensieri - per dirti, e non ci ascoltano solo
cicale del biviere, agavi lentischi,
come il campiere dice al suo padrone:
"Baciamu li mani". Questo, non altro.
Oscuramente forte è la vita.

lunes, 8 de febrero de 2010

Raúl González Tuñón


La casa que habitaron mis primos los García
Carabobo al 800. Barrio Flores

¡Qué lejos estamos, qué viejos,
la quinta, el molino, el otoño!
El Juzgado de Paz, el grillo en la floresta,
el tranvía 2 con su desvelo
y el rumor siestero de la canaleta
y un rizo rubio en el retrato,
la antigua luna del espejo
y aquel mueble querido con su lámpara muerta.

Y flotante flotando en la memoria
un olor de heliótropos penetrando la noche.

Raúl González Tuñón, de Poemas para el atril de una pianola, 1965
imagen: s/d


Elogio de la memoria

…Pues nostalgia es memoria
y Mnemosine era la madre de las musas.

La nostalgia es la cita sutil con el pasado
y una forma del sueño.
Esa corriente oculta y silenciosa
que se opone al olvido con decoro.
Es el domingo triste del recuerdo
y la suave saudade de lo que un claro día
fue tocante, entrañable.
De lo que hubo de hondo y bello
entre tantas cosas…
No sólo es el pasado,
tiene intención de futuro.
Adivina, espera
aquello que mañana no afeará la vida.

Raúl González Tuñón, de Poemas para el atril de una pianola, 1965


El rumbo de las islas perdidas

Islas, flotantes islas que salieron en busca
de los íntimos soles y las lluvias amantes.
Por años sumergidas se asomaron al mundo
para oír las canciones de lejanas tabernas
y el derrumbe sonoro de campanas fundidas
por los adolescentes guerrilleros
y ver la extraña luz que anuncia el maremoto
y las olas que traen restos de proas náufragas
y lampreas gigantes que antes aprisionaron
alevosas madréporas.

Pero yo estaba hablando del rumbo de otras islas,
símbolos vagos de una actividad poderosa, interior
como el resorte oculto de los órganos
que aman las abadías y los Café-Concert.
Y ahora me distrae esta otra búsqueda
de islas verdaderas con orillas fragantes
como esas que vieron Gauguin, Conrad, Stevenson,
los misioneros locos, los médicos borrachos,
las mujeres venidas de las tierras calientes
en los barcos sin sueño,
traídas por el destino, la resaca, la marea de Dios.

Raúl González Tuñón, de El rumbo de las islas perdidas, 1969

jueves, 4 de febrero de 2010

Jorge Luis Borges


Ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
imagen: s/d



Elogio de la sombra

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986

lunes, 1 de febrero de 2010

César Vallejo


Los pasos lejanos

Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.

Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.

Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.


Epístola a los transeúntes

Reanudo mi día de conejo
mi noche de elefante en descanso.

Y, entre mi, digo:
ésta es mi inmensidad en bruto, a cántaros
éste es mi grato peso,
que me buscara abajo para pájaro
éste es mi brazo
que por su cuenta rehusó ser ala,
éstas son mis sagradas escrituras,
éstos mis alarmados compañones.

Lúgubre isla me alumbrará continental,
mientras el capitolio se apoye en mi íntimo derrumbe
y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.

Pero cuando yo muera
de vida y no de tiempo,
cuando lleguen a dos mis dos maletas,
éste ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos,
ésta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,
éstos esos gusanos que el corazón contó por unidades,
éste ha de ser mi cuerpo solidario
por el que vela el alma individual; éste ha de ser
mi ombligo en que maté mis piojos natos,
ésta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.

En tanto, convulsiva, ásperamente
convalece mi freno,
sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;
y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,
convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.

César Vallejo, Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, 1938
imagen: s/d