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martes, 23 de febrero de 2010

Pura López-Colomé



In memoriam Victoria

Ciertos lugares, ciertas personas, cierta música,
granos que engendraron aquella planta maravillosa,
infantil, interior, sublime, viajan conmigo
como la luna de inolvidables travesías,
casi fluviales, que iban dejando atrás
sauces, montes, vacas pastando, estrellas,
todo lo que un vuelo de la falda montañosa
podría reducir a polvo.

La madre de mi madre abandonada,
caída en mi descuido,
en aquel rincón de la sala de una casa toda mía.
Sentada en un sillón sin forma, un sofá,
se iba desparramando con el cigarro siempre
entre el dedo gordo, deforme de nacimiento,
y el índice, deforme por la artritis.

Sus ojos monstruosos desde los míos,
su tristeza agigantada por los lentes
cuyo inmenso fondo era el fondo de una vida
huérfana, ciega para la belleza y la bondad,
la visión del mundo pleno en calidad de brizna.
Su cansancio, su dolor, cual vivo y burbujeante
recordatorio del fracaso, la frustración,
la mujer extinta pero ahí.
Rezando o en silencio. Rezando más.
A veces incandescía la fama
allá en el fondo de aquel extraño corazón.
Cantaba entonces: Voz de la guitarra mía,
al despertar la mañana, trenzando hábilmente
los hilos del destino en un nudo en mi garganta
que no lograba desatar después con su inútil
Duermen en mi jardín
los nardos y las azucenas...

Victoria, como la reina, ¡cantaste victoria!
Que hizo a tus ojos ya incoloros
soltar las amarras de tales cataratas
en chorros espesos, como saliva o secreción de bestia
que no vale la pena, que no llega a cristalizar.
¡Cómo te habré ofendido, qué espejo de la miseria
habré puesto frente a ti! Todo, seguramente,
con la inocencia en ristre.
Por qué lloras, viejita, por qué.
Tócame el alma. Cántala.
No quiero que sepan mi pena,
porque si me ven llorando, morirán.

Ante mí, el lazo roto del amor amargo,
corazones tan distantes,
horas muertas que ni la tormenta propia,
que se cree angélica,
puede borrar.
Cadáveres insepultos, polvo,
sobre el peso vivo,
misterioso,
de las palabras.


Pura López-Colomé, México, 1952
imagen: s/d