lunes, 30 de agosto de 2010

Walt Whitman


3

He oído lo que decían los charlatanes, su discurso
sobre el principio y el fin,
pero yo no hablo del principio ni del fin.

Nunca hubo otro inicio que el de ahora,
ni más juventud o vejez que las de ahora,
ni habrá nunca más consumación que la de ahora,
ni más cielo o más infierno que los de ahora.

Impulso, impulso e impulso,
siempre el impulso procreador del mundo.

De la penumbra salen los iguales contrarios, siempre
sustancia e incremento, siempre sexo,
siempre un tejido de identidad, siempre la distinción, siempre
una variedad de vida.

Elaborar es en vano, cultos e incultos lo intuyen por igual.

Seguros como lo más seguro, a plomo en los montantes, bien
trabados, afirmados en las vigas,
fuertes como el caballo, afectuosos, arrogantes, eléctricos,
aquí estamos, yo y este misterio.

Transparente y dulce es mi alma, como es transparente y dulce
todo lo que no es mi alma.

Si falta una cosa faltan ambas, y lo invisible se prueba por lo visto,
hasta que esto se vuelve invisible y a su vez es probado.

Mostrando lo mejor y separando lo peor, la vejez hostiga a la
vejez — conociendo la perfecta adecuación y justicia de las cosas,
mientras ellos discuten yo guardo silencio, y voy a bañarme y admirarme.

Grato es cada órgano y cada atributo mío, y de cualquier hombre
limpio y saludable,
ni una pulgada o la partícula de una pulgada es despreciable, y
ninguna será menos familiar que las demás.

Estoy satisfecho — miro, bailo, río, canto;
cuando el acariciante y cariñoso compañero de lecho duerma a mi lado toda la noche
y al asomar el día se vaya con paso sigiloso
dejándome cestas tapadas con paños blancos que llenen la casa
con su abundancia,
¿retardaré mi aceptación y conciencia y les gritaré a mis ojos
que dejen de mirar de arriba abajo el camino
y que en el acto calculen y me muestren
exactamente el valor de uno y exactamente el valor de dos,
y cuál va a la cabeza?

Walt Whitman, Estados Unidos, 1819-1892
de Song to Myself
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Walt Whitman, por Rick Bartow



3

I have heard what the talkers were talking, the talk of the beginning and the end
But I do not talk of the beginning or the end.
There was never any more inception than there is now,
Nor any more youth or age than there is now,
And will never be any more perfection than there is now,
Nor any more heaven or hell than there is now.

Urge and urge and urge,
Always the procreant urge of the world.
Out of the dimness opposite equals advance, always substance and increase, always sex,
Always a knit of identity, always distinction, always a breed of life.
To elaborate is no avail, learn'd and unlearn'd feel that it is so.

Sure as the most certain sure, plumb in the uprights, well entretied, braced in the beams,
Stout as a horse, affectionate, haughty, electrical,
I and this mystery here we stand.

Clear and sweet is my soul, and clear and sweet is all that is not my soul.

Lack one lacks both, and the unseen is proved by the seen,
Till that becomes unseen and receives proof in its turn.

Showing the best and dividing it from the worst age vexes age,
Knowing the perfect fitness and equanimity of things, while they discuss I am silent, and go bathe and admire myself.

Welcome is every organ and attribute of me, and of any man hearty and clean,
Not an inch nor a particle of an inch is vile, and none shall be less familiar than the rest.

I am satisfied — I see, dance, laugh, sing;
As the hugging and loving bed-fellow sleeps at my side through the night, and withdraws at the peep of the day with stealthy tread.
Leaving me baskets cover'd with white towels swelling the house with their plenty,
Shall I postpone my acceptation and realization and scream at my eyes,
That they turn from gazing after and down the road,
And forthwith cipher and show me to a cent,
Exactly the value of one and exactly the value of two, and which is ahead?

lunes, 23 de agosto de 2010

Esteban Moore


“Pronto, no lo volverás a ver”

el sol arde en los rastrojos de trigo
rebota en la ruta
forma espejismos en la distancia
estamos saliendo de la curva antes del cruce de la laguna
la cupé se afirma en la larga recta
repentinamente mi padre comienza a bombear los frenos
antes de clavarlos
las cintas chillaron en las campanas
las gomas quemaron caucho
y casi me golpeo contra el parabrisas
cuando con un volantazo firme
bajó a la banquina poceada
casi gritando: “Mirá eso, pronto no lo volverás a ver...”
Eran Martín Gálvez y Degregori – el viejo como le decía Cancela
reseros de oficio
que montados en caballos bien mantenidos
– un colorado de troncos negros y un tobiano
arreaban por la cuenta una tropa de vacas gordas
– 30 y pico o quizás 40
– algunas machorras en el lote
“las llevan a lo de Cardoner...
hoy hay remate especial...”
dijo mi padre al tiempo que levantaba su brazo para saludarlos
luego de ser correspondido
se calzó con firmeza el panamá de ala angosta
acarició dos o tres veces con la punta de la bota gastada
el acelerador de la Chrysler
... una baturé descapotable del 36 – 6 en línea – con radiador de aceite
y llantas de rayos
que rugió ronca antes de morder nuevamente
el concreto de la 205
primera... segunda el bramido del motor flotaba puro
en la mañana caliente
tocó la palanca de cambios – punto muerto – aceleró en vacío
antes de enganchar la directa
me da un golpe de vista y comenta satisfecho que estaba
tirando los cambios sin usar
el embrague
clava los ojos en el cemento y el cielo de nuestro horizonte inmediato...
.... y nos perdemos hacia el futuro

Esteban Moore, Buenos Aires, Argentina, 1952
imagen: Ruta 205

lunes, 16 de agosto de 2010

Fernando Herrera Gómez


Jardines del Nilo

Aquella tarde
al salir del Museo Egipcio
en el Cairo
¿cómo me dejé guiar por aquel timador
por entre alfombras y espejos
en la tienda de perfumes?
En mi brazo quedaron
húmedas franjas de aroma
mientras el vendedor
de mirada aviesa
hablaba de flores y de granjas
a orillas del Nilo
–Tiernas violetas del amanecer
maceradas con espliego
y algo de azahar
recogido bajo la luz de la luna en primavera–
Estratagemas que esgrimía el comerciante
para venderme
el tenue recuerdo de esa tarde
que hoy recobro
en los jardines encantados de tu pecho

Fernando Herrera Gómez, Medellín, Colombia, 1958
imagen: Stephen J. Howes, Along the Nile



El ruego

Minero fueron mis mayores
Y por defender sus minas
Se adentraron en los socavones sombríos
De las leyes
Y por las leyes herrumbrosas
Llegué yo a las intrincadas galerías del idioma
Buscando siempre un esplendor
En lo hondo de la tierra oscura

Señor
concédeme en un verso

–a mí que con poca modestia
pretendo ser el amanuense de los míos–

Ese oro verdadero
que mi sangre ha perseguido por siglos

Fernando Herrera Gómez, Medellín, Colombia, 1958

viernes, 13 de agosto de 2010

Cesare Pavese


Mañana

La ventana entornada contiene un rostro
sobre el campo del mar. Los vagos cabellos
acompañan el tierno ritmo del mar.

Los recuerdos no existen sobre este rostro.
Sólo una sombra que huye, como de nube.
La sombra es húmeda y dulce como la arena
de una cavidad intacta, bajo el crepúsculo.
No hay recuerdos. Solamente un susurro
que es la voz del mar hecha recuerdo.

En el ocaso el agua débil del alba
que se embebe de luz aclara el rostro.
Cada día es un milagro sin tiempo
bajo el sol: una luz salobre lo impregna
y un sabor de fruto marino vivo.
No existen recuerdos sobre este rostro.

No existe una palabra que lo contenga
o lo una a las cosas pasadas. Ayer
se esfumó de la breve ventana como
se desvanecerá dentro de poco, sin tristeza
ni palabras humanas sobre el campo del mar.

Cesare Pavese, Italia, 1908-1950
traducción de Horacio Armani
imagen: s/d



Mattino

La finestra socchiusa contiene un volto
sopra il campo del mare. I capelli vaghi
accompagnano il tenero ritmo del mare.

Non ci sono ricordi su questo viso.
Solo un ombra fuggevole, come di nube.
L’ombra è umida e dolce come la sabbia
di una cavità intatta, sotto il crepuscolo.
Non ci sono ricordi. Solo un sussurro
che è la voce del mare fatta ricordo.

Nel crepuscolo l’acqua molle dell’alba
che s’imbeve di luce, rischiara il viso.
Ogni giorno è un miracolo senza tempo,
sotto il sole: una luce salsa l’impregna
e un sapore di frutto marino vivo.
Non esiste ricordo su questo viso.

Non esiste parola che lo contenga
o accomuni alle cose passate. Ieri,
dalla breve finestra è svanito come
svanirà tra un istante, senza tristezza
né parole umane, sul campo del mare.



Nocturno

La colina es nocturna en el cielo claro.
Allí se enmarca tu cabeza, que mueve apenas
y acompaña ese cielo. Eres como una nube
entrevista entre ramas. En los ojos te ríe
la extrañeza de un cielo que no es el tuyo.

La colina de tierra y de hojas encierra
con su masa negra tu vivo mirar;
tu boca tiene el pliegue de una dulce hondonada
entre costas lejanas. Pareces jugar
bajo la gran colina y el claror del cielo:
para agradarme repites el paisaje antiguo
y lo vuelves más puro.

Pero vives en otra parte.
Tu tierna sangre se hizo en otra parte.
Las palabras que dices no se avienen
con la ápera tristeza de este cielo.
No eres más que una nube dulcísima, blanca,
enredada una noche entre ramas antiguas.

Cesare Pavese, Italia, 1908-1950
traducción de Horacio Armani


Notturno

La collina è notturna, nel cielo chiaro.
Vi s'inquadra il tuo capo, che muove appena
e accompagna quel cielo. Sei come una nube
intravista fra i rami. Ti ride negli occhi
la stranezza di un cielo che non è il tuo.

La collina di terra e di foglie chiude
con la massa nera il tuo vivo guardare,
la tua bocca ha la piega di un dolce incavo
tra le coste lontane. Sembri giocare
alla grande collina e al chiarore del cielo:
per piacermi ripeti lo sfondo antico
e lo rendi più puro.

Ma vivi altrove.
Il tuo tenero sangue si è fatto altrove.
Le parole che dici non hanno riscontro
con la scabra tristezza di questo cielo.
Tu non sei che una nube dolcissima, bianca
impigliata una notte fra i rami antichi.

jueves, 5 de agosto de 2010

Bassam Hajjar


Las carreras del dolor

Ponte en marcha, si aún es posible ir.

Llévate la blancura de las paredes, el cobre de los potes
y los silencios

del paseo en las avenidas. Llévate los visitantes del
aburrimiento,

los deseos ciegos y el dinero artificial de las risas. Me he
curado

de mi tristeza y he enterrado sus cenizas en la grava.

La rechacé y la sepulté en las piedras. Curado de mi
esperanza

de curarme, la llevo en mí como una inflamación del
cerebro

o una hinchazón de los párpados.

Me he curado de tu amor. Ahora puedo vivir.


Otro hombre

¿Todo se acaba de verdad?
Dejan las copas y las sillas
y yo me quedo aquí, solo
para apagar la luz y dormir.

¿Y si están escondidos detrás de las puertas
o detrás de las paredes,
esperando?
¿Y si, después de que yo cierre los ojos
la noche comienza en mi ausencia?

Bassam Hajjar (1955, Líbano).
Traducción de Joumana Haddad

martes, 3 de agosto de 2010

William Ospina


Lope de Aguirre

Yo vine a la conquista de la selva, y la selva me ha conquistado.
Aparto con las manos los enormes ramajes,
Miro a solas las encendidas flores con forma de pájaros,
La extrema contorsión de la serpiente herida
Que las nubes parecen reflejar en el cielo.

Nada es piedad aquí, nada es dulzura.
¿Si son crueles los monjes en los penumbrosos claustros de España,
Si son degolladores los reyes y envenenadoras las reinas
En sus artísticos salones llenos de lienzos y de lámparas,
Si son perversos los obispos y lascivos los papas
En la nube de mármol de sus tronos romanos,
Si son despiadados los clérigos, que leyeron a Homero y a Séneca,
Si son salvajes los capitanes que comen la carne cocida,
Salpicada de jerez y de orégano,
Si bajo Europa entera aúllan las mazmorras,
Cómo puedo ser manso en estas tierras,
Ceñido por las selvas impracticables,
Lejos de esos palacios tapizados por la letra y la música?

He decidido ser un tigre.
La selva invade el alma como un vino.
Aquí no hay bien ni mal sino el zarpazo,
La rauda flecha del halcón hacia la comadreja de aguas,
El estupor del conejo salvaje ante el bostezo de la enorme serpiente,
El salto de la hormiga roja escapando un instante de las fauces de la salamandra,
La innumerable y cíclica y recíproca voracidad
De la gran selva de oscuros dioses que se alimenta de sí misma como un dragón de fiebre.

El rey está muy lejos, gobernando sus yermos de Castilla,
Sus puertos que miran al África, sus chambelanes obsequiosos,
Sus espejos prietos de cortesanos, sus olivares retorcidos como doctrinas,
Su orgullo salpicado de galeones, sus panoplias marchitas (en cada daga sangre de un viejo amigo)
Y la tierra gime de leones españoles desde el río Sacramento hasta los arrozales de Manila,
Desde las charcas fétidas del infierno hasta las últimas plumas de los ángeles.
El rey es rey del mundo, pero la selva es mía,
Y ese ojeroso príncipe de piel de cera y manos puntiagudas
No podría avanzar con sus tacones de nácar por estos riscos de tristeza
Donde la carne pierde toda esperanza;
No podría aventar con sus abanicos de pavo real
En los húmedos aires a estos mosquitos rojos que prodigan la fiebre,
No hundiría jamás sus tobillos lechosos
En los pantanos infestados de dientes.

Déjame a mí el palacio de estos atardeceres de tormento que se parecen a mi alma,
Donde bestiales tropas me adoran de miedo,
Donde debo mirarlos como un buitre para que no me maten,
Donde los últimos ángeles de mi infancia se descomponen en las ciénagas tibias,
Donde los hombres solos, desprendidos del barco de los siglos, aprender a ser crueles,
A combatir el cielo a dentelladas, a recelar en el amor la emboscada.

Selva monumental, aire de flechas súbitas,
Humaredas que traen olor de extrañas carnes,
Ancianos indios extasiados de ojos amarillos
Que miran como reyes o santos las vacías regiones del cielo;
Y diente de jaguar para la suerte,
Y montones de rojas semillas maceradas que me harán fértil,
Y los senos oscuros que penden como frutos,
Y la rana que se hunde en su reflejo, y bóvedas de frondas meciéndose en el agua.

Descendemos gritando por los ríos violentos en barcazas pesadas de odio;
Sé que al darles la espalda, estos hombres me miran como perros,
Sé que estoy afilando el cuchillo que pasarán por mi garganta.

Hemos dejado un rastro de cadáveres desde las sierras de Mérida,
Por los llanos resecos, por las enloquecidas serranías,
Un rastro de caseríos en llamas, alaridos de madres ya sin destino,
Rostros atónitos debajo del agua que un remo empuja hacia el fondo,
Pero qué puedo hacer si la selva me ha trastornado,
Me reveló las bestias que habitaban mi carne,
Si sólo sé mandar y codiciar todo lo que pueda ser mío
Y aquí cada ramaje se opone a mis designios;
Qué puedo hacer sino amasar el oro de estos pueblos brutales,
Y ser el rey de sangre de estas tardes de lástima,
Y poner al tucán de pico extravagante sobre mi hombro,
Y coronar de flores como incendios mi cabeza aturdida,
Y declarar la guerra a las escuadras imperiales que cubren los océanos,
Con esta voz que grita en la selva y que jamás los alcanza,
Y ser el rey de ultrajes de estos soldados rencorosos
Hasta que sus cuchillos se apiaden.

William Ospina, Colombia, 1954.
imagen: Klaus Kinski en Aguirre, la ira de Dios