sábado, 20 de febrero de 2010

José María Álvarez




Anatron
-¿Y tú quién eres?
-La Ocasión poderosa —
Posidipo

Raya algún destello histórico allá entre las
lobregueces del siglo —
Edward Gibbon

Para Evelyne Sinnassamy y Michael Nerlich

No existían. He aquí un producto
del siglo XX en sus finales. Genuino:

Esta criatura,
aún ni siquiera adolescente,
vestida y maquillada como puta,
exhibiendo (ignoro si sintiendo)
lumbre de furia sensual,
fantástica,
letal.

Esas piernas, ese culo, ese cuerpo
moldeado por la lycra,
no Son ya piernas, culo, cuerpo,
—como no lo es esa mirada
pervertida— capaces
de una devastación
normal. Esos ojos, esa
boca, ese rostro con ese maquillaje,
es otra dimensión de la belleza
y la sensualidad que controlábamos.

Mientras tú aún estás pensando
en Lampedusa, el Rey Anuro, o en el Ramayana o en
Rimbaud,
o dándole vueltas a la Guerra de los Treinta Años,
o qué sé yo, pensando aún que nuestras vidas
son esos ríos, según Manrique,
que van al mar / morir,

este Ser de la Noche,
bizarre déité como diría
el disipado Baudelaire, ha descubierto
que ni Gatopardos ni Wallenstein,
ni siquiera el mar/morir. Sino que todo
es, simplemente, una molestia,
y que toda molestia ha de evitarse.
La televisión, y en el colegio,
y en su familia, ha aprendido
que el mundo es suyo.

Y ah, cómo retoza,
cómo brilla, fantástica, a las luces
de este bar, qué hermoso es ese rostro
sin destino, excitante, cómo mastica
nuestras entrañas, ese juguillo que le resbala
por la comisura de los labios...

Por fin, la quintaesencia
de la sonrisa de la Esfinge,
morfina de la desesperación,
que bailará, llamándonos
más allá de la cenizas, las ruinas, los despojos,

por fin, la dulce mano
que sostendrá, arrancado del cadáver,
el corazón aún latiendo del Horror.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: Mata Hari (1906)
Public Domain Photo



                                                Así nosotros, desesperanzados, ya sin esforzarnos ni
                                                cuidar la razón, resueltos íbamos de lodazal en lodazal,
                                                por la alta mar de esa líquida basura
—Giordano Bruno


                                                -Caballero, yo no me mezclo en esos asuntos; no
                                                estoy aquí para eso
—Condesa de Espoz y Mina


                                                Quiero que veáis -dijo el Conde- que soy de nobles
                                                sentimientos
—Heldris de Cornualles



El otro día, Cintia, me decías
que siempre me quedaba en la puerta, que no
daba el paso «decisivo» decías, del que ya no hay retorno,
y que era cobardía ante la vida,
que me estaba perdiendo no sé qué.

Seguramente es cierto que me pierdo
«eso», pero no tengo duda, te aseguro
que conozco territorios muy cercanos
y acaso alguno más allá, y que nunca
me produjeron algo que pudiera
considerar siquiera
como placer menor.

¿Sabes lo que me preocupa, lo que
a veces me inquieta?
Imaginar que no hay salida
en tu descenso a los Infiernos,
hilo que te asegure regresar.

Porque veo algo terrible
en tu forma
de lanzarte a la vida. No
se sostiene en nada, no
sirve
para
nada. No lo sabes, pero
repites lo que significan las palabras
del asesino en Macbeth
al aceptar matar a Banquo:
«Haría lo que fuese
por desquitarme
del mundo».

Y yo no quiero desquitarme
de nada.

Claro que es hermoso, de vez en cuando
adentrarse en esa plenitud
de la disipación, te lleve donde lleve,
y entregar cuerpo y alma a los abismos
de eso que hay en nosotros escondido,
darse la lengua con las simas de la vida,
tocar el esplendor de ese misterio
salvaje, que jamás descifraremos.
Pero siempre, querida, que haya un faro
al fondo de la noche,
las columnas ardientes de la sabiduría,
el Arte, algunas
certidumbres morales,
el ejemplo indeleble de los grandes,
esos modelos que nos guían.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942

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