sábado, 13 de febrero de 2010

Ricardo E. Molinari



Oda IV a la pampa

(fragmento)

Esta es mi nación, esta mi sombra, la luz de mi rostro después de la tarde.
Aquí estoy colocado, aquí yacen los míos, el ejemplo sereno y majestuoso en la vida.
Aquí lo que espere y deseé en los días espléndidos del veranos:
aquí, entre las lluvias y las espesas neblinas de las estaciones húmedas y anochecidas,
que los soplos del Atlántico frío aventan y sostienen
sobre las abiertas y lejanísimas planicies.
Aquí, distraído, sigo las pesadas y rotas nubes, los pájaros, el viento que lleva y desata
el polvo carnoso y errabundo en los pastos brillantes,
y agita ociosamente, abandonados y movedizos.

Aquí el amor, la luna, la noche y los caballos, y el miedo ancestral, repetido
y asombroso. El tiempo que huye llameante y estruja
nuestros ojos,
y nos deja las manchas veladas del penetrante sol en la piel desnuda, en las manos,
como en una fruta recia y vacía.¡Atardecer, garza voladora!

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen:


Elegía

Estoy encerrado en mi país y tengo hastío, horror desesperado;
nada me solaza, entretiene, sólo el campo es alto, inmenso, victorioso y leve
como la sombra de las nubes sobre las tejas rojas de mi casa.

Crece la muerte y ando distante de mí soñado junto a unos árboles
que el viento ligeramente frío de abril hace vacilar,
y en las interminables brumas de la conciencia, las horrendas desveladas;
en la pobre lumbre que busca su expurgación por el ardido espacio vacío,
que recoge y desmorona y teje el inútil polvo brillante en otro,
tal vez sereno o subido.

El otoño arrolla estas hojas movedizas,
y miro la lejana tarde,
el sol en su ahogado y fuerte fuego profundo,
en el ávido y deshecho horizonte, limpio y entrañable.
Canta un pájaro y acucia la noche, amado y monótono,
en la rama más grande y baja del día.

Y aprieta el otoño.

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996

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