Mostrando las entradas con la etiqueta Alberto Girri. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Alberto Girri. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de junio de 2013

Alberto Girri






Qué hacer
del viejo yo lírico, errático estímulo,
al ir avecinándonos a la fase
de los silencios, la de no desear
ya doblegarnos animosamente
ante cada impresión que hierve,
y en fuerza de su hervir reclama
exaltación, su canto.

Cómo, para entonces,
persuadirlo a que reconozca
nuestra apatía, convertidas
en reminiscencias de oficios inútiles
sus constantes más íntimas, sustitutivas
de la acción, sentimiento, la fe;
su desafío
a que conjoremos nuestras nadas
con signos sonoros que por los oídos andan
sin dueños, como rodando, disponibles
y expectantes,
ignorantes
de sus pautas de significados,
de dónde obtenerlas:
y su persistencia, insaciable,
para adherírsenos, un yo
instalado en otro yo, vigilando
por encima de nuestro hombro
qué garabateamos;

y su prédica
de que mediante él hagamos
florecer tanto melodía cuanto gozosa
emulación de la única escritura
nunca rebecha por nadie,
la de Aquel
que escribió en la arena, ganada
por el viento, embrujante poesía
de lo eternamente indescifrable.

Preguntárnoslo, toda vez
que nos encerremos en la expresión
idiota del que no atina a consolarse
de la infructuosidad de la poesía
como vehiculo de seducción, corrupción,
y cada vez
que se nos recuerde que el verdadero
hacedor de poemas execra la poesía,
que el auténtico realizador
de cualquier cosa detesta esa cosa.


Alberto Girri, Buenos Aires, Argentina, 1919-1991
imagen: Sara Facio


viernes, 16 de septiembre de 2011

Alberto Girri



Casi ninguna verdad,
el vacío
para sentirte seguro
contra la historia,
apóstata
por aconsejar la inconstancia,
la fatiga extrema,
la tempestad,
aunque los hombres no las amen,
por juzgarnos míseros
y tener la alta idea de ti
que no quieres
compartir nuestras debilidades,
por ser tú mismo endeble
y admirar las moscas,
extraña potencias
que ganan todas las batallas,
perturban el alma,
y devoran el resto,
por sustraerte al destino común
asomándote al abismo,
tu abismo, a tu izquierda,
y orar con un largo grito de terror,
por cerrarte a la claridad
mientras velas, implacable,
y exiges
que en esa Agonía
que durará hasta el fin del mundo
nadie se duerma,
por haberte ofrecido a Dios
tras anunciar que en todas partes
la naturaleza señala a un Dios perdido.
Casi ninguna verdad,
el vacío
y el morir solos
debajo de un poco de tierra.
Tuviste razón,
qué necios son estos discursos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
imagen: Blaise Pascal [Public domain image]

martes, 14 de junio de 2011

Alberto Girri




Y se comprende, la tragedia
les es extraña, no acertarían
a plagiar nuestra ciega rutina
en extraer de los funerales bodas
y de las bodas funerales;
¿los concebiríamos
tratando de superar moralmente
fallas, atentados, burlas
a códigos que los gobiernan,
o resolviendo incertidumbres por el veneno,
estrangulamiento, la sedienta espada?

Ningún cuervo
le sacaría a otro el ojo
de un picotazo,
ningún lobo
le destrozaría a otro lobo
la yugular de una dentellada,
y ninguna paloma, liebre,
ni aún el gorila;

¿dónde asistir
a lo increíble, pájaros ajusticiando
a pájaros por dejar de cantar,
y cuyo silencio esconde crímenes,
o por o haber cantado
en el registro oportuno?;

con qué organizar,
en público una “Fedra” de gatos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
imagen: s/d


domingo, 16 de mayo de 2010

Alberto Girri


Tú, Delfina

En bellos ojos grises,
Con gradual y pertinaz saludo
Deja que tu amor, su dañado ser particular
Se aleje silencioso de esta sala,
Y decline el fulgor en la tulipa.

Bellos, bellos ojos queridos
Pronto actuará la emoción
Y no sabré olvidar que tu muerte
Llamada también sueño eterno
Pudo ser natural, trágica, violenta,
Accidental, dolorosa, confiada,
Inminente, inevitable, súbita
Y pudo ser gloriosa, santa, honorable,
Valiente, infame, vergonzosa, lenta,
Cruel, estúpida, aparente.

Elige una de esas pingües variantes
Y sin comparar vete tranquila,
Que en vez de la pena lamentable
Ensayaré sobre tu faz, seguramente tersa,
Un meritorio beso de cumpleaños.
No me llames entonces simio orgulloso,
No quiebres mi proyecto
He pensado que tal homenaje
Sería brillante y aun definitivo.
Muéstrate complaciente, acéptalo
Pues al menos eres libre
Ya que no atañe a tu memoria
La rueda de las estaciones y los años.

Oh, Delfina,
Tu corazón ahora envuelve la ciudad,
El mundo entero
Y me hace nadar hacia cálidos umbrales
Donde hombres que antes ignoré
Viven de ecos parecidos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Trece Poemas (1949)
imagen: Ángel Arias, En el parque de Santa Cruz de la Sierra, 2002.



Verano, somos los viejos

Implacable verano, ansiedad remota,
cambiada por esta falsa aceptación,
que en privados campos de lentitud,
es miedo hasta el juicio terminal.
Tu salvaje luz descendiendo,
nos degrada en hileras cada vez más secas,
con ácidas conjeturas
sobre el objeto de la vida que vivimos,
los tormentos posibles y eternos,
las reencarnaciones infinitas;
sobre la malograda vida posible,
que embotamos por esperar cómodos moldes,
y la caridad sin las consabidas inmundicias,
sólida en cuestiones de hiel y pecado.

Implacable verano, somos los viejos,
fuera de ti, fuera del voluble exceso
a que invita el tiempo, su silencioso crédito,
Dios llega como malhechor,
y nos halla preparados, despiertos,
apoyando el alma que no piensa,
y el cuerpo que nada recobra,
en la giratoria ruta del presente.
Somos los viejos, los ancianos,
antes que nos borren,
suplicamos algún influjo,
alguna costosa reparación, que recuerde otra edad,
otro verano.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Escándalos y Soledades (1952)