Tienen un santo salido de un pantano que nos ahorca en
los amaneceres de la sed.
Viaje estival con Lucio
–Aquí ya empiezan a haber caballos–
me decía.
Y el viento del nordeste comenzaba a ser verde
entre los colores del agua de la infancia.
Estábamos ya muy lejos de los bronces, los
mármoles y los floreros pintados “al gusto de
la familia” en los cementerios municipales.
Todo aquello quedaba atrás, y el sueño del viejo
tren casi fluvial nos envolvía.
Mi pequeño hijo de siete años y yo teníamos en
las manos las ramas de las estrellas y
el resplandor lentísimo de los ríos rosados,
donde sangraba el sol de los caballos, las
vaquerías y las antiguas guerras.
Era el primer viaje solos en el tren marrón que
no quiere morir.
Palmares colorados
Te evoco, palmar colorado del unílico
corazón del hombre, esta noche.
Ven a salvarme de las lianas del Comercio.
De las imbéciles Senadurías de la tierra.
¿Tierra que se desnuda en la tiniebla y huye para el
centro?
¿El centro solo obstaculizado por la humedad?
¿O en el invierno universal de los sueños,
a la sombra de las salvadoras realidades?
¿O en el ataúd varado y balanceado por el terror en el
infierno?
¡Oh, no, yo te respondo, resplandor de mis bárbaras!
II
A veces, las brumas inemocionales,
las del horizonte del País Mercantil,
velan las lejanías de palmeras vestidas de corales.
Yo no estoy entre estas gasas sombrías,
en este humo de rosales podridos de la ignorancia;
estoy entre los vientos del cielo o del contraamparo,
y nada contra la corriente de vuestros quebrantos,
pequeños mercaderes unidos a la fragancia
de los nuevos poseedores de las tierras:
en cuyos despachos se aojan las sardinas
y el verano meado por los cerdos.
III
las del horizonte del País Mercantil,
velan las lejanías de palmeras vestidas de corales.
Yo no estoy entre estas gasas sombrías,
en este humo de rosales podridos de la ignorancia;
estoy entre los vientos del cielo o del contraamparo,
y nada contra la corriente de vuestros quebrantos,
pequeños mercaderes unidos a la fragancia
de los nuevos poseedores de las tierras:
en cuyos despachos se aojan las sardinas
y el verano meado por los cerdos.
III
No podré salir nunca del hechizo natal
hasta no haber terminado con las cóleras
y los resplandores de los asesinatos
y las miserias artificiales del desamparo,
reverberando en los paisajes aún mas que naturales.
Si no logro quebrar estas desnutriciones,
estas fantasmales imágenes de alcoholizaciones,
humilladas y desenterradas frente al
copuleo acuático de las esperanzas,
que no me entierren bajo las brillantes
navegaciones-alteraciones de este paisaje:
que me recuesten en el lejano este uruguayo,
donde cante una barra de laguna que desemboca
en el mar.
IV
hasta no haber terminado con las cóleras
y los resplandores de los asesinatos
y las miserias artificiales del desamparo,
reverberando en los paisajes aún mas que naturales.
Si no logro quebrar estas desnutriciones,
estas fantasmales imágenes de alcoholizaciones,
humilladas y desenterradas frente al
copuleo acuático de las esperanzas,
que no me entierren bajo las brillantes
navegaciones-alteraciones de este paisaje:
que me recuesten en el lejano este uruguayo,
donde cante una barra de laguna que desemboca
en el mar.
IV
Aterrorizado por los paisajes de la poesía,
vuelve a sangrarme la poesía por la boca.
Yo ya no escucho más que el retumbar
de los negros del sol.
vuelve a sangrarme la poesía por la boca.
Yo ya no escucho más que el retumbar
de los negros del sol.
Francisco Madariaga, Argentina, 1927-2000
imagen: franciscomadariaga.blogspot.com.ar
imagen: franciscomadariaga.blogspot.com.ar
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