Hoy era la última tarde...
Hoy era la última tarde.
Usted no paraba de hablar
—lo hubiese matado—
y a mí me ardían las uñas cuando nos despedimos
—lo hubiese matado—
y a mí me ardían las uñas cuando nos despedimos
en la parada del autobús.
Ni un sólo beso.
Almudena Guzmán, España, 1964
imagen: Public Domain Image from Flickr
Señor, ahora que mi piel y la suya...
Señor,
ahora que mi piel y la suya—después de las sábanas—
han formado un nuevo “collage” en el agua,
no es el mejor momento para hablarle,
desde luego,
pero aprovechando que estoy arriba
y usted debajo,
quisiera decirle
—casi no me atrevo con sus ojos—
que no puedo más,
que voy a pararme.
—Era el placer como una de esas muñecas rusas que se abren
y aparece otra,
y otra...—
Almudena Guzmán, España, 1964
Volvemos a comer juntos...
Volvemos a comer juntos.
Este hombre cada día más guapo y a ti te rebasan las orejas.
Volvemos a comer juntos.
Este hombre cada día más guapo y a ti te rebasan las orejas.
Qué importa.
Qué importa el poco tiempo que tienes para enamorarlo,
qué importa la sopa fría
—no puedes permitirte el lujo
de perderlo de vista un solo instante, Almudena—,
si cuando vas a citar “yo siempre estoy triste”
él se anticipa y acariciándote los ojos dice que le encanta
tu alegría.
Qué importa el poco tiempo que tienes para enamorarlo,
qué importa la sopa fría
—no puedes permitirte el lujo
de perderlo de vista un solo instante, Almudena—,
si cuando vas a citar “yo siempre estoy triste”
él se anticipa y acariciándote los ojos dice que le encanta
tu alegría.
Almudena Guzmán, España, 1964