La pared se cayó.
El arquitecto niega ser responsable.
La calidad del suelo, sostiene, no es la mejor,
y algunos vientos superan lo predecible.
Fulano de Tal, vecino y profesor de historia,
agrega que en el pasado
ya se cayeron otras paredes.
Mengano de Tal, sociólogo del barrio,
afirma que los vecinos
no armaron tanto lío en esas ocasiones,
porque eran paredes que no le importaban
a nadie.
Zutano de Tal, ensayista de fomento,
propone que en realidad
las paredes no existen: son una alegoría
de nuestras propias limitaciones.
Un trío de periodistas festeja el derrumbe
y lanza suspicacias contra los transeúntes...
Relativistas del mundo, ite.
Vaffanculo.
La pared se cayó.
Si uno anda por ahí, pisa cascotes.
Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955
imagen: s/d
Ni los dioses, ni los hombres ni los estantes de las bibliotecas
soportan a un poeta mediocre.
—Horacio
¿No comprendes que tus designios están descubiertos?
—Cicerón, Primera Catilinaria
Una suerte de imperfección era lo que tenía,
y la poesía que inventaba era fácil de olvidar;
conocía la ambición como la palma de su mano
y moría de interés por espacios y ascensores;
cuando leía, respetables escritores disimulaban la risa,
cuando odiaba, los chicos le cantaban sus burlas en las calles.
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