domingo, 22 de mayo de 2011

Patrick Chapman



Elephant And Castle *

La tarde cae en capas
sobre la calle:
rojo sobre gris, salsa sobre hueso.

En la última parada, un autobús
engulle sus pasajeros
los vomita y continúa su recorrido
como si una sombra mecánica
hubiera realizado una maniobra Heimlich.

Entre vidrio de ventanas y música, funcional:
Dios Bendiga Al Niño,
un mozo nos trae pollo,
vino y media ensalada Caesar.

Me dices, mientras cortas una pechuga,
que has dividido tus horas entre
dos hombres demasiado débiles para dejarte
y demasiado familiares para tener gusto a algo.
No hay carne en ellos:
deberás elegir plumas, huesos, ¿o nada?

* Elephant & Castle, nombre de un restaurante de Dublín, en Temple Bar.

Patrick Chapman, Dublín, 1968
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Elephant And Castle

The evening is layering
itself upon the street:
red on grey, sauce on bone.

At the final stop, a bus
is choking on its passengers
throwing them up and heading off
as though some shadow mechanic
has performed a Heimlich manoeuvre.

Between window glass and music, piped:
God Bless The Child,
a waiter brings us chicken,
wine and baby Caesar salad.

You tell me, as you portion a breast,
that you’ve halved your hours between
two men too weak to leave you
and too familiar to taste of anything.
There is no meat on them:
should you choose feather, bone or neither?



Cicatriz

Tú no viste la mía, la noche en que nos conocimos.
Estabas ocupada, atravesando mi ventana
con tu mano, sin sentir el dolor,
tu muñeca sangrando por astillas invisibles
cuando abriste unos centímetros el paño para que entrase un poco
de aire, dejando entrar hojas de otoño de los árboles cercanos.
En un momento, hicimos el amor, o un intento fallido.

A la mañana, la sangre se te había coagulado.
Lastimada y práctica, ningún pájaro herido,
trataste de mostrarme varias vecs cómo dos hojas que caían
podían chocar en la lluvia, en una corriente, y flotar
como una sola hoja. Al final, el invierno nos soltó.
De vez en cuando, sutiles cicatrices indican en mi piel
que dejaste más en mí de lo que nunca revelaría.

Patrick Chapman, Dublín, 1968
Versión © Gerardo Gambolini



Cicatrice

You did not see mine, on the first night we met.
You were occupied, putting your hand
Through my window, not feeling the pain,
Bleeding your wrist on invisible shards
As you opened the frame just a crack for some air,
Letting autumn leaves in from the fingers of trees.
At some point, we made love, or a bungled attempt.

By the morning, your blood had congealed.
Wounded and practical, no broken bird,
You tried often to show me how two falling leaves
Might collide in the rain, on a current, and sail
As one leaf. In the end, winter rattled us loose.
Now and then, subtle scars raise a sign on my skin
That you left more in me than I'd ever let on.

viernes, 20 de mayo de 2011

Jorge Aulicino




Qué harás con los días sucios y fríos,
cuando el gato trepa a la ventana
y el tiempo recorta con salvaje continuidad
el perfil de los edificios en la ceniza del cielo.

Apenas dos o tres días, y la habitación luce desordenada, desierta,
ruedan por el suelo pelusas y fragmentos de hojas secas y la tierra
que entra por las rendijas, ávida de habitar los huecos
grises del pensamiento que no ha sido tratado durante semanas.
Amplia de alas y de rimas, la literatura abandonada.
Qué harás con los días si te dan la oportunidad.

Pedí misterio, leguas.
Pedí divinidad.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Libro del engaño y del desengaño, 2011
imagen: s/d



Si en tales sitios habita, y si ese es el término, el habitual sway,
en todo el resto la grandeza de otro modo inexpresable
se ahueca y deja
esto que habitualmente somos: cáscaras hablando
de cosas igualmente huecas.
Me lo pregunté demasiadas veces: las partidas lanzaderas, la herrumbre
de la revolución industrial, los pedazos de cuero
o las botellas, el cigüeñal
a un costado del camino, cubierto de capas de óxido,
y aún más: los términos
mismos que los designan, el propósito que nos lleva en el tren o el auto,
la agitada tos, el corroído pulmón que nos permite hablar,
los pedazos de cable,
el papel que vuela y las montañas de basura,
la rutina que parte el asfalto,
¿qué intimations of inmortality deparan, Wordsworth?,
sin hablar de los restos
de comida, la náusea, el gas que se alza sobre tus crepúsculos,
el parloteo y la guerra.
Dirás —y ya lo sé, callo—: todo eso, como
la terrible belleza de la gangrena,
es también aquel ojo arrebolado. Y en las costras hallarás los puertos. Y
en la negra bocanada de las ciudades, el hechizo de Dios o del diablo,
ambos equivalentes, como una palabra bien dicha y una equivocada.
Y porque todo es al fin y al cabo el padre
y el hijo y el espíritu, no esperes
que crea que hay una zona sublime y otra profana,
una de intensidad y otra vacía
en un concierto en el que todos los matices
y los amontonamientos y las fugas
son de la misma sustancia, de los mismos colores primarios,
de la misma materia:
quede en tu mano la rota palanca de cambio,
te consuma el carbón, mires de soslayo
al que muere en un atroz hospital: siempre piensa
del eterno Silencio de las verdades
que despiertan para no perecer nunca,
y tradúcetelo como puedas.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Libro del engaño y del desengaño, 2011


martes, 17 de mayo de 2011

Joaquín Giannuzzi




El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
El instante se desplaza hacia otro
un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen: Auguste Renoir, Joven peinándose, 1894



Compré café, cigarrillos, fósforos.
Fumé, bebí
y fiel a mi retórica particular
puse los pies sobre la mesa.
Cincuenta anos y una certeza de condenado.
Como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido;
bostezando al caer la noche murmuré mis decepciones,
escupí sobre mi sombra antes de ir a la cama.
Esta fue toda la respuesta que pude ofrecer a un mundo
que reclamaba de mí un estilo que posiblemente no me
correspondía.
O puede ser que se trate de otra cosa. Quizás
hubo un proyecto distinto para mí
en alguna probable lotería
y mi número no salió.
Quizá nadie resuelva un destino estrictamente privado.
Quizás la marea histórica lo resuelva por uno y por todos.
Me queda esto.
Una porción de vida que me cansó de antemano,
un poema paralizado en mitad de camino
hacia una conclusión desconocida;
un resto de café en la taza
que por alguna razón
nunca me atreví a apurar hasta el fondo.

Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina

domingo, 15 de mayo de 2011

Eamon Grennan




Aún con este clima duro hay amantes por todas partes
abrazándose uno al otro, las manos en los bolsillos del otro
buscando calor, la sensación de soy tuyo, el tierno reclamo
que eso sigue haciendo — una pareja se detiene en el frío
para quedarse ahí, las caras pegadas, los cuerpos abrazados,
enfundados en camperas, y entonces puedo ver manos desnudas
hurgando dentro, ver el rubor de los dedos fríos
al desviarse un poco, tratando de registrar pliegue
por pliegue, Lo que sientes es mi carne sintiéndote.

Debe haber algún instinto contrario en la sangre
que se rebela contra el clima como éste, que produce
amantes como brotes tempranos, igual que los amentos
gris plata que vi esta mañana, pulidos por el hielo
durante la noche. Los gansos también: más y más parejas
yendo hacia el norte, grandes bandadas llenas de vida
inhalando el aire helado y exhalándolo como canto,
como si esa gélida empresa fuera todo alegría, nada a que temer.

Eamon Grennan, Dublin, Irlanda, 1941
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Opposing Forces

Even in this sharp weather there are lovers everywhere
Holding onto each other, hands in one another’s pockets
For warmth, for the sense of I’m yours, the tender claim
It keeps making — one couple stopping in the chill
To stand there, faces pressed together, arms around
Jacketed shoulders so I can see bare hands grapple
With padding, see the rosy redness of cold fingers
As they shift a little, trying to register through fold
after fold, This is my flesh feeling you you’re feeling.

It must be some contrary instinct in the blood
That set itself against the weather like this, brings
Lovers out like early buds, like the silver-grey catkins
I saw this morning polished to brightness
By ice overnight. Geese, too: more and more couples
Voyaging North, great high-spirited congregations
Taking the freezing air in and letting it out as song, as if
This frigid enterprise were all joy, nothing to be afraid of.


viernes, 13 de mayo de 2011

Claudio Piermarini



Esos ojos azules de Victoria,
como dos tajos de agua
en la mañana,
quiero verlos de nuevo
crispar al mediodía
y así,
por esas puertas encendidas,
esos azules ríos del diablo,
entrar
sin ser visto por los santos
en la tan vigilada casa de la gracia.



Te besaría contra los setos
de la tarde que se derrumba
como un toro celeste.
Y con esa certeza absoluta
con que los cristianos iban a la muerte
igual que el toro del ocaso
sobre ti me volcaría.

Pletórico de fe en la carne.



Muy bien,
tiránica Afrodita,
ya entendí
quién manda aquí.
Más si aún
quieres verme
dando sombra
entre los vivos,
afloja un poco
con las flechas.



Un jueves
encontré a Dios en un cineclub.
Era morocha,
de Aries.

                                                                                                  
                                                                       a Albert Camus

Así como unos viven
para entrar en la historia
y otros se desviven
por salir de Babilonia,
¿no se puede acaso
y con la misma dignidad
vivir para detalles:
la particular concavidad de una garganta
bajo la presión de tu lengua,
la forma exquisita
que adoptó la carne humana
en el cuello de una prostituta joven,
su arete, como un relámpago de estrás,
brillando duplicado en el espejo?

¿No se puede vivir
sólo para detalles como estos?
¿Apostarlo todo a la sed
y jugar a cara o cruz
la partida sin red,
atado a tu condición
como Ulises al mástil?



En el amor no le demos todo el crédito a los cuerpos; lo que verdaderamente arde
son las palabras.

Claudio Piermarini, Buenos Aires, 1956
reside actualmente en Tucumán
imagen: Herbert James Draper, Ulysses and the Sirens (1909)


miércoles, 11 de mayo de 2011

Kavanagh / MacNeice



Patrick Kavanagh / Paz

Y a veces cuando la hierba
crece entre las piedras de las cañadas silenciosas
y el heno se dobla en la huella de las carretas
lamento no ser la voz de los campesinos
que están ahora en la cabecera de un surco
hablando de nabos y de papas, o del grano tierno,
o de bancos de turba vaciados para la victoria.*
Allí la Paz pregona todavía
sus peinetas y chalinas de colores y sus collares de asta.

Desde un promontorio, junto a una cerca de espinos,
una liebre mira una zanja cubierta de hojas;
hay un viejo arado dado vuelta en una loma ganada por la maleza,
y alguien vuelva a casa cargando al hombro una trilla.
¿Qué tontos abandonan ese país de la infancia
para luchar contra Amor, Vida y Tiempo, los tiranos?

* Se alude a las “huertas para la victoria” cultivadas por civiles durante la Segunda Guerra
para contribuir con alimentos y otros recursos al esfuerzo de guerra sostenido por el Estado.

Patrick Kavanagh, Irlanda, 1904-1967
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Peace

And sometimes I am sorry when the grass
Is growing over the stones in quiet hollows
And the cocksfoot leans across the rutted cart-pass
That I am not the voice of country fellows
Who now are standing by some headland talking
Of turnips and potatoes or young corn
Of turf banks stripped for victory.
Here Peace is still hawking
His coloured combs and scarves and beads of horn.

Upon a headland by a whinny hedge
A hare sits looking down a leaf-lapped furrow
There’s an old plough upside-down on a weedy ridge
And someone is shouldering home a saddle-harrow.
Out of that childhood country what fools climb
To fight with tyrants Love and Life and Time?


Louis MacNeice / Nieve

El cuarto se animó de repente y el amplio ventanal del mirador
mostró nieve en abundancia y rosas rojas
calladamente contiguas e incompatibles:
el mundo es más repentino de lo que imaginamos.

El mundo es mucho más caprichoso de lo que pensamos,
incorregiblemente plural. Yo pelo y corto
una mandarina y escupo las semillas y siento
la embriaguez de lo diverso entre las cosas.

Y el fuego arde con un sonido crepitante porque el mundo
es más malicioso y alegre de lo que uno supone —
por la lengua los ojos las orejas las palmas de la mano —
Hay más que vidrio entre la nieve y las espléndidas rosas.

Louis MacNeice, Belfast, Irlanda del Norte, 1907-1963
Versión © Gerardo Gambolini


Snow

The room was suddenly rich and the great bay-window was
Spawning snow and pink roses against it
Soundlessly collateral and incompatible:
World is suddener than we fancy it.

World is crazier and more of it than we think,
Incorrigibly plural. I peel and portion
A tangerine and spit the pips and feel
The drunkenness of things being various.

And the fire flames with a bubbling sound for world
Is more spiteful and gay than one supposes —
On the tongue on the eyes on the ears in the palms of one’s hands —

There is more than glass between the snow and the huge roses.

lunes, 9 de mayo de 2011

Horacio Castillo




El paisaje es más hermoso de lo que habíamos imaginado:
estas murallas que caen a pico sobre nosotros,
aquel sol negro descendiendo sobre la laguna,
allá, a estribor, un arco iris que refracta la niebla.
Pero esta moneda de hierro entre los dientes,
este óbolo que debemos morder hasta el término del viaje,
cierra la boca que desea cantar.
Cantar para estas almas tristes sentadas en el banco,
mientras el cómitre marca con el látigo el compás,
mientras ordena remar sin interrupción,
cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más lejos de la luz.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010
imagen: William Blake, Caronte y las almas condenadas



Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros.
Débiles aún, su peso nos impide la marcha,
pero luego se vuelve cada vez más liviano,
hasta que un día deja de sentirse
y advertimos que ha muerto.
Entonces lo abandonamos para siempre
en un recodo del camino
y trepamos a los hombros de nuestro hijo.

Horacio Castillo, Ensenada, Buenos Aires, 1934 – La Plata, 2010

sábado, 7 de mayo de 2011

Charles Bukowski




y, le dije, puedes agarrar a tus tíos y tías ricos
y a tus abuelos y padres
y todo su inmundo petróleo
y sus siete lagos
y sus pavos salvajes
y sus búfalos
y todo el estado de Texas,
quiero decir, tus cacareos
y tus paseos por la rambla el sábado a la noche,
y tu biblioteca barata
y tus concejales corruptos
y tus artistas afeminados —
puedes agarrar todo eso
y tu periódico semanal
y tus famosos tornados,
y tus mugrientas inundaciones
y todos tus gatos chillones
y tu suscripción a Time,
y metértelos, nena,
metértelos
yo puedo volver a manejar un hacha y un pico (creo)
y puedo sacar
25 dólares por cuatro rounds (quizás)
seguro, tengo 38
pero un poco de tintura puede quitarme
el gris del pelo,
y todavía puedo escribir un poema (a veces),
no olvides ESO, y aunque
no reditúe
es mejor que esperar la muerte y el petróleo,
y matar pavos salvajes,
y esperar que el mundo
empiece.

muy bien, vago, dijo ella
vete.

¿qué? dije yo.

vete. ese fue
tu último berrinche.
estoy cansada de tus malditos berrinches:
siempre actúas como un
personaje de una obra de O’Neill.

pero yo soy diferente, nena,
no puedo
evitarlo.

¡claro! tú eres diferente
¡Dios, qué diferente!
no golpees la puerta
cuando te vayas.

pero, nena, ¡yo amo tu
dinero!

¡ni una sola vez dijiste
que me amabas a mí!

¿qué quieres
un mentiroso o un
amante?

¡tú no eres ni una cosa
ni la otra! ¡vete, vago,
fuera!

¡... pero, nena!

¡vuelve a O’Neill!

fui hacia la puerta,
la cerré suavemente y me marché,
pensando: todo lo que ellos quieren
es un indio de madera
que diga sí y no
y que vigile el fuego y
no arme mucho lío;
pero te estás poniendo
viejo, chico;
la próxima vez esconde
mejor
las cartas.

Charles Bukowski, Andernach, Alemania, 1920 – Los Ángeles, Estados Unidos, 1994
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


The day I kicked Away a Bankroll

and, I said, you can take your rich aunts and uncles
and grandfathers and fathers
and all their lousy oil
and their seven lakes
and their wild turkey
and buffalo
and the whole state of Texas,
meaning, your crow-blasts
and your Saturday night boardwalks,
and your 2-bit library
and your crooked councilmen
and your pansy artists -
you can take all these
and your weekly newspaper
and your famous tornadoes,
and your filthy floods
and all your yowling cats
and your subscription to Time,
and shove them baby
shove them
I can handle a pick and axe again (I think)
and I can pick up
25 buck for a 4-rounder (maybe);
sure, I'm 38
but a little dye can pinch the gray
out of my hair;
and I can still write a poem (sometimes),
dont forget THAT, and even if
they dont pay off,
it's better than waiting for death and oil,
and shooting wild turkey,
and waiting for the world
to begin.

all right, bum, she said
get out.

what? I said.

get out. you’ve thrown your
last tantrum.
I’m tired of your damned tantrums:
you’re always acting like a
character in an O’Neill play.

but I’m different, baby,
I can’t help
it.

you’re different, all right!
God, how different!
don’t slam
the door
when you leave.

but, baby, I love your
money!

you never once said
you loved me!

what do you want
a liar or a
lover?

you’re neither! out, bum,
out!

... but baby!

go back to O’Neill!

I went to the door,
softly closed it and walked away,
thinking: all they want
is a wooden Indian
to say yes and no
and stand over the fire and
not raise too much hell;
but you’re getting to be
an old man, kiddo;
next time play it closer
to the
vest.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Kenneth Rexroth


León

Al león lo llaman el rey
de los animales. Hoy hay casi
tantos leones en jaulas
como fuera de ellas.
Si te ofrecen una corona, recházala.



Ciervo

Los ciervos son gráciles y mansos
y tienen ojos hermosos.
No dañan a nadie salvo a sí mismos,
los machos, y sólo por amor.
Los hombres inventaron varios miles
de métodos para matarlos.



Lobo

Nunca creas todo lo que escuchas.
Los lobos no son tan malos como los corderos.
Yo he sido un lobo toda mi vida
y tengo dos hijas adorables
que mostrar, pero podría
contar historias repugnantes
de corderos que recibieron su justo castigo.


Buitre

Santo Tomás de Aquino pensaba
que los buitres eran lesbianas
fertilizadas por el viento.
Si miras los hechos de la vida,
los intelectuales papistas
pueden ser muy engañosos.



Foca

Cuando está en el agua
la foca es un cliente escurridizo
de atrapar. Pero cuando hace el amor
se va a tierra seca, y los hombres
la matan a garrotazos.
Para tener una vida amorosa feliz,
controla tu entorno.

Kenneth Rexroth, Estados Unidos, 1905-1982
Versión © Gerardo Gambolini
Imagen: s/d


Lion   

The lion is called the king
Of beasts. Nowadays there are
Almost as many lions
In cages as out of them.
If offered a crown, refuse.     

Deer   

Deer are gentle and graceful
And they have beautiful eyes.
They hurt no one but themselves,
The males, and only for love.
Men have invented several
Thousand ways of killing them.

Wolf

Never believe all you hear.
Wolves are not as bad as lambs.
I've been a wolf all my life,
And have two lovely daughters
To show for it, while I could
Tell you sickening tales of
Lambs who got their just deserts.


Vulture

St. Thomas Aquinas thought
That vultures were lesbians
And fertilized by the wind.
If you seek the facts of life,
Papist intellectuals
Can be very misleading.

Seal

The seal when in water,
Is a slippery client
To catch. But when he makes love
He goes on dry land, and men
Kill him with clubs.
To have a happy love life,
Control your environment.

domingo, 1 de mayo de 2011

Thomas Kinsella



Me hicieron entrar a verla.
Un fleco de cuentas de azabache
tintineó en mis oídos
al traspasar la cortina.

Me envolvió una penumbra morada.
Mi corazón se contrajo
ante el olor de órganos en desuso
y un riñón putrefacto.

El negro delantal donde solía
hundir mi cara
estaba doblado al pie de la cama
en la última y tenue luz de la ventana.

(Ve y dile adiós)
y fui empujado
hacia abismos insondables.
Me paré delante de ella.

Miraba el techo fijamente
y se empolvaba una mejilla, distraída,
reclinada contra el espaldar,
descansando hasta el próximo ataque.

Las mantas estiradas
casi hasta su boca,
que las líneas de mal genio
subrayaban todavía. Su cabello gris

suelto igual que el de una joven,
por toda la almohada,
mezclado con las sombras
que le cruzaban la frente

y en la boca y los ojos, como una red,
sujetando su cabeza contra la cama
y cayendo enmarañado hacia la sombra
que carcomía el piso a mis pies.

No me podía mover al principio, ni lo deseaba,
por miedo a que pudiera darse vuelta y me indicara
(la madre de mi padre)
con voz apremiante

—con algún feroz susurro lisonjero—
que me escondiese una última vez
contra ella, y me enterrara
en su fango reseco.

¿Debía besarla? Cuando besara
la humedad que avanzaba
por las paredes floreadas
de aquella fosa.

Pero debía besarla.
Me arrodillé junto al cuerpo en el lecho de muerte
y hundí mi cara en el frío y el olor
de su delantal negro.

Rapé y almizcle, los pliegues contra mis párpados
me transportaron a un sitio abandonado
que olía a ceniza: paredes y techos desconocidos
crujían pareciendo respirar.

Me vi revolviendo cenizas apagadas
buscando algún vestigio
de calor, cuando a lo lejos
en las bóvedas, oí caer

una gota. Y encontré
lo que estaba buscando
— ni fuego, ni calor,
ni alivio alguno,

sino su voz, suave, hablándole a alguien
sobre mi padre: “Dios lo ayude, derramó
grandes lágrimas allí junto a la máquina
por la pobrecita.” Gotas

brillantes sobre la tapa de madera
por mi hermanita. El lamento mío de
cachorro cesó pronto,
con toda temprana conjetura

de la triste monotonía y el tedioso pesar
y permanece amargo en riguroso cautiverio.
¡Cómo lo sentía ahora —
su corazón latiendo en mi boca!

Resolló entrecortadamente,
empujó las mantas
y se estremeció con un gesto de cansancio.
Me incorporé

y dejé la habitación
prometiéndome que
la besaría realmente
cuando estuviera realmente muerta.

Mi abuelo alzó apenas la vista del hogar
cuando asomé por la puerta, encogió los hombros
y volvió a clavar en el fuego
la mirada ausente.

Me quedé un momento a su lado,
incómodo, y me fui al taller.
Todavía había luz allí
y sentí que volvía a respirar.

La vejez puede digerir
cualquier cosa: la conmoción
ante las puertas del Cielo — la lucha que afrontamos
durante toda la vida.

Qué largo y duro se hace
hasta llegar al Cielo, a menos que uno,
como la pequeña Agnes,
se desvanezca con lágrimas tempranas.

Thomas Kinsella, 1928, Dublín, Irlanda
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Tear

I was sent in to see her.
A fringe of jet drops
chattered at my ear
as I went in through the hangings.

I was swallowed in chambery dusk.
My hear shrank
at the smell of disused
organs and sour kidney.

The black aprons I used to
bury my face in
were folded at the foot of the bed
in the last watery light from the window.

(Go in and say goodbye to her)
and I was carried off
to unfathomable depths.
I turned to look at her.

She stared at the ceiling
and puffed her cheek, distracted,
propped high in the bed
resting for the next attack.

The covers were gathered close
up to her mouth,
that the lines of ill-temper still
marked. Her grey hair

was loosened out like
a young woman's all over
the pillow, mixed with the shadows
criss-crossing her forehead

and at her mouth and eyes,
like a web of strands tying down her head
and tangling down toward the shadow
eating away the floor at my feet.

I couldn't stir at first, nor wished to,
for fear she might turn and tempt me
(my own father's mother)
with open mouth

— with some fierce wheedling whisper —
to hide myself one last time
against her, and bury my
self in her drying mud.

Was I to kiss her? As soon
kiss the damp that crept
in the flowered walls
of this pit.

Yet I had to kiss.
I knelt by the bulk of the death bed
and sank my face in the chill
and smell of her black aprons.

Snuff and musk, the folds against my eyelid,
carried me into a derelict place
smelling of ash: unseen walls and roofs
rustled like breathing.

I found myself disturbing
dead ashes for any trace
of warmth, when far off
in the vaults a single drop

splashed. And I found
what I was looking for
— not heat nor fire,
not any comfort,

but her voice, soft, talking to someone
about my father: “God help him, he cried
big tears over there by the machine
for the poor little thing”. Bright

drops on the wooden bed for
my infant sister. My own
wail of child-animal grief
was soon done, with any early guess

at sad dullness and tedious pain
and lives bitter with hard bondage.
How I tasted it now —
her heart beating in my mouth!

She drew an uncertain breath
and pushed at the clothes
and shuddered tiredly.
I broke free

and left the room
promising myself
when she was really dead
I would really kiss.

My grandfather half looked up
from the fireplace as I came out,
and shrugged and turned back
with a deaf stare to the heat.

I fidgetted beside him for a minute
and went out to the shop.
It was still bright there
and I felt better able to breathe.

Old age can digest
anything: the commotion
at Heaven's gate — the struggle
in store for your all your life.

How long and hard it is
before you get to Heaven,
unless like little Agnes
you vanish with early tears.