miércoles, 13 de julio de 2011
Jorge Aulicino
viernes, 20 de mayo de 2011
Jorge Aulicino
de Libro del engaño y del desengaño, 2011
imagen: s/d
de Libro del engaño y del desengaño, 2011
martes, 13 de julio de 2010
Jorge Aulicino
Cetrería
¿Qué saben hoy de tu propósito la hez de los atrios,
el violador, el impune, el manco, el sudoroso idiota,
el que corta el teléfono con furia, el que llora?
¿Y qué sabe el que sabe, el que derramó vísceras,
las unió con electrodos, las puso a freír,
gritó de placer al descubrir la fórmula,
al ver las natas del hipotálamo,
la explicación de la tos o del estornudo?
¿Qué saben de tus voces encapsuladas en nuestro corazón
los que duermen en un banco, los que fueron muy lejos,
los que se mueren en el subte, los que muerden el freno,
y aquellos que trepan a las torres de alta tensión porque es su trabajo?
¿Dónde está el fulgor? ¿Quién lo buscaría en la historia conocida,
en el homicidio reprimido, en la basura del mercado?
Y sin embargo, cualquier sonido en la floja madrugada
podría llevarnos a tu abismo certero.
Un pensamiento cualquiera, liberado de su noria,
en el aire del búho que alejó el sufrimiento.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Hostias (2004)
imagen: byobu japonés, S. XIX
domingo, 21 de marzo de 2010
Jorge Ricardo Aulicino
Termópilas
Desde este drugstore, y con una gaseosa,
difícil imaginar por qué dejar la piel en un desfiladero:
el mundo era tan ancho y desconocido.
Leónidas, ridiculizado en el vasto territorio del consumo,
se sienta enfrente con su ceño amargo,
fulgor chirle en los ojos,
pide bebida fuerte y mira las palomas.
Problemas, Jerjes aprieta todas las salidas,
la tarjeta de crédito ya no tiene cupo.
Aguantar en nombre de nada,
más difícil que morir por Esparta.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de La luz checoslovaca (2003)
Magnificat
El ojo blanco de la tormenta reconforta.
Blandengue, el día se iba sin dejar gloria.
Entonces vino el trueno y el cielo se abrió.
La tormenta recortó un gran ojo silbante
ente nubes esparcidas, verdes, hinchadas.
Miro el ojo de la tormenta
desde el interior oscuro de un departamento.
Hay la huella de un vaso en la madera de la mesa.
Hasta tarde, las luces estarán titilando
en las alcobas de los edificios cercanos.
Ya no encenderé la luz ni pensaré ni tendré ánimo.
Hay agua, golpes de agua, olor de agua.
Y un gran día se acaba.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Hombres en un restaurante (1994)
Los bárbaros en sí
Hacían chistes con la muerte, atravesaban el mar
en botes de tablas y dormían en el delta sobre las embarcaciones.
Aparecían en los noticieros con mujeres de otro planeta
y tenían fortuna en los negocios.
Murieron de peste en sanatorios refrigerados
Y preferían callar las infamias: esa fue su única ética,
de dudosa estirpe.
Una mujer los vio, pero se perdió entre los autos.
Estuvieron un tiempo imposible de calcular en los desiertos cercanos
y se fueron definitivamente, la mayoría de ellos infectados,
con una muerte segura a corto plazo.
Se habla banalmente de los bárbaros ahora, pero
el misterio de su origen es casi tan grande
como el de la religión que profesaban.
Tuvieron un dios: a nosotros nos quedan las gaviotas
que no muestran decisión en resolver el problema.
Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Paisaje con autor (1998)