Esos ojos azules de Victoria,
como dos tajos de agua
en la mañana,
quiero verlos de nuevo
crispar al mediodía
y así,
por esas puertas encendidas,
esos azules ríos del diablo,
entrar
sin ser visto por los santos
en la tan vigilada casa de la gracia.
Te besaría contra los setos
de la tarde que se derrumba
como un toro celeste.
Y con esa certeza absoluta
con que los cristianos iban a la muerte
igual que el toro del ocaso
sobre ti me volcaría.
Pletórico de fe en la carne.
Muy bien,
tiránica Afrodita,
ya entendí
quién manda aquí.
Más si aún
quieres verme
dando sombra
entre los vivos,
afloja un poco
con las flechas.
Un jueves
encontré a Dios en un cineclub.
Era morocha,
de Aries.
a Albert Camus
Así como unos viven
para entrar en la historia
y otros se desviven
por salir de Babilonia,
¿no se puede acaso
y con la misma dignidad
vivir para detalles:
la particular concavidad de una garganta
bajo la presión de tu lengua,
la forma exquisita
que adoptó la carne humana
en el cuello de una prostituta joven,
su arete, como un relámpago de estrás,
brillando duplicado en el espejo?
¿No se puede vivir
sólo para detalles como estos?
¿Apostarlo todo a la sed
y jugar a cara o cruz
la partida sin red,
atado a tu condición
como Ulises al mástil?
En el amor no le demos todo el crédito a los cuerpos; lo que verdaderamente arde
son las palabras.
Claudio Piermarini, Buenos Aires, 1956
reside actualmente en Tucumán
imagen: Herbert James Draper, Ulysses and the Sirens (1909)
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