Como las flores del ceibo
cuando el aire de muerte lo estremece
mis pasiones se van por el río
y el corazón se queda solo
tiritando de frío,
igual que el árbol en la orilla.
Muy bien,
la saciedad es la tumba de la sed
y en la orgía desfallece
el deseo más desenfrenado.
Pero digan lo que digan
los tibios que calculan
no es menos rojo el rojo
porque dura un día.
Como el jugador empedernido
mal ganado o bien perdido
la intención está en la apuesta.
Entre tus omóplatos y tu remera
se abre un hueco perfumado,
por el que me dejaría caer
hasta el Infierno mismo,
sin importarme de mi alma.
Yo lo sé, Luciana,
Yo lo sé, Luciana,
te olí al pasar,
era veneno de Venus
lo que dejabas tras tu espalda.
Después se partió el cielo
y, entre brumas,
vi a la Diosa que reía
acertar en medio de mi pecho
su saeta despiadada.
Un Dios al que nacemos debiendo
no es un buen dios,
es un Banco Universal de la Desgracia.
Claudio Piermarini, Buenos Aires, 1956
reside actualmente en Tucumán
imagen: Daniel Jensen, Ephemeral Red
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