viernes, 11 de junio de 2010

Silvia Camerotto


Licópolis

¿De dónde vino la sombra fantasmal
sino de los platos que tuve en la mano?
In ictu oculi, validamos
los elementos básicos para una consumatio
Hicimos listas conspirativas:
la secuencia obligada del jabón para el baño
la versificación de la dickinson
tus manos en la carne en la masa en lo callado
Te he visto desarmar una lámpara de pie
inútilmente
Te he visto armar una lámpara de pie
inútilmente
Y entonces, mientras doblaba en dos la caja de la pizza
fue redimida la condición perecedera
Siempre fuimos tres en la conjunción de este sistema.
La causa es superior a lo causado.

Silvia Camerotto, Buenos Aires, Argentina, 1959
imagen: Rafael, Plotino

lunes, 7 de junio de 2010

José María Álvarez



Abçatritaz

Un secreto esplendor que aún no es ceniza —Francisco Brines

Si Brittles prefiere abrir la puerta en
presencia de testigos -dijo Gilles después de
una larga pausa-, me presto sin duda a
acompañarlo
—Charles Dickens

Podrías huir. Sin duda. La
nueva Luz del mundo, Octavio, te
perdonaría (si no gustoso, el interés
le haría respetarte,
cubrirte de riquezas). Y eres aún tan bella. Sí, podrías...

Pero no seguirás ese camino.
Y no
por el amor de Antonio, ni porque fuera indigno
de quien de tantos reyes es el último,
sino algo más profundo: algo que sólo a ti te vale,
a cuanto yace en tu memoria.
Y cómo modificaría
esa huida, el pasado.
Lo que fuera esplendor
–esa gloria por la que apostaste–
ahora sería mediocridad;
la grandeza de guerras y pasiones
quedaría convertida en las vulgares
apetencias de una zorra codiciosa.

Por eso, no lo dudas.
y dejas que te vistan tus sirvientas
con tus mejores ropas, y perfumas
tu cuello, y te sientas
segura y orgullosa
en ese trono. Y sin
que la sonrisa se borre de tu boca,
metes la mano en ese cesto
de higos que se mueven, y esperas
la picadura en tu muñeca.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen:  Reginald Arthur, The Death of Cleopatra (1892)



Tumba de Keats

                                               Referimos esto para recordar las virtudes antiguas —Polibio

                                               Así todos ganamos en sabiduría —Ralph Waldo Emerson


Aquel inglés que amó a Italia
y cuyos versos brillan
como iluminados por la luna,
tierra es
de Roma.
Si llegas a esa noble
ciudad, ve donde la piedra
dice que reposa.
Como contemplando la noche
o envejecer tu rostro,
no entenderás la muerte,
pero no será extraña.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942

viernes, 4 de junio de 2010

César Vallejo


LV

Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.

Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a
cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un frontal,
donde hay algas, toronjiles que cantan divinos almácigos en
guardia, y versos anti sépticos sin dueño.

El miércoles, con uñas destronadas se abre las propias uñas
de alcanfor, e instila por polvorientos
harneros, ecos, páginas vueltas, sarros,
zumbidos de moscas
cuando hay muerto, y pena clara esponjosa y cierta esperanza.

Un enfermo lee La Prensa, como en facistol.
Otro está tendido palpitante, longirrostro,
cerca a estarlo sepulto.
Y yo advierto un hombro está en su sitio
todavía y casi queda listo tras de éste, el otro lado.

Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsuelo empatrullado,
y se está casi ausente
en el número de madera amarilla
de la cama que está desocupada tanto tiempo
allá .....................................
enfrente.


LVI

Todos los días amanezco a ciegas
a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,
sin probar ni gota de él, todas las mañanas.
Sin saber si he logrado, o más nunca,
algo que brinca del sabor
o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará
hasta dónde esto es lo menos.

El niño crecería ahito de felicidad
oh albas,
ante el pesar de los padres de no poder dejarnos
de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;
ante ellos que, como Dios, de tanto amor
se comprendieron hasta creadores
y nos quisieron hasta hacernos daño.

Flecos de invisible trama,
dientes que huronean desde la neutra emoción,
pilares
libres de base y coronación,
en la gran boca que ha perdido el habla.

Fósforo y fósforo en la oscuridad,
lágrima y lágrima en la polvareda.

César Vallejo, Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, 1938
de Trilce (1922)
imagen: s/d

miércoles, 2 de junio de 2010

Walt Whitman


20

¿Quién anda ahí, anhelante, ordinario, místico, desnudo?
¿Cómo es que obtengo fuerza de la carne que como?

¿Qué es el hombre, en todo caso? ¿qué soy yo? ¿qué eres tú?

Todo lo que anoto como mío deberás balancearlo con lo tuyo,
o escucharme será tiempo perdido.

Yo no lloriqueo por el mundo con la queja
de que los meses son vacuos y la tierra sólo fango e inmundicia.

Lamentos y servilismo son ingredientes de los polvos para enfermos,
la conformidad está bien para parientes lejanos;
yo uso sombrero a mi antojo, dentro y fuera de la casa.

¿Por qué habría de rezar? ¿por qué habría de adorar y ser formal?

Luego de examinar las capas, de analizar a fondo,
de consultar con doctores y calcular detenidamente,
no encuentro grasa más dulce que la pegada a mis huesos.

Me veo en todos, ninguno más y ninguno un ápice menos que yo,
y lo bueno y lo malo que digo de mí digo de ellos.

Yo sé que soy fuerte y sano,
los objetos convergentes del universo fluyen hacia mí constantemente,
todos se han escrito para mí, y yo debo comprender qué significa lo escrito.

Yo sé que soy inmortal,
yo sé que esta órbita mía no la abarcará un compás de carpintero,
sé que no desapareceré como el círculo que un niño hace de noche
con un palo encendido.

Yo sé que soy augusto,
no atormento mi espíritu buscando justificarme o ser entendido,
veo que las leyes elementales nunca se disculpan,
(no me creo por encima del nivel al que planto mi casa,
después de todo.)

Yo existo como soy, y eso es suficiente;
si nadie más en el mundo lo sabe, me contento,
y si todo el mundo está enterado, me contento.

Un mundo lo sabe y es de lejos el más grande para mí: yo mismo,
y si llego a mí mismo hoy o en diez mil o diez millones de años,
lo puedo aceptar alegremente ahora, o con la misma alegría
puedo esperar.

Mis cimientos están encajados en granito,
yo me río de lo que llaman disolución,
y conozco la dimensión del tiempo.

Walt Whitman, Estados Unidos, 1819-1892
de Song to Myself
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Walt Whitman, por Thomas Eakins, 1887



20

Who goes there? hankering, gross, mystical, nude;
How is it I extract strength from the beef I eat?

What is a man anyhow? what am I? what are you?

All I mark as my own you shall offset it with your own,
Else it were time lost listening to me.

I do not snivel that snivel the world over,
That months are vacuums and the ground but wallow and filth.

Whimpering and truckling fold with powders for invalids, conformity
goes to the fourth-remov'd,
I wear my hat as I please indoors or out.

Why should I pray? why should I venerate and be ceremonious?

Having pried through the strata, analyzed to a hair, counsel'd with
doctors and calculated close,
I find no sweeter fat than sticks to my own bones.

In all people I see myself, none more and not one a barley-corn less,
And the good or bad I say of myself I say of them.

I know I am solid and sound,
To me the converging objects of the universe perpetually flow,
All are written to me, and I must get what the writing means.

I know I am deathless,
I know this orbit of mine cannot be swept by a carpenter's compass,
I know I shall not pass like a child's carlacue cut with a burnt
stick at night.

I know I am august,
I do not trouble my spirit to vindicate itself or be understood,
I see that the elementary laws never apologize,
(I reckon I behave no prouder than the level I plant my house by,
after all.)

I exist as I am, that is enough,
If no other in the world be aware I sit content,
And if each and all be aware I sit content.

One world is aware and by far the largest to me, and that is myself,
And whether I come to my own to-day or in ten thousand or ten
million years,
I can cheerfully take it now, or with equal cheerfulness I can wait.

My foothold is tenon'd and mortis'd in granite,
I laugh at what you call dissolution,
And I know the amplitude of time.

lunes, 31 de mayo de 2010

T. S. Eliot


La canción de amor de J. Alfred Prufrock

S’io credesi che mi risposta fosse
a persona che mai tornasse al mondo
questa fiamma staria senza piú scosse.
Ma per ció che giammai di questo fondo
non tornó vivo alcun, s’i’odo il vero,
senza tema d’infamia ti rispondo.


Vayamos entonces, tú y yo,
cuando la tarde se tienda sobre el cielo
como un paciente anestesiado en una mesa;
vayamos, por esas calles semidesiertas,
los retiros rumorosos de noches agitadas
en hoteles baratos de una noche
y fondas de aserrín y ostras vacías:
calles que siguen como una discusión
insidiosa y aburrida
para llevarte a una pregunta abrumadora...
Oh, no preguntes “¿Qué sucede?”
Vayamos, y hagamos la visita.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La niebla amarillenta que restriega su lomo en las ventanas,
el humo amarillento que restriega su hocico en las ventanas
lamió las esquinas del ocaso,
se demoró en los charcos de los desagües,
dejó caer en su lomo el hollín que cae de las chimeneas,
trepó a la azotea, dio un salto repentino
y viendo que era una plácida noche de octubre,
se enroscó contra la casa y se durmió.

Y habrá tiempo, seguro,
para el humo amarillento que vaga por la calle
frotándose el lomo en las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de adoptar una cara para enfrentar las caras que enfrentas;
habrá tiempo para matar y crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días
de manos que levantan y arrojan en tu plato una pregunta;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes que llegue la hora del té.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

Y habrá tiempo, seguro,
para preguntar “¿Me atrevo?” y “¿Me atrevo?”
tiempo para dar media vuelta y bajar la escalera,
con un claro de calva en mi cabeza —
(“¡Cómo le está raleando el pelo!”, dirán)
Mi levita, mi cuello subiendo con firmeza a la barbilla,
mi corbata sobria y fina, pero con un prendedor sencillo —
(“¡Cómo tiene de flacos los brazos y las piernas!”, dirán)
¿Me atrevo
a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
para decisiones y revisiones que un minuto anulará.

Pues ya las conozco todas, las he conocido todas —
he conocido las noches, las mañanas y las tardes,
he medido mi vida con cucharas de café;
conozco las voces que se apagan con una cadencia moribunda
bajo la música de un cuarto distante.
¿Cómo animarme, entonces?

Y ya conocí los ojos, los he conocido todos —
los ojos que te encasillan en un enunciado,
y cuando esté encasillado, despatarrado en un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndome en la pared,
¿cómo empezar a escupir
todas las colillas de mis días y maneras?
¿Y cómo animarme?

Y ya conocí los brazos, los he conocido todos —
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero a la luz de la lámpara, cubiertos de vello claro!)
¿Es perfume de un vestido
lo que me hace divagar?
Brazos que se apoyan en la mesa, o se envuelven en un chal.
¿Debería, entonces, animarme?
¿Y cómo tendría que empezar?

. . . . . .

¿Diré que anduve por calles estrechas al caer la tarde
viendo el humo que sube de las pipas
de hombres solitarios
asomados a ventanas en mangas de camisa? ...

Yo tendría que haber sido un par de pinzas dentadas
correteando por el fondo de mares silenciosos.

. . . . . .

¡Y la tarde, el anochecer, duerme tan plácidamente!
Acariciada por largos dedos,
dormida... cansada... o haciéndose la enferma,
tendida en el piso, aquí junto a ti y a mí.
¿Debería yo tener, después del té, las masas, los helados,
la fuerza para llevar el momento hasta su crisis?
Pero aunque he llorado y ayunado, llorado y rezado,
aunque he visto mi cabeza (ya ligeramente calva) sobre una bandeja,
yo no soy ningún profeta — ni éste es un asunto trascendente;
he visto vacilar el momento de mi grandeza,
y he visto al eterno Lacayo tomar mi abrigo,
y reír por lo bajo,
y, en resumen, tuve miedo.

¿Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre un poco de charla sobre ti y sobre mí,
habría valido la pena
haber clavado el diente en la cuestión, con una sonrisa,
haber comprimido el universo en una bola
para arrojarla a una pregunta abrumadora,
decir: “Yo soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decirles todo, les diré todo” —
si una, apoyando la cabeza en un cojín,
dijera: “Eso no es lo que esperaba, en absoluto.
No lo es, en absoluto” ?

¿Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de las puestas y los jardines y de las calles regadas,
después de las novelas, las tazas de té, después de las faldas
que arrastran por el suelo —
y de esto, y mucho más?
¡Es imposible decir exactamente lo que quiero!
salvo como una linterna mágica que proyectara los nervios en segmentos
sobre una pantalla:
¿habría valido la pena
si una, acomodando una almohada o quitándose un chal
y mirando a la ventana, dijera:
“No lo es, en absoluto.
Eso no es lo que esperaba, en absoluto.” ?

. . . . . .

¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni tenía por qué serlo;
soy un noble del séquito, uno que servirá
para engrosar una comitiva, iniciar alguna escena,
aconsejar al monarca; un instrumento fácil, sin duda,
respetuoso, contento de ser útil,
político, cauto, meticuloso;
de hablar florido, pero algo obtuso;
a veces, por cierto, casi ridículo —
a veces, casi, el bufón.

Envejezco... envejezco...
Usaré enrolladas las botamangas del pantalón.

¿Deberé peinarme con la raya atrás? ¿Me atreveré a comer un durazno?
Usaré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
He oído a las sirenas cantándose entre sí.

No creo que ellas canten para mí.

Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el pelo blanco de las olas echado atrás por el viento
cuando el viento sopla el agua blanca y negra.

Nos hemos demorado en las cámaras del mar
adornados por sirenas con coronas de algas rojas y castañas
hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.

Thomas Stearns Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: T. S. Eliot, s/d


[Nota: Contrariando el hábito de este blog, se omite el original inglés, dada la extensión del poema. Entre muchos otros sitios, el original puede consultarse en http://www.bartleby.com/198/1.html - El Editor ]

miércoles, 26 de mayo de 2010

Friedrich Nietzsche


Solitario

Graznan los cuervos
y aleteando dirigen sus alas a la ciudad;
pronto nevará.
¡Feliz aquél que aún tiene patria!

Ahora estás petrificado,
miras hacia atrás, ¡cuánto tiempo ha pasado!
¿Estás loco
que has huido por el mundo ahora que es invierno?

El mundo: puerta abierta a mil desiertos,
muda y fría.
Quien perdió lo que perdiste
en ningún lugar se detiene.

Ahora estás pálido,
condenado a un viaje de invierno,
al humo semejante,
que sin cesar tiende a cielos más fríos.

¡Vuela pájaro, grazna tu canción
en tono de pájaro desértico!
¡Esconde, loco, tu ensangrentado corazón,
en hielo y en desprecio!

Graznan los cuervos
aleteando, sus alas dirigen a la ciudad:
pronto nevará,
¡Infeliz aquél que no tiene patria!

Friedrich Wilhelm Nietzsche, Alemania, 1844-1900
traducción de Andrés Sánchez Pascual
imagen: dibujo de Nietzsche por Edvard Munch

domingo, 23 de mayo de 2010

Píndaro


En breve tiempo crece la dicha de los mortales

En breve tiempo crece la dicha de los mortales,
pero, de igual forma, cae por tierra zarandeada
por el destino inflexible.
Seres de un día, ¿qué es uno? ¿qué no es?
El hombre es el sueño de una sombra.

Píndaro, Cinoscéfalas (Tebas) c. 518 a.C. - Argos, 438 a.C.
Traducción de Carlos García Gual
imagen: escena de El Séptimo sello, de I. Bergman, 1956



a Alcímidas de Egina
(Nemea VI, 1-13)

Una es la familia de los hombres, una la de los dioses,
pues por una sola madre alentamos unos y otros.*
Mas nos separa un poder enteramente desigual;
porque lo humano nada es y el cielo de bronce, en cambio,
permanece por siempre como sólida morada.
Con todo, en algo nos acercamos a los inmortales,
bien sea por la grandeza de la inteligancia,
bien por la condición corporal, aunque no sepamos
hacia qué meta trazada por el destino —en el día
o en la noche— hemos de correr.

* Alusión a Gea, de quien descienden los dioses y los hombres

Píndaro, Cinoscéfalas (Tebas) c. 518 a.C. - Argos, 438 a.C.
versión publicada en Píndaro – Epinicios
edición de Pedro Bádenas de la Peña y
Alberto Bernabé Pajares (Ediciones Akal, Madrid, España, 2002)

jueves, 20 de mayo de 2010

Wislawa Szymborska


Descubrimiento

Creo en el gran descubrimiento.
Creo en el hombre que hará el descubrimiento.
Creo en el terror del hombre que hará el descubrimiento.
Creo en la palidez de su rostro,
la náusea, el sudor frío en su labio.

Creo en la quema de las notas,
quema hasta las cenizas,
quema hasta la última.

Creo en la dispersión de los números,
su dispersión sin remordimiento.

Creo en la rapidez del hombre,
la precisión de sus movimientos,
su libre albedrío irreprimido.

Creo en la destrucción de las tablillas,
el vertido de los líquidos,
la extinción del rayo.

Afirmo que todo funcionará
y que no será demasiado tarde,
y que las cosas se develarán en ausencia de testigos.
Nadie lo averiguará, no me cabe duda,
ni esposa ni muralla,
ni siquiera un pájaro, porque bien puede cantar.

Creo en la mano detenida,
creo en la carrera arruinada,
creo en la labor perdida de muchos años.
Creo en el secreto llevado a la tumba.

Para mí estas palabras se remontan por encima de las reglas.
No buscan apoyo en ejemplos de ninguna clase.
Mi fe es fuerte, ciega y sin ningún fundamento.

Wislaza Szymborska, Kórnik, Polonia, 1923
de Fin y principio, 1993
versión de Gerardo Beltrán

imagen: s/d


Entierro II

“Tan de repente, quién lo hubiera dicho”
“los nervios y el tabaco, yo se lo advertí”
“más o menos, gracias”
“desenvuelve estas flores”
“su hermano también murió del corazón, seguramente es de familia”
“con esa barba jamás lo hubiera reconocido a usted”
“él tiene la culpa, siempre andaba metido en líos”
“he de hablarle pero no lo veo”
“Casimiro está en Varsovia, Tadeo en el extranjero”
“tú sí que eres lista, yo no pensé para nada en el paraguas”
“qué importa que fuera el mejor de ellos”
“es un cuarto de paso, Bárbara no estará de acuerdo”
“es cierto, tenía razón, pero eso no es motivo”
“barnizar la puerta, adivina por cuánto”
“dos yemas, una cucharada de azúcar”
“no era asunto suyo, por qué se metió”
“todos azules y sólo números pequeños”
“cinco veces, y nunca contestó nadie”
“vale, quizá yo haya podido, pero tú también podías”
“menos mal que ella tenía ese empleo”
“no lo sé, tal vez sean parientes”
“el cura, un verdadero Belmondo”
“no había estado nunca en esta parte del cementerio”
“soñé con él hace una semana, fue como un presentimiento”
“mira qué guapa la niña”
“no somos nadie”
“denle a la viuda de mi parte... tengo que llegar a”
“y sin embargo en latín sonaba más solemne”
“se acabó “
“hasta la vista, señora”
“¿qué tal una cerveza?”
“llámame y hablamos”
“con el tranvía cuatro o con el doce”
“yo voy por aquí”
“nosotros por allá”

Wislaza Szymborska, Kórnik, Polonia, 1923
de Gente en el puente, 1986
versión de Abel A. Murcia

miércoles, 19 de mayo de 2010

Dámaso Alonso


Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón
de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me
incorporo en este nicho en el que hace
45 años que me pudro,
y paso largas hora oyendo gemir al huracán,
o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas hora gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente
de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de
cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren
lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso, Madrid, España,1898-1990
imagen: Antonio López, La Gran Via

lunes, 17 de mayo de 2010

Catulo


32

Yo te ruego, mi dulce Ipsitila, mis delicias y mi encanto,
que me invites a echar la siesta contigo. Y si me invitas,
dá órdenes para que nadie eche el cerrojo a la puerta
de entrada, y a ti no se te ocurra salir fuera; quédate en casa
y prepárate para que disfrutemos de nueve coitos seguidos.
Si en verdad estás dispuesta, invítame inmediatamente,
pues, cuando después de comer me tiendo panza arriba
bien repleto, atravieso la túnica y el manto.

70

Con ninguno, dice mi amada que preferiría unirse
sino conmigo, aunque Júpiter en persona la deseara.
Eso es lo que dice; pero lo que dice una mujer
a un amante apasionado hay que escribirlo en el viento
y sobre la onda que huye.

85

Odio y amo. Tal vez preguntes: “¿Cómo es posible?”
No lo sé, pero siento que así me sucede
y es una tortura.

98

Si hay alguien de quien pueda decirse, fétido Vectio,
lo que se dice de los charlatanes y los necios,
ese eres tú; con esa lengua tuya podrías lamer,
si te fuera preciso, culos y sandalias de labriego.
Si quieres hacernos perecer a todos a la vez, Vectio,
abre la boca; lograrás por completo lo que deseas.


Cayo Valerio Catulo, Verona, 87 a.C.-Roma, 54 a.C.
Traducción de Víctor José Herrero Llorente
imagen: fresco de Pompeya

domingo, 16 de mayo de 2010

Alberto Girri


Tú, Delfina

En bellos ojos grises,
Con gradual y pertinaz saludo
Deja que tu amor, su dañado ser particular
Se aleje silencioso de esta sala,
Y decline el fulgor en la tulipa.

Bellos, bellos ojos queridos
Pronto actuará la emoción
Y no sabré olvidar que tu muerte
Llamada también sueño eterno
Pudo ser natural, trágica, violenta,
Accidental, dolorosa, confiada,
Inminente, inevitable, súbita
Y pudo ser gloriosa, santa, honorable,
Valiente, infame, vergonzosa, lenta,
Cruel, estúpida, aparente.

Elige una de esas pingües variantes
Y sin comparar vete tranquila,
Que en vez de la pena lamentable
Ensayaré sobre tu faz, seguramente tersa,
Un meritorio beso de cumpleaños.
No me llames entonces simio orgulloso,
No quiebres mi proyecto
He pensado que tal homenaje
Sería brillante y aun definitivo.
Muéstrate complaciente, acéptalo
Pues al menos eres libre
Ya que no atañe a tu memoria
La rueda de las estaciones y los años.

Oh, Delfina,
Tu corazón ahora envuelve la ciudad,
El mundo entero
Y me hace nadar hacia cálidos umbrales
Donde hombres que antes ignoré
Viven de ecos parecidos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Trece Poemas (1949)
imagen: Ángel Arias, En el parque de Santa Cruz de la Sierra, 2002.



Verano, somos los viejos

Implacable verano, ansiedad remota,
cambiada por esta falsa aceptación,
que en privados campos de lentitud,
es miedo hasta el juicio terminal.
Tu salvaje luz descendiendo,
nos degrada en hileras cada vez más secas,
con ácidas conjeturas
sobre el objeto de la vida que vivimos,
los tormentos posibles y eternos,
las reencarnaciones infinitas;
sobre la malograda vida posible,
que embotamos por esperar cómodos moldes,
y la caridad sin las consabidas inmundicias,
sólida en cuestiones de hiel y pecado.

Implacable verano, somos los viejos,
fuera de ti, fuera del voluble exceso
a que invita el tiempo, su silencioso crédito,
Dios llega como malhechor,
y nos halla preparados, despiertos,
apoyando el alma que no piensa,
y el cuerpo que nada recobra,
en la giratoria ruta del presente.
Somos los viejos, los ancianos,
antes que nos borren,
suplicamos algún influjo,
alguna costosa reparación, que recuerde otra edad,
otro verano.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
de Escándalos y Soledades (1952)

lunes, 10 de mayo de 2010

Mikelis Norgelis


Leyendo Una visión de Yeats en el Oliver St John Gogarty *

Irlanda es un país muy húmedo.
Cerveza y vómito, semen y pis.
En el baño de abajo una inglesa
tiene sexo con dos irlandeses.
Aquí arriba en la cocina, los chinos se ríen
y los lavaplatos polacos miran fruncido.
Yo empiezo mi breve descanso,
así que puedo volver a Una visión de Yeats.
Me gusta fumar y leer unos versos
y dejar que sus palabras den vueltas por mi cabeza.

Es extraño pensar que todos nosotros,
los polacos, los chinos y yo,
alguna vez fuimos niños con relucientes camisas blancas
con pequeñas bufandas rojas alrededor del cuello
cantando canciones de Esperanza y Progreso
sin saber que éramos La Bestia
a la que tanto temían por aquí
que casi bloqueábamos la luz.

Pero la Bestia está muerta
y hemos salido arrastrándonos como gusanos
de su piel fría.

Mi descanso terminó,
de nuevo a trabajar.
Tengo que bajar cerveza,
enormes barriles como píldoras de acero
que hay que meter a la fuerza por la garganta de la serpiente
que llena las calles de Temple Bar.

Ya no hay ninguna oscuridad en el mundo.
La luz brilla en cada esquina.
Yo no puedo dormir, no puedo soñar.
Como un siervo letonio del medioevo, espero
algo que esperar.

* Tradicional pub de Dublín, ubicado en el barrio de Temple Bar. El nombre del bar honra a Oliver Joseph St John Gogarty, médico, cirujano, narrador y poeta irlandés que sirviera de inspiración para el personaje de Buck Mulligan, en el Ulises de Joyce.

Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini
imagen: Oliver St John Gogarty


Reading Yeat’s A Vision in the Oliver St John Gogarty

Ireland is such a wet country.
Beer and vomit, semen and piss.
In the downstairs toilet an English woman
is having sex with two Irish men.
Up here in the kitchen the Chinese giggle
And the Polish porters glower.
Me, I am starting my coffee break
So I can return to my Yeat’s A Vision.
I like to smoke and read a few lines
And let his words roll round my head.

Strange to think that all of us
The Poles, the Chinese and me
Once wer children in shining white shirts
With little red scarves around our necks
Singing songs of Hope and Progress
Not knowing we were The Beast
They feared so much over here
That we almost blotted out the light.

But the Beast is dead and
We have come crawling like vermin
Out of its cold fur.

Now my break is over,
And it’s back to work, I
Have to bring down some beer,
Huge barrels like steel pills
To be forced down the throat of the serpent
Which fills the streets of Temple Bar.

There is no longer any darkness in the world.
The light shines in every corner.
I cannot sleep, I cannot dream,
like a medieval Latvian serf I wait
for something to wait for.



Una oda al capitalismo

Estaba muy bien para Pablo Neruda,
Mayakovsky y todos esos camaradas
escribir sus Odas a los Obreros: ellos tenían
metalúrgicos stakhanovitas,
conductores de tractores rojos que labraban suelo virgen.
¿Pero qué hay de mí? ¿Cómo voy a alabar
al operador del call-center,
al barista del hotel boutique,
al agente inmobiliario que les alquila tugurios a eslovacos?

Yo me siento aquí ocho horas por día con mi uniforme azul
en la caja registradora del Tesco,
tratando de pensar un nombre
para lo que hago en realidad.
Mis compañeros se llaman Mariska o Muhammad,
no sé dónde viven,
no sé qué comen.

Todo lo que sé es que somos sacerdotes de una casta inferior
de la iglesia más grande que la historia jamás ha visto.
La gente viene a la baranda del altar,
nosotros imponemos nuestras manos sobre los frutos de la tierra
y se los damos de vuelta a la gente que los produjo,
bendecidos, santificados, pagados.

No, no tengo ganas de escribirle una oda a gente como yo.
Como sea, hay una fiesta en un piso de Baggot Street
y el tipo de Brasil tiene una yerba realmente buena.

Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini



An Ode to Capitalism

It was all very good for Pablo Neruda,
Mayakovsky and all those comrades
To write their Odes to Labour: they had
Stakhanovite steelworkers,
Drivers od red tractors breaking virgin soil.
But what about me? How am I to praise
The call centre operative,
The barista in the boutique hotel,
The estate agent renting out boxes to Slovaks?

I sit here eight hours a day in my blue uniform
At the cash register in Tesco’s
Trying to think a name
For what I actually do
My co-workers are called Mariska or Muhammad
I do not know where they live
I do not know what they eat.

All I know is we are low caste priests
In the greatest church that history has ever seen
The people come to the altar rail,
We lay our hands on the fruits of the earth
And give them back to the people who made them
Blessed, sanctified, paid for.

No, I don’t feel like writing an ode to people like myself.
Anyway, there’s a party in a flat in Baggot Street
And the guy from Brazil has some really good dope.

viernes, 7 de mayo de 2010

Juan Manuel Inchauspe


Yo no quiero valerme de palabras

Yo no quiero valerme de palabras
que han sido quemadas, torcidas
en una violenta noche de circo.

No quiero esa canción. Tal vez
llegue tarde, tal vez el paisaje
esté mitad petrificado ya.

Pero no hay excusas.
Sólo aquello que aún no he visto
de mí se agita en la noche.

Sólo las voces perdidas que el tiempo
ha vencido en el fondo de mi carne
me hablan. Y esto no tiene nada
que ver con la frialdad
que los otros han arrojado sobre el paisaje.

Yo escupiré mi propia sangre.


Época

Un prolongado ulular me despertó durante la noche.
Tuve una visión fugaz de luces rojas y amarillas, intermitentes.
Con los ojos recién abiertos en la oscuridad
escuché el sonido giratorio por las calles desiertas.
Instintivamente estiré mi mano por entre las varillas
y palpé el cuerpo de mi pequeño hijo:
suave, cálido,
pacificado como un animalito.

Él no sabe nada de estas cosas.
No sabe nada del sueño cortado
en la fría madrugada.
Ni tiene nunca tampoco por qué saber
cómo brotan del sueño estas visiones;
cómo giran, intermitentes, en la memoria,
y flotan con sus ojos de vidrio alrededor del corazón.


Las palabras que no dije

Las palabras que no dije
las que no pronuncié y devolví
al fondo oscuro de mí mismo
me esperan en el camino.

Un día
o una noche cualquiera
no importa el lugar
me golpearán en pleno rostro.

Juan Manuel Inchauspe, Santa Fe, 1940-1985
de Juan Manuel Inchauspe, Poesía Completa, Universidad Nacional
del Litoral, Santa Fe, 1994
imagen: dibujo de J. M. Inchauspe, 1972

miércoles, 5 de mayo de 2010

Raúl González Tuñón


La cerveza del pescador Schiltigheim

Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim,
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Quebec, torres y puertos,
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius y Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir amar a todas las mujeres bellas,
Y una moral ligera, vale decir andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.

Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.

Para que bebamos la rubia cerveza del viejo pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas, estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.

Raúl González Tuñón, de La calle del agujero en la media, 1930.
imagen: La Rue des Abbesses, Maurice Utrillo, c.1910

lunes, 3 de mayo de 2010

Jorge Leónidas Escudero


Ideologías y trampas

Dijiste que matarse por un ideal
es hermoso, bonito,
propio de la fe o acción heroica.
Tonces ahí stán los que se explotan
con una bomba que a la vez mata gente.
¿Es bonito?

Mariposa que vuela alto a,
es la utopía a
un país libre y hermoso cuya belleza
es que a ahí nunca se llega.

Pero si tu mente caza esa mariposa
y la diseca,
se te seca el corazón y ya no podés cantar.

Y aquí eso de los que capturan.
a inocentes para fosilizarlos,
los llevan al terreno mesozoico
y duras penas se desempioja uno.

Y en librase de eso veo a jóvenes que
hacen arcadas y no consiguen
botar el anzuelo. Sería bueno
un mano en la frente ponerles, ayudarlos
a que vomiten.


Su viaje

Anoche a solas ha reverente
sale al patio va levanta ojos
a las inmensidades, por la Cruz del Sur viaja
a donde nunca siempre.
Ahí anda a,
sin tiempo, desde lo sabido a
no recordar qué, vacía, plena de ver.
Sin mañana o ayeres, hora libre
horra de pensar atenta sólo
a la respuesta silente de allá.

En levedad quedó unida a ser
centro de sí en ominosa y nada. Y
por el hilo de u grillo solitario
bajó a tierra.

Miró en torno paredes la casa, sí
ésta es la casa al reconocerla
entornó los ojos resignadamente.
Se le posó en la cara una sonrisa pálida.
Amanecía ya. Fue ese su
viaje.

Jorge Leónidas Escudero, San Juan, Argentina, 1920
de Senderear, Editorial Martín, San Juan, 2001

domingo, 2 de mayo de 2010

Alberto Laiseca / 3 Poemas chinos


Bajando el opuesto

Insinúas con tu actitud
que mi excesivo interés te inspira rechazo.
Pero el movimiento es siempre un punto de vista.
Yo digo que es la terraza la que baja su vuelo
alejándose de la grulla.

Tsé Fung Tsi - Reino de Chou


Ayer, no estabas

Oigo la abominable música de Cheng.
Su disonancia convierte mi alma en Reinos Combatientes.
No es música del cielo ni del mundo terrenal.
Detesto la pintura de Foh,
porque sus masas intencionalmente mal balanceadas
arrojan a un Mundo Amarillo.
Veo huecos fundidos
que con insolencia arguyen contra las formas.
Maldigo los excecrables poemas de Tut,
porque dan bríos al puñado de arena del centro del oasis;
así, la mancha en la cosecha crece
hasta tomar dimensiones gigantescas
y la pasta del fondo adquiere magisterio sobre el agua clara.
Ayer, no estabas.

Chung Tshia - Ducado de Ts'in


En aguas bajas

Mis poemas antes tenían
toda la profundidad de la superficie.
Ahora tienen toda la superficialidad
de lo profundo.
Yo sé de la molicie que espera en las aguas bajas.

Shen Chin - Dinastía Wei

Alberto Laiseca, Rosario, Argentina, 1941.
de Poemas chinos, 1987.

sábado, 1 de mayo de 2010

Gregori Balmodian


Incisiones

Por qué abandonar
el bálsamo del hades

para ver la destrucción
la partición del miedo

Por qué abandonarlo
para ver materia frágil

el vacío del verbo
la maniobra de la rata

confirmar en la pasión
una forma de cuchillo

Gregori Balmodian, New Jersey, 1944
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: The Waters of Lethe, Thomas Benjamin Kennington (1856-1916)



Incisions

Why leaving
the balsam in Hades

to see destruction
partition of fear

Why leave it
to see frail matter

the void of the verb
the move of the rat

to confirm in passion
a shape of a knive

viernes, 30 de abril de 2010

Randall Jarrell


Pérdidas

Eso no era morir: todo el mundo moría.
Eso no era morir: habíamos muerto antes
en los choques de rutina — y nuestras bases
llamaban a los diarios, escribían a nuestra familia,
y aumentaban los índices, por causa de nosotros.
Moríamos por la página errónea del almanaque,
esparcidos en montañas a cincuenta millas de distancia;
cayendo en picada sobre un pajar, peleando con un amigo,
estallábamos contra las líneas que nunca veíamos.
Moríamos como tías o mascotas o como extraños.
(Cuando dejamos la secundaria ninguna otra cosa había muerto
para entender que nosotros habíamos muerto igual.)

En nuestros aviones nuevos, con nuestra nueva tripulación,
bombardeábamos los campos de tiro junto al desierto o la costa,
disparábamos a blancos de arrastre, esperábamos a ver nuestras marcas —
y nos convertimos en refuerzos y despertamos
una mañana, sobre Inglaterra, listos para operar.

No era diferente: pero si moríamos
no era por accidente sino por error
(pero un error muy fácil de cometer).
Leíamos el correo y contábamos nuestras misiones —
en bombarderos con nombres de muchachas, incendiábamos
las ciudades de las que habíamos aprendido en la escuela —
hasta que se nos agotaba la vida. Nuestros cuerpos quedaban
entre la gente que habíamos matado y que jamás habíamos visto.
Cuando durábamos lo suficiente nos daban medallas;
cuando moríamos decían: “Nuestras bajas son pocas.”

Ellos decían: “Aquí están los mapas”; nosotros quemábamos las ciudades.
Eso no era morir — no, jamás fue morir;
pero la noche en que morí soñé que estaba muerto,
y las ciudades me decían: “¿Por qué estás muriendo?
Nosotras estamos satisfechas, si tú lo estás; pero, ¿por qué morí yo?”

Randall Jarrell, Estados Unidos, 1914-1965
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Dresde, 1945



Losses

It was not dying: everybody died.
It was not dying: we had died before
In the routine crashes — and our fields
Called up the papers, wrote home to our folks,
And the rates rose, all because of us.
We died on the wrong page of the almanac,
Scattered on mountains fifty miles away;
Diving on haystacks, fighting with a friend,
We blazed up on the lines we never saw.
We died like aunts or pets or foreigners.
(When we left high school nothing else had died
For us to figure we had died like.)

In our new planes, with our new crews, we bombed
The ranges by the desert or the shore,
Fired at towed targets, waited for our scores —
And turned into replacements and woke up
One morning, over England, operational.

It wasn't different: but if we died
It was not an accident but a mistake
(But an easy one for anyone to make.)
We read our mail and counted up our missions —
In bombers named for girls, we burned
The cities we had learned about in school —
Till our lives wore out; our bodies lay among
The people we had killed and never seen.
When we lasted long enough they gave us medals;
When we died they said, “Our casualties were low.”

They said, “Here are the maps”; we burned the cities.
It was not dying — no, not ever dying;
But the night I died I dreamed that I was dead,
And the cities said to me: “Why are you dying?
We are satisfied, if you are; but why did I die?”

domingo, 25 de abril de 2010

Ezra Pound


Paracelsus in excelsis

“No siendo ya humano, ¿por qué debería
simular humanidad o usar el frágil atavío?
Hombres y hombres he conocido, pero nadie jamás
que se volviera una esencia tan libre
o tan sólo un elemento, como yo.
¡La niebla se aleja del espejo y miro!
¡Helo ahí! Abajo se extiende el mundo de las formas;
debajo de nuestra paz se ve la agitación.
Y nosotros, que abandonamos la forma, alzándonos por encima.
Fluidos intangibles que antes fueron hombres,
parecemos estatuas, y un río desbordado
corre enloquecido a nuestros pies.
¡Sólo en nosotros el elemento de calma!”

Ezra Loomis Pound, Idaho, Estados Unidos, 1885 –Venecia, Italia, 1972
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Paracelso


Paracelsus in excelsis

“Being no longer human why should I
Pretend humanity or don the frail attire?
Men have I known, and men, but never one
Was grown so free an essence, or become
So simply element as what I am.
The mist goes from the mirror and I see!
Behold! The world of forms is swept beneath —
Turmoil grown visible beneath our peace,
And we, that are grown formless, rise above —
Fluids intangible that have been men,
We seem as statues round whose high-risen base
Some overflowing river is run mad,
In us alone the element of calm!”

miércoles, 14 de abril de 2010

Fernando Pessoa


Si yo muriera joven...

Si yo muriera joven,
Sin poder publicar libro alguno,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
No se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.

Aunque mis versos nunca sean impresos
Tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
Porque las raíces pueden estar bajo la tierra
Pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera joven, oigan esto:
Nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
De una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
no procuré hallar nada,
Ni hallé que hubiese más explicación
Que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.

No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
Al sol cuando había sol
Y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(Y nunca la otra cosa)
Sentir calor y frío y viento,
Y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
Pero no fui amado
Pero no fui amado por la única gran razón:
Porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
Y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
Como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.

Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935
Fernando Pessoa, Poemas, Ed. Fabril, Bs. As., 1972
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: s/d


Tan pronto pasa todo lo que pasa...

¡Tan pronto pasa todo lo que pasa!
¡Muere tan joven ante los dioses cuanto Muere!
¡Todo es tan poco!
Nada se sabe, todo se imagina.
Circúndate de rosas, ama, bebe.
Y calla. El resto es nada.

Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935
Fernando Pessoa, Poemas, Ed. Fabril, Bs. As., 1972
Traducción de Rodolfo Alonso

lunes, 12 de abril de 2010

T. S. Eliot


Preludios

I

La tarde de invierno se asienta
con olor a bife en los pasajes.
Son las seis.
Las colillas apagadas de días anodinos.
Y un ventoso chaparrón envuelve ahora
los desechos mugrientos de hojas secas
y diarios de los baldíos alrededor de tus pies;
los aguaceros golpean
contra persianas rotas y caños de chimeneas,
y en la esquina de la calle
el solitario caballo de un coche de alquiler
resopla y patea.
Y las luces se empiezan a encender.

II

La mañana recobra la conciencia
de olores algo rancios de cerveza
que vienen de la calle con aserrín pisoteado
por pies embarrados
que corren a tempranos puestos de café.
Con las otras mascaradas
que el tiempo reanuda,
uno piensa en las manos
que están levantando persianas miserables
en un millar de cuartos de alquiler.

III

Arrojaste una manta de la cama,
te echaste de espaldas, y esperaste;
dormitaste, y observaste la noche
revelar las mil sórdidas imágenes
que componían tu alma;
parpadeaban contra el cielo raso.
Y cuando el mundo entero volvió
y la luz trepó entre los postigos
y oíste a los gorriones en los desagües,
tuviste una visión de la calle
que la calle no llega a comprender;
sentada en el borde de la cama,
te rizabas el pelo con papel,
o con ambas manos sucias
te tomabas la amarilla planta de los pies.

IV

Su alma estirada tensamente por los cielos
que se esfuman detrás de una manzana de la ciudad,
o pisoteada por obstinados pies
a las cuatro, las cinco y las seis;
y cuadrados dedos cortos llenando pipas,
y diarios de la tarde, y ojos seguros
de ciertas certezas,
la conciencia de una calle oscurecida
impaciente por suponer el mundo.

Me conmueven las fantasías que se devanan
alrededor de estas imágenes, y se aferran:
la idea de algo infinitamente tierno
sufriendo infinitamente.

Pásate la mano por la boca y ríe:
los mundos dan vueltas como ancianas
recogiendo qué quemar en los baldíos.

Thomas Stearns Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: Patrick Heron, T. S. Eliot, 1949


Preludes

I


The winter evening settles down
With smell of steaks in passageways.
Six o'clock.
The burnt-out ends of smoky days.
And now a gusty shower wraps
The grimy scraps
Of withered leaves about your feet
And newspapers from vacant lots;
The showers beat
On broken blinds and chimneypots,
And at the corner of the street
A lonely cab-horse steams and stamps.
And then the lighting of the lamps.

II

The morning comes to consciousness
Of faint stale smells of beer
From the sawdust-trampled street
With all its muddy feet that press
To early coffee-stands.

With the other masquerades
That time resumes,
One thinks of all the hands
That are raising dingy shades
In a thousand furnished rooms.

III

You tossed a blanket from the bed,
You lay upon your back, and waited;
You dozed, and watched the night revealing
The thousand sordid images
Of which your soul was constituted;
They flickered against the ceiling.
And when all the world came back
And the light crept up between the shutters,
And you heard the sparrows in the gutters,
You had such a vision of the street
As the street hardly understands;
Sitting along the bed's edge, where
You curled the papers from your hair,
Or clasped the yellow soles of feet
In the palms of both soiled hands.

IV

His soul stretched tight across the skies
That fade behind a city block,
Or trampled by insistent feet
At four and five and six o'clock;
And short square fingers stuffing pipes,
And evening newspapers, and eyes
Assured of certain certainties,
The conscience of a blackened street
Impatient to assume the world.

I am moved by fancies that are curled
Around these images, and cling:
The notion of some infinitely gentle
Infinitely suffering thing.

Wipe your hand across your mouth, and laugh;
The worlds revolve like ancient women
Gathering fuel in vacant lots.

miércoles, 7 de abril de 2010

Ezra Pound



Rebelión contra el espíritu crepuscular de la poesía moderna

Quisiera sacudir el letargo de éste nuestro tiempo, y dar
por sombras — formas de poder,
hombres — a cambio de sueños.

“¿Es mejor soñar que hacer?”
¡Sí! y ¡No!
¡Sí! si soñamos grandes actos, hombres enérgicos,
corazones ardientes, pensamientos poderosos.

¡No! si soñamos en pálidas flores,
en la lenta pompa de horas que caen lánguidamente
como frutos pasados de árboles marchitos;
así, vivimos y morimos sueños, no vida.
¡Gran Dios, dános vida en los sueños!
¡No distracción, sino vida!

Seamos hombres que sueñan,
no cobardes, especulando, esperando
que el Tiempo muerto vuelva a despertar y nos otorgue
un bálsamo para males sin nombre.

Gran Dios, si estamos condenados a no ser hombres sino sueños solamente,
¡entonces seamos sueños que hagan temblar al mundo,
y sepamos gobernarlo, aunque sólo seamos sueños!
¡Seamos tales sombras que hagan temblar al mundo,
y sepamos ser los amos, aunque sombras solamente!

Dios Poderoso, si los hombres se han vuelto tan sólo
espectros pálidos y enfermos
que deben vivir con esas brumas y esas luces mitigadas
y se estremecen por las horas oscuras que atropellan ruidosamente
o dejan su huella violenta al pasarlos,
gran Dios, si éstos tus hijos se han vuelto tan endeblemente efímeros,
te pido que agarres el caos y engendres
una nueva prole titánica que junte las colinas y sacuda
esta tierra nuevamente.

Ezra Loomis Pound, Idaho, Estados Unidos, 1885 –Venecia, Italia, 1972
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d



Revolt Against the Crepuscular Spirit in Modern Poetry

I would shake off the lethargy of this our time, and give
For shadows – shapes of power
For dreams – men.

"It is better to dream than to do"?
Aye! and, No!
Aye! if we dream great deeds, strong men,
Hearts hot, thoughts mighty.

No! if we dream pale flowers,
Slow-moving pageantry of hours that languidly
Drop as o’er-ripened fruit from sallow trees.
If so we live and die not life but dreams,
Great God, grant life in dreams,
Not dalliance, but life!

Let us be men that dream,
Not cowards, dabblers, waiters
For dead Time to reawaken and grant balm
For ills unnamed.

Great God, if we be damn’d to be not men but only dreams,
Then let us be such dreams the world shall tremble at
And know we be its rulers though but dreams!
Then let us be such shadows as the world shall tremble at
And know we be its masters though but shadow!

Great God, if men are grown but pale sick phantoms
That must live only in those mists and tempered lights
And tremble for dim hours that knock o’er loud
Or tread too violent in passing them;
Great God, if these thy sons are grown such thin ephemera,
I bid thee grapple chaos and beget
Some new titanic spawn to pile the hills and stir
This earth again.

lunes, 5 de abril de 2010

Anónimo


Romance de Andarique

Estaba un día la reina
con zagalejo encarnado
dando gracias a la Virgen
que tan bella la ha criado

Viniendo el rey por detrás
con la varita le ha dado.
“Estáte quieto, Andarique,
mi querido enamorado,

que dos hijos tengo tuyos
y dos del rey, que son cuatro.
Los del rey comen en mesa
y los tuyos a mi lado;

los del rey montan en mula
y los tuyos a caballo;
los del rey llevan espada
los tuyos puñal dorado.”

Y el rey, al oír esto,
para atrás se ha retirado.
Al bajar por la escalera
a Andarique se ha encontrado.

“¿Adónde vas, Andarique,
a estas horas al palacio?”
“A mi señora, la reina,
a enviarle este regalo.”

“Ese regalo, Andarique,
podía estar bien escusado.”
Ya desenvainó la espada,
la cabeza le ha cortado;

la ha puesto en fuente de plata
y a la reina la ha enviado.
Estando un día comiendo
la reina un suspiro ha dado.

“¿Por qué suspira, la reina,
teniendo el rey a su lado?”
“Suspiro por Andarique,
que era un paje bien mandado.”

“No ha de suspirar, la reina,
si era vuestro enamorado.”
“Máteme, el señor rey,
que me tiene a su comando.”

“Matar, no te mataré,
pierde, reina, ese cuidado;
pero te emparedaré
como a los emparedados

y te daré de comer
rebojos de mis criados
y te daré de beber
orines de mis caballos

y luego me casaré
con una de quince años,
que tenga los ojos negros
y los labios encarnados.”

* versión de San Muñoz, Salamanca, del Romance de Landarico
imagen: Gerineldo y la infanta

miércoles, 31 de marzo de 2010

Constantine Cavafy



Los sabios saben lo que se avecina

Pues los dioses saben el futuro; los hombres,
el presente, y los sabios, lo que se avecina
—Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, VIII, 7

Los hombres conocen el presente.
El futuro lo conocen los dioses,
únicos dueños absolutos de todas las luces.
Pero del futuro, los sabios captan
lo que se avecina. En ocasiones

su oído, en las horas de honda reflexión,
se sobresalta. El secreto rumor
les llega de hechos que se acercan.
Y a él atienden reverentes. Mientras en la calle,
fuera, el vulgo nada oye.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982
imagen: moneda con la efigie de Apolonio de Tiana


No comprendiste

A propósito de nuestras convicciones religiosas
dijo el estúpido de Juliano: «Leí, comprendí,
rechacé.» Es decir, nos redujo a la nada
con su «rechacé», el muy ridículo.

Semejantes ocurrencias no nos valen
a nosotros, los cristianos. «Leíste, pero no comprendiste;
pues si hubieras comprendido, no habrías rechazado»,
respondimos de inmediato.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982


Muy rara vez

Es un viejo. Gastado y encorvado,
arruinado por el tiempo y los excesos,
cruza la angosta calle con paso lento.
Pero al entrar en su casa para ocultar
su miseria y su vejez, piensa en la parte
que aún tiene en la juventud.

Jóvenes ahora recitan versos suyos.
Ante sus ojos vivaces
surgen ahora las visiones que él tuvo.
Sus mentes saludables, voluptuosas,
sus cuerpos firmes y bien delineados,
se conmueven con la expresión
que él diera a la belleza.


Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
versión (audaz) del editor, a partir de las traducciones de Francisco Rivera, P. Bádenas de la Peña, José Ángel Valente, Andrés Moreira, Anna Seraphimidou (inglés), Edmund Keeley/Philip Sherrard (inglés), y John Cavafy (inglés).


lunes, 29 de marzo de 2010

Horacio Castillo


Navegante solitario

Desde ahora, cada milla que navegue hacia el oeste
me alejará de todo. Han desaparecido las señales
de vida: ni peces, ni pájaros, ni sirenas,
ni una cucaracha zigzagueando en la cubierta.
Sólo agua y cielo, el horizonte destruido,
el mar , que canta como yo siempre la misma canción.
Ni peces, ni pájaros, ni sirenas,
ni esa extraña conversación en la sentina
que el oído percibe en las horas de calma.
Sólo agua y cielo, el rolido del tiempo.
A la noche, la estrella Achernar aparece en la proa;
entre los obenques, Aldebarán; a estribor,
un poco más arriba del horizonte,
Aries. Entonces arrío, duermo. Y la nada,
mansamente, viene a comer de mi mano.

Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska
imagen: s/d


Bosque en llamas

Esta intrincada red de ramas y reflejos es nuestro habitat.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: la vida al rojo.
Pisa el umbral: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio.

Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska


Mono llorando sobre una tumba

Aquí la boca se llena de espuma, el oído de truenos,
aquí fracasa la lengua prensil.
¿Pero qué prueba esta piedra? Esta opacidad, ¿qué protege?
La mano que ardió en el interior del hormiguero
acaricia ahora el lomo pardo de lo inerte,
y debajo o detrás, hondo o lejos, algo se eriza,
demasiado callado para no ser, demasiado vivo para ser,
eso que viaja para siempre de silencio en silencio,
hacia silencios que jamás acabarán.

Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska

martes, 23 de marzo de 2010

Jorge Rivelli


el carnicero su res y las papas de balcarce

adorar el fuego de leñas
hasta que arda en silencio
cubrirlo con una parrilla y
esperar que la temperatura
se confunda con las llamas
colocar las brazas en el perímetro
frotar las hileras de hierro
con un cepillo de cerda
humedecido en vinagre
acomodar en el centro
tiras de asado de 30 centímetros
el lado del hueso abajo

hay azahares en el ciruelo
pequeñas hojas en el almácigo
calandrias en los fresnos
lluvia en el noroeste
perros merodeando la parrilla
mientras
ella pela las papas en la cocina

crece el calor con furia y
nosotros aquí sin pileta
adorando la carne
¿ hay pan?

el carnicero sabe
dice que la lluvia no vendrá
sigue sentado al lado
de su obra asada y
comienza el rito con la primera
botella de vino tinto
mediodía
el silencio lo modifican
chicharras y horneros
cinco kilos de carne
tres kilos de papas
...perdón...¿hay pan?
larga mesa
con mantel cuadriculado
platos de madera
vasos de grueso vidrio
ensalada de lechuga y tomates
salsa criolla y chimichurri
cheee...¿no hay pan?
cuando el brillo encandila
no podemos distinguir
la belleza de lo obvio

hipnotizados por el aroma
nos hundimos en la ternera
nada tenemos que ver
con los gauchos
¿la tradición?
vaca papa fuego
tano vasco ruso y
un mundo de cabecitas
que miran desde el alambrado
¿quién está adentro y quién afuera?

dar vuelta la carne
para una pareja cocción
pimienta y sal en la mesa
¿hay pan...viejo?
a las quince comemos
debajo de la parra y
el vino vuelve a ser la vedette

extraño la ciudad y
el centro del paraíso
es posible que jamás
salgamos de este asado

Jorge Rivelli, Buenos Aires, 1954
imagen: s/d

domingo, 21 de marzo de 2010

Jorge Ricardo Aulicino


Termópilas

Desde este drugstore, y con una gaseosa,
difícil imaginar por qué dejar la piel en un desfiladero:
el mundo era tan ancho y desconocido.
Leónidas, ridiculizado en el vasto territorio del consumo,
se sienta enfrente con su ceño amargo,
fulgor chirle en los ojos,
pide bebida fuerte y mira las palomas.
Problemas, Jerjes aprieta todas las salidas,
la tarjeta de crédito ya no tiene cupo.
Aguantar en nombre de nada,
más difícil que morir por Esparta.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de La luz checoslovaca (2003)


Magnificat

El ojo blanco de la tormenta reconforta.
Blandengue, el día se iba sin dejar gloria.
Entonces vino el trueno y el cielo se abrió.
La tormenta recortó un gran ojo silbante
ente nubes esparcidas, verdes, hinchadas.
Miro el ojo de la tormenta
desde el interior oscuro de un departamento.
Hay la huella de un vaso en la madera de la mesa.
Hasta tarde, las luces estarán titilando
en las alcobas de los edificios cercanos.
Ya no encenderé la luz ni pensaré ni tendré ánimo.
Hay agua, golpes de agua, olor de agua.
Y un gran día se acaba.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Hombres en un restaurante (1994)



Los bárbaros en sí

Hacían chistes con la muerte, atravesaban el mar
en botes de tablas y dormían en el delta sobre las embarcaciones.
Aparecían en los noticieros con mujeres de otro planeta
y tenían fortuna en los negocios.
Murieron de peste en sanatorios refrigerados
Y preferían callar las infamias: esa fue su única ética,
de dudosa estirpe.
Una mujer los vio, pero se perdió entre los autos.
Estuvieron un tiempo imposible de calcular en los desiertos cercanos
y se fueron definitivamente, la mayoría de ellos infectados,
con una muerte segura a corto plazo.
Se habla banalmente de los bárbaros ahora, pero
el misterio de su origen es casi tan grande
como el de la religión que profesaban.
Tuvieron un dios: a nosotros nos quedan las gaviotas
que no muestran decisión en resolver el problema.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Paisaje con autor (1998)

sábado, 20 de marzo de 2010

Guillaume Apollinaire


Ejercicio

A una aldea en la retaguardia
cuatro artilleros marchaban
de los pies a la cabeza
envueltos en polvo estaban

Iban mirando los campos
conversaban del pasado
y se daban vuelta apenas
cuando un obús había hablado

Los cuatro del dieciséis
hablaban de antaño y no el porvenir
y así se alargaba la ascesis
que los adiestraba para morir

Guillaume Apollinaire, Roma, 1880 – París, 1918
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Exercice

Vers un village de l'arrière
S'en allaient quatre bombardiers
Ils étaient couverts de poussière
Depuis la tête jusqu'aux pieds

Ils regardaient la vaste plaine
En parlant entre eux du passé
Et ne se retournaient qu'à peine
Quand un obus avait toussé

Tous quatre de la classe seize
Parlaient d'antan non d'avenir
Ainsi se prolongeait l'ascèse
Qui les exerçait à mourir



Siempre

A Madame Faure-Favier

Siempre
iremos más lejos sin avanzar jamás
y de planeta en planeta

de nebulosa en nebulosa
el don Juan de los mil y tres cometas
aún sin moverse de la tierra
busca las fuerzas nuevas
y toma en serio a los fantasmas

Y se olvidan tantos universos
cuáles son los grandes hacedores de olvido
quién sabrá entonces hacernos olvidar tal o cual parte del mundo
dónde está el Cristóbal Colón a quien deberemos el olvido de un continente
Perder
Pero perder de verdad
Para dar lugar al hallazgo
Perder
La vida para hallar la Victoria

Guillaume Apollinaire, Roma, 1880 – París, 1918
Versión © Gerardo Gambolini


Toujours

À Madame Faure-Favier

Toujours
Nous irons plus loin sans avancer jamais
Et de planète en planète

De nébuleuse en nébuleuse
Le don Juan des mille et trois comètes
Même sans bouger de la terre
Cherche les forces neuves
Et prend au sérieux les fantômes

Et tant d'univers s'oublient
Quels sont les grands oublieurs
Qui donc saura nous faire oublier telle ou telle partie du monde
Où est le Christophe Colomb à qui l'on devra l'oubli d'un continent
Perdre
Mais perdre vraiment
Pour laisser place à la trouvaille
Perdre
La vie pour trouver la Victoire

miércoles, 17 de marzo de 2010

Salvatore Quasimodo


En las frondas de los sauces

¿Y cómo podíamos cantar
con el pie extranjero sobre el corazón,
entre los muertos abandonados en las plazas
sobre la hierba dura de hielo, ante el lamento
de cordero de los niños, ante el alarido negro
de la madre que iba hacia su hijo
crucificado en el poste del telégrafo?
En las frondas de los sauces, como ex votos,
también nuestras liras estaban colgadas,
oscilaban leves bajo el triste viento.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Carlos Vitale



Basta un día para equilibrar el mundo

La inteligencia la muerte el sueño
niegan la esperanza. En esta noche
en Brasov, en los Cárpatos, entre árboles
no míos, busco en el tiempo
a una mujer de amor. El bochorno quiebra
las hojas de los álamos y yo
me digo palabras que no conozco,
derramo tierras de memoria.
Un jazz oscuro, canciones italianas
pasan volcadas sobre el color de los iris.
En el crujido de las fuentes
se ha perdido tu voz:
basta un día para equilibrar el mundo.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Teódulo López Meléndez

Basta un giorno a equilibrare il mondo

L’intelligenza la morte il sogno
negano la speranza. In questa notte
a Brasov nei Carpazi, fra alberi
non miei cerco nel tempo
una donna d’amore. L’afa spacca
le foglie dei pioppi
ed iomi dico parole che non conosco,
rovescio terre di memoria.
Un jazz buio, canzoni italiane
passano capovolte sul colore degli iris.
Nello scroscio delle fontane
s’è perduta la tua voce:
basta un giorno a equilibrare il mondo.



Las muertas guitarras

Mi tierra está sobre los ríos junto al mar,
ningún lugar tiene una voz tan lenta,
donde mis pies se deslicen
entre los juncos llenos de caracoles.
En verdad es otoño: en el viento, en jirones,
las muertas guitarras levantan sus cuerdas
sobre la negra boca y una mano sacude
esos dedos de fuego.
En el espejo de la luna
se peinan muchachas con pechos de naranjas.

¿Quién llora? ¿Quién azota los caballos en el aire
rojo? Nos detendremos en esta orilla
junto a la hilera de plantas y tú, amor,
no me lleves ante ese espejo
infinito: en él se miran muchachos
que cantan y altísimos árboles y aguas.
¿Quién llora? Yo no, créeme: sobre los ríos
corren exasperados chasquidos de una fusta,
los caballos sombríos, los relámpagos de azufre.
Yo no, mi raza tiene cuchillos
que arden y heridas que queman.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Gianni Siccardi


Le morte chitarre

La mia terra è sui fiumi stretta al mare,
non altro luogo ha voce cosí lenta
dove i miei piedi vagan
otra giunchi pesante di lumache.
Certo è autunno: nel vento a branile
morte chitarre sollevano le corde
su la bocca nera e una mano agita
le ditadi fuoco.
nello specchio della luna
si pettinano fanciulle col petto d’arance.

Chi piange ? Chi frusta i cavalli nell’aria
rossa ? Ci fermeremo a questa riva
lungo le catene d’erba e tu amore
non portarmi davanti a quello specchio
infinito: vi si guardano dentro ragazzi
che cantano e alberi altissimi e acque.
Chi piange? Io no, credimi: sui fiumi
corrono esasperati schiocchi d’una frusta,
i cavalli cupi i lampi di zolfo.
Io no, la mia razza ha coltelli
che ardono e lune e ferite che bruciano.

viernes, 12 de marzo de 2010

Santiago Sylvester


(liturgia del final)

¿Cómo haremos para tutearnos con el nacimiento si no nos
tuteamos con la muerte?: mi madre
ya ha empezado a despedirse: la gente se despide cuando el
mundo comienza a no pertenecerle: el que
ya no reconoce su casa
inicia así su despedida: los retratos ya no son de nadie, el
crucifijo de la pared induce a una perplejidad,
la Virgen del Milagro
tiene un sonido de campana remota, las macetas
ya ajenas a la vida cotidiana: una conversación extraviada en la
cabeza, una oreja que oye para adentro, y allí
perdido, sin
cara ni ojos, ni posibilidad de asomarse,
pasa el dueño del mundo, la salvación y la pérdida.

Todo es despedida entonces: el balbuceo del propio nombre, el
rito de la sopa, el crujido del ropero, el clavo donde se
cuelgan las llaves:
como si una caravana se alejara, y nosotros con ella: como decir
hasta aquí llegó el pacto,
y ya va siendo hora para mi madre
de acabar con el acuerdo que entre todos hemos sabido cumplir.

verano de 2002

Santiago Sylvester, Salta, Argentina, 1942
de El reloj biológico, Ediciones del Dock, Bs. As., 2007
imagen: Cecilia Revol Núñez, Molinos, 2009


(labores del verano)

Esto hace el verano cuando empiezan las lluvias: tira redes
para juntar aire, pájaros, hongos y biiodiversidad: la infinita
parentela que se pule a la intemperie
sin otro ruido que el indispensable.

Tira redes para hacer la trabazón;
la cuestión es ahuyentar el taedium vitae, que sí existe aunque
ese lapacho que rema contra el mismo viento desde hace
diez generaciones
diga lo contrario.

Es
un privilegio mirar desde aquí los detalles
de la creación: esas nubes que ruedan por la falda como si
estuvieran incómodas:
desde aquí
se ve todo en cantidad, y hasta la minuciosa variedad de bichos
parece necesaria.

Sienta bien el orgullo a estos árboles
que graban un lugar en la memoria: alguna vez volveremos allí
a buscar algo olvidado;
el azar trabaja por caminos remotos.

Santiago Sylvester, Salta, Argentina, 1942
de El reloj biológico, Ediciones del Dock, Bs. As., 2007