martes, 16 de agosto de 2011

Fabián Iriarte




Como esa delicada telaraña vista al trasluz de la lluvia.
(Entre las personas y las cosas, las redes de lo real).
Gotas a punto de caer a un abismo diminuto, sus riesgos aparentes.
(Depender del azar, impotencia y orgullo para quien se sabe
hecho de azar y nada más). Esa prolongación exacta
del frágil laberinto se debe a una rama un poco más alejada
que el insecto quiso incluir también en su orbe.
(Hay quien no confía tanto sus gestos a los caprichos de la lucidez,
deja un mínimo poder a los golpes de viento). Voy adonde estás:
el centro de este laberinto que el viento balancea.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963
imagen: Aubrey Beardley, Earl Lavender (1895)  



                            …deus nobis haec otia fecit.
                                            —Virgilio, Égloga I, vi.

Antaño, la complacencia de retirarse a las selvas
en docencia de cantos y lamentos, y del eco sombrío,
y tu voz repetida por las rocas, y el fuego
que agrupa a los hombres en el mito.

La única magia que hogaño depara la época
es ver tu rostro repetido en avisos, repetido en avisos,
repetido en avisos, oír que te nombra la radio, ver televisión
mas cuéntanos, oh pastor, quién es ese dios
escuchar el discurso del escéptico.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963



Earl Lavender, 1895

Esa magnífica espalda… ¿de hombre o de mujer?
Parece una cascada de agua clara.
Por la que correrán prontos
peces de sangre.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963

miércoles, 10 de agosto de 2011

Juan José Saer



[fragmentos]

                                               a Rafael Oscar Ielpi

                                                              Porque entre tango rigor
                                                               y habiendo perdido tanto,
                                                              no perdí mi amor al canto
                                                              ni mi voz como cantor.
                                                              —La vuelta de Martín Fierro

Estando, por razones políticas, exiliado en el litoral, un poeta argentino del siglo pasado, llamado José, recibió, una mañana, la visita de Rafael, su hermano. Comieron asado con vino negro y, como hacía calor, se echaron a dormir la siesta en el pasto [...]  antes de entrar en el sueño profundo que duraría hasta el anochecer, mantuvieron el siguiente diálogo:


José:
¿Y han de pasar, nomás, para nosotros, los años? ¿Vacilación,
sangre, vacío, habrá sido nomás nuestra suma en el árbol
de las horas? A veces, nadando en el río firme de la fraternidad,
qué tentación, qué tentación, hermano, de echarme a morir,
o separarme para mirar, callándome por fin, desde la orilla, el delirio.
Estos pueblos se me antojan a veces como un pan en llamas.

[...]

Y estamos echados, sin embargo,
en este silencio, a salvo de un sol continuo, implacable,
bajo este dije de paraísos, donde es más denso
el olor de los ríos que el de la pólvora: dos hermanos
que salían, en la infancia, a cazar, y volvían, a la oración,
trayendo una maraña de caseros y las rodillas sangrantes,
dos hermanos que se abrazan cuando lo admite la guerra
y juntan, si pueden, bajo una lámpara, los pedazos de un mismo
recuerdo. La borra de estos momentos será una nación.

[...]

Rafael:
                                                           No oigo nada, nada
más que este siglo ensordecedor; nada, como no sea
el lamento monótono que se levanta de las ciudades,
los grandes golpes de sable contra el cuello del condenado,
el chillido de los monos de etiqueta despedazando
el mapa del mundo, el cotorreo
en las cenas de sociedad, y la jerga de los pedantes. Nada,
salvo una voz que se cuela, a veces, desde la infancia,
para decir, muchas veces No era esto. No era esto,
y apagarse, en seguida, llorosa, en la oscuridad.

[...]

Qué diferencia, la de esa agua, con este vino
que nos hunde en un sueño lleno de miedo,
separándonos, hundiéndonos a cada uno en su cuerpo
como en la fuente de la cólera, de espaldas a un mundo frágil.

[...]

Hemos descubierto, una mañana, inesperadamente,
en el patio de nuestra casa, el rastro de la víbora,
trayendo consigo la pesadilla, el horror,
el entresueño, el hambre. La tortura
desplazó, férreamente, al nacimiento,
y en nuestros sueños reinan, rabiosas, las medusas. ¿Después de esto,
qué vendrá? ¿Qué es lo que habremos de legar?

José:
Aunque de todo este horror edifiquemos
algo más claro y duradedor,
                                   habrá sido tan alto el precio
que en comparación nuestro edificio será nada,
y aunque la tierra entera cante con una voz unánime,
mucha más tarde, junto a la mesa servida,
habrá siempre un momento negro sobre una rama del tiempo
donde los sueños convictos de estos siglos ruidosos
recibirán, de los verdugos de sueños, su condena.

Juan José Saer, Santa Fe, Argentina, 1937 – París, Francia, 2005
fuente: 200 años de poesía argentina, Bs. As., Alfaguara, 2010
imagen: de informe reservado.net

viernes, 5 de agosto de 2011

Emily Dickinson




¡Noches salvajes! — ¡Noches salvajes!
¡Si estuviera contigo
las noches salvajes
serían nuestra lujuria!

Vanos — los vientos —
para un corazón en puerto —
¡Ya basta de brújulas! —
¡Ya basta de mapas!

Bogar en el Paraíso —
¡Ah, el mar!
¡Si sólo pudiera amarrar — esta noche
en ti!

Emily Dickinson, Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 1830-1886
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: "Wild Nights, Wild Nights" manuscript
image in the public domain


Wild Nights — Wild Nights!
Were I with thee
Wild Nights should be
Our luxury!

Futile — the Winds —
To a Heart in port —
Done with the Compass —
Done with the Chart!

Rowing in the Eden —
Ah, the Sea!
Might I but moor — tonight
In Thee!



Morí por la belleza — pero apenas me habían
acomodado en la tumba
cuando alguien que murió por la verdad
fue puesto a mi lado —

Me preguntó en voz baja por qué morí
“Por la belleza”, le dije —
“Y yo — por la verdad — Son ambas una —
dijo él — “Somos hermanos” —

Y así, como parientes, conocidos una noche —
hablamos de una a otra sepultura —
hasta que el musgo llegó a nuestros labios —
y cubrió por completo  — nuestros nombres —

Emily Dickinson, Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 1830-1886
Versión © Gerardo Gambolini


I died for Beauty — but was scarce
Adjusted in the Tomb
When One who died for Truth, was lain
In an adjoining room —

He questioned softly "Why I failed"?
"For Beauty", I replied —
"And I — for Truth — Themself are One —
We Brethren are", He said —

And so, as Kinsmen, met a Night —
We talked between the Rooms —
Until the Moss had reached our lips —
And covered up — our names —



No hay fragata como un libro
para llevarnos a tierras lejanas
ni ningún corcel como una página
de gallarda poesía —

Aún el más pobre puede hacer este viaje
sin que lo agobie el precio —
Qué poco cuesta el carruaje
que transporta al alma humana

Emily Dickinson, Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 1830-1886
Versión © Gerardo Gambolini


There is no Frigate like a Book
To take us Lands away
Nor any Coursers like a Page
Of prancing Poetry —

This Traverse may the poorest take
Without oppress of Toll —
How frugal is the Chariot
That bears the Human soul

martes, 2 de agosto de 2011

Peter Sirr


Curas

Para la ictericia un murciélago aturdido sujeto a la cintura
hasta que muera para la epilepsia luciérnagas en un paño
apenas anudado, puesto sobre el estómago
para la sordera una oreja de león para la melancolía un avestruz
para el deseo un gavilán, alcanfor, calandria

Para la borrachera una perrita semiahogada
su cabeza frotada contra las venas
para la vista borrosa un ungüento de hojas de manzano
para la hidropesía bonetero para la migraña
aloé, mirra, aceite de amapola y harina

Para la esterilidad avellanas, convólvulo, pimienta de agua
para la calvicie grasa de oso, cenizas de paja de trigo
para el corazón alfilerillo, nuez moscada, para el demonio cobre molido
para la irritación compresa de álamo para el catarro tanaseto
para los gusanos semillas de cerezo para la fiebre tormentila, miel

Serbal ciruelas zafiro esmeralda en vino
topacio de un anillo para indicar veneno tierra secada para las pulgas
para el odio una cierva para el silencio el mar para el orgullo
alabastro, roble, leopardo, el sol agotado
arrastrándose a su choza, la noche abrazando y acaparando

sus alfabetos secretos...

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Cures

For jaundice a stunned bat worn around the waist
until it dies for epilepsy glow-worms in a cloth
loosely tied, laid on the stomach
for deafness a lion’s ear for melancholy an ostrich
for desire a sparrowhawk, camphor, calandria

For drunkness a little bitch half drowned
her head rubbed agaist the veins
for dimness of the eyes a salve of apple leaves
for dropsy the spindle tree for migraine
aloe, myrrh, poppy oil and flour

For barreness hazelnut, convolvulus, water pepper
for baldness bear’s grease, ashes of a wheaten straw
for the heart strorksbill, nutmeg, for the devil mulled copper
for vexation compress of aspen for catarrh tansy
for worms cherry seeds for fever tormentil, honey

Rowans plums sapphire emerald in wine
topaz in a ring to show poison for fleas dried earth
for hatred a doe for silence the sea for pride
alabaster, oak, leopard, the wrecked sun
creeping to its hut, the night hugging and hoarding

its secret alphabets...



Visitarlo era ser asaltado por fantasmas, ángeles, almas arrugadas,
            era sentir el vértigo alegre de su vida.
Sus camisas estaban por todas partes, todas blancas, compradas
            por docena en sus viajes a casa.
¿Dónde era eso?
Nadie sabe: el lugar de las camisas blancas y una vieja camioneta,
recordada con cariño.
En el piso, envoltorios de celofán, cuellos de plástico, alfileres.
Las camisas limpias colgadas a la luz, las sucias junto a la puerta,
            y éstas, sin planchar.
El cuarto aletea, a punto de volar, para ser elevado a los cielos
            por una ráfaga poderosa.
Son paracaídas, carpas, bengalas enviadas a lo alto para decir
Estoy aquí, y aquí, todo en orden: envíen camisas y dinero.
¿Dónde está ahora?
En esta ciudad, aquella ciudad, en el lugar de mil camisas.
Parado en clase, marcas de sudor bajo sus brazos, señalando el
            pizarrón.
Tiene puesta su única corbata, manchada de tiza y descolorida.
Siguió viajando, dejando caer camisas en el camino.
Se juntan en el aire, vuelan al norte y el sur.
A veces despertamos en ellas, salimos por la ventana
            del dormitorio.
Flotamos, volamos atravesando ciudades y océanos, descendemos
            con gran lentitud.
Nadie sabe dónde estamos.

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini


Shirts

To visit him was to be assailed by ghosts, angels, rumple souls;
            was to feel the airy gidiness of his life.
His shirts were everywhere, all white, bought by the dozen on
his trips home.
Where was that?
No one knows: the place of the white shirts and an old pickup
truck, fondly remembered.
On the floor, cellophane wrappers, collar stiffeners, pins.
Clean shirts hung in light, dirty ones by the door, and these
            in need of ironing.
The room flaps, about to fly, to be lifted by a decisive gust
            into the heavens.
They are parachutes, tents, flares sent up to say
I’m here, and here, and not distressed: send shirts and money.
Where is he now?
This town, that town, in the place of a thousand shirts.
Standing in class, sweat marks under his arms, pointing at the
board.
He is wearing his one tie, chalky and fading.
He has moved on, dropping shirts on the way.
They flock to the air, they fly north and south.
Sometimes at night we wake in them, we spill out the
            bedroom window.
We float, we fly across cities and oceans,with descend with
            great slowness.
No one knows where we are.

viernes, 29 de julio de 2011

Silvina Ocampo



Única sabiduría

Lo único que sabemos
es lo que nos sorprende:
que todo pasa, como
si no hubiera pasado.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, Argentina, 1906-1993
imagen: Silvana Ocampo, foto publicada en “La Voz del Interior” (Cba.)



Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
Envejecer transforma a una víctima en victimario.

Siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo?
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.

Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.

Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, Argentina, 1906-1993

jueves, 28 de julio de 2011

Hart Crane




No hay estrellas esta noche
salvo las de la memoria.
Peró cuánto espacio hay para la memoria
en la holgada faja de la lluvia apacible.

Hay incluso espacio suficiente
para las cartas de Elizabeth,
la madre de mi madre,
apretujadas desde hace tanto
en un rincón del techo
que están marrones y blandas
y podrían deshacerse como nieve.

En la inmensidad de ese espacio
los pasos deben ser suaves.
Todo cuelga de un invisible cabello blanco.
Tiembla como ramas de abedul enmarañando el aire.

Y me pregunto a mí mismo:

“¿Tus dedos son suficientemente largos
para tocar teclas viejas que sólo son ecos?
¿Es suficientemente fuerte el silencio
para traer la música de vuelta a su fuente
y de vuelta a ti
como si fuera a ella?”

Pero yo llevaría a mi abuela de la mano
por mucho de lo que ella no entendería;
Y entonces trastabillo. Y la lluvia sigue en el techo
con el ruido de una risa levemente compasiva.

Hart Crane, Ohio, Estados Unidos, 1899 – Golfo de México, 1932
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


My Grandma’s Love Letters

There are no stars tonight
But those of memory.
Yet how much room for memory there is
In the loose girdle of soft rain.

There is even room enough
For the letters of my mother’s mother,
Elizabeth,
That have been pressed so long
Into a corner of the roof
That they are brown and soft,
And liable to melt as snow.

Over the greatness of such space
Steps must be gentle.
It is all hung by an invisible white hair.
It trembles as birch limbs webbing the air.

And I ask myself:

“Are your fingers long enough to play
Old keys that are but echoes:
Is the silence strong enough
To carry back the music to its source
And back to you again
As though to her?”

Yet I would lead my grandmother by the hand
Through much of what she would not understand;
And so I stumble. And the rain continues on the roof
With such a sound of gently pitying laughter.



lunes, 25 de julio de 2011

Conrado Nalé Roxlo





Lo imprevisto

Señor, nunca me des lo que te pida.
Me encanta lo imprevisto, lo que baja
de tus rubias estrellas; que la vida
me presente de golpe la baraja

contra la que he de jugar. Quiero el asombro
de ir silencioso por mi calle oscura,
sentir que me golpean en el hombro,
volverme, y ver la faz de la aventura.

Quiero ignorar en dónde y de qué modo
encontraré la muerte. Sorprendida,
sepa el alma a la vuelta de un recodo,
que un paso atrás se le quedó la vida.

Conrado Nalé Roxlo, Buenos Aires, Argentina, 1898-1971
imagen: s/d



Va la sirena muerta por el río
con una flecha al corazón clavada,
y desde la ribera desolada
mis lágrimas la siguen por el río.

Mía no fue, pero fue un sueño mío.
¿Quién la devuelve al mar asesinada?
¿Por qué pasa ante mí, muerta y dorada?
¿Dónde perdió su corazón y el mío?

¿En qué arrecife de coral distante
irá a encallar su frágil hermosura?
Con ella encallará mi sueño amante.

Y del dardo mortal la pluma oscura
indicará en la tarde al navegante
que allí tiene la mar más amargura.

Conrado Nalé Roxlo, Buenos Aires, Argentina, 1898-1971


viernes, 22 de julio de 2011

Pádraig J. Daly




               del texto irlandés de Giolla Bríde Ó hEódhusa, siglo XVI


Tú que plantas el árbol,
¿vivirás para ver las manzanas?
Cuando las ramas crezcan y se extiendan,
¿es seguro que has de verlas?

Podrías morir antes de que florezca
en el bello y verde huerto.
Cuando fijes la estaca considera
que así se dan las cosas muchas veces.

Si la fruta de esas ramas promisorias
madura finalmente, y la sostiene tu mano,
¿la comerás, buen amigo?
La muerte vuelve eso un hecho incierto.

Muestras poca sabiduría, señor,
tú que eres dueño de la arboleda fragante,
al poner tu esperanza en la nimia cosecha
y nunca preocuparte por tu alma.

Pádraig J. Daly, Dungarvan, Irlanda, 1943
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Claude Monet, Manzanos en flor, Giverny (c. 1900-1901)

* Pádraig Daly es sacerdote agustino


Planter

             from the Irish of Giolla Bríde Ó hEódhusa, 16th century


You who plant the tree,
Will you live to see the apple?
When the branches grow and spread,
That you will view them, is it certain?

You may be gone before it flowers
In the green and lovely orchard.
Consider as you fix the stake,
That that is often how things happen.

Should the fruit of those bright branches
Ripen; and your hand enclose it,
Will you eat it, sweet companion?
Death makes such an outcome doubtful.

You show little wisdom, Sir,
You who own the fragrant woodland,
To place your hope on paltry crop
And never make your soul your worry.



Un círculo de pan,
partido,
levantado
en pleno brillo del sol. 

Los trozos cortados
que caen en el platillo.

Qué fácil
en campos verdes
creer
un mito de amor.

Pádraig J. Daly, Dungarvan, Irlanda, 1943
Versión © Gerardo Gambolini


Eucharist

A circle of bread,
Broken,
Lifted up
In the full glare of sun.

Scatter of crumbs
Floating to the plate.

How easy
In green meadows
To credit
A myth of love.



Podría haberme ahorrado el viaje:
el sol de invierno
los caminos peligrosos con el hielo,
mi presencia sin ninguna utilidad para los dolientes.

Pero yo también lo lamentaba,
por ti y por ella;
y estar aquí era lo único
que me quedaba hacer, para siempre.   

Pádraig J. Daly, Dungarvan, Irlanda, 1943
Versión © Gerardo Gambolini


Funeral

I could have spared myself the journey:
Wintery sunlight,
Roads dangerous with ice,
My presence of no consequence to the mourners.

But I was mourning too,
For you and for her;
And being here
Was all I had left to do forever.



miércoles, 20 de julio de 2011

Anna Ajmátova




Envejecimos cien años
aunque esto sucedió sólo en una hora.
Se terminaba ya el corto verano;
humeaban las llanuras labradas.
De repente se abigarró el camino quieto;
voló el llanto como un toque de plata.
Cubriéndome el rostro supliqué a Dios
que me matase antes de la primera batalla.
Desaparecieron las sombras de goces y pasiones
de la memoria, como una carga inútil.
Y una vez vacía, el Señor le ordenó
convertirse en un libro de noticias terribles.

Anna Ajmátova, Odessa, Rusia, 1889-1966
Traducción de Vera Vinogádova



Cuando escuches el trueno me recordarás
y tal vez pienses que amaba la tormenta…
El rayado del cielo se verá fuertemente carmesí
y el corazón, como entonces, estará en el fuego.

Esto sucederá un día en Moscú
cuando abandone la ciudad para siempre
y me precipite hacia el puerto deseado
dejando entre ustedes apenas mi sombra.

Anna Ajmátova, Odessa, Rusia, 1889-1966
[sin mención del traductor]




martes, 19 de julio de 2011

Harry Clifton



Eccles Street, Bloomsday, 1982

Partida, despojada de sus fantasmas,
la mitad que quedaba de Eccles Street
estaba vacía, aquel día de días
en que mis pies
me llevaban sin saber
a una cita a ciegas, o un encuentro arreglado.

Una presión invisible, un calor invisible
fijaban las coordenadas azules
de una ciudad helénica
desde Phoenix Park hasta Merrion Gates,
donde, desconectados, a un paso
de la sabiduría, o del amor eterno,

un millón de ciudadanos trabajaban, almorzaban,
o soñaban con Joyce por un instante
y se sentían completamente reales,
los pares del destino, los amos de la elección,
como ocurría conmigo, en Eccles Street,
antes de que tú y yo nos encontráramos

en el designio más grande. . . . La coincidencia
regida invisiblemente, la cita casual
eclipsada por las infinidades griegas
que actúan entre nosotros como sentido común,
encarcelándome, dejándome en libertad
de soñar y vagar

en un mito demasiado joven para tener forma.
Yo mismo lo construía, con la puerta en ruinas
del burdel de Bella Cohen,
con otros sótanos, otras putas
desabrochando sus blusas
constantemente, mientras el tráfico se amontonaba

y los semáforos se ponían en verde y rojo
en planos de realidad cambiantes —
Y tú, una estudiante de último año,
leías sobre Joyce en la Biblioteca Nacional,
o estabas entre la gente, mi amor inadvertido,
en la inauguración de Stephen’s Green.

Pasó una hora, en Eccles Street —
Dos borrachos, en los portales del Mater,
bebían y cantaban canciones republicanas.
Vi una fila de taxis esperando
y pasto de verdad que había crecido
en las veredas míticas, ya inmortales,

verde como la vida, aún por investigar.
Yo había venido, esa misma mañana,
desde los muelles de Ringsend y la iglesia de Sandymount,
por el arco de la odisea,
con mi anhelo invisible
de romper el círculo, de liberarme,

como tú tenías el tuyo, hasta que un día
en la ciudad prefigurada,
donde cada paso es un paso del destino
y el reconocimiento sólo llega más tarde,
nos encontramos, tú y yo,
levamos anclas, por fin, y partimos.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Eccles Street, por Jim Scully   http://www.jimscullyart.ie/
posted with permission of the artist


Eccles Street, Bloomsday 1982

Onesided, stripped of its ghosts,
The half that was left of Eccles Street
Stood empty, on that day of days
My own unconscious feet
Would carry me through
To a blind date, or a rendezvous.

Invisible pressure, invisible heat
Laid down the blue coordinates
Of a hellenic city
From Phoenix Park to the Merrion Gates,
Where disconnected, at one removed
From wisdom, or eternal love,

A million citizens worked, ate meals,
Or dreamt a moment of Joyce,
And felt themselves wholly real,
The equals of fate, the masters of choice,
As I did too, on Eccles Street,
Before ever you and I could meet

In the larger scheme. . . . Coincidence
Ruled invisibly, the casual date
Upstaged by Greek infinities
Moving among us like common sense,
Imprisioning, setting me free
To dream and circumambulate

In a myth too young to be formed.
I would build it myself, from the ruined door
Of  Bella Cohen’s bawdyhouse,
From other basements, other whores
Unbuttoning their blouses
Forever, while traffic swarmed

And the lights outside turned green and red
On shifting planes of reality —
And you, a final student, read
Of Joyce in the National Library,
Or stood in the crowd, my love unseen,
At the unveiling in Stephen’s Green.

An hour went by, on Eccles Street —
Two drunks, at ease in the Mater portals,
Swigged, and sang Republican songs.
I watched a line of taxis wait
And saw where real grass had sprung
Through mythic pavements, already immortal,

Green as life, and unresearched.
I had come, only that morning,
From Ringsend docks, and Sandymount Church,
Along the arc of odyssey,
With my invisible yearning
To break the circle, set myself free,

As you had yours, until one day,
In the prefigured city,
Where every step is a step of fate
And recognition comes only later,
We would meet, you and I,
Weigh anchor at last, and go away.



Un ruinoso hall de ecos. Grita tu nombre,
lo escucharás de nuevo, desde generaciones idas
antes que tú... Los millones de almas
en que se han convertido, míralas, transmigrando,

dejando Europa, arrastrando baúles marineros
a bordo de los pullman — conscientes del rango,
victorianas... Ahí van, a quebrar el banco
del Gran Chaco, a fornicar, a morir borrachas

en una época de desarraigos. Una que echó una moneda
y terminó en Sudamérica, una que huyó de la Guerra,
una que se voló los sesos en el piso solitario
de su puesto de avanzada. Muertas, renacidas

en el lugar del eterno retorno, ¿qué tiene de extraño
que vaciles, con un aire de treinta grados,
un desierto de rieles ahí afuera,
al final de las plataformas, tantos muertos detrás de ti,

padres y antepasados? La praxis del alma
es no pasar, o vivirlas de nuevo en el control de boletos,
el millón de vidas inmigrantes
que brotan como pasto entre las vías.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


Estación Retiro, Buenos Aires

A run-down hall of echoes. Shout your name,
You will hear it again, from generations
Gone before you... The souls they have become
By the million, look at them, transmigrating

Out of Europe, dragging sailor’s trunks
Aboard the Pullmans — conscious of rank,
Victorian... There they go, to break the bank
Of the Gran Chaco, fornicate, die drunk

In an age of uprootings. One who flipped a coin
For South America, one evading War,
One who blew himself up, on the lonely floor
Of his own outstation. Dead, reborn

In the place of eternal return, is it any wonder
You hesitate, in thirty centigrade air,
A wilderness of shimmering track out there
Beyond the platforms, so many dead before you,

Fathers and forefathers? Not to pass
Or live them through again at ticket-control,
The million immigrant lives that shoot like grass
Between the tracks — is praxis of the soul.