Como esa delicada telaraña vista al trasluz de la lluvia.
(Entre las personas y las cosas, las redes de lo real).
Gotas a punto de caer a un abismo diminuto, sus riesgos aparentes.
(Depender del azar, impotencia y orgullo para quien se sabe
hecho de azar y nada más). Esa prolongación exacta
del frágil laberinto se debe a una rama un poco más alejada
que el insecto quiso incluir también en su orbe.
(Hay quien no confía tanto sus gestos a los caprichos de la lucidez,
deja un mínimo poder a los golpes de viento). Voy adonde estás:
el centro de este laberinto que el viento balancea.
Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963
…deus nobis haec otia fecit.
—Virgilio, Égloga I, vi.
Antaño, la complacencia de retirarse a las selvas
en docencia de cantos y lamentos, y del eco sombrío,
y tu voz repetida por las rocas, y el fuego
que agrupa a los hombres en el mito.
La única magia que hogaño depara la época
es ver tu rostro repetido en avisos, repetido en avisos,
repetido en avisos, oír que te nombra la radio, ver televisión
—mas cuéntanos, oh pastor, quién es ese dios—
escuchar el discurso del escéptico.
Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963
Earl Lavender, 1895
Esa magnífica espalda… ¿de hombre o de mujer?
Parece una cascada de agua clara.
Por la que correrán prontos
peces de sangre.
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