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sábado, 25 de agosto de 2012

Harry Clifton






La primera luz se desliza
en silencio
por los techos de chapa, te revela
a ti durmiendo, a mí de pie

junto a la puerta abierta,
anónimo como ayer cuando cumplí 
lo que esperabas al alojarme, 
viendo si tengo todo,

mientras tú guardas
el lenguaje de la noche en un lugar oscuro,
en un sueño rítmico
que impregna desde adentro

tu rostro misterioso.
Y no voy a interrumpirte
en tu descanso, ni a confesar quién era
despidiéndome de ti,

sino a bajar
los cinco pisos vertiginosos
desde el alto silencio de tu cuarto
hasta las puertas ruidosas

que dan al patio y el sol
y al ojo fotográfico
de un conserje, presentándome
con un adiós.


Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Desierto de Atacama, foto de Gustavo Muñoz Clos
[Creative Commons license]


Morning

First light steals
Across the metal roofs
In silence, reveals
You sleeping, me standing aloof

At the open door,
Anonymous as when I gave
What you sheltered me for
Last night, assuring myself I have

Everything, while you keep
Night’s language in a dark place,
In a rhythmic sleep
Suffusing your mystery face

From the inside.
Nor will I break
That sleep in you, confide
Who I was in the act of taking

Leave of you, but drop
Down five vertiginous floors
From the high silence
Of your room, to where the clanging doors

Give onto sun and courtyard
And the photografic eye
Of a caretaker, introducing myself
With goodbye.



Los que llegaban ahí
por sueño o por defecto
se veían de pronto en un desierto
de sal encostrada.

Lo llamaban Atacama.
Iban a trabajar. Al otro lado
de los Andes, la lluvia y el trueno robado
del coronel Fawcett. La mirada impasible,

se aclaraban la voz continuamente
a este lado de la empresa puritana,
distantes, despojados de emoción,
cuando trataban de hablar.

Mi padre comenzó a desmoronarse
a las tres semanas.
Los cócteles de pisco, y las indias,
amigables, con bombines,

mascando coca, tomando mate,
respirando el aire más puro
que soñó la astronomía, que ansió la religión,
la pureza de la desesperanza.

Mi madre, una joven tan hermosa
en un sitio tan desagradable,
mantenía vigilancia de la llanura costera,
escuchaba cada noche los trenes de carga

adentrarse en Antofagasta,
el interior soñado, hacia el clima
de Chuquicamata. Pronto, finalmente,
se unirían,

el púrpura persiguiendo al amarillo
en el suelo...
Lo llamaban la sombra de lluvia,
llevada al norte

de luna de miel, rodeando el Cabo de Hornos,
por ciudades de tango, puertos africanos,
un pasado vivo en un futuro atormentado, 
mucho antes de que yo naciera —

Una puerta que golpea con el viento,
un abatimiento ante el ruido de los trenes,
un sollozo estremecedor junto a la pila de la cocina,
en la tierra de la lluvia infinita.


Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


The Rain Shadow

All who got there
By dreaming or default,
Found themselves in a desert
Of crusted salt.

They called it Atacama,
Went to work. Across the divide
Of the Andes, Colonel Fawcett’s rain
And stolen thunder. Dry-eyed,

Tearless, trying to speak,
Endlessly they cleared their throats
On this side of the puritan trek,
Emotionless, remote.

Father began to crack
In three weeks flat.
Pisco sours, and Indian women,
Friendly, bowler-hatted,

Chewing coca, drinking mate,
Breathing the clearest air
Astronomy dreamed, religion craved,
The purity of despair.

Mother, a girl so nice
In so nasty place,
Kept vigil on the coastal plain,
Heard the tinkle of ingot trains

Nightly, into Antofagasta,
Dreamt up-country, to the weather
Of Chuqui Camata. Soon, at last,
They would come together,

Purple chasing yellow
Across the earth...
They called it the rain shadow,
Brought it north

On honeymoon, around Cape Horn,
Through tango cities, African ports,
A past alive in a haunted future
Long before I was born —

A door banging in the wind,
A breakdown at the sound of trains,
A shuddering sob at the kitchen sink,
In the land of infinite rain.



Vengo de gitanos, por parte de madre.
Había mañanas, en mi infancia,
en que una extraña salía de la noche
para sentarse a la mesa. Mi padre
fumaba sin hablar. Mi madre, en una lengua
que no era de este mundo, lloraba y sermoneaba.
La visita simplemente se quedaba en su lugar,
escuchando. Una joven, glamorosa
al estilo de hace medio siglo, su perfume
una caja de resonancia para los sentidos,
ahora, al momento de escribir...
                                                Apenas despierto a la hora
de las palabras agrias, las ilusiones estropeadas,
yo tomaba la leche de los orígenes como un dios-niño —
Los hoteles perdidos, la larga cadena prenatal
de vagabundeos... Y esa, nuestra mentira familiar
eclipsada por la luz eléctrica y pasmosas claridades,
estalló. Gritos, recriminaciones,
“Ve adentro, te llamaremos...” A través de una pared
que nadie cruzó en veinte años
escuché llegar el taxi. Ella vino adentro
y me abrazó. “Aquí nadie me entiende —
sólo tú, amorcito...
                              Pasarían los años,
yo me escaparía. La lengua materna estaba ahí afuera
en alguna parte. Para entonces, ella estaba levantando campamento 
o echando raíces nuevas, en otro lugar,
con un absoluto extraño, que me instruiría en el juego,
los caballos, las sagas familiares
continuamente ampliadas, en ninguna parte escritas.


Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


Mother Tongue

I came from gypsies, on my mother’s side.
There would be dawns, in childhood,
When somebody strange came out of the night
To sit at table. Father smoked,
Said nothing. Mother, in a language
Not of this this world, wept and harangued.
And the visitor just sat there
Listening. A little woman, glamorous
In the manner of half century back,
Her perfume like a sounding-board for the senses
Now, at the time of writing...
                                               Barely awake
At the hour of stripped illusions, bitter words,
I drank the milk of origins like a godchild —
Lost hotels, the long pre-natal chain
Of wanderings... And this, our household lie
Eclipsed by electric light and shattering clarities,
Broken into. Shouts, recriminations,
Go inside, we’ll call you... Through a wall
No-one breached for twenty years
I heard the taxi called. She came inside
And held me to her. No-one here understands me —
You alone, amorcito...
                                   Years would pass,
I would run away. It was out there somewhere,
The mother-tongue. By now, she was striking camp
Or putting down new roots, in another town,
With an absolute stranger, who would educate me
In gambling, horses, family sagas
Endlessly added to, nowhere written down.


sábado, 10 de diciembre de 2011

Harry Clifton






¿Por qué debería parecernos tan extraño 
estar retrocediendo,
dejar Alemania, mientras las horas cambian,

con toda la historia
en reversa, los pasajeros que duermen
sobre ruedas engrilladas, y todo el mundo a oscuras?

Era pasada la medianoche cuando salimos.
Los cohetes de Año Nuevo se apagaban
en las calles de Munich — el desorden del festejo,

los petardos, el vidrio roto,
y doscientos años de revolución
tardando en irse, como un olor a azufre en la nariz. . . .

El guarda tose en el pasillo, toda la noche.
Puede quedarse con nuestros documentos
si a la mañana nos los devuelve

sellados. Nuestro único deseo
es dormir en la paz del calor corporal
—¡que ninguna antorcha brille entre nosotros!—

mientras otro descifra por los reflejos
las luces que se mueven, 
la dirección verdadera del tiempo. . . .

Los Alpes no nos importan —
Innsbrück, Brennero, Bolzano. Un sordo rugido
al pasar por cada túnel —

Las cumbres de Europa
siempre nos parecieron frías. Mejor soñar
con Munich y sus luces navideñas

o los maniquíes de Florencia,
ante uno de los cuales despertaremos seguro
por la mañana, después de una eternidad.

Cerca del alba, el sonido de voces —
Una estación desconocida. ¿Cuánto estuvimos aquí?
¿Una hora? ¿Una noche? ¿Doscientos años?

Palabras en italiano por un megáfono
. . . Bologna, Firenze, binario tre . . .
A la deriva en la oscuridad. Mil novecientos

ochenta y nueve fue y pasó —
Las alturas están a nuestra espalda.
Los primeros vendedores empujan sus carritos,

humeantes, por la aurora del Día Uno.
Dos vagabundos, un empleado ferroviario,
bajo la luz de un bar de la estación,

beben su trago amargo. Por un instante 
la vida es igual para todos nosotros,
con cara de sueño, en el amanecer de la humanidad.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
de Night Train Through the Brenner,  1994
imagen: Awbeg River, Ireland [Public domain image]


Night Train Through the Brenner

Why should it seem so strange
To be travelling backwards
Out of Germany, as the hours change,

With the whole of history
In reverse, the passengers sleeping
On fettered wheels, and everyone in the dark?

When we left, it was after midnight.
New Year rockets fizzling out
On the Munich streets — a litter of celebration,

Firecrackers, broken glass,
And two hundred years of revolution
Lingering, like a sulphur smell in the nostrils. . . .

The conductor coughs in the corridor
All night long. He can have our identities
If he gives them back in the morning

Rubberstamped. Our one desire
Is to sleep in the peace
Of body heat — let no torch shine among us! —

While someone else deciphers
The moving lights from their reflections,
The true directions of time. . . .

The Alps are not our business —
Innsbrück, Brenner, Bolzano. A roar in our ears
As we bore through tunnels —

The watersheds of Europe
Were always too cold for us. Better to dream
Of Munich with its Christmas lights

Or the mannequins of Florence,
At one of which we will certainly wake
The morning after the ages.

Towards daybreak, the sound of voices —
An unknown station. How long have we been here?
An hour? A night? Two hundred years?

Italian speech, on a megaphone
‘. . . .Bologna, Firenze, binario tre. . . .’
Drifts through the darkness. Been and gone.

Is Ninetee Hundred and Eighty Nine —
The heights are behind us. Early vendors
Push their steaming trolleys

Through the small hours of Day One.
Two tramps, a railwayman,
In the light of a station buffet,

Swallow their bitter portion. For an instant
Life is the same for all of us,
Bleary-eyed, at the dawn of humanity.




Cuando estaba enojado, me iba al río —
Agua nueva sobre piedras viejas, la paciencia de los pozos.
Deja que la voluntad encuentre su propio ritmo
—decía una voz en mi interior,
en la que estaba aprendiendo a creer—

y el resto se cuidará solo.
Los peces remontaban la corriente, truchas diminutas
suspendidas como almas, en su elemento acuoso.
Yo y mi sombra divina
nos topábamos con ellas, y desaparecían.

Todo esto pasaba en lo profundo de las montañas —
Ira, truchas y sombra,
y el río corriendo entre ellas.
Lejos, invisible pero imaginado,
había un mar muy antiguo, donde las cosas se resolvían solas.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
de Night Train Through the Brenner,  1994


The River

When I was angry, I went to the river —
New water on old stones, the patience of pools.
Let the will find its own pace,
Said a voice inside me
I was learning to believe,

And the will take care of itself.
The fish were facing upstream, tiny trout
Suspended like souls, in their aquaeous element.
I and my godlike shadow
Fell across them, and they dissapeared.

All this happened deep in the mountains —
Anger, trout, and shadow
With the river flowing through them.
Far away, invisible but imagined,
Was an ancient sea, where things would resolve themselves.


martes, 19 de julio de 2011

Harry Clifton



Eccles Street, Bloomsday, 1982

Partida, despojada de sus fantasmas,
la mitad que quedaba de Eccles Street
estaba vacía, aquel día de días
en que mis pies
me llevaban sin saber
a una cita a ciegas, o un encuentro arreglado.

Una presión invisible, un calor invisible
fijaban las coordenadas azules
de una ciudad helénica
desde Phoenix Park hasta Merrion Gates,
donde, desconectados, a un paso
de la sabiduría, o del amor eterno,

un millón de ciudadanos trabajaban, almorzaban,
o soñaban con Joyce por un instante
y se sentían completamente reales,
los pares del destino, los amos de la elección,
como ocurría conmigo, en Eccles Street,
antes de que tú y yo nos encontráramos

en el designio más grande. . . . La coincidencia
regida invisiblemente, la cita casual
eclipsada por las infinidades griegas
que actúan entre nosotros como sentido común,
encarcelándome, dejándome en libertad
de soñar y vagar

en un mito demasiado joven para tener forma.
Yo mismo lo construía, con la puerta en ruinas
del burdel de Bella Cohen,
con otros sótanos, otras putas
desabrochando sus blusas
constantemente, mientras el tráfico se amontonaba

y los semáforos se ponían en verde y rojo
en planos de realidad cambiantes —
Y tú, una estudiante de último año,
leías sobre Joyce en la Biblioteca Nacional,
o estabas entre la gente, mi amor inadvertido,
en la inauguración de Stephen’s Green.

Pasó una hora, en Eccles Street —
Dos borrachos, en los portales del Mater,
bebían y cantaban canciones republicanas.
Vi una fila de taxis esperando
y pasto de verdad que había crecido
en las veredas míticas, ya inmortales,

verde como la vida, aún por investigar.
Yo había venido, esa misma mañana,
desde los muelles de Ringsend y la iglesia de Sandymount,
por el arco de la odisea,
con mi anhelo invisible
de romper el círculo, de liberarme,

como tú tenías el tuyo, hasta que un día
en la ciudad prefigurada,
donde cada paso es un paso del destino
y el reconocimiento sólo llega más tarde,
nos encontramos, tú y yo,
levamos anclas, por fin, y partimos.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Eccles Street, por Jim Scully   http://www.jimscullyart.ie/
posted with permission of the artist


Eccles Street, Bloomsday 1982

Onesided, stripped of its ghosts,
The half that was left of Eccles Street
Stood empty, on that day of days
My own unconscious feet
Would carry me through
To a blind date, or a rendezvous.

Invisible pressure, invisible heat
Laid down the blue coordinates
Of a hellenic city
From Phoenix Park to the Merrion Gates,
Where disconnected, at one removed
From wisdom, or eternal love,

A million citizens worked, ate meals,
Or dreamt a moment of Joyce,
And felt themselves wholly real,
The equals of fate, the masters of choice,
As I did too, on Eccles Street,
Before ever you and I could meet

In the larger scheme. . . . Coincidence
Ruled invisibly, the casual date
Upstaged by Greek infinities
Moving among us like common sense,
Imprisioning, setting me free
To dream and circumambulate

In a myth too young to be formed.
I would build it myself, from the ruined door
Of  Bella Cohen’s bawdyhouse,
From other basements, other whores
Unbuttoning their blouses
Forever, while traffic swarmed

And the lights outside turned green and red
On shifting planes of reality —
And you, a final student, read
Of Joyce in the National Library,
Or stood in the crowd, my love unseen,
At the unveiling in Stephen’s Green.

An hour went by, on Eccles Street —
Two drunks, at ease in the Mater portals,
Swigged, and sang Republican songs.
I watched a line of taxis wait
And saw where real grass had sprung
Through mythic pavements, already immortal,

Green as life, and unresearched.
I had come, only that morning,
From Ringsend docks, and Sandymount Church,
Along the arc of odyssey,
With my invisible yearning
To break the circle, set myself free,

As you had yours, until one day,
In the prefigured city,
Where every step is a step of fate
And recognition comes only later,
We would meet, you and I,
Weigh anchor at last, and go away.



Un ruinoso hall de ecos. Grita tu nombre,
lo escucharás de nuevo, desde generaciones idas
antes que tú... Los millones de almas
en que se han convertido, míralas, transmigrando,

dejando Europa, arrastrando baúles marineros
a bordo de los pullman — conscientes del rango,
victorianas... Ahí van, a quebrar el banco
del Gran Chaco, a fornicar, a morir borrachas

en una época de desarraigos. Una que echó una moneda
y terminó en Sudamérica, una que huyó de la Guerra,
una que se voló los sesos en el piso solitario
de su puesto de avanzada. Muertas, renacidas

en el lugar del eterno retorno, ¿qué tiene de extraño
que vaciles, con un aire de treinta grados,
un desierto de rieles ahí afuera,
al final de las plataformas, tantos muertos detrás de ti,

padres y antepasados? La praxis del alma
es no pasar, o vivirlas de nuevo en el control de boletos,
el millón de vidas inmigrantes
que brotan como pasto entre las vías.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


Estación Retiro, Buenos Aires

A run-down hall of echoes. Shout your name,
You will hear it again, from generations
Gone before you... The souls they have become
By the million, look at them, transmigrating

Out of Europe, dragging sailor’s trunks
Aboard the Pullmans — conscious of rank,
Victorian... There they go, to break the bank
Of the Gran Chaco, fornicate, die drunk

In an age of uprootings. One who flipped a coin
For South America, one evading War,
One who blew himself up, on the lonely floor
Of his own outstation. Dead, reborn

In the place of eternal return, is it any wonder
You hesitate, in thirty centigrade air,
A wilderness of shimmering track out there
Beyond the platforms, so many dead before you,

Fathers and forefathers? Not to pass
Or live them through again at ticket-control,
The million immigrant lives that shoot like grass
Between the tracks — is praxis of the soul.


miércoles, 1 de junio de 2011

Harry Clifton



Benjamin Fondane parte al este

Mírennos ahora, desde los años idos —
            París de entreguerras.
Penélopes y Julietas, cafiches y traficantes
de azúcar y tabaco. Los niños y niñas
con estrellas en la solapa, que duermen sobre paja
como el resto, y sacan el agua sucia.
¿Y quién podría negar que somos iguales, bajo una Ley
que nos aniquila a todos? Conformistas, partisanos,
tú, a quien jamás podría abandonar, mi hermana del alma, 
bebiendo el agua con gusto a bronce de las canillas

de Drancy, donde el tiempo y el espacio son la antesala
            de nuestra última idea de la eternidad —
Los trenes que van en convoyes al este, sellados y numerados,
a un destino desconocido. Pitchipoi,
como lo llama el ingenio según el cuento yiddish —
Una aldea en un claro, zlotys cambiados por francos,
los niños con sus libros, los enfermos y los viejos
atendidos, y el resto sospechosamente mudo
con las postales que vuelven como hojas muertas
desde ese otro mundo en el que nos piden creer.

¡La muerte no es absoluta! ¡Dos y dos son cinco!
            ¡Mis poemas van a sobrevivir!
¿Por qué no volar frente a la razón y gritar
como dice Shestov? Descifrar el anagrama
de mi nombre verdadero, que ahora es barro,
y decirles a Jean Wahl y Bachelard, bien pensants,
que los perdono, mientras acechan en los pasillos
de la Sorbona y las páginas de los Cahiers du Sud.
Nos perdono a todos, porque no sabemos quiénes somos.
Irracionales, fugaces, atrapados entre guerras,

fingiendo nuestra propia muerte, en trece estados-nación,
            mientras las monedas colapsan
y las fronteras y todos nosotros transmigramos
como almas por el espacio neutral del mapa.
Atenas y Jerusalén, Ulises y el Judío Errante —
Allí vamos todos, los vivos y los muertos,
el uno en el otro. . . Llámennos la muchedumbre de París,
irreal, desarraigada, espectros a la deriva,
las cenizas de nuestros ancestros en valijas,
con rumbo a Buenos Aires, con rumbo a lo Nuevo.

En las disipaciones de la sala de vapor, el hedor del baño,
            cuando la gente del Libro
se desvistió, finalmente aprendí a pensar.
Vi la vergüenza y la belleza, y me estremecí
ante las rodillas añosas de los patriarcas, los rollos de las caderas
y los pechos de las mujeres, los cuerpos que aparecían, se alejaban,  
se paraban, se arrodillaban, esperaban, despojados finalmente
de civilización — en su estado natural.
En el fondo de la orgía, detrás del vapor y los grifos
vi los años del auténtico Apocalipsis.

Y ahora me dicen, “Esconde tus poemas, espera —
            En algún momento de mil nueve ochenta
los lectores van a descubrirte. . .” Veo una calle de París,
un viejo buzón, una zona de salto al infinito
en un pasillo cubierto de hojas, donde un editor hace mucho
salió del negocio y un joven
busca en el desorden sibilino y el exceso
unas palabras perdidas — mi hermana del alma, mi esposa
hasta que la muerte nos separe, en las Marchas al Este. . .
Y eso, quién sabe, será la otra vida.

El poeta rumano judío Benjamin Fondane (1898-1944) se mudó a París en 1922. 
Deportado de Drancy, murió en Birkenau.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Benjamin Fondane


Benjamin Fondane Departs For The East

Look at us now, from the vanished years —
            Paris between the wars.
Penelopes and Juliets, primps and racketeers
Of sugar and tobacco. Boys and girls
With stars on their lapels, who sleep on straw
Like everyone else, and carry out the slops.
And who could deny we’re equals, under a Law
Anihilating us all? Conformists, resisters,
You I would never abandon, my own soul-sister,
Drinking brassy water from the taps

Of Drancy, where time and space are the antechamber
            To our last idea of eternity —
Trains going east in convoys, sealed and numbered,
To an unknown destination. Pitchipoi
As the wits describe it, after the Yiddish tale —
A village in a clearing, zlotys changed for francs,
Children at their books, the old and frail
Looked after, and the rest suspiciously blank
On the postcards drifting like dead leaves
Back from that other world we are asked to believe in.

Death is not absolute! Two and two make five!
            My poems will survive!
Why not fly in the face of reason and scream
As Shestov says? Unscramble the anagram
Of my real name, which now is mud,
And tell Jean Wahl and Bachelard, bien pensants,
I forgive them, as they stalk the corridors
Of the Sorbonne, and the pages of the Cahiers du Sud.
I forgive us all, for we know not who we are.
Irrational, fleeting, caught between wars,

Faking our own death, in thirteen nation-states,
            As the monies collapse
And the borders, and all of us transmigrate
Like souls, through the neutral space on the map.
Athens and Jerusalem, Ulysses and the Wandering Jew —
There we all go, the living and the dead,
The one in the other. . . Call us the Paris crowd,
Unreal, uprooted, spectres drifting through,
The ashes of our ancestors in suitcases,
Bound for Buenos Aires, bound for the New.

In the steamroom dissipatings, the bathhouse stink,
            As the people of the Book
Undressed themselves, I learned at last how to think.
I saw the shame and beauty, and I shook
At patriarchs’ aged knees, the love-handles of hips
And women breasts, emerging, disappearing,
Standing, kneeling, waiting, finally stripped
Of civilization — in their natural state.
At the heart of the orgy, I saw into the years
Beyond steam and faucets, to the real Apocalypse.

And now they tell me “Hide your poems, wait —
            Somewhere in Nineteen Eighty
Readers will find you. . . .” I see a Paris street,
Old letterbox, a drop-zone for the infinite
In a leaf-littered hallway, where a publisher long ago
Went out of business, and a young man searches
In the sibylline mess and the overflow
For a few lost words — my own soul-sister, my wife
Till death us do part, in the Eastern Marches. . .
And that, who knows, will be the alterlife.

viernes, 4 de marzo de 2011

Harry Clifton


Vaucluse

El cognac, como un sol dorado
brillaba en mí, trastocando
el paisaje por completo —
Había dejado el sur
hacía una hora, y el tren
pasaba por Arles, por Aviñón,
alimentado a electricidad, y aceleraba mi mente
con infinitas plataformas, cipreses,
aldeas de piedra, los graneros
de Provenza, y ví otra vez a Francia
como una tarde azul
que el genio aprovecha, y la bebida mejora —
los campos trabajados, los fardos amarillos
en ondas de choque, percibidos e iluminados
desde adentro, por el amor.

Para entonces, supongo,
habías hecho tus propias conexiones,
mi compañera fortuita, eventual,
y la mitad de Marsella había cerrado
por las horas de calor — los toldos de los cafés
con nada bajo sus sombras,
y las bebidas guardadas
para otro momento
no el nuestro. . . .
Ahora lo recuerdo
fríamente, mientras nos veo a nosotros
y los comerciantes africanos, el brillo
de los licores en los estantes
festivos, todos cabeceando
en sueños transmigratorios
de heroína, ajo y clavo de olor —
y el modo en que llegamos hasta ahí, tú y yo,
por la ruta de comercio o la intuición, parece,
como los planos que se venden en las calles de occidente,
tan fabuloso, tan obsoleto
como un mapa del mundo conocido.

Pero, qué amable era
aquel patron moreno. . . . y ese
trago de cognac duró una hora,
hasta que el tren
se ocultó en la lluvia gris
al norte de Lyon, y el valle del Ródano
se oscureció. Yo llevaría
tus libros, tu ropa de invierno
por estaciones, por calles de París
hasta un frío reposo
en el norte. Volveríamos a vernos
en meses y años venideros,
intercambiando conciencia, razón y lágrimas
como mendigos. Transfigurados,
no caídos aún de la gracia
nos veía, no como somos
sino nuevos en el amor, en el sitio santo
de las vertientes, las fuentes sagradas
de Petrarca y René Char.

Harry Clifton, Dublin, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Vaucluse

Cognac, like a gold sun
Blazed in me, turning
The landscape inside out —
I had left the South
An hour ago, and the train
Through Arles, through Avignon,
Fed on electricity
Overhead, and quickened my mind
With infinite platforms, cypress trees,
Stone villages, the granaires
Of Provence, and I saw again
France, like a blue afternoon
Genius makes hay in, and drink improves —
The worked fields, the yellow sheaves
In shockwaves, perceived
And lit from within, by love.

By then, I suppose,
You had made your our connections,
My chance, eventual girl,
And half Marseilles had close
For the hot hours — the awnings of cafés
With nothingness in their shadows,
And the drink put away
For another day
Not ours. . . .
I see, I remember
Coldly now, as I see ourselves
And the merchants from Africa, glozening
Liquor on the shelves
Of celebration, everyone dozing
In transmigratory dreams
Of heroin, garlic, and cloves —
And how we got there, you and I,
By trade route or intuition, seems,
Like charts for sale on the Occident streets
As fabulous, as obsolete
As a map of the known world.

But then again, how kind he was,
The dark patron. . . and it lasted,
That shot of cognac,
An hour, till the train
Occluded in grey rain
Above Lyons, and the Rhône Valley
Darkened, I would carry
Your books, your winter clothes
Through stations, streets of Paris
To a cold repose
In the North. We would meet again
In months to come, and years,
Exchanging consciousness, reasons and tears
Like beggars. Transfigured,
Not yet fallen from grace
I saw us, not as we are
But in new love, in the hallowed place
Of sources, the sacred fountains
Of Petrarch and René Char.


La hora de despertar

Llena de contradicciones, ya sobre nosotros
la hora de despertar, y a nuestro alrededor
la mañana, el sentido de existencia
y las tres dimensiones
llegando a un mismo tiempo, blanqueando las almohadas y paredes.

Y yo me elevo flotando, desde mis propias profundidades,
con una mujer a mi lado,
preguntándome, preguntándome soy real
o un ángel atrapado en el vaso de una plegaria nocturna
y he entrado en su vida, y estaré allí

con los otros objetos, clavado a la pared
como una permanencia, o un hábito,
alcanzando humanidad, logrando un promedio
entre sagrado y profano mediante los largos desgastes
que el matrimonio y el trabajo ordenan. . . . imponen

Líbranos, Señor, de la pérdida de intensidad
ahora y todos los días
de un comienzo vigoroso, que desaparece
con la primera palabra dicha, el primer pájaro
en dar una nota falsa

o la ciudad anunciándose a sí misma
con ruido blanco y bocinas, entregando
a nuestras almas incorpóreas
donde sea que estemos, los frutos temporales
del Edén, el pasado y el futuro nuevamente.

Harry Clifton, Dublin, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


The Waking Hour

Riddled with contradictions, the waking hour
Is upon us now, end everywhere about us
Morning, the sense of existence
And the three dimensions
Coming together, whitening pillows and walls.

And I float upwards, from my own depths,
With a woman beside me
Wondering, wondering am I real
Or an angel trapped in the glass of a bedside prayer
And have I come into her life, and will I stay there

With the other objects, nailed to the wall
Like permanence, or habit,
Achieving humanity, averaging out
Between sacred and profane, through the long attritions
Marriage and work ordain . . . .

Deliver us, Lord, from the loss of intensity
Now, as on every day
Of heightened beginnings, that pass away
With the first word spoken, the earliest bird
To strike a false note

Or the city announcing itself
In klaxons and white noise, delivering
To our disembodied selves
Wherever we are, the temporal fruits
Of Eden, the past and future again.