jueves, 9 de junio de 2011

Patrick Kavanagh




Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú le robaste la risa a mi amor;
te llevaste el niño feliz de mi pasión
para darme el provinciano que engendraste.

Tú atoraste los pies de mi mocedad
y yo creí que mi tambaleo
tenía el porte y el tranco de Apolo,
y mi torpe mascullar, el aire de su voz.

¡Me decías que el arado era inmortal!
¡Oh, arado conquistador de la lozanía!
El eje oxidado, tu hoja roma
en la lisa pradera de mi frente.

En humeantes estercoleros
cantabas la canción de una prole de cobardes,
tú perfumaste mi ropa con sarna de comadreja,
con comida de cerdo me nutriste,

tú abriste una zanja en mi visión
de la belleza, el amor y la verdad.
¡Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú saqueaste el banco de mi juventud!

Perdidas las largas horas de placer
para todas las mujeres que aman a los jóvenes.
Oh, aún puedo acariciar el lomo del monstruo
o escribir con pluma no venenosa

su nombre en estos versos solitarios
o mencionar los campos oscuros
donde el primer vuelo alegre de mis rimas
quedó atrapado en una plegaria de campesino.

Mullahinsa, Drummeril, Black Shanco —
dondequiera que mire en el gris y pedregoso
suelo de Monaghan
veo amores muertos que nacieron para mí.

Patrick Kavanagh, Irlanda, 1904-1967 
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Patrick Kavanagh


Stony Grey Soil

O stony grey soil of Monaghan
The laugh from my love you thieved;
You took the the gay child of my passion
And gave me your clod-conceived.

You clogged the feet of my boyhood
And I believed that my stumble
Had the poise and stride of Apollo
And his voice my thick-tongued mumble.

You told me the plough was immortal!
O green-life-conquering plough!
Your mandril strained, your coulter blunted
In the smooth lea-field of my brow.




martes, 7 de junio de 2011

Gerardo Gambolini




La pared se cayó.
El arquitecto niega ser responsable.
La calidad del suelo, sostiene, no es la mejor,
y algunos vientos superan lo predecible.
Fulano de Tal, vecino y profesor de historia,
agrega que en el pasado
ya se cayeron otras paredes.
Mengano de Tal, sociólogo del barrio,
afirma que los vecinos
no armaron tanto lío en esas ocasiones,
porque eran paredes que no le importaban
a nadie.
Zutano de Tal, ensayista de fomento,
propone que en realidad
las paredes no existen: son una alegoría
de nuestras propias limitaciones.
Un trío de periodistas festeja el derrumbe
y lanza suspicacias contra los transeúntes...

Relativistas del mundo, ite.
Vaffanculo.
La pared se cayó.
Si uno anda por ahí, pisa cascotes.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955
imagen: s/d


                                                              
                                                  Ni los dioses, ni los hombres ni los estantes de las bibliotecas 
                                                  soportan a un poeta mediocre.
                                                  —Horacio

                                               ¿No comprendes que tus designios están descubiertos?
                                                —Cicerón, Primera Catilinaria

                                  
Una suerte de imperfección era lo que tenía,
y la poesía que inventaba era fácil de olvidar;
conocía la ambición como la palma de su mano
y moría de interés por espacios y ascensores;
cuando leía, respetables escritores disimulaban la risa,
cuando odiaba, los chicos le cantaban sus burlas en las calles.



lunes, 6 de junio de 2011

Fred Johnston



Norte geográfico

Me entero de que el hermano de mi abuelo
se ahogó dando la vuelta al Cabo de Hornos

y surge una suerte de necesidad, como si el eje de lo conocido
se hubiera inclinado. Una cosita más que necesita un lugar

donde encajar. Día de San Esteban —  por un pequeño cementerio acogedor
en un campo en declive, un hombre camina, el rifle abierto,

con su hijo. El tiempo se tranquiliza, una niebla lenta se aleja airada.
Los nombres de las lápidas son del lugar, una lista labrada

de certezas y de qué es qué. Yo no tengo eso,
el don de arraigar, sino que trepo para tocar algo como eso

por los aparejos de mi duda, sintiendo con cada cabeceo
y cada borrasca la necesidad de soltarme, de caer libremente en lo que

vaya a absorberme, a ahogarme. Mi norte geográfico siempre está cambiando,
apenas unos grados desde marcas lejanas, una distancia considerable
           de cerca.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Claude Monet, Las rocas de Pourville, marea baja (1882)


True North

Hearing for the first time that my grandfather’s
Brother had drowned edging round Cape Horn

A sort of want starts up, as if the axis of the known
Had tilted. One more small thing needing a place

To fit. Boxing Day — above a snug wee graveyard
In a sloping hill a man walks, rifle broken, with

His son. Time paces itself, a slow mist danbders off.
The headstones names are local, a carved roll-call

Of certainties and what’s what. I do not possess that,
A rooting gift, but clamber up to touch something like

It through the rigging of my doubt, feeling with every pitch
And squall the need to let go, fall free into what will

Absorb me, drown me. My True North is always shifting,
A few degrees from far off marks a considerable distance
            up close.



La indiferencia forzada nos hace tontos a ambos.
Rara vez se dice lo cierto (tampoco habría que hacerlo)
¿Qué es el amor sino extrañeza llevada a la cama
y obsequios ofrecidos, para dejar otra extrañeza en libertad?

Y tú, para quien ningún amor es amor suficiente
tal vez conjetures si este o aquel hombre te complace
juzgado por las reglas, por la ropa, por el giro de la charla
cuando, irritado por esa impiedad, se enfría.

Pero yo también soy un amante, a mi modo silencioso,
que no ofrece nada, y es mucho mejor así, además
me acostumbré a aferrarme a la roca del amor
y esperar el rescate de tus mareas cambiantes.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini


Indifference

Forced indifference makes fools of us both.
The right thing is seldom said (nor should it be)
What is love but strangeness brought to bed
And offered gifts, to set another strangeness free?

And you for whom  no love is love enough
May speculate on whether this or that man pleases
By book, by dress, by turn of conversation judged
When warmed beneath such heartlessness, he freezes.

Yet I am lover also, in my silent fashion
Who offers nothing, but it is better of besides
I’m used by now to clinging to love’s rock
And waiting for the rescue of your fickle tides.



jueves, 2 de junio de 2011

Jorge Luis Borges




Eres invulnerable. ¿No te han dado
los números que rigen tu destino
certidumbre de polvo? ¿No es acaso
tu irreversible tiempo el de aquel río

en cuyo espejo Heráclito vio el símbolo
de su fugacidad? Te espera el mármol
que no leerás. En él ya están escritos
la fecha, la ciudad y el epitafio.

Sueños del tiempo son también los otros,
no firme bronce ni acendrado oro;
el universo es, como tú, Proteo.

Sombra, irás a la sombra que te aguarda
fatal en el confín de tu jornada;
piensa que de algún modo ya estás muerto.

Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986
imagen: Yves Marchand, Melting Clock


miércoles, 1 de junio de 2011

Harry Clifton



Benjamin Fondane parte al este

Mírennos ahora, desde los años idos —
            París de entreguerras.
Penélopes y Julietas, cafiches y traficantes
de azúcar y tabaco. Los niños y niñas
con estrellas en la solapa, que duermen sobre paja
como el resto, y sacan el agua sucia.
¿Y quién podría negar que somos iguales, bajo una Ley
que nos aniquila a todos? Conformistas, partisanos,
tú, a quien jamás podría abandonar, mi hermana del alma, 
bebiendo el agua con gusto a bronce de las canillas

de Drancy, donde el tiempo y el espacio son la antesala
            de nuestra última idea de la eternidad —
Los trenes que van en convoyes al este, sellados y numerados,
a un destino desconocido. Pitchipoi,
como lo llama el ingenio según el cuento yiddish —
Una aldea en un claro, zlotys cambiados por francos,
los niños con sus libros, los enfermos y los viejos
atendidos, y el resto sospechosamente mudo
con las postales que vuelven como hojas muertas
desde ese otro mundo en el que nos piden creer.

¡La muerte no es absoluta! ¡Dos y dos son cinco!
            ¡Mis poemas van a sobrevivir!
¿Por qué no volar frente a la razón y gritar
como dice Shestov? Descifrar el anagrama
de mi nombre verdadero, que ahora es barro,
y decirles a Jean Wahl y Bachelard, bien pensants,
que los perdono, mientras acechan en los pasillos
de la Sorbona y las páginas de los Cahiers du Sud.
Nos perdono a todos, porque no sabemos quiénes somos.
Irracionales, fugaces, atrapados entre guerras,

fingiendo nuestra propia muerte, en trece estados-nación,
            mientras las monedas colapsan
y las fronteras y todos nosotros transmigramos
como almas por el espacio neutral del mapa.
Atenas y Jerusalén, Ulises y el Judío Errante —
Allí vamos todos, los vivos y los muertos,
el uno en el otro. . . Llámennos la muchedumbre de París,
irreal, desarraigada, espectros a la deriva,
las cenizas de nuestros ancestros en valijas,
con rumbo a Buenos Aires, con rumbo a lo Nuevo.

En las disipaciones de la sala de vapor, el hedor del baño,
            cuando la gente del Libro
se desvistió, finalmente aprendí a pensar.
Vi la vergüenza y la belleza, y me estremecí
ante las rodillas añosas de los patriarcas, los rollos de las caderas
y los pechos de las mujeres, los cuerpos que aparecían, se alejaban,  
se paraban, se arrodillaban, esperaban, despojados finalmente
de civilización — en su estado natural.
En el fondo de la orgía, detrás del vapor y los grifos
vi los años del auténtico Apocalipsis.

Y ahora me dicen, “Esconde tus poemas, espera —
            En algún momento de mil nueve ochenta
los lectores van a descubrirte. . .” Veo una calle de París,
un viejo buzón, una zona de salto al infinito
en un pasillo cubierto de hojas, donde un editor hace mucho
salió del negocio y un joven
busca en el desorden sibilino y el exceso
unas palabras perdidas — mi hermana del alma, mi esposa
hasta que la muerte nos separe, en las Marchas al Este. . .
Y eso, quién sabe, será la otra vida.

El poeta rumano judío Benjamin Fondane (1898-1944) se mudó a París en 1922. 
Deportado de Drancy, murió en Birkenau.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Benjamin Fondane


Benjamin Fondane Departs For The East

Look at us now, from the vanished years —
            Paris between the wars.
Penelopes and Juliets, primps and racketeers
Of sugar and tobacco. Boys and girls
With stars on their lapels, who sleep on straw
Like everyone else, and carry out the slops.
And who could deny we’re equals, under a Law
Anihilating us all? Conformists, resisters,
You I would never abandon, my own soul-sister,
Drinking brassy water from the taps

Of Drancy, where time and space are the antechamber
            To our last idea of eternity —
Trains going east in convoys, sealed and numbered,
To an unknown destination. Pitchipoi
As the wits describe it, after the Yiddish tale —
A village in a clearing, zlotys changed for francs,
Children at their books, the old and frail
Looked after, and the rest suspiciously blank
On the postcards drifting like dead leaves
Back from that other world we are asked to believe in.

Death is not absolute! Two and two make five!
            My poems will survive!
Why not fly in the face of reason and scream
As Shestov says? Unscramble the anagram
Of my real name, which now is mud,
And tell Jean Wahl and Bachelard, bien pensants,
I forgive them, as they stalk the corridors
Of the Sorbonne, and the pages of the Cahiers du Sud.
I forgive us all, for we know not who we are.
Irrational, fleeting, caught between wars,

Faking our own death, in thirteen nation-states,
            As the monies collapse
And the borders, and all of us transmigrate
Like souls, through the neutral space on the map.
Athens and Jerusalem, Ulysses and the Wandering Jew —
There we all go, the living and the dead,
The one in the other. . . Call us the Paris crowd,
Unreal, uprooted, spectres drifting through,
The ashes of our ancestors in suitcases,
Bound for Buenos Aires, bound for the New.

In the steamroom dissipatings, the bathhouse stink,
            As the people of the Book
Undressed themselves, I learned at last how to think.
I saw the shame and beauty, and I shook
At patriarchs’ aged knees, the love-handles of hips
And women breasts, emerging, disappearing,
Standing, kneeling, waiting, finally stripped
Of civilization — in their natural state.
At the heart of the orgy, I saw into the years
Beyond steam and faucets, to the real Apocalypse.

And now they tell me “Hide your poems, wait —
            Somewhere in Nineteen Eighty
Readers will find you. . . .” I see a Paris street,
Old letterbox, a drop-zone for the infinite
In a leaf-littered hallway, where a publisher long ago
Went out of business, and a young man searches
In the sibylline mess and the overflow
For a few lost words — my own soul-sister, my wife
Till death us do part, in the Eastern Marches. . .
And that, who knows, will be the alterlife.

domingo, 29 de mayo de 2011

Tom Paulin




Son mensajes secretos, cifrados por iniciales
que nada nos revelan. “LY ¿dónde estás ahora?
Te sigo queriendo. MN”
Y luego, al día siguiente, “MN ¿aún estás ahí?
Te amo. LY” “¿Te escribo a la vieja dirección?”,
sugiere entonces MN, a la espera.

Cada tarde, a la hora del té, las escuetas señales recomienzan.
Casi pueden escucharse los susurros de amores separados,
oscuros adulterios que terminaron en el estacionamiento de un pub,
aunque ellos quieren revivirlo, verse otra vez,
furtivamente, como espías cuyos pensamientos se tocan
antes de que sus cuerpos puedan hacerlo.

Tal vez el amor sea así, en un depósito vacío.
Pensar en letra chica, tan pública, tal vez sea tierno.
¿Quién diría que en una ciudad donde el periódico es normal
tantos hombres y mujeres esperen que el chico del periódico,
su celestino, los lleve, solitarios pero confiados,
a una cama en alguna parte?

Tom Paulin, Leeds, 1949
Crecido en Belfast, Paulin es considerado un poeta norirlandés
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: T. Paulin, fotografía de Daniel Jones


Personal Column

These messages are secret, the initials
Code them, puzzling most of us. ‘LY
Where are you now? I love you still. MN’
And then, next evening, ‘MN are you still there?
Loving you. LY’ Shall I write
To old address?’ MN suggests, waiting.

Each teatime, the thin signals start again.
You can almost hear the cheeping
Of separated loves, obscure adulteries
That finished in pub carparks, though they want
To make it new, to meet again, furtively,
Like spies whose thoughts touch before their bodies can.

Love, in an empty warehouse, might be like this.
To think small print, so public, can be tender.
Who’d guess that in a city where the news
Is normal, so many men and women wait
For the paper boy, their go-between, to bring them
Lonely but hopeful, to a bed somewhere?


Desertmartin *

A mediodía, en el punto muerto de una fe
entre Draperstown y Magherafelt,
este poblado amargo muestra la bandera
bajo la luz recocida de setiembre.
Aquí la Palabra se ha reducido a unas pocas
certezas resecas, y el rastrojo chamuscado
ciñe como un negro cinturón una siembra de Biblias.

Porque este es el territorio de la Ley
lo atravieso con un conocimiento estéril
— el buho de Minerva en un auto alquilado.
Un guardia escocés mira por la calle y sonríe,
feliz y desechable, como un cartucho de bronce.
Un individuo útil, casi en su patria,
y sin embargo no del todo, no del todo.

Es un nido blanqueado, este lugar. Veo avinagrarse
la simple gracia presbiteriana, y encallecerse luego,
mientras el espíritu libre y vigoroso se convierte
en una rebeldía servil que gime y chilla
por el sometimiento de la letra: grita
para que el Amo conduzca a sus inferiores
a una impecable prisión, su mañana calcinado.

Islam masculino, el gobierno de los Justos,
dunas y geometría egipcias,
una teología de la culata y ejecuciones:
estos son los lugares donde el espíritu muere.
Y ahora, en la arenosa luz de Desertmartin,
veo una cultura de ramitas y caca de pájaros
agitando una bandera chillona que ama y aborrece.

* Pequeño poblado del condado de Londonderry, Irlanda del Norte

Tom Paulin, Leeds, 1949


Desertmartin 

At noon, in the dead centre of a faith,
Between Draperstown and Magherafelt,
This bitter village shows the flag
In a baked absolute September light.
Here the Word has withered to a few
Parched certainties, and the charred stubble
Tightens like a black belt, a crop of Bibles.

Because this is the territory of the Law
I drive across it with a powerless knowledge--
The owl of Minerva in a hired car.
A Jock squaddy glances down the street
And grins, happy and expendable,
Like a brass cartridge. He is a useful thing,
Almost at home, and yet not quite, not quite.

It's a limed nest, this place. I see a plain
Presbyterian grace sour, then harden,
As a free strenuous spirit changes
To a servile defiance that whines and shrieks
For the bondage of the letter: it shouts
For the Big Man to lead his wee people
To a clean white prison, their scorched tomorrow.

Masculine Islam, the rule of the Just,
Egyptian sand dunes and geometry,
A theology of rifle-butts and executions:
These are the places where the spirit dies.
And now, in Desertmartin's sandy light,
I see a culture of twigs and bird-shit
Waving a gaudy flag it loves and curses.




jueves, 26 de mayo de 2011

Claudio Piermarini




Como las flores del ceibo
cuando el aire de muerte lo estremece
mis pasiones se van por el río
y el corazón se queda solo
tiritando de frío,
igual que el árbol en la orilla.

Muy bien,
la saciedad es la tumba de la sed
y en la orgía desfallece
el deseo más desenfrenado.
Pero digan lo que digan
los tibios que calculan
no es menos rojo el rojo
porque dura un día.

Como el jugador empedernido
mal ganado o bien perdido
la intención está en la apuesta.



Entre tus omóplatos y tu remera
se abre un hueco perfumado,
por el que me dejaría caer
hasta el Infierno mismo,
sin importarme de mi alma.
Yo lo sé, Luciana,
te olí al pasar,
era veneno de Venus
lo que dejabas tras tu espalda.
Después se partió el cielo
y, entre brumas,
vi a la Diosa que reía
acertar en medio de mi pecho
su saeta despiadada.



Un Dios al que nacemos debiendo
no es un buen dios,
es un Banco Universal de la Desgracia.

Claudio Piermarini, Buenos Aires, 1956
reside actualmente en Tucumán
imagen: Daniel Jensen, Ephemeral Red



martes, 24 de mayo de 2011

Thomas Merton



A mi hermano, declarado desparecido en combate, 1943

Querido hermano, si no duermo
mis ojos son flores para tu tumba,
y si no puedo comer mi pan,
mis ayunos vivirán como sauces donde moriste.
Si en el calor no encuentro agua para mi sed,

mi sed será fuentes para ti, pobre viajero.
¿Dónde, en qué país humeante y desolado
yace tu pobre cuerpo, perdido y muerto?
¿Y en qué paisaje de tragedia
perdió su camino tu espíritu desdichado?

Ven, encuentra en mi labor un lugar de reposo
y apoya en mis penas tu cabeza,
o toma sino mi vida y mi sangre
y cómprate un lecho mejor —
o toma mi aliento y mi muerte
y compra una morada mejor.

Cuando todos los guerreros hayan muerto
y en el polvo hayan caído las banderas,
tu cruz y la mía seguirán diciendo a los hombres
que Cristo murió en cada una, por los dos.

Porque Cristo yace asesinado en los escombros de tu abril,
y llora en las ruinas de mi primavera:
el dinero que de Sus lágrimas
caerá en tu mano floja y sin amigos,
y pagará tu rescate para volver a tu tierra,

el silencio que de Sus lágrimas
caerá como campanas sobre tu tumba extranjera.
Escúchalas y ven: te llaman a casa.

Thomas Merton, Prades, Francia, 1915 – Bangkok, Tailandia, 1968
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


For my brother: Reported Missing in Action, 1943

Sweet brother, if I do not sleep
My eyes are flowers for your tomb
And if I cannot eat my bread,
My fasts shall live like willows where you died.
If in the heat I find no water for my thirst

My thirst shall turn to springs for you, poor traveler
Where, in what desolate and smoky country,
Lies your poor body, lost and dead?
And in what landscape of disaster
Has your unhappy spirit lost its road?

Come, in my labor find a resting place
And in my sorrows lay your head,
Or rather take my life and blood
And buy yourself a better bed—
Or take my breath and take my death
And buy yourself a better rest.

When all men of war are shot
And flags have fallen into dust,
Your cross and mine shall tell men still
Christ died on each, for both of us.

For in the wreckage of your April Christ lies slain,
And Christ weeps in the ruins of my spring:
The money of Whose tears shall fall
Into your weak and friendless hand,
And buy you back to your own land:

The silence of Whose tears shall fall
Like bells upon your alien tomb.
Hear them and come: they call you home.


domingo, 22 de mayo de 2011

Patrick Chapman



Elephant And Castle *

La tarde cae en capas
sobre la calle:
rojo sobre gris, salsa sobre hueso.

En la última parada, un autobús
engulle sus pasajeros
los vomita y continúa su recorrido
como si una sombra mecánica
hubiera realizado una maniobra Heimlich.

Entre vidrio de ventanas y música, funcional:
Dios Bendiga Al Niño,
un mozo nos trae pollo,
vino y media ensalada Caesar.

Me dices, mientras cortas una pechuga,
que has dividido tus horas entre
dos hombres demasiado débiles para dejarte
y demasiado familiares para tener gusto a algo.
No hay carne en ellos:
deberás elegir plumas, huesos, ¿o nada?

* Elephant & Castle, nombre de un restaurante de Dublín, en Temple Bar.

Patrick Chapman, Dublín, 1968
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Elephant And Castle

The evening is layering
itself upon the street:
red on grey, sauce on bone.

At the final stop, a bus
is choking on its passengers
throwing them up and heading off
as though some shadow mechanic
has performed a Heimlich manoeuvre.

Between window glass and music, piped:
God Bless The Child,
a waiter brings us chicken,
wine and baby Caesar salad.

You tell me, as you portion a breast,
that you’ve halved your hours between
two men too weak to leave you
and too familiar to taste of anything.
There is no meat on them:
should you choose feather, bone or neither?



Cicatriz

Tú no viste la mía, la noche en que nos conocimos.
Estabas ocupada, atravesando mi ventana
con tu mano, sin sentir el dolor,
tu muñeca sangrando por astillas invisibles
cuando abriste unos centímetros el paño para que entrase un poco
de aire, dejando entrar hojas de otoño de los árboles cercanos.
En un momento, hicimos el amor, o un intento fallido.

A la mañana, la sangre se te había coagulado.
Lastimada y práctica, ningún pájaro herido,
trataste de mostrarme varias vecs cómo dos hojas que caían
podían chocar en la lluvia, en una corriente, y flotar
como una sola hoja. Al final, el invierno nos soltó.
De vez en cuando, sutiles cicatrices indican en mi piel
que dejaste más en mí de lo que nunca revelaría.

Patrick Chapman, Dublín, 1968
Versión © Gerardo Gambolini



Cicatrice

You did not see mine, on the first night we met.
You were occupied, putting your hand
Through my window, not feeling the pain,
Bleeding your wrist on invisible shards
As you opened the frame just a crack for some air,
Letting autumn leaves in from the fingers of trees.
At some point, we made love, or a bungled attempt.

By the morning, your blood had congealed.
Wounded and practical, no broken bird,
You tried often to show me how two falling leaves
Might collide in the rain, on a current, and sail
As one leaf. In the end, winter rattled us loose.
Now and then, subtle scars raise a sign on my skin
That you left more in me than I'd ever let on.

viernes, 20 de mayo de 2011

Jorge Aulicino




Qué harás con los días sucios y fríos,
cuando el gato trepa a la ventana
y el tiempo recorta con salvaje continuidad
el perfil de los edificios en la ceniza del cielo.

Apenas dos o tres días, y la habitación luce desordenada, desierta,
ruedan por el suelo pelusas y fragmentos de hojas secas y la tierra
que entra por las rendijas, ávida de habitar los huecos
grises del pensamiento que no ha sido tratado durante semanas.
Amplia de alas y de rimas, la literatura abandonada.
Qué harás con los días si te dan la oportunidad.

Pedí misterio, leguas.
Pedí divinidad.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Libro del engaño y del desengaño, 2011
imagen: s/d



Si en tales sitios habita, y si ese es el término, el habitual sway,
en todo el resto la grandeza de otro modo inexpresable
se ahueca y deja
esto que habitualmente somos: cáscaras hablando
de cosas igualmente huecas.
Me lo pregunté demasiadas veces: las partidas lanzaderas, la herrumbre
de la revolución industrial, los pedazos de cuero
o las botellas, el cigüeñal
a un costado del camino, cubierto de capas de óxido,
y aún más: los términos
mismos que los designan, el propósito que nos lleva en el tren o el auto,
la agitada tos, el corroído pulmón que nos permite hablar,
los pedazos de cable,
el papel que vuela y las montañas de basura,
la rutina que parte el asfalto,
¿qué intimations of inmortality deparan, Wordsworth?,
sin hablar de los restos
de comida, la náusea, el gas que se alza sobre tus crepúsculos,
el parloteo y la guerra.
Dirás —y ya lo sé, callo—: todo eso, como
la terrible belleza de la gangrena,
es también aquel ojo arrebolado. Y en las costras hallarás los puertos. Y
en la negra bocanada de las ciudades, el hechizo de Dios o del diablo,
ambos equivalentes, como una palabra bien dicha y una equivocada.
Y porque todo es al fin y al cabo el padre
y el hijo y el espíritu, no esperes
que crea que hay una zona sublime y otra profana,
una de intensidad y otra vacía
en un concierto en el que todos los matices
y los amontonamientos y las fugas
son de la misma sustancia, de los mismos colores primarios,
de la misma materia:
quede en tu mano la rota palanca de cambio,
te consuma el carbón, mires de soslayo
al que muere en un atroz hospital: siempre piensa
del eterno Silencio de las verdades
que despiertan para no perecer nunca,
y tradúcetelo como puedas.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Libro del engaño y del desengaño, 2011