viernes, 25 de marzo de 2011

Jorge Luis Borges


El oro de los tigres

Hasta la hora del ocaso amarillo
Cuántas veces habré mirado
Al poderoso tigre de Bengala
Ir y venir por el predestinado camino
Detrás de los barrotes de hierro,
Sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
El tigre de fuego de Blake;
Después vendrían otros oros,
El metal amoroso que era Zeus,
El anillo que cada nueve noches
Engendra nueve anillos y éstos, nueve,
Y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
Los otros hermosos colores
Y ahora sólo me quedan
La vaga luz, la inextricable sombra
Y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
Del mito y de la épica,
Oh un oro más precioso, tu cabello
Que ansían estas manos.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
imagen: Kano Tan-Yu, Tigre en bosque de bambúes (S. XVII)



Las Causas

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del caleidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986

martes, 22 de marzo de 2011

Peter Sirr


Peter Street

Casi llegué a querer esta calle;
cada vez que pasaba mirando hacia arriba
para colgarle el rostro de mi padre a una ventana, me sentía

contenido en su mirada. Hoy hay una obra en construcción
donde estaba el hospital, y me detengo y miro
estúpidamente el aire vacío, buscándolo.

Casi rogaría que aún hubiera algún dolor
como una imperfección de la estructura, algo inaliviable
esperando en el encofrado, entre los pisos, en algún

cuarto secreto, obstinado. Una grúa se mueve
delicadamente en el cielo, con su propio lenguaje.
Olvida todo eso, me digo al pasar, que sea

una casa maravillosa, que la música deambule por los pasillos,
que haya alegría fácilmente, que el terco corazón
de San Valentín llegue flotando desde Whitefriar Street

para imponerse, para curar las heridas, para levantar a mi padre de su cama,
para dejarlo descolgarse por el ladrillo apagado, sin esfuerzo,
y salir corriendo con su vida en las manos.

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Peter Street

I´d grown almost to love this street,
each time I passed looking up
to pin my father´s face to a window, feel myself

held in his gaze. Today there´s a building site
where the hospital stood and I stop and stare
stupidly at the empty air, looking for him.

I´d almost pray some ache remain
like a flaw in the structure, something unappeasable
waiting in the fabric, between floors, in some

obstinate, secret room. A crane moves
delicately in the sky, in its own language.
Forget all that, I think as I pass, make it

a marvellous house; music should roam the corridors,
joy readily occur, St Valentine´s
stubborn heart come floeating from Whitefriar Street

to prevail, to undo injury, to lift my father from his bed,
let him climb down the dull red brick, effortlessly,
and run off with his life in his hand.



En el cementerio

Vivieron y murieron en el mismo lugar.
Los mismos nombres, los mismos cielos vastos,
así de cerca, aún deben andar
por su casa y su parcela, o miran a esta hora
las montañas que enrojecen con el último sol
y escuchan el mar que carga en la pendiente de la playa
su peso calmo, insistente. El aire está lleno de ellos
mientras andan y miran y escuchan, nadie
les dijo otra cosa.
Y si vuelven aquí distraídamente,
a este campo silencioso, verán ante sí
la puerta cerrada y sus nombres
ilegibles en las lápidas. Regresarán a la aldea
y se meterán en su cama, lo que era suyo sigue siendo suyo.

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini



In the graveyard

They lived and died in the same place.
The same names occuring, same big skies above.
This close, they must move still in their cottages
and walk their fields, or stand now watching
the mountains purpling in the last sun
and hear the sea turning onto the slope of the beach
its calm, insistent weight. The air´s crowded with them
as they move and watch and listen, no one
having told the otherwise. And if
absentmindedly they drift back here
to this silent field, they´ll find
the gate locked before them and their names
unreadable on the stones. They´ll walk back towards the village
and climb into their beds, whatever was theirs still theirs.



Deseo

Reconstrúyeme a partir de una librería que cierra,
a partir del pánico de los estantes
donde los autos antiguos engañan el espíritu, los manuales
de arréglelo usted mismo; dioses, geografía, dinero

y poco tiempo. Huele el aire en poesía,
tiende una manta y espera
donde una furiosa concentración se encorva
sobre Aprenda Amárico, Arameo:

apenas hay tiempo de decir hola, apenas
el grosor de un pelo del idioma que llevarse;
suficiente para estar en silencio, suficiente para ver
la mota de polvo insistente

aumentar su montaña, aparecen
los dromedarios. Alguien discute
en noruego antiguo, el sol sale en persa
y yo salgo afuera

con granos de luz, migajas de pirámide.
En otra parte, en el desierto, en la aldea de la colina,
en un tren interminable, tortuoso
el alma deja sus libros a un lado, fluida otra vez.

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini



Desire

Reconstruct me from a closing bookshop,
from the panic of shelves
where old cars trick the spirit, manual
of self-repair; gods, geography, money

and little time. Sniff the air in poetry,
lay a blanket down and wait
where a furious concentration hunches over
Teach Yourself Amharic, Aramaic:

there´s hardly time to say hello, hardly
a hair´s breadth of the language to take away;
enough to be silent in, enoughg to watch
the insistent dust-mote

grow its mountain, the dromedaries
appear. Someone ir arguing
in Old Norse, the sun wakes up in Persian
and I am walking out

with grains of ligght, pyramid crumbs.
Elsewhere, in the desert, in the hilltop village,
on and endless, meandering train
the sould puts down its books, fluent again.

lunes, 21 de marzo de 2011

Gerardo Gambolini

Agua a los sedientos
Todas las gentes lo vieron desnudo y, como sabían que el que
no viera la tela era por no ser hijo de su padre, creyendo
cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí, por miedo
a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió
a descubrir aquel secreto.
—Don Juan Manuel, El conde Lucanor

Chance el Jardinero: Primero vienen la primavera y el verano,
pero después tenemos el otoño y el invierno. Y después tenemos
la primavera y el verano otra vez. [...]
Presidente: Admiro su sólido sentido común.

Mi nombre es legión, porque somos muchos.
—Marcos, 5:9

La vida le parecía prodigiosamente larga.
—Virginia Woolf, Orlando

“Nos dijo sí, no dijo nada más,
nos quiso decir sé lo que hago, confíen,
no me pregunten por el modo, los detalles,
el mar se partirá y en todas partes
habrá señales, las calles serán avenidas,
la escarcha abundará el desierto,
los vientos esparcerán venganzas y la langosta
revelará verdades y por fin
seremos —
fue un discurso brillante.
Parecía más alto, más esbelto,
estaba hermosa y nos habló durante horas
sin leer, fue increíble, sin leer —
quien puede hablar sin leer puede hacer todo,
despeñar a los demonios, darnos la lluvia,
enseñar la tierra prometida. Una nación
de pares, de nombres destronados.
Nosotros sólo somos doctores, escribas, terrenos.
Necesitamos pensar. Ella habla sin leer.
Es increíble.”

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: detalle de La Creación, de Miguel Ángel


sábado, 19 de marzo de 2011

Wislawa Szymborska


Amor a primera vista

Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
—quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono—,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.

Wislawa Szymborska, Kórnik, Polonia, 1923
de Fin y principio, 1993
Versión de Abel A. Murcia
imagen: M. C. Escher, Espiral

jueves, 17 de marzo de 2011

Joseph Woods



P. D.

Vine aquí a refugiarme,
mi nueva casa a un tiro de piedra

del mar, simplemente a caminar
de noche por la costa, y cuando salen los sapos

consolarme echado sobre la cama
escuchando el lamento bovino de la sirena

o alguna pieza clásica de fondo
confundiendo el soplido del vinilo con más lluvia.

Podría haber una solución
en la sal que trae el aire, pero no lo aceptarían

los arbustos. Miraré barcos,
conversaré en tono menor

con la mujer de los helados
y siempre seré el visitante que ha llenado

el cuarto de libros, esa vieja reclusión.


Joseph Woods, Drogheda, Irlanda, 1966
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Ma Yuan, 1160-65? -1225, (detalle)



PS

I have come here to repair,
my new place a stone’s throw away

from the sea, just to walk by it every
evening and when it’s weather for a frog,

console myself lying on the made bed
listening to the foghorn’s bovine distress

or perhaps light classical music
confusing a vinyl hiss for more rain.

A solution might ride in on the salt
that gets flung here, but the shrubs

wouldn’t agree. I will watch boats,
converse in a minor key

with the ice-cream lady and always
be the day-tripper, having filled

the room with books, that old insulation.




Guardias

Días en este tren
por un paisaje
estéril, barro —
un monólogo de grises.

Un camello, incongruente
tan al norte, y un trozo
de la muralla, un molar amarillo
en la enorme mandíbula floja.

Toda la vida está adentro,
copiosos ríos de familias
por los pasillos, no hay donde pisar
mientras me abro paso

entre asientos de madera;
un niño duerme
serenamente acampado
debajo de un banco.

En el vagón comedor vacío
un hombre con grilletes se sonríe.
El cocinero les cuenta un chiste
a los guardias

y ríe cuando pido de comer;
está en hora de descanso
y no dice
por cuánto tiempo más.

Un revólver
apoyado
sobre el mantel blanco
entre unas tazas de té.


Joseph Woods, Drogheda, Irlanda, 1966
Versión © Gerardo Gambolini



Riding Shotgun

Days on this train
where the scenery
hardly delivers, mud —
tones monologing the grey.

One camel, incongruous
this far north ad a stump
of the wall, yellow molar
in the great slack jaw.

All life is inside,
full rivers of families
down the aisles, no room
for feet as I pick my way

through hard-seat class
where a child sleeps,
safely tented under
a bench.

In the empty dining-car
a man in chains grins.
The cook shares a joke
with the guards, laughs

when I order food;
he’s on a break
and doesn’t indicate
how long he’ll be.

A revolver
rests on
the white tablecloth
among cups of tea.




Posiciones

Tres o cuatro veces
crucé el país por este itinerario

y siempre el cálculo a oscuras,
la predicción de lo que debe aparecer.

Aquel borde del camino donde paramos a estirarnos
o una casa sola en su propia anarquía,

algún arreglo extraño en el jardín.
Esa clase de vistas se graban en la retina

y quedan estancadas en el auto
hasta ponernos en marcha.

Las imágenes,
la cabaña abandonada

sobre un arcén de siempreverdes
detrás de un contorno esperado,

van llegando con la próxima hondonada,
como llega una estación y no el tren.

Recordar las cosas tan sólo
cuando avanzamos hacia ellas,

y de algún modo las posiciones parecen correctas.
La mente hace listas en su movimiento,

inventarios sin importancia
hasta que el camino los trae de nuevo a la memoria.


Joseh Woods, Drogheda, Irlanda, 1966
Versión © Gerardo Gambolini



Bearings

Three or four occasions I’ve taken
this trajectory trawl across the country

and always in darkness the reckoning,
second-guess of what will come next.

That verge where we stopped to stretch
or a house alone in its own anarchy,

some weird arrangement in the garden.
Sights as these are burned retinally

and will stagnate in the stationary car
until ignition and the shudder beyond.

They come, those images,
the derelict lodge on a shoulder

of evergreens beyond a contour
you expected,

arriving with the next dip,
in the way a station does and not the train.

Only remembering things in times
when we are moving toward them,

and bearings seem sound somehow.
Mind lists in its movement,

inventories of no consequence
until the road recalls them again.



martes, 8 de marzo de 2011

Pádraig J. Daly


Funeral en invierno

El funeral fue en invierno,
sin cantos ni música.

Después, salimos a la escarcha.
Nuestros pasos crujiendo sobre la grava.

Los árboles estaban escuálidos y blancos.
Un faisán lastimoso se nos cruzó en el camino.

Cumplidas las oraciones, nos alejamos,
sacudiéndonos la muerte de nuestros abrigos.

Pádraig J. Daly, Dungarvan, Irlanda, 1943
de Alterlife, The Dedalus Press, 2010
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Phoenix Park, Dublín


* Pádraig Daly es sacerdote agustino


Winter Funeral

The funeral was in Winter,
Without chant or music.

Afterwards, we walked into the frost.
Ourt footsteps crunched on gravel.

Trees were white and gaunt.
A hapless pheasant crossed our path.

Prayers accomplished, we moved away,
Brushing death from our coats.



Salmo

Hago mis oraciones con fe,
sin sentimiento,
fríamente consciente
de que Tú estás arriba, abajo,
alrededor, dentro.

Ya no me elevas más
a los cálidos reinos del regocijo.
He olvidado todo mi júbilo.
Sigo una huella junto a un río gris,
sabiendo que debo
seguir caminando monótonamente.

Pádraig J. Daly, Dungarvan, Irlanda, 1943
Versión © Gerardo Gambolini

Psalm

My prayers are made in faith,
Without feeling,
Aware but coldly
That You are above, below,
about, within.

You lift me no longer
Into the warm realms of delight.
I have forgotten all my joy.
I walk a track by a grey river,
Knowing I must plod monotonously on.

viernes, 4 de marzo de 2011

Harry Clifton


Vaucluse

El cognac, como un sol dorado
brillaba en mí, trastocando
el paisaje por completo —
Había dejado el sur
hacía una hora, y el tren
pasaba por Arles, por Aviñón,
alimentado a electricidad, y aceleraba mi mente
con infinitas plataformas, cipreses,
aldeas de piedra, los graneros
de Provenza, y ví otra vez a Francia
como una tarde azul
que el genio aprovecha, y la bebida mejora —
los campos trabajados, los fardos amarillos
en ondas de choque, percibidos e iluminados
desde adentro, por el amor.

Para entonces, supongo,
habías hecho tus propias conexiones,
mi compañera fortuita, eventual,
y la mitad de Marsella había cerrado
por las horas de calor — los toldos de los cafés
con nada bajo sus sombras,
y las bebidas guardadas
para otro momento
no el nuestro. . . .
Ahora lo recuerdo
fríamente, mientras nos veo a nosotros
y los comerciantes africanos, el brillo
de los licores en los estantes
festivos, todos cabeceando
en sueños transmigratorios
de heroína, ajo y clavo de olor —
y el modo en que llegamos hasta ahí, tú y yo,
por la ruta de comercio o la intuición, parece,
como los planos que se venden en las calles de occidente,
tan fabuloso, tan obsoleto
como un mapa del mundo conocido.

Pero, qué amable era
aquel patron moreno. . . . y ese
trago de cognac duró una hora,
hasta que el tren
se ocultó en la lluvia gris
al norte de Lyon, y el valle del Ródano
se oscureció. Yo llevaría
tus libros, tu ropa de invierno
por estaciones, por calles de París
hasta un frío reposo
en el norte. Volveríamos a vernos
en meses y años venideros,
intercambiando conciencia, razón y lágrimas
como mendigos. Transfigurados,
no caídos aún de la gracia
nos veía, no como somos
sino nuevos en el amor, en el sitio santo
de las vertientes, las fuentes sagradas
de Petrarca y René Char.

Harry Clifton, Dublin, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Vaucluse

Cognac, like a gold sun
Blazed in me, turning
The landscape inside out —
I had left the South
An hour ago, and the train
Through Arles, through Avignon,
Fed on electricity
Overhead, and quickened my mind
With infinite platforms, cypress trees,
Stone villages, the granaires
Of Provence, and I saw again
France, like a blue afternoon
Genius makes hay in, and drink improves —
The worked fields, the yellow sheaves
In shockwaves, perceived
And lit from within, by love.

By then, I suppose,
You had made your our connections,
My chance, eventual girl,
And half Marseilles had close
For the hot hours — the awnings of cafés
With nothingness in their shadows,
And the drink put away
For another day
Not ours. . . .
I see, I remember
Coldly now, as I see ourselves
And the merchants from Africa, glozening
Liquor on the shelves
Of celebration, everyone dozing
In transmigratory dreams
Of heroin, garlic, and cloves —
And how we got there, you and I,
By trade route or intuition, seems,
Like charts for sale on the Occident streets
As fabulous, as obsolete
As a map of the known world.

But then again, how kind he was,
The dark patron. . . and it lasted,
That shot of cognac,
An hour, till the train
Occluded in grey rain
Above Lyons, and the Rhône Valley
Darkened, I would carry
Your books, your winter clothes
Through stations, streets of Paris
To a cold repose
In the North. We would meet again
In months to come, and years,
Exchanging consciousness, reasons and tears
Like beggars. Transfigured,
Not yet fallen from grace
I saw us, not as we are
But in new love, in the hallowed place
Of sources, the sacred fountains
Of Petrarch and René Char.


La hora de despertar

Llena de contradicciones, ya sobre nosotros
la hora de despertar, y a nuestro alrededor
la mañana, el sentido de existencia
y las tres dimensiones
llegando a un mismo tiempo, blanqueando las almohadas y paredes.

Y yo me elevo flotando, desde mis propias profundidades,
con una mujer a mi lado,
preguntándome, preguntándome soy real
o un ángel atrapado en el vaso de una plegaria nocturna
y he entrado en su vida, y estaré allí

con los otros objetos, clavado a la pared
como una permanencia, o un hábito,
alcanzando humanidad, logrando un promedio
entre sagrado y profano mediante los largos desgastes
que el matrimonio y el trabajo ordenan. . . . imponen

Líbranos, Señor, de la pérdida de intensidad
ahora y todos los días
de un comienzo vigoroso, que desaparece
con la primera palabra dicha, el primer pájaro
en dar una nota falsa

o la ciudad anunciándose a sí misma
con ruido blanco y bocinas, entregando
a nuestras almas incorpóreas
donde sea que estemos, los frutos temporales
del Edén, el pasado y el futuro nuevamente.

Harry Clifton, Dublin, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


The Waking Hour

Riddled with contradictions, the waking hour
Is upon us now, end everywhere about us
Morning, the sense of existence
And the three dimensions
Coming together, whitening pillows and walls.

And I float upwards, from my own depths,
With a woman beside me
Wondering, wondering am I real
Or an angel trapped in the glass of a bedside prayer
And have I come into her life, and will I stay there

With the other objects, nailed to the wall
Like permanence, or habit,
Achieving humanity, averaging out
Between sacred and profane, through the long attritions
Marriage and work ordain . . . .

Deliver us, Lord, from the loss of intensity
Now, as on every day
Of heightened beginnings, that pass away
With the first word spoken, the earliest bird
To strike a false note

Or the city announcing itself
In klaxons and white noise, delivering
To our disembodied selves
Wherever we are, the temporal fruits
Of Eden, the past and future again.

lunes, 28 de febrero de 2011

T. S. Eliot


Retrato de una dama

Has cometido —
fornicación: pero fue en otro país
y, además, la muchacha ha muerto.
— Marlowe, El judío de Malta [IV, 1]


I

Entre el humo y la niebla de una tarde de diciembre
dejas que la escena se arme sola —como ha de parecer—
con un “He reservado esta tarde para usted”;
y cuatro velas tenues en la sala oscurecida,
cuatro círculos de luz dibujándose en el techo,
un atmósfera de tumba de Julieta
preparada para todas las cosas a decir, o no decir.
Fuimos, digamos, a escuchar al polaco de moda
transmitir los Preludios, por el cabello y los dedos.
“Tan íntimo, este Chopin, que creo que su alma
debería resucitar sólo entre amigos,
dos o tres, que no tocaran la frescura
manoseada y cuestionada en las salas de concierto.”
— Y la charla así va derivando
entre deseos vacíos y lamentos elegidos con cuidado
sobre un fondo de atenuados tonos de violines
mezclados con débiles cornetas,
y comienza.

“No sabé cuánto significan mis amigos para mí,
y qué raro, qué raro y extraño es encontrar,
en una vida hecha de tantos, tantos fragmentos
(y eso por supuesto no me gusta... ¿lo sabía? ¡Usted no es ciego!
¡Es tan perceptivo!),
encontrar un amigo que tenga esas cualidades,
que tenga y ofrezca
esas cualidades de las que vive la amistad.
Cuánto significa para mí decirle esto...
sin esas amistades... la vida, ¡qué cauchemar!”

Entre el devaneo de los violines
y los solos fugaces
de cornetas entrecortadas,
un sordo tambor en mi cerebro
empieza a martillear absurdamente
su propio preludio,
caprichoso y monocorde,
que es al menos una clara, definida “nota falsa”.
— Tomemos aire, en un trance de tabaco,
admiremos los monumentos,
discutamos los últimos sucesos,
pongamos en hora nuestro reloj con un reloj de la calle
y sentémonos un rato a tomar nuestra cerveza.

II

Ahora que las lilas están en flor
tiene un jarrón de lilas en la sala
y gira con los dedos una lila mientras habla.
“Ah, amigo mío, usted no sabe, usted no sabe
lo que es la vida, debería retenerla entre sus manos”;
(girando lentamente cada tallo)
“La deja fluir de usted, la deja fluir,
y la juventud es cruel, y no tiene remordimientos
y se ríe de las cosas que no puede ver.”
Yo sonrío, por supuesto,
y sigo tomando el té.
“Pero con estos atardeceres de abril, que por alguna razón
me traen a la memoria mi vida enterrada, y París en primavera,
me siento inmensamente en paz, y encuentro que el mundo
es espléndido y joven, después de todo.”

La voz prosigue como el terco disonar
de un violín roto, en una tarde de agosto:
“Siempre estoy segura de que usted
entiende mis sentimientos, segura de que siente,
de que tiende su mano, al otro lado del abismo.

Usted es invulnerable, no tiene talón de Aquiles.
Seguirá avanzando, y cuando haya triunfado
podrá decir: en este punto muchos fracasaron.

¿Pero qué tengo yo, qué tengo yo que ofrecerle,
amigo mío, qué puede usted recibir de mí?
Sólo la amistad y la comprensión
de alguien que se acerca al final del camino.

Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos...”

Tomo el sombrero: ¿cómo compensar cobardemente
lo que ella me dijo?
Me verán en el parque, de mañana,
leyendo los chistes y la página deportiva.
Observo en particular:
una condesa inglesa sube al escenario,
matan a un griego en un baile de polacos,
otro estafador de bancos que confiesa.
Mantengo la compostura, el dominio de mí mismo,
excepto cuando un organillo, mecánico y cansado,
reitera una gastada tonada popular
con aroma a jacintos del jardín,
evocando cosas que otros han deseado.
¿Están bien o están mal estas ideas?

III

Cae la noche de octubre; regreso igual que antes
excepto por una leve sensación de incomodidad,
subo la escalera y giro el picaporte
y siento como si hubiera subido a gatas.
“Así que se está yendo al extranjero... ¿Y cuándo vuelve?
Pero esa pregunta no tiene sentido.
Difícilmente sepa cuándo volverá,
hallará tanto que ver...”
Mi sonrisa cae de golpe entre los adornos.

“Quizás me pueda escribir.”
Mi aplomo se reaviva por un instante;
esto es lo que esperaba.

“Me estuve preguntando con frecuencia últimamente
(¡pero el principio jamás sabe el final!)
por qué no hemos llegado a ser amigos.”
Yo me siento como alguien que sonríe, y al volverse
observa de repente su expresión en un espejo.
Mi aplomo se desvanece; estamos verdaderamente a oscuras.

“Porque todos lo decían, todos nuestros amigos,
¡todos estaban seguros de que nuestros sentimientos
nos unirían tanto! Yo misma apenas si lo entiendo.
Ahora debemos dejárselo al destino.
Me escribirá, al menos.
Quizás no sea demasiado tarde.
Yo estaré sentada aquí, sirviendo el té a los amigos.”
Y yo debo adoptar una forma diferente cada vez
para hallar expresión... bailar, bailar
como un oso bailarín,
chillar como un loro, parlotear como un mono.
Tomemos aire, en un trance de tabaco —

¡Bien! ¿Y si ella muriera una tarde,
una tarde gris y neblinosa, un anochecer amarillento y rosa;
si muriese dejándome sentado pluma en mano
con la niebla que baja a los tejados;
dudando, por un buen rato,
sin saber qué sentir o si comprendo
o si soy sagaz o necio, tarde o muy temprano...
no llevaría ella la ventaja, al fin y al cabo?
La música concluye con una “cadencia moribunda”,
ya que hablamos de morir —
¿Y tendría yo derecho a sonreír?

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d



Portrait of a lady


Thou hast committed —
fornication: but that was in another country
and besides, the wench is dead.
—Marlowe, The Jew of Malta [IV, 1]


I

Among the smoke and fog of a December afternoon
You have the scene arrange itself —as it will seem to do—
With “I have saved this afternoon for you”;
And four wax candles in the darkened room,
Four rings of light upon the ceiling overhead,
An atmosphere of Juliet’s tomb
Prepared for all the things to be said, or left unsaid.
We have been, let us say, to hear the latest Pole
Transmit the Preludes, through his hair and finger-tips.
“So intimate, this Chopin, that I think his soul
Should be resurrected only among friends
Some two or three, who will not touch the bloom
That is rubbed and questioned in the concert room.”
—And so the conversation slips
Among velleities and carefully caught regrets
Through attenuated tones of violins
Mingled with remote cornets
And begins.

“You do not know how much they mean to me, my friends,
And how, how rare and strange it is, to find
In a life composed so much, so much of odds and ends,
(For indeed I do not love it ... you knew? you are not blind!
How keen you are!)
To find a friend who has these qualities,
Who has, and gives
Those qualities upon which friendship lives.
How much it means that I say this to you—
Without these friendships—life, what cauchemar!”

Among the windings of the violins
And the ariettes
Of cracked cornets
Inside my brain a dull tom-tom begins
Absurdly hammering a prelude of its own,
Capricious monotone
That is at least one definite “false note.”
—Let us take the air, in a tobacco trance,
Admire the monuments
Discuss the late events,
Correct our watches by the public clocks.
Then sit for half an hour and drink our bocks.

II

Now that lilacs are in bloom
She has a bowl of lilacs in her room
And twists one in her fingers while she talks.
“Ah, my friend, you do not know, you do not know
What life is, you should hold it in your hands”;
(Slowly twisting the lilac stalks)
“You let it flow from you, you let it flow,
And youth is cruel, and has no remorse
And smiles at situations which it cannot see.”
I smile, of course,
And go on drinking tea.
“Yet with these April sunsets, that somehow recall
My buried life, and Paris in the Spring,
I feel immeasurably at peace, and find the world
To be wonderful and youthful, after all.”

The voice returns like the insistent out-of-tune
Of a broken violin on an August afternoon:
“I am always sure that you understand
My feelings, always sure that you feel,
Sure that across the gulf you reach your hand.

You are invulnerable, you have no Achilles’ heel.
You will go on, and when you have prevailed
You can say: at this point many a one has failed.

But what have I, but what have I, my friend,
To give you, what can you receive from me?
Only the friendship and the sympathy
Of one about to reach her journey’s end.

I shall sit here, serving tea to friends....”

I take my hat: how can I make a cowardly amends
For what she has said to me?
You will see me any morning in the park
Reading the comics and the sporting page.
Particularly I remark An English countess goes upon the stage.
A Greek was murdered at a Polish dance,
Another bank defaulter has confessed.
I keep my countenance, I remain self-possessed
Except when a street piano, mechanical and tired
Reiterates some worn-out common song
With the smell of hyacinths across the garden
Recalling things that other people have desired.
Are these ideas right or wrong?

III

The October night comes down; returning as before
Except for a slight sensation of being ill at ease
I mount the stairs and turn the handle of the door
And feel as if I had mounted on my hands and knees.

“And so you are going abroad; and when do you return?
But that’s a useless question.
You hardly know when you are coming back,
You will find so much to learn.”
My smile falls heavily among the bric-à-brac.

“Perhaps you can write to me.”
My self-possession flares up for a second;
This is as I had reckoned.

“I have been wondering frequently of late
(But our beginnings never know our ends!)
Why we have not developed into friends.”
I feel like one who smiles, and turning shall remark
Suddenly, his expression in a glass.
My self-possession gutters; we are really in the dark.

“For everybody said so, all our friends,
They all were sure our feelings would relate
So closely! I myself can hardly understand.
We must leave it now to fate.
You will write, at any rate.
Perhaps it is not too late.
I shall sit here, serving tea to friends.”

And I must borrow every changing shape
To find expression ... dance, dance
Like a dancing bear,
Cry like a parrot, chatter like an ape.
Let us take the air, in a tobacco trance—

Well! and what if she should die some afternoon,
Afternoon grey and smoky, evening yellow and rose;
Should die and leave me sitting pen in hand
With the smoke coming down above the housetops;
Doubtful, for quite a while
Not knowing what to feel or if I understand
Or whether wise or foolish, tardy or too soon...
Would she not have the advantage, after all?
This music is successful with a “dying fall”
Now that we talk of dying—
And should I have the right to smile?

sábado, 19 de febrero de 2011

Constantine P. Cavafy


El plazo de Nerón

No se inquieto Nerón al escuchar
el vaticinio del Oráculo de Delfos.
“De los setenta y tres años guárdate.”
Tiempo había aún de disfrutar.
Tiene treinta y tres años. Muy largo
es el plazo que el dios le da
para pensar en riesgos futuros.

Ahora, algo cansado, volverá a Roma,
mas deliciosamente cansado de este viaje,
en el que todo fueron días de placer —
en teatros, en jardines, en gimnasios...
Noches en las ciudades de Acaya...
Y el placer, ay, sobre todo, de los cuerpos desnudos...

En esas, Nerón. Y mientras, en Hispania, Galba
recluta secretamente su ejército y lo entrena,
un anciano de setenta y tres años.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982
imagen: C. Cavafy, por Thalia-Flora Karavia, 1926


Voces

Voces imaginarias y amadas
de aquellos que murieron o de aquellos que están,
como los muertos, perdidos para nosotros.

A veces nos hablan en sueños;
a veces, en su imaginación, las oye el pensamiento.

Y, con su sonido, retornan por un instante
ecos de la poesía primera de nuestra vida —
como música que, en la noche, se extingue lejana.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982


Deseos

Como cuerpos hermosos de muertos que no envejecieron
y que con llanto sepultarán en espléndido mausoleo,
rosas en su cabeza y jazmines a sus pies —
a esto semejan los deseos que pasaron
sin cumplirse; sin merecer una sola
noche de placer o un luminoso amanecer.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982

domingo, 13 de febrero de 2011

Fabián Casas


Despertarte

Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de la cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que miengras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes, que durante la noche
quedan amarrados en el muelle,
golpeándose entre sí,
según el viento.

Fabián Casas, Buenos Aires, Argentina, 1965
imagen: s/d


A mitad de la noche

Me levanto a mitad de la noche con mucha sed.
Mi viejo duerme, mis hermanos duermen.
Estoy desnudo en el medio del patio
y tengo la sensación de que las cosas no me reconocen.
Parece que detrás de mí nada hubiese concluido.
Pero estoy otra vez en el lugar donde nací.
El viaje del salmón
en una época dura.
Pienso esto y abro la heladera:
un poco de luz desde las cosas
que se mantienen frías.

Fabián Casas, Buenos Aires, Argentina, 1965


Música

Mi tía concilia el sueño a los ochenta años
escuchando viejas canciones en su radio portátil.
En su pieza, en lo oscuro,
el éter se ha transformado en algo vital.
Supongo que estas cosas pasan
y me pasarán también a mí.
Sobre el final de la vida
la única música que existe
está fuera de nosotros.

Fabián Casas, Buenos Aires, Argentina, 1965