viernes, 12 de febrero de 2010

Salvatore Quasimodo


La noche de invierno

Y otra vez la noche de invierno
y la torre de la aldea sombría con sus ruidos,
y las nieblas que sumergen el río,
y los helechos, las espinas. Oh, compañero,
has perdido el corazón: la llanura
ya no tiene espacio para nosotros.
Aquí, en silencio, lloras a tu tierra:
y muerdes el pañuelo de color
con tus dientes de lobo:
no despiertes al niño que duerme a tu lado
con los pies desnudos metidos en un pozo.
Que nadie nos recuerde a nuestra madre,
que nadie nos cuente el sueño del hogar.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Gianni Siccardi
imagen: fresco, Villa Boscotrecase, Pompeya


La notte d’inverno

E ancora la notte d’inverno,
e la torre del borgo cupa con suoi tonfi,
e le nebbie che affondano il fiume,
e le felci e le spine. O compagno,
hai perduto il tuo cuore: la pianura
non ha piu spazio per noi.
Qui in silenzio piangi la tua terra:
e mordi il fazzoletto di colore
con i denti di lupo:
non svegliare il fanciullo che ti dorme accanto
coi piedi nudi chiusi in una buca.
Nessuno ci ricordi della madre, nessuno
ci racconti un sogno della casa.



Al padre

Sobre las aguas violáceas
donde estaba Mesina, tú caminas
entre caboles cortados y escombros
junto a vías y cambios
con tu gorra ferroviaria.
El terremoto está en ebullición
desde hace días, es diciembre de huracanes
y mar envenenado. Nuestras noches caen
en los vagones de carga y nosotros, ganado infantil,
contamos sueños polvorientos con los muertos
traspasados por los hierros, mordiendo
almendras y manzanas secas. La ciencia
del dolor puso verdad y hojas de cuchillos
en los juegos de las llanuras de malaria.
y fiebres hinchadas por el fango.

Tu paciencia
triste, delicada, nos quitó el temor,
fue lección de días unidos a la
muerte traicionada, al desprecio de los ladrones
apresados entre la chatarra y ajusticiados en la oscuridad
por las descargas de la descarga, cuenta
de números bajos que retornaba exacto,
concéntrico, un balance de la vida del futuro.

Tu gorra de sol iba por aquí y por allá
en el poco espacio que siempre te otorgaron.
A mí también me han limitado
y he llevado tu nombre
un poco más allá del odio y de la envidia.
Qué roja sobre tu cabeza era una mitra,
una corona con las alas de un águila.
Y ahora en el águila de tus noventa años
he querido hablar contigo, con tus señales
de partida simuladas por la linterna
nocturna, y aquí desde una rueda
imperfecta del mundo,
sobre un montón de muros cerrados,
lejos de los jazmines de Arabia
donde estás aún, para decirte
lo que antes no podía — difícil afinidad
de pensamientos — para decirte (y no nos escuchan
solamente los ágaves, los charlatanes del empalme)
como dice el campesino a su patrón:
“Baciumu li mani”. Esto, nada más.
Oscuramente fuerte es la vida.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Gianni Siccardi

Al padre

Dove sull’acque viola
era Messina, tra fili spezzati
e macerie tu vai lungo binari
e scambi col tuo berretto di gallo
isolano. Il terremoto ribolle
da due giorni, è dicembre d’uragani
e mare avvelenato. Le nostre notti cadono
nei carri merci e noi bestiame infantile
contiamo sogni polverosi con i morti
sfondati dai ferri, mordendo mandorle
e mele dissecate a ghirlanda. La scienza
del dolore mise verità e lame
nei giochi dei bassopiani di malaria
gialla e terzana gonfia di fango.

La tua pazienza
triste, delicata, ci rubò la paura,
fu lezione di giorni uniti alla morte
tradita, al vilipendio dei ladroni
presi fra i rottami e giustiziati al buio
dalla fucileria degli sbarchi, un conto
di numeri bassi che tornava esatto
concentrico, un bilancio di vita futura.

Il tuo berretto di sole andava su e giù
nel poco spazio che sempre ti hanno dato.
Anche a me misurarono ogni cosa,
e ho portato il tuo nome
un po’ più in là dell’odio e dell’invidia.
Quel rosso del tuo capo era una mitria,
una corona con le ali d’aquila.
E ora nell’aquila dei tuoi novant’anni
ho voluto parlare con te, coi tuoi segnali
di partenza colorati dalla lanterna
notturna, e qui da una ruota
imperfetta del mondo,
su una piena di muri serrati,
lontano dai gelsomini d’Arabia
dove ancora tu sei, per dirti
ciò che non potevo un tempo - difficile affinità
di pensieri - per dirti, e non ci ascoltano solo
cicale del biviere, agavi lentischi,
come il campiere dice al suo padrone:
"Baciamu li mani". Questo, non altro.
Oscuramente forte è la vita.

lunes, 8 de febrero de 2010

Raúl González Tuñón


La casa que habitaron mis primos los García
Carabobo al 800. Barrio Flores

¡Qué lejos estamos, qué viejos,
la quinta, el molino, el otoño!
El Juzgado de Paz, el grillo en la floresta,
el tranvía 2 con su desvelo
y el rumor siestero de la canaleta
y un rizo rubio en el retrato,
la antigua luna del espejo
y aquel mueble querido con su lámpara muerta.

Y flotante flotando en la memoria
un olor de heliótropos penetrando la noche.

Raúl González Tuñón, de Poemas para el atril de una pianola, 1965
imagen: s/d


Elogio de la memoria

…Pues nostalgia es memoria
y Mnemosine era la madre de las musas.

La nostalgia es la cita sutil con el pasado
y una forma del sueño.
Esa corriente oculta y silenciosa
que se opone al olvido con decoro.
Es el domingo triste del recuerdo
y la suave saudade de lo que un claro día
fue tocante, entrañable.
De lo que hubo de hondo y bello
entre tantas cosas…
No sólo es el pasado,
tiene intención de futuro.
Adivina, espera
aquello que mañana no afeará la vida.

Raúl González Tuñón, de Poemas para el atril de una pianola, 1965


El rumbo de las islas perdidas

Islas, flotantes islas que salieron en busca
de los íntimos soles y las lluvias amantes.
Por años sumergidas se asomaron al mundo
para oír las canciones de lejanas tabernas
y el derrumbe sonoro de campanas fundidas
por los adolescentes guerrilleros
y ver la extraña luz que anuncia el maremoto
y las olas que traen restos de proas náufragas
y lampreas gigantes que antes aprisionaron
alevosas madréporas.

Pero yo estaba hablando del rumbo de otras islas,
símbolos vagos de una actividad poderosa, interior
como el resorte oculto de los órganos
que aman las abadías y los Café-Concert.
Y ahora me distrae esta otra búsqueda
de islas verdaderas con orillas fragantes
como esas que vieron Gauguin, Conrad, Stevenson,
los misioneros locos, los médicos borrachos,
las mujeres venidas de las tierras calientes
en los barcos sin sueño,
traídas por el destino, la resaca, la marea de Dios.

Raúl González Tuñón, de El rumbo de las islas perdidas, 1969

jueves, 4 de febrero de 2010

Jorge Luis Borges


Ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
imagen: s/d



Elogio de la sombra

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986

lunes, 1 de febrero de 2010

César Vallejo


Los pasos lejanos

Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.

Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.

Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.


Epístola a los transeúntes

Reanudo mi día de conejo
mi noche de elefante en descanso.

Y, entre mi, digo:
ésta es mi inmensidad en bruto, a cántaros
éste es mi grato peso,
que me buscara abajo para pájaro
éste es mi brazo
que por su cuenta rehusó ser ala,
éstas son mis sagradas escrituras,
éstos mis alarmados compañones.

Lúgubre isla me alumbrará continental,
mientras el capitolio se apoye en mi íntimo derrumbe
y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.

Pero cuando yo muera
de vida y no de tiempo,
cuando lleguen a dos mis dos maletas,
éste ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos,
ésta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,
éstos esos gusanos que el corazón contó por unidades,
éste ha de ser mi cuerpo solidario
por el que vela el alma individual; éste ha de ser
mi ombligo en que maté mis piojos natos,
ésta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.

En tanto, convulsiva, ásperamente
convalece mi freno,
sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;
y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,
convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.

César Vallejo, Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, 1938
imagen: s/d

sábado, 30 de enero de 2010

Vicente Huidobro



Horas

El villorio
Un tren detenido sobre el llano

En cada charco
duermen estrellas sordas
Y el agua tiembla
Cortinaje al viento

La noche cuelga en la arboleda

En el campanario florecido
Una gotera viva
Desangra las estrellas

De cuando en cuando
Las horas maduras
Caen sobre la vida.


Señora

Señora hay demasiados pájaros
En vuestro piano
Que atrae el otoño sobre una selvaEspesa de nervios palpitantes y libélulas

Los árboles en arpegios insospechados
A veces pierden la orientación del globo

Señora lo soporto todo. Sin cloroformo
Desciendo al fondo del alba
El ruiseñor rey de setiembre me informa
Que la noche se deja caer entre la lluvia
Burlando la vigilancia de vuestras miradas
Y que una voz canta lejos de la vida
Para sostener el espacio desclavado
El espacio tan lleno de estrellas que se va a caer

Señora a las diez huele a tabaco de artista
Amáis el nadir a cuerpo de pájaro
Sois un fenómeno ligero
Me voy solitario hacia el ocaso de los turistas
Es mucho más bello


18

Heme aquí al borde del espacio y lejos de las circunstancias
Me voy tiernamente como una luz
Hacia el camino de las apariencias
Volveré a sentarme en las rodillas de mi padre
Una hermosa primavera refrescada por el abanico de las alas
Cuando los peces deshacen la cortina del mar
Y el vacío se hincha por una mirada posible

Volveré sobre las aguas del cielo

Me gusta viajar como el barco del ojo
Que va y viene en cada parpadeo
He tocado ya seis veces el umbral
Del infinito que encierra el viento

Nada en la vida
Salvo un grito de antesala
Nerviosas oceánicas qué desgracia nos persigue
En la urna de las flores impacientes
Se encuentran las emociones en ritmo definido


Allá me esperan hasta mañana

Buen viaje

Un poco más lejos
Termina la Tierra

Pasan los ríos bajo las barcas
La vida ha de pasar

Vicente Huidobro, Chile, 1893-1948
imagen: s/d

miércoles, 27 de enero de 2010

Roy Fuller


Traducción

Ahora que los bárbaros han llegado hasta Picra
y que toda la música nueva se escribe en la escala de doce tonos,
y que encima yo me acerco a cumplir cuarenta años,
no voy a fingir más.

Dejaré de expresar mi fe en el rosado
futuro del hombre, y aceptaré la evidencia
de un par de guerras espantosas e incontables
revoluciones frustradas.

Dejaré de achacar la idiotez de los esclavos
a sus amos y a su alimentación, y diré claramente
que son enemigos de la cultura,
el progreso y el aseo.

De los grupos progresistas, las revistas trimestrales
consagradas a la poesía atrevida, de las filas
de comités, de las cartas diversas de protesta
me daré de baja en este instante.

Cuando me llamen reaccionario, sonreiré
a salvo en otra dimensión. Cuando digan
“Cinna ha dejado de importar”, sabré lo bien
que reflejo estos tiempos.

La clase gobernante pensará que estoy con ella
y me hará propuestas amistosas, pero yo me recluiré
en el rincón más apartado de Picra y escribiré poemas
sobre el destino fatal de todo el estofado.

Si alguien es feliz en esta época y lugar
es tonto o es corrupto. Mejor abdicar
de un terreno material y espiritual
adecuado para bárbaros tan sólo.

Roy Fuller, Lancashire, Inglaterra, 1912-1991
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Jocelyne Sobieski, diseño de vestuario para Julio César, de Shakespeare, 2008.


Translation

Now that the barbarians have got as far as Picra,
And all the new music is written in the twelve tone scale,
And I am anyway approaching my fortieth birthday,
I will dissemble no longer.

I will stop expressing my belief in the rosy
Future of man, and accept the evidence
Of a couple of wretched wars and innumerable
Abortive revolutions.

I will cease to blame the stupidity of the slaves
Upon their masters and nurture, and will say,
Plainly, that they are enemies to culture,
Advancement and cleanliness.

From progressive organisations, from quarterlies
Devoted to daring verse, from membership of
Committees, from letters of various protest
I shall withdraw forthwith.

When they call me reactionary I shall smile
Secure in another dimension. When they say
'Cinna has ceased to matter' I shall know
How well I reflect the times.

The ruling class will think I am on their side
And make friendly overtures, but I shall retire
To the side furthest from Picra and write some poems
About the doom of the whole boiling.

Anyone happy in this age and place
Is daft or corrupt. Better to abdicate
From a material and spiritual terrain
Fit only for barbarians.


lunes, 25 de enero de 2010

Dylan Thomas / 2 poemas


Una negativa a lamentar la muerte por fuego de una niña en Londres

Nunca hasta que la oscuridad artífice del hombre
hacedora del ave el animal y la flor
y humillante de todo
anuncie con silencio el despuntar de la última luz
y llegue la hora calma
del mar que se agita con la brida

y yo deba entrar de nuevo
en la redonda Sión de la gota de agua
y la sinagoga de la espiga de maíz
rezaré jamás la sombra de un sonido
ni sembraré mi grano de sal
en el mínimo valle de cilicio para lamentar

la majestad y el fuego de la muerte de la niña.
No mataré
la humanidad de su partida con una verdad solemne
ni voy a blasfemar por las estaciones del aliento
con ninguna otra elegía
de inocencia y juventud.

En lo profundo, con los primeros muertos, yace la hija de Londres,
vestida con los amigos largos,
las fibras sin edad, las venas oscuras de su madre,
secreta junto al agua sin lamento
del Támesis que corre.
Tras la primera muerte, ya no hay otra.

Dylan Thomas, Swansea, Gales, 1914-1953
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Claude Monet, The Thames at Westminster, 1871


A Refusal to Mourn the Death, by Fire, of a Child in London

Never until the mankind making
Bird beast and flower
Fathering and all humbling darkness
Tells with silence the last light breaking
And the still hour
Is come of the sea tumbling in harness

And I must enter again the round
Zion of the water bead
And the synagogue of the ear of corn
Shall I let pray the shadow of a sound
Or sow my salt seed
In the least valley of sackcloth to mourn

The majesty and burning of the child's death.
I shall not murder
The mankind of her going with a grave truth
Nor blaspheme down the stations of the breath
With any further
Elegy of innocence and youth.

Deep with the first dead lies London's daughter,
Robed in the long friends,
The grains beyond age, the dark veins of her mother,
Secret by the unmourning water
Of the riding Thames.
After the first death, there is no other.



La mano que firmó el papel

La mano que firmó el papel derribó una ciudad;
cinco dedos soberanos tasaron el aliento,
duplicaron el mundo de los muertos y partieron un país por la mitad;
esos cinco reyes hicieron un rey de la muerte.

La mano poderosa lleva a un hombro vencido,
las falanges contraídas por la gota;
una pluma de ganso puso fin a la matanza
que puso fin al discurso.

La mano que firmó el pacto engendró fiebre,
y creció el hambre, y vino la langosta;
grande es la mano que tiene dominio sobre el hombre
sólo por un nombre borrajeado.

Los cinco reyes cuentan los muertos
pero no alivian la herida encostrada ni acarician la frente;
una mano decide la piedad como otra decide el cielo;
las manos no tienen lágrimas que derramar.

Dylan Thomas, Swansea, Gales, 1914-1953
Versión © Gerardo Gambolini

The Hand that Signed the Paper

The hand that signed the paper felled a city;
Five sovereign fingers taxed the breath,
Doubled the globe of dead and halved a country;
These five kings did a king to death.

The mighty hand leads to a sloping shoulder,
The finger joints are cramped with chalk;
A goose's quill has put an end to murder
That put an end to talk.

The hand that signed the treaty bred a fever,
And famine grew, and locusts came;
Great is the hand the holds dominion over
Man by a scribbled name.

The five kings count the dead but do not soften
The crusted wound nor pat the brow;
A hand rules pity as a hand rules heaven;
Hands have no tears to flow.

sábado, 16 de enero de 2010

Edgar Lee Masters, Spoon River


Fletcher Mc Gee

Me quitó la fuerza minuto a minuto,
me quitó la vida hora tras hora,
me agotó como una luna febril
que debilita al mundo que gira.
Los días pasaban como sombras,
los minutos rotaban como estrellas.
Me quitó la piedad del corazón
convirtiéndola en sonrisas.
Ella era un trozo de arcilla de escultor,
mis pensamientos secretos eran dedos:
se metieron detrás de su frente pensativa
marcándola hondamente con dolor.
Sellaron sus labios y hundieron sus mejillas,
y agobiaron sus ojos con pesar.
Peleando como un demonio
mi alma había entrado en esa arcilla.
No era mía, no era suya;
ella la poseía, pero esas luchas
le modelaron un rostro que odiaba,
y un rostro que yo temía ver.
Cerré las ventanas, trabé los cerrojos.
Me escondí en un rincón
y entonces ella murió y me persiguió
y me acosó de por vida.

Edgar Lee Masters, EE.UU., 1868-1950
Versión © Gerardo Gambolini
Edgar Lee Masters, Spoon River Anthology, Macmillan, 1915
imagen: J. M. William Turner, View over Town at Sunset: a Cemetery in the Foreground, 1832


Fletcher Mc Gee

She took my strength by minutes,
She took my life by hours,
She drained me like a fevered moon
That saps the spinning world.
The days went by like shadows,
The minutes wheeled like stars.
She took the pity from my heart,
And made it into smiles.
She was a hunk of sculptor's clay,
My secret thoughts were fingers:
They flew behind her pensive brow
And lined it deep with pain.
They set the lips, and sagged the cheeks,
And drooped the eye with sorrow.
My soul had entered in the clay,
Fighting like seven devils.
It was not mine, it was not hers;
She held it, but its struggles
Modeled a face she hated,
And a face I feared to see.
I beat the windows, shook the bolts.
I hid me in a corner
And then she died and haunted me,
And hunted me for life.


Ollie Mc Gee

¿Han visto a un hombre cruzar el pueblo
con la mirada baja y el rostro demacrado?
Es mi esposo, quien por secreta crueldad
jamás revelada, me robó mi juventud y mi belleza
hasta que al fin, arrugada y con los dientes amarillos,
destrozado el orgullo y con vergonzosa modestia
me hundí en la tumba.
¿Pero qué creen que roe el corazón de mi esposo?
¡La imagen de lo que fui, la imagen de lo que él hizo de mí!
Eso lo empuja al lugar donde descanso.
En la muerte, por lo tanto, estoy vengada.

Edgar Lee Masters, EE.UU., 1868-1950
Versión © Gerardo Gambolini
Edgar Lee Masters, Spoon River Anthology, Macmillan, 1915


Ollie Mc Gee

Have you seen walking through the village
A man with downcast eyes and haggard face?
That is my husband who, by secret cruelty
Never to be told, robbed me of my youth and my beauty;
Till at last, wrinkled and with yellow teeth,
And with broken pride and shameful humility,
I sank into the grave.
But what think you gnaws at my husband's heart?
The face of what I was, the face of what he made me!
These are driving him to the place where I lie.
In death, therefore, I am avenged.

Fernando Pessoa / 3 poemas



(i)

Pero yo, en cuya alma se reflejan
Las fuerzas todas del universo,
En cuya reflexión emotiva y sacudida
Minuto a minuto, emoción a emoción,
Cosas antagónicas y absurdas se suceden:
Yo el foco inútil de todas las realidades,
Yo el fantasma nacido de todas las sensaciones,
Yo el abstracto, yo el proyectado en la pantalla,
Yo la mujer legítima y triste del Conjunto,
Yo sufro ser yo a través de todo esto como tener
sed, pero no de agua.

(ii)

Tengo piedad de las estrellas
Que brillan desde hace tanto,
Desde hace tanto tiempo...
Tengo piedad de ellas.

¿No habrá un cansancio
De las cosas,
De todas las cosas,
Como de las piernas o de un brazo?

Un cansancio de existir,
De ser,
Sólo de ser
O ser triste brillar o sonreír...

¿No habrá, en fin,
Para las cosas que son,
No la muerte, pero sí
Alguna especie de fin,
O una razón,
Algo así
Como un perdón?

(iii)

Es tal vez el último día de mi vida.
Saludé al sol, levantando la mano derecha,
Pero no lo saludé diciéndole adiós,
Hice señal de gustarme haberlo visto: nada más.

Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935
Fernando Pessoa, Poemas, Ed. Fabril, Bs. As., 1972
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: s/d