Mostrando las entradas con la etiqueta poesía irlandesa. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta poesía irlandesa. Mostrar todas las entradas

sábado, 10 de diciembre de 2011

Harry Clifton






¿Por qué debería parecernos tan extraño 
estar retrocediendo,
dejar Alemania, mientras las horas cambian,

con toda la historia
en reversa, los pasajeros que duermen
sobre ruedas engrilladas, y todo el mundo a oscuras?

Era pasada la medianoche cuando salimos.
Los cohetes de Año Nuevo se apagaban
en las calles de Munich — el desorden del festejo,

los petardos, el vidrio roto,
y doscientos años de revolución
tardando en irse, como un olor a azufre en la nariz. . . .

El guarda tose en el pasillo, toda la noche.
Puede quedarse con nuestros documentos
si a la mañana nos los devuelve

sellados. Nuestro único deseo
es dormir en la paz del calor corporal
—¡que ninguna antorcha brille entre nosotros!—

mientras otro descifra por los reflejos
las luces que se mueven, 
la dirección verdadera del tiempo. . . .

Los Alpes no nos importan —
Innsbrück, Brennero, Bolzano. Un sordo rugido
al pasar por cada túnel —

Las cumbres de Europa
siempre nos parecieron frías. Mejor soñar
con Munich y sus luces navideñas

o los maniquíes de Florencia,
ante uno de los cuales despertaremos seguro
por la mañana, después de una eternidad.

Cerca del alba, el sonido de voces —
Una estación desconocida. ¿Cuánto estuvimos aquí?
¿Una hora? ¿Una noche? ¿Doscientos años?

Palabras en italiano por un megáfono
. . . Bologna, Firenze, binario tre . . .
A la deriva en la oscuridad. Mil novecientos

ochenta y nueve fue y pasó —
Las alturas están a nuestra espalda.
Los primeros vendedores empujan sus carritos,

humeantes, por la aurora del Día Uno.
Dos vagabundos, un empleado ferroviario,
bajo la luz de un bar de la estación,

beben su trago amargo. Por un instante 
la vida es igual para todos nosotros,
con cara de sueño, en el amanecer de la humanidad.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
de Night Train Through the Brenner,  1994
imagen: Awbeg River, Ireland [Public domain image]


Night Train Through the Brenner

Why should it seem so strange
To be travelling backwards
Out of Germany, as the hours change,

With the whole of history
In reverse, the passengers sleeping
On fettered wheels, and everyone in the dark?

When we left, it was after midnight.
New Year rockets fizzling out
On the Munich streets — a litter of celebration,

Firecrackers, broken glass,
And two hundred years of revolution
Lingering, like a sulphur smell in the nostrils. . . .

The conductor coughs in the corridor
All night long. He can have our identities
If he gives them back in the morning

Rubberstamped. Our one desire
Is to sleep in the peace
Of body heat — let no torch shine among us! —

While someone else deciphers
The moving lights from their reflections,
The true directions of time. . . .

The Alps are not our business —
Innsbrück, Brenner, Bolzano. A roar in our ears
As we bore through tunnels —

The watersheds of Europe
Were always too cold for us. Better to dream
Of Munich with its Christmas lights

Or the mannequins of Florence,
At one of which we will certainly wake
The morning after the ages.

Towards daybreak, the sound of voices —
An unknown station. How long have we been here?
An hour? A night? Two hundred years?

Italian speech, on a megaphone
‘. . . .Bologna, Firenze, binario tre. . . .’
Drifts through the darkness. Been and gone.

Is Ninetee Hundred and Eighty Nine —
The heights are behind us. Early vendors
Push their steaming trolleys

Through the small hours of Day One.
Two tramps, a railwayman,
In the light of a station buffet,

Swallow their bitter portion. For an instant
Life is the same for all of us,
Bleary-eyed, at the dawn of humanity.




Cuando estaba enojado, me iba al río —
Agua nueva sobre piedras viejas, la paciencia de los pozos.
Deja que la voluntad encuentre su propio ritmo
—decía una voz en mi interior,
en la que estaba aprendiendo a creer—

y el resto se cuidará solo.
Los peces remontaban la corriente, truchas diminutas
suspendidas como almas, en su elemento acuoso.
Yo y mi sombra divina
nos topábamos con ellas, y desaparecían.

Todo esto pasaba en lo profundo de las montañas —
Ira, truchas y sombra,
y el río corriendo entre ellas.
Lejos, invisible pero imaginado,
había un mar muy antiguo, donde las cosas se resolvían solas.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
de Night Train Through the Brenner,  1994


The River

When I was angry, I went to the river —
New water on old stones, the patience of pools.
Let the will find its own pace,
Said a voice inside me
I was learning to believe,

And the will take care of itself.
The fish were facing upstream, tiny trout
Suspended like souls, in their aquaeous element.
I and my godlike shadow
Fell across them, and they dissapeared.

All this happened deep in the mountains —
Anger, trout, and shadow
With the river flowing through them.
Far away, invisible but imagined,
Was an ancient sea, where things would resolve themselves.


domingo, 30 de octubre de 2011

Gerry Murphy





México, 1970.
Copa del Mundo, cuartos de final.
Inglaterra, dos arriba contra Alemania
y tranquila.
Mi hermano, regodeándose en silencio,
mi padre y yo sumidos
en un silencio rígido, abatido.
Me voy a la cocina
a hacer té,
Alemania descuenta uno.
“Muy poco, muy tarde”
declara mi hermano.
Vuelvo a la cocina,
Alemania iguala.
A mi padre y a mí nos sacan,
pestañeando, a la luz del día.

En tiempo extra,
Müller, ‘Der Bomber’, anota el gol ganador.
Nunca había abrazado a mi padre,
no he vuelto a abrazarlo desde entonces.


Breakthrough

Mexico, 1970.
World Cup, quarter final.
England. two up against West Germany
and cruising.
My brither, quietly gloating,
my father and I plunged
into glum, staring silence.
I go out into the kitchen
to make tea.
West Germany claw one back.
“Too little, too late,”
my brother declares.
I go back to the kitchen,
West Germany equalize.
My father and I are led out,
blinking, into the daylight.

In extra-time,
Müller, ‘Der Bomber’, scores the winner.
I had never hugged my father,
I haven’t hugged him since.



“¡Los libros”
gruñó mi abuelo
“son un sustituto exangüe de la vida!”
La espesa tinta azul de sus venas
coagulando alegremente
en comas, punto y comas
y dos puntos
hacia un repentino y glorioso
punto final.


On His Deathbed My Grandfather Warms Me Against Literature

“Books!”
snarled my grandfather,
“are a bloodless substitute for life.”
The thick blue ink of his veins
clotting happily
into commas, semi-colons
and colons,
towards a sudden and glorious
full stop.



Le doy el saludo comunista
a mi ex novia capitalista
al mismo tiempo que toma la esquina
en su BM negro,
me concede un gesto despectivo
y me deja tragándome
la retórica marxista-leninista
en un penacho de monóxido de carbono.


A Note on The Demise of Communism

I give the Communist salute
to my Capitalist ex-girlfriend
as she takes the corner at a clip
in her black BMW,
doles me out am imperious nod
and leaves me to choke back
Marxist-Leninist rghetoric
in a plume of carbon-monoxide.



Una pena
que la Tierra no sea plana.
Se podría alinear a los pobres
en los bordes
y ametrallarlos
al abismo.


Twenty-One Words for The Security Council

It’s a pity
the Earth isn’t flat.
You could line the poor
along the edges
and machine-gun them
into the abyss.


Gerry Murphy, Irlanda, 1952 Versiones © Gerardo Gambolini
imagen: womenrulerwriter.blogspot.com

jueves, 18 de agosto de 2011

Fred Johnston




Tener estas paredes entre las cuales vivir
y cultivar su silencio y restricción
repudiar la carta y la ira mal dirigida
y la queja injusta por la reseña del libro —

Tomar té a las cuatro y leer hasta el Angelus
en una silla, una mano entibiada por el sol
hacerse una escapada para buscar el diario de la tarde
desparramarlo en la alfombra y dejarlo ahí

No hacer ningún sonido detectable desde fuera
no ser visto en la ventana ni oído cantar nunca
casi no escuchar los rumores que circulan
sobre un delito local o alguna otra cosa turbia

Volverse inofensivo e invisible
por un acto de voluntad y disciplina
para que cuando lleguen el llamado y la pregunta
puedas decir con verdad que no hay nadie en casa.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Repudiation

To have these walls to live within
And cultivate their silence and restraint
Repudiate the letter and the book review
Misdirected anger and unfair complaint —

Make tea at four and read until Angelus
With one hand warmed by the sunlight on a chair
Make a quick trip out for the evening paper
Spread it on the carpet and leave it there

To make no sound detectable without
Never seen at a window or heard to sing
Barely to hear the rumours going round
About some local crime or other sordid thing

To render oneself harmless and invisible
By acto of will or discipline
So that when the knock comes and the question
One can say in truthfulness there’s no one in.



Cuando pusimos estos estantes
cuando este empapelado estaba en rollos sobre la cama
veníamos aquí recién nacidos cada día para arreglar el lugar
poner nuestra marca en cada cuarto y lanzar hechizos benevolentes
en el pasillo, colgar una lámpara sobre la puerta
uno no pedía del otro
más que ser la voz que respondía en la oscuridad

anoche, ordenando un poco,
asusté a unas arañas, una modesta familia
amontonada en un rincón, tan grande su apuro
por escapar que la telaraña vibró, cantó de ellas
por unos instantes — te escucho diciéndome exacto dónde agujerear
y qué largo debía tener la madera, cómo medir
un rollo de empapelado para que no me complicara con él

ningún hechizo de olvido impide que entres
ninguna cantidad de charla conmigo mismo te trae más cerca
quito la telaraña y siento que he logrado algo.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
Versión © Gerardo Gambolini


Spiders

When these shelves were put up
when this wallpaper lay on the bed in rolls
we came here newly born each day to set it right
put our mark on each room and cast benevolent spells
in the hallway, hang a lamp over the door
one asked no more of the other
than to be the voice that answered in the dark

last night I startled spiders
with my tidying up, a modest family
bundled in a corner, so great their haste
to get away that the web vibrated, sang of them
for a time — I hear you telling me just where to drill
and what length the wood must be, how to measure up
a roll of paper so that I don’t have to fight with it

no spells of forgetting keep you out
no amount of talking to myself brigs you nearer
I brush away the web and feel I’ve achieved something.

martes, 2 de agosto de 2011

Peter Sirr


Curas

Para la ictericia un murciélago aturdido sujeto a la cintura
hasta que muera para la epilepsia luciérnagas en un paño
apenas anudado, puesto sobre el estómago
para la sordera una oreja de león para la melancolía un avestruz
para el deseo un gavilán, alcanfor, calandria

Para la borrachera una perrita semiahogada
su cabeza frotada contra las venas
para la vista borrosa un ungüento de hojas de manzano
para la hidropesía bonetero para la migraña
aloé, mirra, aceite de amapola y harina

Para la esterilidad avellanas, convólvulo, pimienta de agua
para la calvicie grasa de oso, cenizas de paja de trigo
para el corazón alfilerillo, nuez moscada, para el demonio cobre molido
para la irritación compresa de álamo para el catarro tanaseto
para los gusanos semillas de cerezo para la fiebre tormentila, miel

Serbal ciruelas zafiro esmeralda en vino
topacio de un anillo para indicar veneno tierra secada para las pulgas
para el odio una cierva para el silencio el mar para el orgullo
alabastro, roble, leopardo, el sol agotado
arrastrándose a su choza, la noche abrazando y acaparando

sus alfabetos secretos...

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Cures

For jaundice a stunned bat worn around the waist
until it dies for epilepsy glow-worms in a cloth
loosely tied, laid on the stomach
for deafness a lion’s ear for melancholy an ostrich
for desire a sparrowhawk, camphor, calandria

For drunkness a little bitch half drowned
her head rubbed agaist the veins
for dimness of the eyes a salve of apple leaves
for dropsy the spindle tree for migraine
aloe, myrrh, poppy oil and flour

For barreness hazelnut, convolvulus, water pepper
for baldness bear’s grease, ashes of a wheaten straw
for the heart strorksbill, nutmeg, for the devil mulled copper
for vexation compress of aspen for catarrh tansy
for worms cherry seeds for fever tormentil, honey

Rowans plums sapphire emerald in wine
topaz in a ring to show poison for fleas dried earth
for hatred a doe for silence the sea for pride
alabaster, oak, leopard, the wrecked sun
creeping to its hut, the night hugging and hoarding

its secret alphabets...



Visitarlo era ser asaltado por fantasmas, ángeles, almas arrugadas,
            era sentir el vértigo alegre de su vida.
Sus camisas estaban por todas partes, todas blancas, compradas
            por docena en sus viajes a casa.
¿Dónde era eso?
Nadie sabe: el lugar de las camisas blancas y una vieja camioneta,
recordada con cariño.
En el piso, envoltorios de celofán, cuellos de plástico, alfileres.
Las camisas limpias colgadas a la luz, las sucias junto a la puerta,
            y éstas, sin planchar.
El cuarto aletea, a punto de volar, para ser elevado a los cielos
            por una ráfaga poderosa.
Son paracaídas, carpas, bengalas enviadas a lo alto para decir
Estoy aquí, y aquí, todo en orden: envíen camisas y dinero.
¿Dónde está ahora?
En esta ciudad, aquella ciudad, en el lugar de mil camisas.
Parado en clase, marcas de sudor bajo sus brazos, señalando el
            pizarrón.
Tiene puesta su única corbata, manchada de tiza y descolorida.
Siguió viajando, dejando caer camisas en el camino.
Se juntan en el aire, vuelan al norte y el sur.
A veces despertamos en ellas, salimos por la ventana
            del dormitorio.
Flotamos, volamos atravesando ciudades y océanos, descendemos
            con gran lentitud.
Nadie sabe dónde estamos.

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini


Shirts

To visit him was to be assailed by ghosts, angels, rumple souls;
            was to feel the airy gidiness of his life.
His shirts were everywhere, all white, bought by the dozen on
his trips home.
Where was that?
No one knows: the place of the white shirts and an old pickup
truck, fondly remembered.
On the floor, cellophane wrappers, collar stiffeners, pins.
Clean shirts hung in light, dirty ones by the door, and these
            in need of ironing.
The room flaps, about to fly, to be lifted by a decisive gust
            into the heavens.
They are parachutes, tents, flares sent up to say
I’m here, and here, and not distressed: send shirts and money.
Where is he now?
This town, that town, in the place of a thousand shirts.
Standing in class, sweat marks under his arms, pointing at the
board.
He is wearing his one tie, chalky and fading.
He has moved on, dropping shirts on the way.
They flock to the air, they fly north and south.
Sometimes at night we wake in them, we spill out the
            bedroom window.
We float, we fly across cities and oceans,with descend with
            great slowness.
No one knows where we are.

martes, 19 de julio de 2011

Harry Clifton



Eccles Street, Bloomsday, 1982

Partida, despojada de sus fantasmas,
la mitad que quedaba de Eccles Street
estaba vacía, aquel día de días
en que mis pies
me llevaban sin saber
a una cita a ciegas, o un encuentro arreglado.

Una presión invisible, un calor invisible
fijaban las coordenadas azules
de una ciudad helénica
desde Phoenix Park hasta Merrion Gates,
donde, desconectados, a un paso
de la sabiduría, o del amor eterno,

un millón de ciudadanos trabajaban, almorzaban,
o soñaban con Joyce por un instante
y se sentían completamente reales,
los pares del destino, los amos de la elección,
como ocurría conmigo, en Eccles Street,
antes de que tú y yo nos encontráramos

en el designio más grande. . . . La coincidencia
regida invisiblemente, la cita casual
eclipsada por las infinidades griegas
que actúan entre nosotros como sentido común,
encarcelándome, dejándome en libertad
de soñar y vagar

en un mito demasiado joven para tener forma.
Yo mismo lo construía, con la puerta en ruinas
del burdel de Bella Cohen,
con otros sótanos, otras putas
desabrochando sus blusas
constantemente, mientras el tráfico se amontonaba

y los semáforos se ponían en verde y rojo
en planos de realidad cambiantes —
Y tú, una estudiante de último año,
leías sobre Joyce en la Biblioteca Nacional,
o estabas entre la gente, mi amor inadvertido,
en la inauguración de Stephen’s Green.

Pasó una hora, en Eccles Street —
Dos borrachos, en los portales del Mater,
bebían y cantaban canciones republicanas.
Vi una fila de taxis esperando
y pasto de verdad que había crecido
en las veredas míticas, ya inmortales,

verde como la vida, aún por investigar.
Yo había venido, esa misma mañana,
desde los muelles de Ringsend y la iglesia de Sandymount,
por el arco de la odisea,
con mi anhelo invisible
de romper el círculo, de liberarme,

como tú tenías el tuyo, hasta que un día
en la ciudad prefigurada,
donde cada paso es un paso del destino
y el reconocimiento sólo llega más tarde,
nos encontramos, tú y yo,
levamos anclas, por fin, y partimos.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Eccles Street, por Jim Scully   http://www.jimscullyart.ie/
posted with permission of the artist


Eccles Street, Bloomsday 1982

Onesided, stripped of its ghosts,
The half that was left of Eccles Street
Stood empty, on that day of days
My own unconscious feet
Would carry me through
To a blind date, or a rendezvous.

Invisible pressure, invisible heat
Laid down the blue coordinates
Of a hellenic city
From Phoenix Park to the Merrion Gates,
Where disconnected, at one removed
From wisdom, or eternal love,

A million citizens worked, ate meals,
Or dreamt a moment of Joyce,
And felt themselves wholly real,
The equals of fate, the masters of choice,
As I did too, on Eccles Street,
Before ever you and I could meet

In the larger scheme. . . . Coincidence
Ruled invisibly, the casual date
Upstaged by Greek infinities
Moving among us like common sense,
Imprisioning, setting me free
To dream and circumambulate

In a myth too young to be formed.
I would build it myself, from the ruined door
Of  Bella Cohen’s bawdyhouse,
From other basements, other whores
Unbuttoning their blouses
Forever, while traffic swarmed

And the lights outside turned green and red
On shifting planes of reality —
And you, a final student, read
Of Joyce in the National Library,
Or stood in the crowd, my love unseen,
At the unveiling in Stephen’s Green.

An hour went by, on Eccles Street —
Two drunks, at ease in the Mater portals,
Swigged, and sang Republican songs.
I watched a line of taxis wait
And saw where real grass had sprung
Through mythic pavements, already immortal,

Green as life, and unresearched.
I had come, only that morning,
From Ringsend docks, and Sandymount Church,
Along the arc of odyssey,
With my invisible yearning
To break the circle, set myself free,

As you had yours, until one day,
In the prefigured city,
Where every step is a step of fate
And recognition comes only later,
We would meet, you and I,
Weigh anchor at last, and go away.



Un ruinoso hall de ecos. Grita tu nombre,
lo escucharás de nuevo, desde generaciones idas
antes que tú... Los millones de almas
en que se han convertido, míralas, transmigrando,

dejando Europa, arrastrando baúles marineros
a bordo de los pullman — conscientes del rango,
victorianas... Ahí van, a quebrar el banco
del Gran Chaco, a fornicar, a morir borrachas

en una época de desarraigos. Una que echó una moneda
y terminó en Sudamérica, una que huyó de la Guerra,
una que se voló los sesos en el piso solitario
de su puesto de avanzada. Muertas, renacidas

en el lugar del eterno retorno, ¿qué tiene de extraño
que vaciles, con un aire de treinta grados,
un desierto de rieles ahí afuera,
al final de las plataformas, tantos muertos detrás de ti,

padres y antepasados? La praxis del alma
es no pasar, o vivirlas de nuevo en el control de boletos,
el millón de vidas inmigrantes
que brotan como pasto entre las vías.

Harry Clifton, Dublín, Irlanda, 1952
Versión © Gerardo Gambolini


Estación Retiro, Buenos Aires

A run-down hall of echoes. Shout your name,
You will hear it again, from generations
Gone before you... The souls they have become
By the million, look at them, transmigrating

Out of Europe, dragging sailor’s trunks
Aboard the Pullmans — conscious of rank,
Victorian... There they go, to break the bank
Of the Gran Chaco, fornicate, die drunk

In an age of uprootings. One who flipped a coin
For South America, one evading War,
One who blew himself up, on the lonely floor
Of his own outstation. Dead, reborn

In the place of eternal return, is it any wonder
You hesitate, in thirty centigrade air,
A wilderness of shimmering track out there
Beyond the platforms, so many dead before you,

Fathers and forefathers? Not to pass
Or live them through again at ticket-control,
The million immigrant lives that shoot like grass
Between the tracks — is praxis of the soul.


sábado, 18 de junio de 2011

Michael Hartnett



Ignorante, en el sentido
de que comía comida monótona
y pensaba que el mundo era plano,
y pagana, en el sentido
de que sabía que las cosas que andaban
a la noche por ahí no eran ni perros ni gatos
sino púcas y hombres de cara oscura,
tenía, no obstante, un orgullo feroz.
Pero sentenciada finalmente
a comer menos porridge cada vez
en una cocina fría como la piedra
con sus manos endebles
agarró del cuello a un mundo
que no podía entender.
La amé desde el día en que murió.
Ella era un baile de verano en el cruce de caminos.
Era un juego de naipes en el que una nariz salía rota.
Era una canción que nadie cantaba.
Era una casa registrada por soldados.
Era un idioma no hablado casi nunca.
Era el bolso de una niña, lleno de cosas inútiles.

Michael Hartnett, Limerick, Irlanda, 1941-1999
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Death of an Irishwoman

Ignorant, in the sense
she ate monotonous food
and thought the world was flat,
and pagan, in the sense
she knew the things that moved
at night were neither dogs nor cats
but púcas and darkfaced men,
she nevertheless had fierce pride.
But sentenced in the end
to eat thin diminishing porridge
in a stone-cold kitchen
she clenched her brittle hands
around a world
she could not understand.
I loved her from the day she died.
She was a summer dance at the crossroads.
She was a cardgame where a nose was broken.
She was a song that nobody sings.
She was a house ransacked by soldiers.
She was a language seldom spoken.
She was a child's purse, full of useless things.

Besé a mi padre en su cama del hospital.
Las enfermeras arrastraban el paso soñoliento
y los viejos discutían el día entero consigo mismos.
Las siete décadas encerradas en su cabeza
se congelaron en un bloque que goteaba, atemporal,
el pintor perdió su noción de todo salvo el gris.
Aquel beso de actor cayó por un pozo demasiado profundo
para devolver ecos que yo habría valorado —
el ‘29 era el ‘41 el ‘84,
todo uno en su mirada caleidoscópica
(él deseaba para mí su amargura y su sed,
su fría habilidad para cerrar una puerta).
Más tarde, tomando un trago, me di cuenta de que aquel
fue nuestro último beso y, ay, el primero.

Michael Hartnett, Limerick, Irlanda, 1941-1999
Versión © Gerardo Gambolini


That Actor Kiss 

I kissed my father as he lay in bed
in the ward. Nurses walked on soles of sleep
and old men argued with themselves all day.
The seven decades locked inside his head
congealed into a timeless leaking heap,
the painter lost his sense of all but grey.
That actor kiss fell down a shaft too deep
to send back echoes that I would have prized—
‘29 was ‘41 was ‘84,
all one in his kaleidoscopic eyes
(he willed to me his bitterness and thirst,
his cold ability to close a door).
Later, over a drink, I realised
that was our last kiss and, alas, our first.



jueves, 9 de junio de 2011

Patrick Kavanagh




Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú le robaste la risa a mi amor;
te llevaste el niño feliz de mi pasión
para darme el provinciano que engendraste.

Tú atoraste los pies de mi mocedad
y yo creí que mi tambaleo
tenía el porte y el tranco de Apolo,
y mi torpe mascullar, el aire de su voz.

¡Me decías que el arado era inmortal!
¡Oh, arado conquistador de la lozanía!
El eje oxidado, tu hoja roma
en la lisa pradera de mi frente.

En humeantes estercoleros
cantabas la canción de una prole de cobardes,
tú perfumaste mi ropa con sarna de comadreja,
con comida de cerdo me nutriste,

tú abriste una zanja en mi visión
de la belleza, el amor y la verdad.
¡Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú saqueaste el banco de mi juventud!

Perdidas las largas horas de placer
para todas las mujeres que aman a los jóvenes.
Oh, aún puedo acariciar el lomo del monstruo
o escribir con pluma no venenosa

su nombre en estos versos solitarios
o mencionar los campos oscuros
donde el primer vuelo alegre de mis rimas
quedó atrapado en una plegaria de campesino.

Mullahinsa, Drummeril, Black Shanco —
dondequiera que mire en el gris y pedregoso
suelo de Monaghan
veo amores muertos que nacieron para mí.

Patrick Kavanagh, Irlanda, 1904-1967 
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Patrick Kavanagh


Stony Grey Soil

O stony grey soil of Monaghan
The laugh from my love you thieved;
You took the the gay child of my passion
And gave me your clod-conceived.

You clogged the feet of my boyhood
And I believed that my stumble
Had the poise and stride of Apollo
And his voice my thick-tongued mumble.

You told me the plough was immortal!
O green-life-conquering plough!
Your mandril strained, your coulter blunted
In the smooth lea-field of my brow.




lunes, 6 de junio de 2011

Fred Johnston



Norte geográfico

Me entero de que el hermano de mi abuelo
se ahogó dando la vuelta al Cabo de Hornos

y surge una suerte de necesidad, como si el eje de lo conocido
se hubiera inclinado. Una cosita más que necesita un lugar

donde encajar. Día de San Esteban —  por un pequeño cementerio acogedor
en un campo en declive, un hombre camina, el rifle abierto,

con su hijo. El tiempo se tranquiliza, una niebla lenta se aleja airada.
Los nombres de las lápidas son del lugar, una lista labrada

de certezas y de qué es qué. Yo no tengo eso,
el don de arraigar, sino que trepo para tocar algo como eso

por los aparejos de mi duda, sintiendo con cada cabeceo
y cada borrasca la necesidad de soltarme, de caer libremente en lo que

vaya a absorberme, a ahogarme. Mi norte geográfico siempre está cambiando,
apenas unos grados desde marcas lejanas, una distancia considerable
           de cerca.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Claude Monet, Las rocas de Pourville, marea baja (1882)


True North

Hearing for the first time that my grandfather’s
Brother had drowned edging round Cape Horn

A sort of want starts up, as if the axis of the known
Had tilted. One more small thing needing a place

To fit. Boxing Day — above a snug wee graveyard
In a sloping hill a man walks, rifle broken, with

His son. Time paces itself, a slow mist danbders off.
The headstones names are local, a carved roll-call

Of certainties and what’s what. I do not possess that,
A rooting gift, but clamber up to touch something like

It through the rigging of my doubt, feeling with every pitch
And squall the need to let go, fall free into what will

Absorb me, drown me. My True North is always shifting,
A few degrees from far off marks a considerable distance
            up close.



La indiferencia forzada nos hace tontos a ambos.
Rara vez se dice lo cierto (tampoco habría que hacerlo)
¿Qué es el amor sino extrañeza llevada a la cama
y obsequios ofrecidos, para dejar otra extrañeza en libertad?

Y tú, para quien ningún amor es amor suficiente
tal vez conjetures si este o aquel hombre te complace
juzgado por las reglas, por la ropa, por el giro de la charla
cuando, irritado por esa impiedad, se enfría.

Pero yo también soy un amante, a mi modo silencioso,
que no ofrece nada, y es mucho mejor así, además
me acostumbré a aferrarme a la roca del amor
y esperar el rescate de tus mareas cambiantes.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini


Indifference

Forced indifference makes fools of us both.
The right thing is seldom said (nor should it be)
What is love but strangeness brought to bed
And offered gifts, to set another strangeness free?

And you for whom  no love is love enough
May speculate on whether this or that man pleases
By book, by dress, by turn of conversation judged
When warmed beneath such heartlessness, he freezes.

Yet I am lover also, in my silent fashion
Who offers nothing, but it is better of besides
I’m used by now to clinging to love’s rock
And waiting for the rescue of your fickle tides.