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martes, 29 de noviembre de 2011

Raúl Gustavo Aguirre




El ballet infinito

Somos, yendo y viniendo
por nuestro propio escándalo,
amantes presurosos
en un bosque incendiado,
insensatas criaturas
que se olvidan del tiempo,
el tiempo sin piedad
que le falta a la muerte
para ser importante.

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983
imagen: portada de La estrella fugaz



Yo, Martin
Heidegger, filósofo
que pensó lo Impensable
y que anunció la pérdida del Ser
en razón de la ciencia y del olvido,
fui declarado por mis pares
“persona totalmente prescindible”
y enviado a cavar esta trinchera
a lo largo del Rin.

Bajo mis pies se ahonda la tierra venerable.
Cae el azul crepúsculo de Georg Trakl. Tengo frío.
Y en el bosque cercano suena otra vez, oscura,
la risa del idiota que asistía a mis clases.

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983



Algunos poetas me hacen llegar
sus libros, sus cartas, sus biografías y fotografías,
las nóminas de sus distinciones,
las fotocopias de sus declaraciones
y sus poemas inéditos.
Y yo me digo: ¿qué tengo que ver
con estos poetas tan productivos,
eficaces y dinámicos,
tan descollantes de personalidad,
tan seguros de sí, tan convencidos
de haber encontrado las palabras
y las claves definitivas?
¿Y qué tengo yo que ver con esos
otros, los nostálgicos, los que se
jactan de sus penas y me endosan sus importantes fracasos?
¿Y qué con esos otros que vociferan sus amores
y se abrazan en público con sus mujeres y sus
hombres, con sus ciudades, sus consignas, sus banderas y sus dioses?
¿Qué tengo yo que ver con esos poetas, yo que soy tartamudo,
yo que estoy aterrado,
yo que perdí las señas
y no tengo camino ni memoria
y apenas sobrevivo?

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983


lunes, 28 de noviembre de 2011

Olga Orozco




Más de veinte mil días avanzando, siempre penosamente,
siempre a contracorriente,
por esta enmarañada fundación donde giran los vientos
y se cruzan en todas direcciones paisajes y paredes tapiándome la puerta.
No sé si al continuar no retrocedo
o si al hallar un paso no confundo por una bocanada de niebla mi camino.
Tal vez volver atrás sea como perder dos veces la partida,
a menos que prefiera demorarme castigando las culpas
o aprendiendo a ceñir de una vez para siempre los nudos de la duda y el adiós,
pero no está en mi ley el escarmiento, la trampa en el reverso del tapiz,
y tampoco podré nacer de nuevo como la flor cerrada.
Habrá que proseguir desenrollando el mundo, deshaciendo el ovillo,
para entregar los restos a la tejedora,
comoquiera que sea, en el extremo o en el centro, a la salida.
He visto varias veces pasar su sombra por algunos ojos,
cubrirlos hasta el fondo;
varias veces graznaron a mi lado sus cuervos.
Perdí de vista fieles paraísos y amores insolubles como las catedrales.
Encontré quienes fueron mis propios laberintos dentro del laberinto,
así como presumo que comienza uno más donde se cree que éste se termina.
Extravié junto a nidos de serpientes mi confuso camino
y me obligó a desviarme más de un brillo de tigres en la noche entreabierta.
Siempre hay sendas que vuelan y me arrojan en un despeñadero
y otras me decapitan vertiginosamente bajo las últimas fronteras.
Recuento mis pedazos, recojo mis exiguas pertenencias y sigo,
no sé si dando vueltas,
si girando en redondo alrededor de la misma prisión,
del mismo asilo, de la misma emboscada, por muchísimo tiempo,
siempre con una soga tensa contra el cuello o contra los tobillos.
A ras del suelo no se distingue adónde van las aguas ni la intención del muro.
Sólo veo fragmentos de meandros que transcurren como una intriga en piedra,
etapas que parecen las circunvoluciones de una esfinge de arena,
corredores tortuosos al acecho de la menor incertidumbre,
trozos desparramados de otro mundo que se rompió en pedazos.
Pero desde lo alto, si alguien mira,
si alguien juzga la obra desde el séptimo día,
ha de ver la espesura como el plano de una disciplinada fortaleza,
un inmenso acertijo donde la geometría dispone transgresiones y franquicias,
un jardín prodigioso con proverbios para malos y buenos,
un mandala que al final se descifra.
Ignoro aquí quién soy.
Tal vez alguien lo sepa, tal vez tenga un cartel adherido a la espalda.
Sospecho que soy monstruo y laberinto.

Olga Orozco, Argentina, 1920-1999
imagen: fragmento de un grabado de Giovanni Batista Piranesi,
de la serie Carceri d’invenzione
[imagen de dominio público]

sábado, 26 de noviembre de 2011

Dos de cine



Imagen

Cuando muere Modigliani, finalmente
Lino Ventura camina hacia los cuadros
y París consigue otro pintor
para animar galerías —

Ah, qué tonto, Modigliani,
los museos hablan tarde
debiste hacer que pintabas
debiste ser Gérard Philipe

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: L. Ventura, Les amants de Montparnasse




Rick estuvo bien,
ella y Lazlo debían irse juntos
y Louis en el fondo era sensible.
El mundo libre contra el Eje.
¿Pero qué hacía el mundo
en Casablanca?

Gerardo Gambolini, Argentina, 1955

viernes, 25 de noviembre de 2011

Juan L. Ortiz




                                                                  He sido, tal vez, una rama de árbol,
                                                                  una sombra de pájaro,
                                                                  el reflejo de un río…


Señor,
esta mañana tengo
los párpados frescos como hojas,
las pupilas tan limpias como de agua,
un cristal en la voz como de pájaro,
la piel toda mojada de rocío,
y en las venas,
en vez de sangre,
una dulce corriente vegetal. 

Señor,
esta mañana tengo
los párpados iguales que hojas nuevas,
y temblorosa de oros,
abierta y pura como el cielo el alma. 

Juan L. Ortiz, Argentina, 1896-1978
imagen: de culturaentrerios.gov.ar



Sí, las rosas
y el canto de los pájaros.
Toda la hermosura del mundo,
y la nobleza del hombre,
y el encanto y la fuerza del espíritu.
Sí, la gracia de la primavera,
las sorpresas del cielo y de la mujer.
¿Pero la hondura negra, el agujero negro,
obsesionantes?

Sí, Dios, lo divino,
a través de la rosa y del rocío,
y del cielo móvil de unos ojos,
pero el vacío negro, el horror vago y permanente de la sombra?

Sí, muchachas en la tarde,
niños en los jardines,
paisajes que suenan como melodías perfectas,
versos de Rilke o de Brooke,
entusiasmo generoso de las jóvenes almas
capaz de cambiar el mundo,
belleza del sacrificio y del ideal,
y el amor, y el hijo, y la amistad,
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo? 

Juan L. Ortiz, Argentina, 1896-1978



viernes, 18 de noviembre de 2011

Ricardo E. Molinari





Una rosa de llanto...


Una rosa de llanto que gire en torno de un campo bárbaro,
donde la cara ya no sea cara por haberse quedado mirando
    un río levantado,
ni yo sepa hasta dónde llegará el desprecio.
Donde sea inútil mirar una estatua
y un árbol no sea hermoso en la columna del día.
Donde el tiempo vaya entre hojas,
dormido,
y yo no vea nada más que una luz perdida del verano.
(Nunca creí que una hoja se aburriera sobre una mesa,
que un rey pudiera morir sin una espada en la mano,
sin sentir el mundo ni la mirada de los hombres en las sienes.
Un rey...
Mañana estaré de nuevo solo, sin un amigo
que me acompañe,
sin ninguna persona cerca de mi muerte.
Me cerraré la gabardina,
y me pondré a escuchar mi reloj;
la poesía estéril que me entretiene,
la que no gusta a nadie:
¿a quién le agrada una fábula de arena,
una cavidad en el agua,
un desierto más. –Una llave en el fondo
de mi bolsillo, al encuentro de mis dedos;
el círculo con su serpiente que se muerde,
el humo de mi cigarrillo
que va saliendo por una ventana. Mi soledad,
este atardecer que trae un traje duro, y un libro
pequeño sobre una tabla.
Imágenes, papel, una botella tirada
en el mar,
como un pensamiento indiferente. ¡Ulises
apretado a un álamo!
El lamento de toda mi existencia, lo que a mí sólo me interesa;
el muro violento, la llanura, mi país,
una mujer perdida
en una plaza
llena de pescadores; el río, el oeste,
mi malhumor y un sello de correos.
La distancia de hoy, la cercanía de mañana, el vacío, toda
    mi vida inútil, presente
como un juego de copas; como un sobretodo
en un día de calor. –Cuando vuelvo,
obediente a la memoria, al temblor del ser,
a la dicha de vivir,
deseo –siempre– escoger una claridad absoluta, un cielo
    transparente
para ofrecerlo a un lugar donde el cansancio ya no sea
    cansancio, donde haya una larga estación de luz...)

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen: s/d

viernes, 4 de noviembre de 2011

Las horas del alba




Las horas del alba

Construye una imagen de sí
que atrae los mejores adjetivos: noble,
ecuánime, altruista,
los mejores sustantivos: talento, constancia,
franqueza, pasión

construye una imagen de sí
como las cumbres de la pena ganada en buena ley,
la sima de los fuegos arrancados,
como los últimos días de la urgencia,
las pruebas del azar —

pero siempre está la llegada de la noche,
el cuerpo en la cama
sin testigos.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: pintura de David Wagner
[Public Domain Image]



martes, 1 de noviembre de 2011

Jacobo Fijman




Poema IV 
 
Extiendo mis brazos hacia el silencio descansado que inmortaliza la lejanía.
Caen océanos en las noches obscuras de nuestras adolescencias en Dios.

Herido de mi canto
por uniones de azar
toda mi carne mortal recoge la blanca limosna del misterio.

Siento venir el fresco gusto del alumbrar.
Siento venir entre olas de la desesperanza maduros imperios.

Agito los ramajes.
Danzo en la gracia de todas las familias de la tierra y el universo.


Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.

Una escondida estrella arrima su sosiego.

Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la luz entera de la mañana.


Reposan los sagrados pinos,
y mi voz arrollada en la tristeza de una luz rompida.

Paz, paz, sobre los días y las noches cansadas de recoger las voces falsas,
que el mar hace sonar las cáscaras de nuez de la maravilla,
y vuelvo a oír la guía de mi ánimo dentro de primicias celestes.

Huye la soledad.
Adiós, belleza.


Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Hecho de estampas (1929)
imagen: Van Gogh, La morera
Commons Wikimedia - Image in the Public Domain


jueves, 27 de octubre de 2011

Alfredo Veiravé





Ybirapitá

El ybirapitá es un árbol que da grandes sombras a
Ulyses
cada vez que regresa en busca de Itaca; navega
entre las sirenas que enloquecen sus viajes intercontinentales
y con sus bellos ojos de mujer
            lee los manuscritos que el héroe dibuja obstinadamente
            en un mapa de islas
            que los otros ven en navegaciones diurnas
y que ella, la africana Rama Kan, con negros tordos en la copa
cambia como en un caleidoscopio según sus arrebatos como le dije
            esta mañana
            al entrar al jardín botánico
cuando al lado
del frondoso ybirapitá de los anhelos
pude conversar en medio de un torbellino de auto
                                    móviles que pasaban sin hacer
caso a los semáforos a las miradas de los vecinos de la ciudad
real, quienes comentaban esa conversación entre Ulyses y Penélope
que como el ybirapitá destejía el telar de una manera
            risueña
volvía a colocar las agujas debajo de su
brazo y se marchaba rápidamente al compás de músicas que habían
crecido en ese cruce de avenidas:
extraños soles pequeños diálogos que crecen a la sombra del gran árbol
de la mitología de sus llamados, cada vez que al concentrarse le
reprocha sus viajes sus ausencias sus navegaciones y hace volar
            los tordos del pecho de la inmensidad del año que termina.

            Cuando se abrazan de nuevo el ybirapitá de Itaca entra en
            una furiosa alegría y así Homero
                                   lo cuenta en la Odisea.

Alfredo Veiravé, Argentina, 1928-1991
imagen: chacodiariopordia.com



Los que la vieron dicen que la tierra
es una esfera en el espacio, un  planeta
más bien pequeño
del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.
Yo no lo dudo porque he visto las fotografías
y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.
Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar
también mi casa es una parte del universo.
Cómo no serlo si en el patio del fondo
hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo
            la tierra
aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo
el olor de los helechos contra la pared
la cara de Delfina o Federico entre los árboles
y aquel canario que se nos voló de noche.

Alfredo Veiravé, Argentina, 1928-1991

jueves, 20 de octubre de 2011

Olga Orozco





He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los infames lechos
     vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida gota
     de salmuera.
Ésa y no cualquier otra.
Ésa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros de nuestra vida.

Olga Orozco, Argentina, 1920-1999
imagen: s/d



A Luis Cernuda


La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.
Es ese cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan:
el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven desde
     la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.
La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.

Olga Orozco, Argentina, 1920-1999

jueves, 6 de octubre de 2011

Roberto Juarroz


7

Cada uno se va como puede,
unos con el pecho entreabierto,
otros con una sola mano,
unos con la cédula de identidad en el bolsillo,
otros en el alma,
unos con la luna atornillada en la sangre
y otros sin sangre, ni luna, ni recuerdos.

Cada uno se va aunque no pueda,
unos con el amor entre dientes,
otros cambiándose la piel,
unos con la vida y la muerte,
otros con la muerte y la vida,
unos con la mano en su hombro
y otros en el hombro de otro.

Cada uno se va porque se va,
unos con alguien trasnochado entre las cejas,
otros sin haberse cruzado con nadie,
unos por la puerta que da o parece dar sobre el camino,
otros por una puerta dibujada en la pared o tal vez en el aire,
unos sin haber empezado a vivir
y otros sin haber empezado a vivir.

Pero todos se van con los pies atados,
unos por el camino que hicieron,
otros por el que no hicieron
y todos por el que nunca harán.

Roberto Juarroz, Bs. As., Argentina, 1925-1995
de “Segunda Poesía Vertical”
imagen: s/d

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Julio Cortázar




En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto del recuerdo.
Asombra a veces que el fervor del tiempo
vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva;
que la belleza, tan breve en su violento amor
nos guarde un eco en el descenso de la noche.

Y así, qué más que estarse con los brazos caídos,
el corazón amontonado y un sabor de polvo
que fue rosa o camino.
El vuelo excede el ala.
Sin humildad, saber que esto que resta
fue ganado a la sombra por obra de silencio;
que la rama en la mano, que la lágrima oscura
son heredad, el hombre con su historia,
la lámpara que alumbra. 

Julio Cortázar, Bruselas, 1914 – París, 1984
imagen: s/d

domingo, 25 de septiembre de 2011

Silvia Camerotto



Resabios

Cómo es esta noche todavía
Si las noches
si los momentos van a alguna parte
donde lo encuentre como se encuentra su voz
en mi cabeza con sus altos y sus bajos
con su voluntad inocua para semejantes fauces
La intolerancia metida dentro de una botella
que perfuma mi estudio cuando trabajo
cuando marco un número de teléfono
para pedir ayuda pero nunca lo que deseo que ocurra
Es extraño mirarse después que ha pasado el lugar
y ver que en el lugar ya no está la persona
pero el hueco que ocupaba sigue lleno
como si fuera posible estar al mismo tiempo
en el norte y en el sur
como si los débiles marcos que contienen las miradas
hubieran crecido de golpe
amontonados en el mismo centro de la cosa
Tanta incontinencia
Tanto asombro

Silvia Camerotto, Buenos Aires, Argentina, 1959


viernes, 23 de septiembre de 2011

Edgar Bayley // 3 poemas



cambio de estación

los ruidos de la calle
tan diversos
la agitación del follaje
de los árboles cercanos
el ir y venir de las hormigas
el fin del verano
ponen un orden nuevo
en el peldaño
el estribo
en la cabellera de la noche

un balcón entreabierto
la luz crece como un río
rodando por escaleras
es el primer paso del sueño
en la fogata lejana

un hombre camina solo
se detiene a ratos
observa
escucha una risa
la fiesta está por comenzar
y baila finalmente
con la mujer que lo llamaba en sueños
en la luz y el aire
y en la noche despierta



cuando alguien me escribe yo le escribo
cuando alguien me piensa yo lo pienso
cuando alguien me olvida yo lo olvido
tengo mi corazón la mano la araucaria
alianza y comunión
es mi destino

navego otra vez
este mar me lleva hacia mis bodas
brillo y oscuridad
llego nadando



ahora que viví entre dos labios
ahora me doy cuenta que no es nada
que no es nada cantar cuando se han ido
que no es nada tanto ambiguo color tanta pereza
pisar mi ambigüedad mi gallo insomne
equivocar mi bandera y mi osamenta
ahora que viví oculto abajo
ahora me doy cuenta que no es nada
mirar hacia el fondo si ha quedado
la muerte al fin trajeada de ambrosía
ahora que viajé de noche solo
y subí de un salto a la colina
ahora me doy cuenta que no es nada
pensar que mañana o que pasado
me doy cuenta claramente que no es nada
que no es nada el desamparo y la volanta
que no es nada no haber visto
haber quedado en tanto imaginar y no haber sido
ahora me doy cuenta que no es nada
ahora que miré a mi hermano cara a cara
y le vi el perdón y la pobreza
me doy cuenta claramente que su avío
que su modal su lucha se despegue
anuncian por estanques y por cuartos y burbujas
la prenda venidera el duro filamento de ser hombre

Edgar Bayley, Argentina, 1919-1990



viernes, 16 de septiembre de 2011

Alberto Girri



Casi ninguna verdad,
el vacío
para sentirte seguro
contra la historia,
apóstata
por aconsejar la inconstancia,
la fatiga extrema,
la tempestad,
aunque los hombres no las amen,
por juzgarnos míseros
y tener la alta idea de ti
que no quieres
compartir nuestras debilidades,
por ser tú mismo endeble
y admirar las moscas,
extraña potencias
que ganan todas las batallas,
perturban el alma,
y devoran el resto,
por sustraerte al destino común
asomándote al abismo,
tu abismo, a tu izquierda,
y orar con un largo grito de terror,
por cerrarte a la claridad
mientras velas, implacable,
y exiges
que en esa Agonía
que durará hasta el fin del mundo
nadie se duerma,
por haberte ofrecido a Dios
tras anunciar que en todas partes
la naturaleza señala a un Dios perdido.
Casi ninguna verdad,
el vacío
y el morir solos
debajo de un poco de tierra.
Tuviste razón,
qué necios son estos discursos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
imagen: Blaise Pascal [Public domain image]

jueves, 15 de septiembre de 2011

Coliseo




Entre la carne y el agua
un pelotón abigarrado
camino del hedor

y una tropa de cacería
igualmente despreciable. Sombras de sal
disputándose los cuerpos.

La primera pena de una tierra es el himno,
los votos de redención,
la sonrisa común innecesaria.

Yo amanezco hacia adentro diariamente,
avanzo diariamente hacia una cita privada y sin encanto,
hacia un eco desprovisto de un origen.


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: Cabildo y Plaza de la Victoria, 1877 
fuente: Archivo General de la Nación


lunes, 12 de septiembre de 2011

2 salteños

Julio Santos Espinosa - José Juan Botelli


 
A veces sigo a mi sombra,
a veces viene detrás,
pobrecita si me muero
con quién va a andar.

No es que se vuelque mi vino,
lo derramo de intención.
Mi sombra bebe y la vida
es de los dos.

Achatadita y callada
dónde podrás encontrar,
una sombra compañera
que sufra igual.

Sombrita cuídame mucho
lo que tenga que dejar,
cuando me moje hasta adentro
la oscuridad.   

A veces sigo a mi sombra,
a veces viene detrás,
pobrecita si me muero
con quién va a andar.

Julio Santos Espinosa, Salta, Argentina, 1928-1989

  

A los veinte años era otro, creía
por entonces que nada se gastaba,
sin sospechar de nada, no sabía
que el tiempo es el eterno y yo pasaba.

En el suelo del viejo cementerio
vi pelos, dientes, ropas, sortilegios
el viejo mecanismo del misterio
en donde mueren todos los prestigios.

Después, no creí en la edad, lo joven
o lo viejo, lo vivo o lo muerto,
se fomentó en mi pesar que es cierto

que un alma está pasando en lo que ven
mis ojos, en lo que le va ocurriendo
a éste que se va en el que está siendo.

José Juan Botelli, Salta, Argentina, 1923-2010

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Jacobo Fijman // 3 poemas




El Otro

Tarde de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos
de humedad y silencios detallados.

Bien  dormía mi ser como los niños,
¡y encendieron sus velas los absurdos!

Ahora el Otro está despierto;
se pasea a lo largo de mi gris corredor
y suspira en mis agujeros
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.

¡La esperanza juega a las cartas
con los absurdos!

Terminan la partida
tirándose pantuflas.

Es muy larga la noche del corazón.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Molino Rojo (1926)



Agua de sol,
cencerros de horizontes
enlazaban la intensidad
armónica
de nuestros cuerpos
claros y vigorosos,
en plenitud de luces infinitas.

Sones de llamas
en el aire rosado;
jadear de bosques y expansión de mares.
¡La danza de la tierra!
¡La sinfonización del universo!

Y repicaban los paisajes;
agua de sol,
cencerros de horizontes.

¡La alegría del mundo
en el pecho redondo de la tarde!

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Molino Rojo (1926)



Cavar, cavar los ojos enarenados como se ahuecan los cuellos largos de los pozos.
Cerrados en implacables soledades.

Excavo la bienaventuranza.
Cruzas llanuras
y acaecen palomas entre las manchas negras de las quejas.
Siento en mis ojos las anguilas fuera de sí de los silencios montañeses.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Hecho de estampas (1929)



lunes, 29 de agosto de 2011

Joaquín Giannuzzi


La muerte miró la escena por el rápido agujero
cuando ellos congelaron su estirpe de comediantes:
un momento absolutamente sensorial
bajo la luz de un presente instantáneo.
A partir de aquella carnal expectativa
simularon impunidad de tiempo no recibido,
primera distancia paralizada, fraude de eternidad
y el astuto poder de lo virtual
en la mente vaciada por el orificio del ojo.
El conjunto fue perdiendo peso, integridad,
energía personal, universo continuo.
Llovió en el fondo de la imagen
y se instaló una tarde progresiva en el desastre.
Entonces reinó el frío error de lo mecánico.
Ellos anhelaron memoria y sentido
desde el bulto brumoso del ser,
fisiológicos, brutales, marrones:
pero la amnesia general de la materia
desvaneció a los abuelos, disolvió
la consistencia del vínculo
entre sangres de un mismo incendio
y vestimentas anegadas por la degradación de sí mismas.
La vida reclamaba espesuras hacia todas direcciones,
mutaciones compactas, alaridos, volúmenes llameantes.
Y está visto que dos dimensiones bastaron a esta muerte de cartón.



Joaquín Giannuzzi, Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004, Argentina
imagen: s/d



sábado, 27 de agosto de 2011

Jorge L. Borges




Mil novecientos veintitantos

La rueda de los astros no es infinita
Y el tigre es una de las formas que vuelven,
Pero nosotros, lejos del azar y de la aventura,
Nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto,
El tiempo en el que nada puede ocurrir.
El universo, el trágico universo, no estaba aquí
Y fuerza era buscarlo en otros lugares;
Yo tramaba una humilde mitología de tapias y cuchillos
Y Ricardo pensaba en sus reseros.
No sabíamos que el porvenir encerraba el rayo,
No presentimos el oprobio, el incendio y la tremenda noche de la Alianza;
Nada nos dijo que la historia argentina echaría a andar por las calles,
La historia, la indignación, el amor,
Las muchedumbres como el mar, el nombre de Córdoba,
El sabor de lo real y de lo increíble, el horror y la gloria.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de El Hacedor, 1960
imagen: Jorge L. Borges, Silvina Bullrich y Manuel Mujica Láinez
Revista Somos, febrero 1979



A Manuel Mujica Láinez

Isaac Luria declara que la eterna escritura
tiene tantos sentidos como lectores. Cada
versión es verdadera y ha sido prefijada
por quien ideó el lector, el libro y la lectura.
Tu versión de la patria, con sus fastos y brillos,
entra en mi vaga sombra como si entrara el día
y la oda se burla de la oda. (La mía
no es más que una nostalgia de ignorantes
cuchillos y de viejo coraje.) Ya se estremece el canto,
ya, apenas contenidas por la prisión del verso,
surgen las muchedumbres del futuro y diverso
reino que será tuyo, su júbilo y su llanto.
Manuel Mujica Láinez, alguna vez tuvimos
una patria — ¿recuerdas? — y los dos la perdimos.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de La moneda de hierro
, 1976


jueves, 25 de agosto de 2011

Gary Vila Ortíz / / 4 poemas




1

No son tan sólo un sueño
Un dormir en la utopía
La existencia de
Moreno / Urquiza / Sarmiento /
De los anónimos anarquistas
Muertos brutalmente
No fue un sueño
El viejo Lisandro y el tiro
En el corazón
Ni Alem / Borges / Cortázar /
Ni Macedonio / Ezequiel /
Ni los asesinados en cada /
Tiempo del desprecio /
Ese tiempo a que están siempre
Tan dispuestos ciertos argentinos
No fueron un sueño
Pero ahora se nos aparecen así
Fantasmas aturdidos
Por la sofisticada
Barbarie del presente
Debo aceptarlo
Son las yeguas de la noche
Que atemorizan a un viejo de 74 años
Que tiene miedo mucho miedo
De lo que vendrá
Como esa conversación que siguen aún
Esos dos paisanos
Cerca de la gran laguna
Hablando del demonio del maligno
De nuestro destino

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935
imagen: s/d


2

De Max Jacob sabemos qué precio
Pago por ser poeta y además un místico
En un monasterio laberinto del silencio
Los nazis lo sacaron de él siempre ajenos
A todo lo que no sea un crimen
Y lo arrojaron a la muerte en 1944
En el otro desolado extremo Ezra Pound
Pago el precio de la locura de sus ideas
Fascistas pero sin estar loco
Y una larga temporada en el manicomio
Ahora un laberinto de soledades
Escribiendo poemas como siempre arrugado
Como si fuera la arruga misma
Scott Fitzgerald y Dylan Thomas
Eligieron el alcohol para matarse
Temprana y quizá lentamente
Hemingway prefirió la escopeta
A Holderlin Dios lo oculto
Tanto tiempo en la locura
Todo poeta paga un precio
Pero todo queda como oculto
En un misterio más doloroso
Walsh y Urondo murieron
Por la urgencia de sus ideas
Todos pagan un precio
Pero tal vez sea válido preguntarse
¿en qué momento en realidad
La muerte decide que ya es suficiente
Y hay que poner fin a tantas formas
De la belleza humana?
Porque la vida y el poema
Son irrefutables y bellas
Y si la muerte también lo es
Solamente lo es para
Provocar la naúsea.

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935


Lluvia primera

En tus manos otra vez lo posible,
el grito a través de los grandes arenales,
la ciudad, la sombra de la piedra, el silencio.
Otra vez, en tus manos,
el mundo que desenvuelve su madeja de tiempo
y soledad,
de ausencia tuya ayer.
Oh, amor mío, como pesa la memoria
en estos días.

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935


If the summer

si el sol se deslizara
de otra forma
sobre las curvas de la piel

si el sol cambiara
su proceder
con el polvo y el viento
sus hábitos de ceniza

si el sol
quemara sin sonido
las palmas de las manos

si al sol le doliera
el mundo
y su silencio
otra sería la isla del verano
otros los nombres
para recordar
cuando nada quede
sino los epitafios

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935