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martes, 29 de noviembre de 2011

Raúl Gustavo Aguirre




El ballet infinito

Somos, yendo y viniendo
por nuestro propio escándalo,
amantes presurosos
en un bosque incendiado,
insensatas criaturas
que se olvidan del tiempo,
el tiempo sin piedad
que le falta a la muerte
para ser importante.

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983
imagen: portada de La estrella fugaz



Yo, Martin
Heidegger, filósofo
que pensó lo Impensable
y que anunció la pérdida del Ser
en razón de la ciencia y del olvido,
fui declarado por mis pares
“persona totalmente prescindible”
y enviado a cavar esta trinchera
a lo largo del Rin.

Bajo mis pies se ahonda la tierra venerable.
Cae el azul crepúsculo de Georg Trakl. Tengo frío.
Y en el bosque cercano suena otra vez, oscura,
la risa del idiota que asistía a mis clases.

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983



Algunos poetas me hacen llegar
sus libros, sus cartas, sus biografías y fotografías,
las nóminas de sus distinciones,
las fotocopias de sus declaraciones
y sus poemas inéditos.
Y yo me digo: ¿qué tengo que ver
con estos poetas tan productivos,
eficaces y dinámicos,
tan descollantes de personalidad,
tan seguros de sí, tan convencidos
de haber encontrado las palabras
y las claves definitivas?
¿Y qué tengo yo que ver con esos
otros, los nostálgicos, los que se
jactan de sus penas y me endosan sus importantes fracasos?
¿Y qué con esos otros que vociferan sus amores
y se abrazan en público con sus mujeres y sus
hombres, con sus ciudades, sus consignas, sus banderas y sus dioses?
¿Qué tengo yo que ver con esos poetas, yo que soy tartamudo,
yo que estoy aterrado,
yo que perdí las señas
y no tengo camino ni memoria
y apenas sobrevivo?

Raúl Gustavo Aguirre, Argentina, 1927-1983