domingo, 18 de septiembre de 2011

Rafael Alberti




Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.
Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría,
sin participación en los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres que juzguen en pasado sombrío de la Tierra.
Hace falta querer ya en vida ser pasado,
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.

Rafael Alberti, España, 1902-1999
imagen: s/d

viernes, 16 de septiembre de 2011

Alberto Girri



Casi ninguna verdad,
el vacío
para sentirte seguro
contra la historia,
apóstata
por aconsejar la inconstancia,
la fatiga extrema,
la tempestad,
aunque los hombres no las amen,
por juzgarnos míseros
y tener la alta idea de ti
que no quieres
compartir nuestras debilidades,
por ser tú mismo endeble
y admirar las moscas,
extraña potencias
que ganan todas las batallas,
perturban el alma,
y devoran el resto,
por sustraerte al destino común
asomándote al abismo,
tu abismo, a tu izquierda,
y orar con un largo grito de terror,
por cerrarte a la claridad
mientras velas, implacable,
y exiges
que en esa Agonía
que durará hasta el fin del mundo
nadie se duerma,
por haberte ofrecido a Dios
tras anunciar que en todas partes
la naturaleza señala a un Dios perdido.
Casi ninguna verdad,
el vacío
y el morir solos
debajo de un poco de tierra.
Tuviste razón,
qué necios son estos discursos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
imagen: Blaise Pascal [Public domain image]

jueves, 15 de septiembre de 2011

Coliseo




Entre la carne y el agua
un pelotón abigarrado
camino del hedor

y una tropa de cacería
igualmente despreciable. Sombras de sal
disputándose los cuerpos.

La primera pena de una tierra es el himno,
los votos de redención,
la sonrisa común innecesaria.

Yo amanezco hacia adentro diariamente,
avanzo diariamente hacia una cita privada y sin encanto,
hacia un eco desprovisto de un origen.


Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: Cabildo y Plaza de la Victoria, 1877 
fuente: Archivo General de la Nación


miércoles, 14 de septiembre de 2011

Carlos Drummond de Andrade




El culo, qué gracioso

El culo, qué gracioso.
Está siempre sonriendo, nunca es trágico.

No le importa lo que hay
al frente del cuerpo. El culo se basta y sobra.
¿Existe algo más? Tal vez los senos.
Aunque –murmura el culo– a esos muchachos
aún les queda mucho que estudiar.

El culo son dos lunas gemelas
en rotundo meneo. Anda por sí
en la cadencia mimosa, en el milagro
de ser dos en uno, plenamente.

El culo se divierte
por cuenta propia. Y ama.
En la cama se agita. Montañas
que se yerguen, se desploman. Olas batiendo
en una playa infinita.

Ahí va sonriendo el culo. Va feliz
en la caricia de ser y balancearse.
Esferas armoniosas sobre el caos.

El culo es el culo,
requeteculo.

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Ricardo Bada
imagen: mujeres de arena, Copacabana


A bunda, que engraçada

A bunda, que engraçada.
Está sempre sorrindo, nunca é trágica.

Não lhe importa o que vai
pela frente do corpo. A bunda basta-se.
Existe algo mais? Talvez os seios.
Ora – murmura a bunda – esses garotos
ainda lhes falta muito que estudar.

A bunda são duas luas gêmeas
em rotundo meneio. Anda por si
na cadência mimosa, no milagre
de ser duas em uma, plenamente.

A bunda se diverte
por conta própria. E ama.
Na cama agita-se. Montanhas
avolumam-se, descem. Ondas batendo
numa praia infinita.

Lá vai sorrindo a bunda. Vai feliz
na carícia de ser e balançar.
Esferas harmoniosas sobre o caos.

A bunda é a bunda,
rebunda.


Vida menor

La fuga de lo real,
más lejos aún, la fuga de lo fantástico,
más lejos del todo, la fuga de uno mismo,
la fuga de la fuga, el exilio
sin agua y sin palabra, la pérdida
voluntaria de amor y memoria,
el eco
ya sin corresponder al llamado, y éste que se disipa,
la mano volviéndose enorme y desapareciendo
desfigurada, todos los gestos finalmente imposibles,
si no inútiles,
lo innecesario del canto, la limpieza
del color, ni brazo a mover ni uña creciendo.
No la muerte, sin embargo.

Sino la vida: captada en su forma irreductible,
ya sin ornamento o comentario melódico,
vida a que aspiramos como paz en el cansancio
(no la muerte)
vida mínima, esencial; un comienzo; un sueño;
menos que tierra, sin calor; sin ciencia ni ironía;
lo menos cruel que se pueda desear: vida
en que el aire, no respirado, aun así me envuelva;
ningún gasto de tejidos; ausencia de ellos;
confusión entre mañana y tarde, ya sin dolor,
porque el tiempo ya no se divide en partes; el tiempo
eludido, domado.
No lo muerto ni lo eterno o lo divino,
sólo lo vivo, lo pequeñito, callado, indiferente
y solitario vivo.
Eso busco.

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Versión © Gerardo Gambolini



Vida menor

A fuga do real,
ainda mais longe a fuga do feérico,
mais longe de tudo, a fuga de si mesmo,
a fuga da fuga, o exílio
sem água e palavra, a perda
voluntária de amor e memória,
o eco
já não correspondendo ao apelo, e este fundindo-se,
a mão tornando-se enorme e desaparecendo
desfigurada, todos os gestos afinal impossíveis,
senão inúteis,
a desnecessidade do canto, a limpeza
da cor, nem braço a mover-se nem unha crescendo.
Não a morte, contudo.

Mas a vida: captada em sua forma irredutível,
já sem ornato ou comentário melódico,
vida a que aspiramos como paz no cansaço
(não a morte),
vida mínima, essencial; um início; um sono;
menos que terra, sem calor; sem ciência nem ironia;
o que se possa desejar de menos cruel: vida
em que o ar, não respirado, mas me envolva;
nenhum gasto de tecidos; ausência deles;
confusão entre manhã e tarde, já sem dor,
porque o tempo não mais se divide em seções; o tempo
eludido, domado.
Não o morto nem o eterno ou o divino,
apenas o vivo, o pequenino, calado, indiferente
e solitário vivo.
Isso eu procuro.

martes, 13 de septiembre de 2011

César Vallejo






Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser un poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mudo,
tratando de serle útil en
lo que puedo y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah, querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros. 

Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia 
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudarle a matar al matador -cosa terrible-
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.

César Vallejo, Santiago de Chuco, Perú, 1892 – París, 1938
imagen: César Vallejo en París

lunes, 12 de septiembre de 2011

2 salteños

Julio Santos Espinosa - José Juan Botelli


 
A veces sigo a mi sombra,
a veces viene detrás,
pobrecita si me muero
con quién va a andar.

No es que se vuelque mi vino,
lo derramo de intención.
Mi sombra bebe y la vida
es de los dos.

Achatadita y callada
dónde podrás encontrar,
una sombra compañera
que sufra igual.

Sombrita cuídame mucho
lo que tenga que dejar,
cuando me moje hasta adentro
la oscuridad.   

A veces sigo a mi sombra,
a veces viene detrás,
pobrecita si me muero
con quién va a andar.

Julio Santos Espinosa, Salta, Argentina, 1928-1989

  

A los veinte años era otro, creía
por entonces que nada se gastaba,
sin sospechar de nada, no sabía
que el tiempo es el eterno y yo pasaba.

En el suelo del viejo cementerio
vi pelos, dientes, ropas, sortilegios
el viejo mecanismo del misterio
en donde mueren todos los prestigios.

Después, no creí en la edad, lo joven
o lo viejo, lo vivo o lo muerto,
se fomentó en mi pesar que es cierto

que un alma está pasando en lo que ven
mis ojos, en lo que le va ocurriendo
a éste que se va en el que está siendo.

José Juan Botelli, Salta, Argentina, 1923-2010

sábado, 10 de septiembre de 2011

Bertolt Brecht




Mi hijo pequeño me pregunta: ¿Tengo que aprender
matemáticas?
¿Para qué?, quisiera contestarle. De que dos pedazos de pan
son más que uno
ya te darás cuenta.
Mi hijo pequeño me pregunta: ¿Tengo que aprender francés?
¿Para qué?, quisiera contestarle. Esa nación se hunde.
Señálate la boca y la tripa con la mano,
que ya te entenderán.
Mi hijo pequeño me pregunta: ¿Tengo que aprender
historia?
¿Para qué?, quisiera contestarle. Aprende a esconder la
cabeza en la tierra
y acaso te salves.

¡Sí, aprende matemáticas, le digo,
aprende francés, aprende historia!

Bertolt Brecht, Alemania, 1898-1956
imagen: s/d



Huyendo de mis compatriotas
he llegado a Finlandia. Amigos
que ayer no conocía disponen camas para mí
en un cuarto limpio. Por la radio
oigo las noticias sobre el triunfo de la escoria humana. Con
curiosidad
considero el mapa de la tierra. Arriba, por Laponia,
hacia el mar Ártico,
todavía veo una pequeña puerta.

Bertolt Brecht, Alemania, 1898-1956


Generaciones marcadas                  

Mucho antes de que aparecieran sobre nosotros los
bombarderos  
ya eran nuestras ciudades
inhabitables. La inmundicia
no se la llevaban
las cloacas.

Mucho antes de que cayéramos en batallas sin objeto
tras cruzar las ciudades que aún quedaban en pie,
eran ya nuestras mujeres
viudas, y huérfanos nuestros hijos.

Mucho antes de que nos arrojaran a las fosas los que ya se
habían marcado,
ya carecíamos de amigos. Lo que la cal
nos comió no eran ya rostros.

Bertolt Brecht, Alemania, 1898-1956

De Bertolt Brecht, Poemas y canciones, Alianza Editorial (1968)
Versiones españolas de Jesús López Pacheco sobre la traducción directa del alemán de Vicente Romano.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Hans Magnus Enzensberger





Porque el instante
en que la palabra feliz
se pronuncia
no es nunca el instante de la felicidad.
Porque los labios del sediento
no hablan de sed.
Porque por boca de la clase obrera
nunca oiréis la palabra clase obrera.
Porque el desesperado
no tiene ganas de decir
estoy desesperado.
Porque orgasmo y Orgasmo
son incompatibles.
Porque el moribundo, en lugar de decir,
me estoy muriendo
no emite más que un ruido sordo
que nos resulta incomprensible.
Porque los vivos
son los que rompen el tímpano de los muertos
con sus terribles noticias.
Porque las palabras acuden siempre demasiado tarde
o demasiado pronto.
Porque de hecho es otro,
siempre otro,
el que habla,
y porque aquel de quien se habla
calla.


H. Magnus Enzensberger, Alemania, 1929
de El hundimiento del Titanic [der Untergang der Titanic]
traducción de Heberto Padilla
imagen: s/d


A quien le interese el tema, el Editor recomienda el artículo de Charlotte Frei, “El traductor de poesía según Hans Magnus Enzensberger”, http://www.trans.uma.es/Trans_5/t5_111-124_CFrei.pdf
Asimismo, se recomienda la versión completa de El hundimiento del Titanic, en http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Enzensberger_Hans_Magnus-El_hundimiento_del_Titanic.pdf 

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Jacobo Fijman // 3 poemas




El Otro

Tarde de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos
de humedad y silencios detallados.

Bien  dormía mi ser como los niños,
¡y encendieron sus velas los absurdos!

Ahora el Otro está despierto;
se pasea a lo largo de mi gris corredor
y suspira en mis agujeros
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.

¡La esperanza juega a las cartas
con los absurdos!

Terminan la partida
tirándose pantuflas.

Es muy larga la noche del corazón.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Molino Rojo (1926)



Agua de sol,
cencerros de horizontes
enlazaban la intensidad
armónica
de nuestros cuerpos
claros y vigorosos,
en plenitud de luces infinitas.

Sones de llamas
en el aire rosado;
jadear de bosques y expansión de mares.
¡La danza de la tierra!
¡La sinfonización del universo!

Y repicaban los paisajes;
agua de sol,
cencerros de horizontes.

¡La alegría del mundo
en el pecho redondo de la tarde!

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Molino Rojo (1926)



Cavar, cavar los ojos enarenados como se ahuecan los cuellos largos de los pozos.
Cerrados en implacables soledades.

Excavo la bienaventuranza.
Cruzas llanuras
y acaecen palomas entre las manchas negras de las quejas.
Siento en mis ojos las anguilas fuera de sí de los silencios montañeses.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Hecho de estampas (1929)



martes, 6 de septiembre de 2011

Manuel Álvarez Ortega




Como un recordatorio que no fue escrito

Hemos puesto nombrea este artificio
que engendra nuestro vivir. Hemos dicho amor y no era
sino una torpe sustitución
de maleficios y aventuras
que estaban escritos en nosotros desde antes de nacer.
Hemos llamado verdad a este ofertorio
de sucesos interiores que se alimentan de voces
nunca oídas, contratiempos
oscuros, pacíficos venenos.

Ah todo trabajo de la carne
es un justo improperio en nuestra breve
temporalidad. Crece el mal
abriendo compuertas cuyo existir desconocíamos,
canalizando sus puñales
en muy distintas direcciones,
apuntando hacia una víctima que sólo en nosotros
se configura.

A veces, cuando el calor huye
de otros cuerpos y nos da la respuesta,
intentamos asegurar nuestro poder, creamos
un trópico de maldiciones, y, en esta nueva travesía,
escribirnos el testamento
que muchos siglos después,
se alzará, seguro, con la victoria.

Será el ser un día
en su última máscara reconocido,
y saliendo de los escombros que lo coronan,
contará sus oráculos
de sombra, el beneficio que ha obtenido del préstamo
en que se constituyó. será de nuevo el muro
que quiso sustentar, el alba
antípoda de su memoria,

y en su fugaz etapa, llave
que la tiniebla apartará, mortal
perpetuo, como un recordatorio que no fue escrito,
así el espectáculo de sus mitos
entre los requiems y las palmas ennegrecidas
se ofrecerá, y, templo visitado
por las hormigas, el olvido extenderá el sudario
que nunca podrá hablar
de eternidad

Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923
imagen: s/d



Se hizo la imagen en el espejo
y, como anuncio de unas leyes
que nunca nos serían reveladas, vimos la vejez
oscurecerse bajo la sábana,
nacer cierto maleficio entre las cosas,
decir el tiempo adiós
en nuestra cruz sola.

Arañas las manos, torpe
penumbra cerrándose en la boca,
¿qué valía una palabra, un signo, si la hora
sembraba la ceniza de la muerte?
¿Qué valía una verdad, la tizne del perdón,
si el rostro era ya exilio y huía
perseguido por un coro de sordos, inmortales
cuchillos?

Quien ha oído abrirse la cerradura
del dolor, quien ha tocado una frente
con desesperación y puesto
el luto de sus años en una piel ardida, sabe
que, cuando llega el día,
del amor sólo queda una marca de salitre,
un negro olvido.

Pues todo amor siempre se rodea
de mitos y desgracias, siembra su lluvia
de veneno en nuestra carne o edifica sus ruinas
para una eternidad que no puede ser obra
de una posesión
que nunca se conoce.

Manuel Álvarez Ortega, Córdoba, España, 1923