sábado, 8 de diciembre de 2012

Omertá




Maya 

Ayer no fue el fin del mundo
pero al menos aquí
abundamos fantasmas



Racconto 

cuando michael mata en el bar a mc cluskey
la inteligencia dice: son dos basuras
aun así el corazón

prefiere a pacino —
la farsa del hampa
siempre es más clara que la oficial


Gerardo Gambolini, Argentina, 1955 
imagen: códice Dresde

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Francisca Aguirre




           
A Dina Rot y Abasha Rotenberg


No entiendes lo que dicen, mas te llega,
te alcanza, te hiere, te trastorna.
¿O tal vez eres tú y tu terror?
Huele mucho, huele por todas partes,
es un olor dulzón y pegajoso,
pero no sabes a qué huele.
¿O tal vez eres tú y tu viejo espanto?
Suena una música que no descifras,
que no acabas de oír, pero que invade.
¿O eres tú y tu temor, tu constante recelo?
Hay algo que no ves, pero que está,
o se ahonda o crece o se dilata.
¿O tal vez eres tú y tu pavor diseminado?
Algo te cerca, algo te rodea,
no sabes lo que es ni lo que dice,
no sabes a qué huele ni entiendes lo que canta.
¿O eres tú y tu miseria, tu consabido pánico?
El aire se ha espesado como el tiempo,
y la luz es opaca y dirimente,
y una urgencia precoz te acosa y lame.
¿O eres tú y tu implacable cobardía?

Todo se ha convertido en extrañeza,
es como si tu vida te mirara
de esa forma distante y asombrada
con que observamos siempre a los ajenos,
con ese miedo obtuso hacia los otros.
¿Qué sabes tú de ti, criatura absurda?
¿Qué sabes tú de tus razones?
¿Quién es ésa que escapa mientras vives?
¿Quién es la que sonríe cuando lloras,
la que se queda muda mientras hablas?
Nadie va a responder por ti,
ni siquiera tú misma.
La vida te ha alcanzado,
ha llegado primero y ha cruzado la meta.
Huele, huele mucho y no sabes a qué.
Suena, suena por todas partes
una música que no acabas de oír.
Déjalo, deja que caiga, que se ahonde,
déjalo que prospere como el miedo.
Al fin y al cabo de algo hay que vivir.

Peor sería que conocieras las respuestas.


Francisca Aguirre, España, 1930
imagen: www.diarioinformacion.com


domingo, 2 de diciembre de 2012

Rodolfo Edwards






el otoño
el invierno y la primavera
se dilatan
en la misma melodía
con ligeras variaciones
en cambio
el verano tiene su propia música
y para colmo la transmiten
por altavoces
en estratégicos lugares del mundo
chingui chingui todo el tiempo
levantando arenas
despeinando los espíritus
aún en la más fresca habitación
el perfume del bronceador
penetra hasta los huesos
el suelo es una larga playa
sin solución de continuidad
chingui chingui todo el tiempo
la música
la maldita música de los veranos
poniéndonos
entre la espada y el mar



hablo de vos
con varias personas
a la vez
como en partidas
simultáneas de ajedrez



este cacho de pizza
que como con la mano
se parece tanto a mi alma
un triángulo irregular
chorreando por todos lados


Rodolfo Edwards, Buenos Aires, Argentina, 1962
imagen: vectoropenstock.com




sábado, 24 de noviembre de 2012

Joseph Woods




Revelación

Cuando mi padre
apareció en la cocina

después de vacilar por los sembrados
volviendo de la cantera inundada

que teníamos prohibida, por supuesto,
y que no tenía fondo,

anunció que nunca más
haría otra vez algo así:

agarrar a los gatitos
y su madre

y meterlos a todos
en una bolsa cosida.

Tanto más extraño,
incluso alarmante,

cuando en una semana
la madre volvió

para sentarse en el alféizar
y observar por varios años

las incómodas idas y venidas de mi padre.


Joseph Woods, Drogheda, Irlanda, 1966
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Letting the Cat Out of the Bag

When my father stole
into the scullery

having faltered  over fields
froom the flooded quarry,

which naturally we were warned
against and was bottomless,

he announced he’d never
carry out an act like it again:

gathering the kittens
with their mother

and weighting the whole shebang
into a loose-stitched sack.

All the more strange,
even alarming,

when within a week
the mother arrived back

to sit on the windowstill
and observe for some years

my father’s uneasy coming and goings.




El carillón
de bambú

que trajiste
y colgaste

en el jardín
se destiñó en su primer

invierno extranjero,
en los siguientes

meses
sonaba hueco.

Dos inviernos después
se partieron las puntas,

el carillón
de bambú

cambió su
tonada

al timbre
de huesos.


Joseph Woods, Drogheda, Irlanda, 1966
Versión © Gerardo Gambolini



Bamboo

The bamboo
wind-chimes

you brought back
and hung high

in the yard
bleached in their

first foreing winter,
rang hollow

in the months
that followed.

Two winters on,
their ends split,

the bamboo
wind-chimes

have changed
their tune

to the timbre
of bones.



sábado, 17 de noviembre de 2012

Fernando Pessoa






Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
Donde quiera que estemos.
Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
Donde quiera que vivamos, todo es ajeno
Y no habla nuestra lengua.
Hagamos de nosotros el retiro
Donde escondernos, temerosos del insulto
Del tumulto del mundo.
¿Qué más quiere el amor que no ser de los otros?
Como un secreto dicho en los misterios,
Sea sagrado por nuestro.


Lídia, ignoramos...

Lídia, ignoramos. Somos estrangeiros
Onde que quer que estejamos.
Lídia, ignoramos. Somos estrangeiros
Onde quer que moremos, tudo é alheio
Nem fala língua nossa.
Façamos de nós mesmos o retiro
Onde esconder-nos, tímidos do insulto
Do tumulto do mundo.
Que quer o amor mais que não ser dos outros?
Como um segredo dito nos mistérios,
Seja sacro por nosso.



No tengas nada en las manos...

No tengas nada en las manos
Ni un recuerdo en el alma,

Que cuando te pongan
El último óbolo en las palmas

Al abrirte las manos
Nada se te caerá.

¿Qué trono te quieren dar
Que Átropos no te quite?

¿Qué laureles que no se marchiten
En los arbitrios de Minos?

Qué horas que no te vuelvan
De la talla de la sombra

Qué serás cuando estés
En la noche y al fin del camino

Recoge las flores pero suéltalas apenas
las hayas mirado.

Siéntate al sol. Abdica
Y sé rey de ti mismo.


Não tenhas nada nas mãos...

Não tenhas nada nas mãos
Nem uma memória na alma,

Que quando te puserem
Nas mãos o óbolo último,

Ao abrirem-te as mãos
Nada te cairá.

Que trono te querem dar
Que Átropos to não tire?

Que louros que não fanem
Nos arbítrios de Minos?

Que horas que te não tornem
Da estatura da sombra

Que serás quando fores
Na noite e ao fim da estrada.

Colhe as flores mas larga-as
Das mãos mal as olhaste.

Senta-te ao sol. Abdica
E sê rei de ti próprio.




Fernando Pessoa, Lisboa, Portugal, 1888-1935
imagen: Átropos cortando el hilo de la vida - fuente: Wikipedia 

Versiones © Gerardo Gambolini


sábado, 10 de noviembre de 2012

Eugenio Montejo





Hotel antiguo

Una mujer a solas se desnuda,
pared por medio, en el hotel antiguo
de esta ciudad remota donde duermo.

Abren las sedas un rumor disperso
que se mezcla al follaje
de los helechos en el aire.

Se oyen llaves que giran en un cofre,
jadeos ahogados, prendas,
la inocencia de gestos solitarios
que beben los espejos.

A su tiempo la noche se desnuda
y las calles apiladas se doblan
en un vasto ropaje
con la fatiga de un final de fiesta.

Una mujer a solas tras los muros,
unos pasos, un oscuro deseo,
hasta mí llega de otro mundo
como alguien que he amado y que me habla
desde un ataúd lleno de piedras.



Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fjordos
donde se hablan dialectos de hielo.

Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.

Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).

¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?

Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.

Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fjordos con bosques de palmeras.


Escritura

Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.

No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.

Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.

Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.


Eugenio Montejo, Caracas, Venezuela, 1938 – Valencia, España, 2008
imagen: Eugenio Montejo, fotografía de Natalia Brand


sábado, 3 de noviembre de 2012

Langston Hughes






La calma,
apacible cara del río
me pidió un beso.


Suicide’s Note

The calm,
Cool face of the river
Asked me for a kiss. 




He conocido ríos:
he conocido ríos viejos como el mundo y más viejos
que el flujo de la sangre en las venas humanas.

Mi alma se ha vuelto profunda como los ríos.

Me bañé en el Éufrates cuando las albas eran jóvenes.
Construí mi choza cerca del Congo, que me arrullaba para dormir.
Consideré el Nilo y levanté las pirámides junto a él.
Oí el canto del Mississippi cuando Abe Lincoln
            bajó a New Orleans, y vi su lecho barroso
            volverse dorado al atardecer.

He conocido ríos:
ríos antiguos, polvorientos.

Mi alma se ha vuelto profunda como los ríos.


The Negro Speaks of Rivers

I’ve known rivers:
I’ve known rivers ancient as the world and older than the
     flow of human blood in human veins.

My soul has grown deep like the rivers.

I bathed in the Euphrates when dawns were young.
I built my hut near the Congo and it lulled me to sleep.
I looked upon the Nile and raised the pyramids above it.
I heard the singing of the Mississippi when Abe Lincoln
     went down to New Orleans, and I’ve seen its muddy
     bosom turn all golden in the sunset.

I’ve known rivers:
Ancient, dusky rivers.

My soul has grown deep like the rivers.




Te pregunto esto:
¿qué camino seguir?
Te pregunto esto:
¿qué pecado cargar?
¿qué corona poner
en mi cabello?
Yo no lo sé,
Señor,
yo no lo sé.


Prayer

I ask you this:
Which way to go?
I ask you this:
Which sin to bear?
Which crown to put
Upon my hair?
I do not know,
Lord God,
I do not know.




Volví al callejón
y abrí mis puertas
no había nada de su ropa
ella ya no estaba en casa

corrí las mantas
y me acosté en la cama
todo un montón de espacio
era lo único que tenía


Homecoming

I went back in the alley
And I opened up my doors
All her clothes was gone
She wasn’t home no more

I pulled back the covers
I made down the bed
A Whole lot of room
Was the only thing I had


Langston Hughes, Estados Unidos, 1902-1967
versiones © Gerardo Gambolini
imagen: Wikipedia


domingo, 28 de octubre de 2012

Jorge Luis Borges




Reverso

Recordar a quien duerme
es un acto común y cotidiano
que podría hacernos temblar.
Recordar a quien duerme
es imponer a otro la interminable
prisión del universo,
de su tiempo sin ocaso ni aurora.
Es revelarle que es alguien o algo
que está sujeto a un nombre que lo publica
y a un cúmulo de ayeres.
Es inquietar su eternidad.
Es cargarlo de siglos y de estrellas.
Es restituir al tiempo otro Lázaro
cargado de memoria.
Es infamar el agua del Leteo.


Ceniza

Una pieza de hotel, igual a todas.
La hora sin metáfora, la siesta
que nos disgrega y pierde. La frescura
del agua elemental en la garganta.
La niebla tenuemente luminosa
que circunda a los ciegos, noche y día.
La dirección de quien acaso ha muerto.
La dispersión del sueño y de los sueños.
A nuestros pies un vago Rhin o Ródano.
Un malestar que ya se fue. Esas cosas
demasiado inconspicuas para el verso.


Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899- Ginebra, 1986
imagen: Thomas Benjamin Kennington, The Waters of Lethe, 1890



jueves, 18 de octubre de 2012

Ben Suhayd







Cuando, llena de su embriaguez, se durmió, y se
durmieron los ojos de la ronda,
me acerqué a ella
tímidamente, como el amigo que busca el contacto furtivo
con disimulo.

Me arrastré hacia ella insensiblemente como el sueño;
me elevé hacia ella dulcemente como el aliento.

Besé el blanco brillante de su cuello; apuré
el rojo vivo de su boca.

Y pasé deliciosamente mi noche con ella, hasta que
sonrieron las tinieblas, mostrando los blancos dientes
de la aurora.


Ben Suhayd, Córdoba, Andalucía, 992-1034
imagen: s/d



martes, 16 de octubre de 2012

Carlos Drummond de Andrade






Algunos años viví en Itabira.
Principalmente nací en Itabira.
Por eso soy triste, orgulloso: de hierro. 
Noventa por ciento de hierro en las calzadas.
Ochenta por ciento de hierro en las almas.
Y ese enajenarse de lo que en la vida es porosidad y comunicación.

La gana de amar, que me paraliza el trabajo,
viene de Itabira, de sus noches blancas, sin mujeres y sin horizontes.

Y el hábito de sufrir, que tanto me divierte,
es dulce herencia itabirana.

De Itabira traje prendas diversas que ahora te ofrezco:
este San Benito del viejo santero Alfredo Duval;
esta piedra de hierro, futuro acero del Brasil;
este cuero de anta, extendido en el sofá de la sala de visitas;
este orgullo, esta cabeza baja...

Tuve oro, tuve ganado, tuve haciendas.
Hoy soy funcionario público.
Itabira es apenas una fotografía en la pared.
¡Pero cómo duele!


Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso
Imagen: estatua de Drummond de Andrade en Itabira




Y así nos dejó nuestro amigo Aníbal M. Machado:
con la gentileza de costumbre,
de los cercanos despidiéndose sereno, a los distantes
mandando recuerdos.
            Recibió a la muerte como recibía a los amigos, a los
viajeros y a los perseguidos políticos en la casa blanca de
Visconde de Pirajá.
            La muerte se sentó en la mejor poltrona, probó el 
batido de maracuyá, animadamente conversaron; noches y
noches.
            Hablaron del Rio das Velhas, que él llevaba en el 
bolsillo, porque era montañés de la orilla del agua, alegre,
diferente de los comprovincianos;
           de Nova Granja y Vassouras, estaciones de relax; del
desván de la calle Tupis de Belo Horizonte, en cuyo sótano
él se llamó Antonio Verde y ensayó sus primeras magias.
          Pues dicen que fue ofcial de gabinete, promotor 
público, profesor de literatura, ofcial de la 5ª Circunscripción
del Registro Civil; 
           pero lo que fue justa y exclusivamente es mago no
sindicalizado,
           y para percibir esa condición bastaba reparar en su
figura pequeñita, eléctrica, de elfo benigno,
           y en las palabras delante de la voz, palomas apuradas.
           Una de sus magias, y no de las voluminosas, fue
llegar cerca de los 70 pareciendo no tener aliento para 20;
           y mientras los otros distribuyen sus dolencias, él
distribuía su sensualidad saludable de vivir y de interesarse
estética y concretamente por la vida;
la vida, en su totalidad; en movimiento, forma y 
pintura, en carne, hueso, injusticia, amor;
la vida que él quería limpia y vivible para todos
(pero eso ya no depende de los magos).
Así, a muchos ayudó a vivir, y a no sé cuántos salvó
de sí mismos, del tedio, de la soledad y de la sequedad, 
pues todo él era una casa, con mesa puesta y luz
encendida, 
para el desesperado y el ebrio,
            probando que la ciudad no es laberinto del infierno
si en ella florecen el domingo feérico dentro del domingo,
la paciencia y la sonrisa.
Entonces, sabiendo de eso y de alguna otra cosa, la
muerte no podría asustarlo ni humillarlo, 
pues ya lo probara de modos diversos, inclusive en
el avión del que se desprendió la hélice,
y en cuyo interior, él, sin flaquear, amparó al
compañero de piernas mutiladas, en agonía.
Es que, llegada la hora, la muerte fue una visita
entre otras, al hombre que recibía doscientas mil visitas,
inclusive a las molestas, y no era presidente de nada.
Y así fueron dialogando, él con su boina, ella con su
hoz escondida.
Aquí afuera llegaba el eco apagado de la conversación.
(En la ventana del sanatorio, el ramo de flores, mensaje
al mundo.)
            A una palabra de Selma, de Lúcia o de Lucas, nos
enterábamos de que todo se cumplía con simplicidad y
decencia,
a la manera de los Machado; y pensábamos en las
seis Marías: Celina, Clara, Ana, Luisa, Ethel, Araci;
especialmente en María Clara, obra maestra de Aníbal,
que le pasó la vara de prodigios;
en los cuentos, en los poemas, en las llamadas telefónicas,
en Chaplin, su hermano mayor, en João Ternura, su
hermano más joven;
y sentíamos que, postrado en la cama y conducido al
despojamiento final,
él continuaba siendo el más joven, el más alegre de
todos,
de suerte que no sabemos todavía si murió efectivamente
o si es apenas una de sus magias.


Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso