viernes, 18 de noviembre de 2011

Ricardo E. Molinari





Una rosa de llanto...


Una rosa de llanto que gire en torno de un campo bárbaro,
donde la cara ya no sea cara por haberse quedado mirando
    un río levantado,
ni yo sepa hasta dónde llegará el desprecio.
Donde sea inútil mirar una estatua
y un árbol no sea hermoso en la columna del día.
Donde el tiempo vaya entre hojas,
dormido,
y yo no vea nada más que una luz perdida del verano.
(Nunca creí que una hoja se aburriera sobre una mesa,
que un rey pudiera morir sin una espada en la mano,
sin sentir el mundo ni la mirada de los hombres en las sienes.
Un rey...
Mañana estaré de nuevo solo, sin un amigo
que me acompañe,
sin ninguna persona cerca de mi muerte.
Me cerraré la gabardina,
y me pondré a escuchar mi reloj;
la poesía estéril que me entretiene,
la que no gusta a nadie:
¿a quién le agrada una fábula de arena,
una cavidad en el agua,
un desierto más. –Una llave en el fondo
de mi bolsillo, al encuentro de mis dedos;
el círculo con su serpiente que se muerde,
el humo de mi cigarrillo
que va saliendo por una ventana. Mi soledad,
este atardecer que trae un traje duro, y un libro
pequeño sobre una tabla.
Imágenes, papel, una botella tirada
en el mar,
como un pensamiento indiferente. ¡Ulises
apretado a un álamo!
El lamento de toda mi existencia, lo que a mí sólo me interesa;
el muro violento, la llanura, mi país,
una mujer perdida
en una plaza
llena de pescadores; el río, el oeste,
mi malhumor y un sello de correos.
La distancia de hoy, la cercanía de mañana, el vacío, toda
    mi vida inútil, presente
como un juego de copas; como un sobretodo
en un día de calor. –Cuando vuelvo,
obediente a la memoria, al temblor del ser,
a la dicha de vivir,
deseo –siempre– escoger una claridad absoluta, un cielo
    transparente
para ofrecerlo a un lugar donde el cansancio ya no sea
    cansancio, donde haya una larga estación de luz...)

Ricardo E. Molinari, Buenos Aires, 1898-1996
imagen: s/d

lunes, 14 de noviembre de 2011

Billy Collins




Hoy paso el tiempo leyendo
un haiku favorito,
diciendo las pocas palabras una y otra vez.

Es como comer
la misma uva pequeña, perfecta
sin cesar.

Camino por la casa recitándolo
y dejo que sus letras caigan
por el aire de cada habitación.

Me paro junto al gran silencio del piano y lo digo.
Lo digo delante de un cuadro del mar.
Marco su ritmo en un caracol vacío.

Me escucho a mí mismo decirlo,
luego lo digo sin escuchar,
luego lo escucho sin decirlo.

Y cuando el perro me mira,
me arrodillo en el piso
y lo susurro en cada oreja suya larga y blanca.

Es el de la campana de templo, de una tonelada,
con la polilla que duerme en su superficie,

y cada vez que lo digo, siento la terrible
presión de la polilla
en la superficie de la campana de hierro.

Cuando lo digo en la ventana,
la campana es el mundo
y yo soy la polilla que duerme ahí.

Cuando lo digo en el espejo,
yo soy la campana pesada
y la polilla es la vida con sus alas, delgadas como el papel.

Y más tarde, cuando te lo digo en la oscuridad,
tú eres la campana
y yo soy el badajo de la campana, haciéndote sonar,

y la polilla ha abandonado
su línea y se mueve
como un gozne en el aire, encima de nuestra cama.


Billy Collins, New York, Estados Unidos, 1941
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Japan

Today I pass the time reading
a favorite haiku,
saying the few words over and over.


It feels like eating
the same small, perfect grape
again and again.

I walk through the house reciting it
and leave its letters falling
through the air of every room.

I stand by the big silence of the piano and say it.
I say it in front of a painting of the sea.
I tap out its rhythm on an empty shelf.

I listen to myself saying it,
then I say it without listening,
then I hear it without saying it.

And when the dog looks up at me,
I kneel down on the floor
and whisper it into each of his long white ears.

It's the one about the one-ton temple bell
with the moth sleeping on its surface, 

and every time I say it, I feel the excruciating
pressure of the moth
on the surface of the iron bell.

When I say it at the window,
the bell is the world
and I am the moth resting there.

When I say it at the mirror,
I am the heavy bell
and the moth is life with its papery wings.

And later, when I say it to you in the dark,
you are the bell,
and I am the tongue of the bell, ringing you,

and the moth has flown
from its line
and moves like a hinge in the air above our bed.



viernes, 11 de noviembre de 2011

Carlos Drummond de Andrade




Tristeza en el cielo

En el cielo también hay una hora melancólica.
Hora difícil, en que la duda también penetra las almas.
¿Por qué hice el mundo? Dios se pregunta
y se responde: No sé.

Los ángeles lo miran con reprobación,
y caen plumas.

Todas las hipótesis: la gracia, la eternidad, el amor
caen, son plumas.

Otra pluma, el cielo se deshace.
Tan manso, ningún fragor denuncia
el momento entre todo y nada,
o sea, la tristeza de Dios.

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: estatua de Drummond de Andrade en Copacabana.


Tristeza no céu

No céu também há uma hora melancólica.
Hora difícil, em que a dúvida penetra as almas.
Por que fiz o mundo? Deus se pregunta
e se responde: Não sei.

Os anjos olham-no com reprovação,
e plumas caem.

Todas as hipóteses: a graça, a eternidade, o amor
caem, são plumas.

Outra pluma, o céu se desfaz.
Tão manso, nenhum fragor denuncia
o momento entre tudo e nada,
ou seja, a tristeza de Deus.


La santa

Sin nariz y hacía milagros.

Llevábamos alimentos, limosnas
dejábamos todo en la puerta
mirábamos
petrificados

¿Por qué Dios es horrendo en su amor?

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso


A santa

Sem nariz e fazia milagres.

Levávamos alimentos, esmolas
deixávamos tudo na porta
mirávamos
petrificados.

¿Por que Deus é horrendo em seu amor?


Los hombros soportan el mundo

Llega un tiempo en que no se dice más: Dios mío.
Tiempo de absoluta depuración.
Tiempo en que no se dice más: mi amor.
Porque el amor resultó inútil.
Y los ojos no lloran.
Y las manos tejen apenas el rudo trabajo.
Y el corazón está seco.

En vano mujeres llaman a tu puerta, no abrirás.
Quedaste solo, la luz se apagó,
pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes.
Eres todo certeza, ya no sabes sufrir.
Y nada esperas de tus amigos.

Poco importa que venga la vejez, ¿qué es la vejez?
Tus hombros soportan el mundo
y él no pesa más que la mano de una criatura.
Las guerras, las hambres, las discusiones dentro de los edificios
prueban apenas que la vida prosigue
y que no todos se liberaron aún.
Algunos, hallando bárbaro el espectáculo,
pereferirían (los delicados) morir.
Llegó un tiempo en que nada se gana con morir.
Llegó un tiempo en que la vida es una orden.
La vida apenas, sin mistificación.

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Traducción de Rodolfo Alonso


Os Ombros Suportam o Mundo

Chega um tempo em que não se diz mais: meu Deus.
Tempo de absoluta depuração.
Tempo em que não se diz mais: meu amor.
Porque o amor resultou inútil.
E os olhos não choram.
E as mãos tecem apenas o rude trabalho.
E o coração está seco.

Em vão mulheres batem à porta, não abrirás.
Ficaste sozinho, a luz apagou-se,
mas na sombra teus olhos resplandecem enormes.
És todo certeza, já não sabes sofrer.
E nada esperas de teus amigos.

Pouco importa venha a velhice, que é a velhice?
Teu ombros suportam o mundo
e ele não pesa mais que a mão de uma criança.
As guerras, as fomes, as discussões dentro dos edifícios
provam apenas que a vida prossegue
e nem todos se libertaram ainda.
Alguns, achando bárbaro o espetáculo,
prefeririam (os delicados) morrer.
Chegou um tempo em que não adianta morrer.
Chegou um tempo em que a vida é uma ordem.
A vida apenas, sem mistificação.


martes, 8 de noviembre de 2011

Fernando Pessoa





No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(y si supieran quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres.
Con el Destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.

Estoy vencido hoy, como si supiera la verdad.
Estoy lúcido hoy, como si fuera a morir
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y un silbato anunciando la partida 
en mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al partir.

Estoy perplejo hoy, como quien pensó y halló y olvidó.
Estoy dividido hoy entre la lealtad que le debo
a la Tabaquería de la vereda de enfrente, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fracasé en todo.
Como no me hice propósito alguno, tal vez todo fuera nada.
Bajé de la enseñanza que me dieron
por la ventana del fondo de casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré árboles y pasto,
y cuando había gente era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa, que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se ven en sueños genios como yo,
y la historia no registrará, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿ soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuantas buhardillas y no-buhardillas del mundo
no hay genios-para-sí-mismos soñando en este momento?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
—sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
y quién sabe si realizables,
no verán nunca la luz del sol real ni encontrarán oídos entre la gente?
EI mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que soñó Napoleón.
He apretado al pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he hecho en secreto filosofías que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
siempre seré el que no nació para eso;
siempre seré sólo el que tenía condiciones;
siempre seré el que esperó que le abriesen la puerta delante de una pared sin puerta
y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me descubre el cabello,
y el resto que venga si viniere, o tuviere que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es toda la tierra,
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolates, pequeña,
come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates.
Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que los comes!
Pero yo pienso y, al quitar el papel plateado, que es de estaño,
tiro todo al suelo, como he tirado la vida.)

Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido a lo Imposible.
Pero al menos me dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos en el gesto generoso con que arrojo
la ropa sucia que soy, sin orden, al curso de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como estatua que fuera viva,
o Patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y vivaz,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana,
o cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
o no sé qué moderno —no imagino bien qué—
todo eso, sea lo que fuere, que seas, ¡si puede inspirar que inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta nitidez.
Veo las tiendas, veo las veredas, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto me es extraño, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Le miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni creído
(porque es posible fingir la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
tal vez exististe apenas, como un lagarto al que le cortan la cola
y que es cola antes que lagarto confusamente.

Hice de mí lo que no supe
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que me puse era incorrecto.
Entonces me tomaron por quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando me quise quitar la máscara,
estaba pegada a la cara.
Cuando me la arranqué y me vi en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía llevar el disfraz que no me había quitado.
Tiré la máscara y dormí en el guardarropas
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
cuánto quisiera descubrirme como algo que yo hiciese
y no quedara siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo,
como una alfombra en la que un ebrio tropieza
o un felpudo que los gitanos robaron y que no valía nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida
y con la incomodidad del alma que entiende mal.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré los versos.
A cierta altura también morirá el letrero, y los versos también.
Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo el letrero,
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta girante en que se dio todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
seguirá haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como letreros,

siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias enérgico, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en que digo lo contrario.

Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y adecuado,
la liberación de todas las especulaciones
y el saber que la metafísica es una consecuencia de estar indispuesto.

Después me echo hacia atrás en la silla
y sigo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, seguiré fumando.

(Si me casara con la hija de mi lavandera tal vez sería feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Voy a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es Esteves, sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se dio vuelta y me vio.
Me saludó con la mano, ¡Adiós Esteves!, le grité, y el universo
se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.


Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935 
Versión © Gerardo Gambolini

domingo, 6 de noviembre de 2011

Almudena Guzmán // 3 poemas



Hoy era la última tarde...

Hoy era la última tarde.

Usted no paraba de hablar
—lo hubiese matado—
y a mí me ardían las uñas cuando nos despedimos
en la parada del autobús.

Ni un sólo beso.

Almudena Guzmán, España, 1964
imagen: Public Domain Image from Flickr


Señor, ahora que mi piel y la suya...

Señor,
ahora que mi piel y la suya—después de las sábanas—
han formado un nuevo “collage” en el agua,
no es el mejor momento para hablarle,
desde luego,
pero aprovechando que estoy arriba
y usted debajo,
quisiera decirle
—casi no me atrevo con sus ojos—
que no puedo más,
que voy a pararme.

—Era el placer como una de esas muñecas rusas que se abren
y aparece otra,
y otra...—

Almudena Guzmán, España, 1964


Volvemos a comer juntos...

Volvemos a comer juntos.
Este hombre cada día más guapo y a ti te rebasan las orejas.

Qué importa.
Qué importa el poco tiempo que tienes para enamorarlo,
qué importa la sopa fría
—no puedes permitirte el lujo
de perderlo de vista un solo instante, Almudena—,
si cuando vas a citar “yo siempre estoy triste”
él se anticipa y acariciándote los ojos dice que le encanta
tu alegría.

Almudena Guzmán, España, 1964

viernes, 4 de noviembre de 2011

Las horas del alba




Las horas del alba

Construye una imagen de sí
que atrae los mejores adjetivos: noble,
ecuánime, altruista,
los mejores sustantivos: talento, constancia,
franqueza, pasión

construye una imagen de sí
como las cumbres de la pena ganada en buena ley,
la sima de los fuegos arrancados,
como los últimos días de la urgencia,
las pruebas del azar —

pero siempre está la llegada de la noche,
el cuerpo en la cama
sin testigos.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: pintura de David Wagner
[Public Domain Image]



martes, 1 de noviembre de 2011

Jacobo Fijman




Poema IV 
 
Extiendo mis brazos hacia el silencio descansado que inmortaliza la lejanía.
Caen océanos en las noches obscuras de nuestras adolescencias en Dios.

Herido de mi canto
por uniones de azar
toda mi carne mortal recoge la blanca limosna del misterio.

Siento venir el fresco gusto del alumbrar.
Siento venir entre olas de la desesperanza maduros imperios.

Agito los ramajes.
Danzo en la gracia de todas las familias de la tierra y el universo.


Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.

Una escondida estrella arrima su sosiego.

Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la luz entera de la mañana.


Reposan los sagrados pinos,
y mi voz arrollada en la tristeza de una luz rompida.

Paz, paz, sobre los días y las noches cansadas de recoger las voces falsas,
que el mar hace sonar las cáscaras de nuez de la maravilla,
y vuelvo a oír la guía de mi ánimo dentro de primicias celestes.

Huye la soledad.
Adiós, belleza.


Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
De Hecho de estampas (1929)
imagen: Van Gogh, La morera
Commons Wikimedia - Image in the Public Domain


domingo, 30 de octubre de 2011

Gerry Murphy





México, 1970.
Copa del Mundo, cuartos de final.
Inglaterra, dos arriba contra Alemania
y tranquila.
Mi hermano, regodeándose en silencio,
mi padre y yo sumidos
en un silencio rígido, abatido.
Me voy a la cocina
a hacer té,
Alemania descuenta uno.
“Muy poco, muy tarde”
declara mi hermano.
Vuelvo a la cocina,
Alemania iguala.
A mi padre y a mí nos sacan,
pestañeando, a la luz del día.

En tiempo extra,
Müller, ‘Der Bomber’, anota el gol ganador.
Nunca había abrazado a mi padre,
no he vuelto a abrazarlo desde entonces.


Breakthrough

Mexico, 1970.
World Cup, quarter final.
England. two up against West Germany
and cruising.
My brither, quietly gloating,
my father and I plunged
into glum, staring silence.
I go out into the kitchen
to make tea.
West Germany claw one back.
“Too little, too late,”
my brother declares.
I go back to the kitchen,
West Germany equalize.
My father and I are led out,
blinking, into the daylight.

In extra-time,
Müller, ‘Der Bomber’, scores the winner.
I had never hugged my father,
I haven’t hugged him since.



“¡Los libros”
gruñó mi abuelo
“son un sustituto exangüe de la vida!”
La espesa tinta azul de sus venas
coagulando alegremente
en comas, punto y comas
y dos puntos
hacia un repentino y glorioso
punto final.


On His Deathbed My Grandfather Warms Me Against Literature

“Books!”
snarled my grandfather,
“are a bloodless substitute for life.”
The thick blue ink of his veins
clotting happily
into commas, semi-colons
and colons,
towards a sudden and glorious
full stop.



Le doy el saludo comunista
a mi ex novia capitalista
al mismo tiempo que toma la esquina
en su BM negro,
me concede un gesto despectivo
y me deja tragándome
la retórica marxista-leninista
en un penacho de monóxido de carbono.


A Note on The Demise of Communism

I give the Communist salute
to my Capitalist ex-girlfriend
as she takes the corner at a clip
in her black BMW,
doles me out am imperious nod
and leaves me to choke back
Marxist-Leninist rghetoric
in a plume of carbon-monoxide.



Una pena
que la Tierra no sea plana.
Se podría alinear a los pobres
en los bordes
y ametrallarlos
al abismo.


Twenty-One Words for The Security Council

It’s a pity
the Earth isn’t flat.
You could line the poor
along the edges
and machine-gun them
into the abyss.


Gerry Murphy, Irlanda, 1952 Versiones © Gerardo Gambolini
imagen: womenrulerwriter.blogspot.com

jueves, 27 de octubre de 2011

Alfredo Veiravé





Ybirapitá

El ybirapitá es un árbol que da grandes sombras a
Ulyses
cada vez que regresa en busca de Itaca; navega
entre las sirenas que enloquecen sus viajes intercontinentales
y con sus bellos ojos de mujer
            lee los manuscritos que el héroe dibuja obstinadamente
            en un mapa de islas
            que los otros ven en navegaciones diurnas
y que ella, la africana Rama Kan, con negros tordos en la copa
cambia como en un caleidoscopio según sus arrebatos como le dije
            esta mañana
            al entrar al jardín botánico
cuando al lado
del frondoso ybirapitá de los anhelos
pude conversar en medio de un torbellino de auto
                                    móviles que pasaban sin hacer
caso a los semáforos a las miradas de los vecinos de la ciudad
real, quienes comentaban esa conversación entre Ulyses y Penélope
que como el ybirapitá destejía el telar de una manera
            risueña
volvía a colocar las agujas debajo de su
brazo y se marchaba rápidamente al compás de músicas que habían
crecido en ese cruce de avenidas:
extraños soles pequeños diálogos que crecen a la sombra del gran árbol
de la mitología de sus llamados, cada vez que al concentrarse le
reprocha sus viajes sus ausencias sus navegaciones y hace volar
            los tordos del pecho de la inmensidad del año que termina.

            Cuando se abrazan de nuevo el ybirapitá de Itaca entra en
            una furiosa alegría y así Homero
                                   lo cuenta en la Odisea.

Alfredo Veiravé, Argentina, 1928-1991
imagen: chacodiariopordia.com



Los que la vieron dicen que la tierra
es una esfera en el espacio, un  planeta
más bien pequeño
del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.
Yo no lo dudo porque he visto las fotografías
y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.
Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar
también mi casa es una parte del universo.
Cómo no serlo si en el patio del fondo
hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo
            la tierra
aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo
el olor de los helechos contra la pared
la cara de Delfina o Federico entre los árboles
y aquel canario que se nos voló de noche.

Alfredo Veiravé, Argentina, 1928-1991

miércoles, 26 de octubre de 2011

Bertolt Brecht




Malos tiempos para la lírica

Ya sé que sólo agrada
quien es feliz. Su voz
se escucha con gusto. Es hermoso su rostro.

El árbol deforme del patio
denuncia el terreno malo, pero
la gente que pasa le llama deforme
con razón.

Las barcas verdes y las velas alegres del Sund
no las veo. De todas las cosas,
sólo veo la gigantesca red del pescador.

¿Por qué sólo hablo
de que la campesina de cuarenta años anda encorvada?
Los pechos de las muchachas
son cálidos como antes.

En mi canción, una rima
me parecería casi una insolencia.
En mí combaten
el entusiasmo por el manzano en flor
y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda.
Pero sólo esto último
me impulsa a escribir.


Bertolt Brecht, Alemania, 1898-1956

De Bertolt Brecht, Poemas y canciones, Alianza Editorial (1968)
Versiones españolas de Jesús López Pacheco sobre la traducción directa del alemán de Vicente Romano.