miércoles, 16 de junio de 2010

Estela Figueroa


Principios de febrero

No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.

No.
No me sostengas no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo te dije
quiero permanecer.

Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.

Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
¡Cómo agradecer el tazón
que rebosa de leche!

Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.

Estela Figueroa, Santa Fe, Argentina, 1946
imagen: Mike Stilkey, Paintings on Books

lunes, 14 de junio de 2010

Gerardo Gambolini


Un dios exiguo

La soberbia no es grandeza sino hinchazón
—San Agustín


Y el Señor vagó horas de ocio
y persiguió piedras arrojadas con hastío
por su enunciado poder.
Yo existo! Yo existo! —gritaba—

Pero no había creyentes en los templos
ni blasfemos en los patios.
Así, una mañana, animó el universo inagotable
hasta la última oscuridad.

Y naciones libres y aldeas miserables
reconocieron la gloria y la ira
en la dispensa de la lluvia
y la condena de la peste.

Y la fe tocó la daga
y el pecho de los muertos. En verdad, en verdad,
tuyo es el reino y la lluvia
y la peste.

Amarás a dios por sobre todas las cosas,
dice, y dios soy yo. Y la venganza es mía.
Pero no creó el mundo
ni levantó una iglesia

ni se miró en las aguas
o en los ojos de sus obras
para ver el rostro de un demiurgo
menor, colérico, rollizo,

casto de arte, lejano de
presente, pasada, futura divinidad.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: Rubens, La caída de Ícaro, 1636

domingo, 13 de junio de 2010

Mikelis Norgelis


Un emigrante letonio se despide de su amada en Riga

I

Tus pechos brillan como estrellas oscuras
en este agujero negro
en el cual desaparecemos.

Cuando estamos juntos, dijiste
es como si estuviéramos en un capullo.
Pongo mi mano sobre tu estómago

siento un extraño aleteo.
Eres una cosecha tardía
y voy a cosecharte.

II

Nunca duermes. Estás
a mi lado toda la noche
y cuando salgo a la superficie
tus ojos en la oscuridad
son como las luces de un barco
anclado frente a la costa.
“¿Qué pasa?”, digo, “¿Piensas
que ahí vienen los rusos?”
Nunca respondes. Una vez me desperté
y me estabas acunando,
abrazándome como tu hijo,
tus ojos enormes y cerca de los míos.
Sonreí, dije algo, y volví a hundirme
en los bosques de luz
ya entonces, pensando: recordaré
esto en el momento de mi muerte.
Ahora creo que ese fue el momento de mi muerte.

III

Recién llegados, volamos en la oscuridad
el aeropuerto ya está lleno en el día europeo.
Poco después del amanecer,
me dijiste que toda la semana habías imaginado
que los dos estábamos muertos.
Lo viste todo, las salas de hospital
las tumbas, una especie de liebestod.
Te dije lo que eso significaba
y luego dormimos, o casi dormimos
nuestros dedos entrelazados como un cierre
nuestras palmas como topes de locomotora presionando
y luego soñamos, o casi soñamos
que estábamos en las alturas, sobre la ciudad, caminando en la luz
fuera del tiempo, hasta que nos despertó el impulso
de contarnos uno al otro la misma cosa que habíamos soñado.

“... sé que somos uno”, dijiste
entre dormida y soñando.
Pero estás equivocada, yo estaré surcando
la noche europea sin ti, solo
entre la multitud bebedora de cerveza.
Cerraré los ojos
pero el tiempo no se detendrá
porque el tiempo, como el amor, siempre nos jode.

IV

Sigue bailando, Princesa
en la Plaza de la Ciudad Vieja.
Es de noche, la nieve ha dejado de caer
estás bailando sola
con música que solamente tú puedes oír.

Yo estoy yendo al Oeste
a enterrar mi corazón en un pantano irlandés.

Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini
imagen: Riga


A Latvian emigrant bids farewell to his beloved in Riga

I - Your breasts shine like dark stars
in this black hole
into which we disappear.

When we are together, you said
it’s like we’re in a cocoon.
I place my palm on your stomach

I feel a strange wingbeat.
You are a white harvest
and I will reap you.

II - You never sleep. All
night you lie beside me
and when I surface,
your eyes in the dark
are like the lights of a ship
anchored offshore.
“What is it”, I say, “Do you
think the Russians are coming?”
You never answer. Once I woke
to find you cradling me, holding
me tight like your child,
your eyes huge and close to mine.
I smiled, said something, and sank
back down into the forests of light
even then, thinking: I will remember
this at the moment I die.
Now, I think it was the moment I die.

III - Late arrivals, we fly in the dark
the airport is already full in the European day.
Just after dawn,
you told me you had imagined all week
that we were both dead.
You saw it all, the hospital wards
the graveyards, some kind of liebestod.
I told you what it meant,
and then we slept, or almost slept
our fingers laced together like a zip
our palms like locomotive buffers pressing
and then we dreamt, or almost dreamt
that we were high above the city, walking in light
outside of time, until we were woken by the urge
to tell each other the same thing we had dreamt.

“Know I know we are one,” you said,
between sleep and dream.
But you are wrong, I will be flying
through the European night without you, alone
in the beer-drinking crowd.
I will close my eyes
but time will not stop
because time, like love, will always fuck us.

IV - Keep dancing, Princess
on the Square in the Old City.
It is night, the snow has stopped falling
you are dancing alone
to music only you can hear.

I am travelling West
to bury my heart in an Irish bog.


Killiney Hill *

Esta ciudad se tiñó el pelo de rubio
y se hizo remodelar los pechos
para verse como la puta
en el hall de un hotel
en cualquier parte del mundo.

Yo quiero saber cómo era antes
así que subí la Colina de la Reina Victoria
para ir a ver el obelisco de la hambruna
porque sé que el hambre
es el verdadero Dios de los irlandeses.

Bajó de la montaña
y les dio dos mandamientos:
devorarás y odiarás
y reirás y bailarás y cantarás para engañar
al ángel de la muerte haciéndole creer que estás vivo.

Miro el camino barroso, colina abajo,
y creo verla alzando la vista, medio gateando
porridge de maíz pegado a los labios
sus senos cuelgan flojos y sensuales
como frutas secándose en su pecho,
que tiembla igual que la garganta de un jilguero.

Su piel es blanca como los hongos
en el frío suelo del bosque letonio
pero sus ojos y su pelo son negros
negros como el viento entre los espinos
negro como las papas pudriéndose eternamente
bajo la tierra negra.


* El parque de Killiney Hill, situado sobre la costa en el sur del condado de Dublín, fue inaugurado en 1887 como Victoria Hill, en honor a los cincuenta años en el trono de la reina Victoria de Inglaterra. En el punto más alto de la colina (170 mts. sobre el nivel del mar) se levanta el obelisco que recuerda la hambruna de 1741. Killiney Hill es actualmente una zona residencial exclusiva y sede de varias embajadas extranjeras.

Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini

Killiney Hill

This city has dyed her hair blonde
And had her breast remodelled
To look like the whore
In the hotel foyer
Anywhere in the world.

I want to know what she looked like before
So I climbed Queen Victoria’s Hill
To look at the famine obelisk
Because I know that hunger
Is the true God of the Irish.

It came down from the mountain
And gave them two commandments:
Thous shalt devour and thous shalt hate
And laugh and dance and sing to fool
The angel of death into thinking you’re alive.

Looking down the hill at the muddy path
I think I see her looking up, half-crawling
Yellow maize porridge cakes her lips
Her breasts hang slack and luscious
As dying fruit on her ribcage
Which trembles like a songbird’s throat.

Her skin is white as the mushrooms
In the cold ground of the Latvian forest
But her eyes and hair are black
Black as the wind in the thorn bush
Black as potatoes rotting forever
Deep in the black earth.

viernes, 11 de junio de 2010

Silvia Camerotto


Licópolis

¿De dónde vino la sombra fantasmal
sino de los platos que tuve en la mano?
In ictu oculi, validamos
los elementos básicos para una consumatio
Hicimos listas conspirativas:
la secuencia obligada del jabón para el baño
la versificación de la dickinson
tus manos en la carne en la masa en lo callado
Te he visto desarmar una lámpara de pie
inútilmente
Te he visto armar una lámpara de pie
inútilmente
Y entonces, mientras doblaba en dos la caja de la pizza
fue redimida la condición perecedera
Siempre fuimos tres en la conjunción de este sistema.
La causa es superior a lo causado.

Silvia Camerotto, Buenos Aires, Argentina, 1959
imagen: Rafael, Plotino

lunes, 7 de junio de 2010

José María Álvarez



Abçatritaz

Un secreto esplendor que aún no es ceniza —Francisco Brines

Si Brittles prefiere abrir la puerta en
presencia de testigos -dijo Gilles después de
una larga pausa-, me presto sin duda a
acompañarlo
—Charles Dickens

Podrías huir. Sin duda. La
nueva Luz del mundo, Octavio, te
perdonaría (si no gustoso, el interés
le haría respetarte,
cubrirte de riquezas). Y eres aún tan bella. Sí, podrías...

Pero no seguirás ese camino.
Y no
por el amor de Antonio, ni porque fuera indigno
de quien de tantos reyes es el último,
sino algo más profundo: algo que sólo a ti te vale,
a cuanto yace en tu memoria.
Y cómo modificaría
esa huida, el pasado.
Lo que fuera esplendor
–esa gloria por la que apostaste–
ahora sería mediocridad;
la grandeza de guerras y pasiones
quedaría convertida en las vulgares
apetencias de una zorra codiciosa.

Por eso, no lo dudas.
y dejas que te vistan tus sirvientas
con tus mejores ropas, y perfumas
tu cuello, y te sientas
segura y orgullosa
en ese trono. Y sin
que la sonrisa se borre de tu boca,
metes la mano en ese cesto
de higos que se mueven, y esperas
la picadura en tu muñeca.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen:  Reginald Arthur, The Death of Cleopatra (1892)



Tumba de Keats

                                               Referimos esto para recordar las virtudes antiguas —Polibio

                                               Así todos ganamos en sabiduría —Ralph Waldo Emerson


Aquel inglés que amó a Italia
y cuyos versos brillan
como iluminados por la luna,
tierra es
de Roma.
Si llegas a esa noble
ciudad, ve donde la piedra
dice que reposa.
Como contemplando la noche
o envejecer tu rostro,
no entenderás la muerte,
pero no será extraña.

José María Álvarez, Cartagena, España, 1942

viernes, 4 de junio de 2010

César Vallejo


LV

Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.

Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a
cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un frontal,
donde hay algas, toronjiles que cantan divinos almácigos en
guardia, y versos anti sépticos sin dueño.

El miércoles, con uñas destronadas se abre las propias uñas
de alcanfor, e instila por polvorientos
harneros, ecos, páginas vueltas, sarros,
zumbidos de moscas
cuando hay muerto, y pena clara esponjosa y cierta esperanza.

Un enfermo lee La Prensa, como en facistol.
Otro está tendido palpitante, longirrostro,
cerca a estarlo sepulto.
Y yo advierto un hombro está en su sitio
todavía y casi queda listo tras de éste, el otro lado.

Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsuelo empatrullado,
y se está casi ausente
en el número de madera amarilla
de la cama que está desocupada tanto tiempo
allá .....................................
enfrente.


LVI

Todos los días amanezco a ciegas
a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,
sin probar ni gota de él, todas las mañanas.
Sin saber si he logrado, o más nunca,
algo que brinca del sabor
o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará
hasta dónde esto es lo menos.

El niño crecería ahito de felicidad
oh albas,
ante el pesar de los padres de no poder dejarnos
de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;
ante ellos que, como Dios, de tanto amor
se comprendieron hasta creadores
y nos quisieron hasta hacernos daño.

Flecos de invisible trama,
dientes que huronean desde la neutra emoción,
pilares
libres de base y coronación,
en la gran boca que ha perdido el habla.

Fósforo y fósforo en la oscuridad,
lágrima y lágrima en la polvareda.

César Vallejo, Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, 1938
de Trilce (1922)
imagen: s/d

miércoles, 2 de junio de 2010

Walt Whitman


20

¿Quién anda ahí, anhelante, ordinario, místico, desnudo?
¿Cómo es que obtengo fuerza de la carne que como?

¿Qué es el hombre, en todo caso? ¿qué soy yo? ¿qué eres tú?

Todo lo que anoto como mío deberás balancearlo con lo tuyo,
o escucharme será tiempo perdido.

Yo no lloriqueo por el mundo con la queja
de que los meses son vacuos y la tierra sólo fango e inmundicia.

Lamentos y servilismo son ingredientes de los polvos para enfermos,
la conformidad está bien para parientes lejanos;
yo uso sombrero a mi antojo, dentro y fuera de la casa.

¿Por qué habría de rezar? ¿por qué habría de adorar y ser formal?

Luego de examinar las capas, de analizar a fondo,
de consultar con doctores y calcular detenidamente,
no encuentro grasa más dulce que la pegada a mis huesos.

Me veo en todos, ninguno más y ninguno un ápice menos que yo,
y lo bueno y lo malo que digo de mí digo de ellos.

Yo sé que soy fuerte y sano,
los objetos convergentes del universo fluyen hacia mí constantemente,
todos se han escrito para mí, y yo debo comprender qué significa lo escrito.

Yo sé que soy inmortal,
yo sé que esta órbita mía no la abarcará un compás de carpintero,
sé que no desapareceré como el círculo que un niño hace de noche
con un palo encendido.

Yo sé que soy augusto,
no atormento mi espíritu buscando justificarme o ser entendido,
veo que las leyes elementales nunca se disculpan,
(no me creo por encima del nivel al que planto mi casa,
después de todo.)

Yo existo como soy, y eso es suficiente;
si nadie más en el mundo lo sabe, me contento,
y si todo el mundo está enterado, me contento.

Un mundo lo sabe y es de lejos el más grande para mí: yo mismo,
y si llego a mí mismo hoy o en diez mil o diez millones de años,
lo puedo aceptar alegremente ahora, o con la misma alegría
puedo esperar.

Mis cimientos están encajados en granito,
yo me río de lo que llaman disolución,
y conozco la dimensión del tiempo.

Walt Whitman, Estados Unidos, 1819-1892
de Song to Myself
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Walt Whitman, por Thomas Eakins, 1887



20

Who goes there? hankering, gross, mystical, nude;
How is it I extract strength from the beef I eat?

What is a man anyhow? what am I? what are you?

All I mark as my own you shall offset it with your own,
Else it were time lost listening to me.

I do not snivel that snivel the world over,
That months are vacuums and the ground but wallow and filth.

Whimpering and truckling fold with powders for invalids, conformity
goes to the fourth-remov'd,
I wear my hat as I please indoors or out.

Why should I pray? why should I venerate and be ceremonious?

Having pried through the strata, analyzed to a hair, counsel'd with
doctors and calculated close,
I find no sweeter fat than sticks to my own bones.

In all people I see myself, none more and not one a barley-corn less,
And the good or bad I say of myself I say of them.

I know I am solid and sound,
To me the converging objects of the universe perpetually flow,
All are written to me, and I must get what the writing means.

I know I am deathless,
I know this orbit of mine cannot be swept by a carpenter's compass,
I know I shall not pass like a child's carlacue cut with a burnt
stick at night.

I know I am august,
I do not trouble my spirit to vindicate itself or be understood,
I see that the elementary laws never apologize,
(I reckon I behave no prouder than the level I plant my house by,
after all.)

I exist as I am, that is enough,
If no other in the world be aware I sit content,
And if each and all be aware I sit content.

One world is aware and by far the largest to me, and that is myself,
And whether I come to my own to-day or in ten thousand or ten
million years,
I can cheerfully take it now, or with equal cheerfulness I can wait.

My foothold is tenon'd and mortis'd in granite,
I laugh at what you call dissolution,
And I know the amplitude of time.

lunes, 31 de mayo de 2010

T. S. Eliot


La canción de amor de J. Alfred Prufrock

S’io credesi che mi risposta fosse
a persona che mai tornasse al mondo
questa fiamma staria senza piú scosse.
Ma per ció che giammai di questo fondo
non tornó vivo alcun, s’i’odo il vero,
senza tema d’infamia ti rispondo.


Vayamos entonces, tú y yo,
cuando la tarde se tienda sobre el cielo
como un paciente anestesiado en una mesa;
vayamos, por esas calles semidesiertas,
los retiros rumorosos de noches agitadas
en hoteles baratos de una noche
y fondas de aserrín y ostras vacías:
calles que siguen como una discusión
insidiosa y aburrida
para llevarte a una pregunta abrumadora...
Oh, no preguntes “¿Qué sucede?”
Vayamos, y hagamos la visita.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La niebla amarillenta que restriega su lomo en las ventanas,
el humo amarillento que restriega su hocico en las ventanas
lamió las esquinas del ocaso,
se demoró en los charcos de los desagües,
dejó caer en su lomo el hollín que cae de las chimeneas,
trepó a la azotea, dio un salto repentino
y viendo que era una plácida noche de octubre,
se enroscó contra la casa y se durmió.

Y habrá tiempo, seguro,
para el humo amarillento que vaga por la calle
frotándose el lomo en las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de adoptar una cara para enfrentar las caras que enfrentas;
habrá tiempo para matar y crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días
de manos que levantan y arrojan en tu plato una pregunta;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes que llegue la hora del té.

En la sala, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

Y habrá tiempo, seguro,
para preguntar “¿Me atrevo?” y “¿Me atrevo?”
tiempo para dar media vuelta y bajar la escalera,
con un claro de calva en mi cabeza —
(“¡Cómo le está raleando el pelo!”, dirán)
Mi levita, mi cuello subiendo con firmeza a la barbilla,
mi corbata sobria y fina, pero con un prendedor sencillo —
(“¡Cómo tiene de flacos los brazos y las piernas!”, dirán)
¿Me atrevo
a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
para decisiones y revisiones que un minuto anulará.

Pues ya las conozco todas, las he conocido todas —
he conocido las noches, las mañanas y las tardes,
he medido mi vida con cucharas de café;
conozco las voces que se apagan con una cadencia moribunda
bajo la música de un cuarto distante.
¿Cómo animarme, entonces?

Y ya conocí los ojos, los he conocido todos —
los ojos que te encasillan en un enunciado,
y cuando esté encasillado, despatarrado en un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndome en la pared,
¿cómo empezar a escupir
todas las colillas de mis días y maneras?
¿Y cómo animarme?

Y ya conocí los brazos, los he conocido todos —
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero a la luz de la lámpara, cubiertos de vello claro!)
¿Es perfume de un vestido
lo que me hace divagar?
Brazos que se apoyan en la mesa, o se envuelven en un chal.
¿Debería, entonces, animarme?
¿Y cómo tendría que empezar?

. . . . . .

¿Diré que anduve por calles estrechas al caer la tarde
viendo el humo que sube de las pipas
de hombres solitarios
asomados a ventanas en mangas de camisa? ...

Yo tendría que haber sido un par de pinzas dentadas
correteando por el fondo de mares silenciosos.

. . . . . .

¡Y la tarde, el anochecer, duerme tan plácidamente!
Acariciada por largos dedos,
dormida... cansada... o haciéndose la enferma,
tendida en el piso, aquí junto a ti y a mí.
¿Debería yo tener, después del té, las masas, los helados,
la fuerza para llevar el momento hasta su crisis?
Pero aunque he llorado y ayunado, llorado y rezado,
aunque he visto mi cabeza (ya ligeramente calva) sobre una bandeja,
yo no soy ningún profeta — ni éste es un asunto trascendente;
he visto vacilar el momento de mi grandeza,
y he visto al eterno Lacayo tomar mi abrigo,
y reír por lo bajo,
y, en resumen, tuve miedo.

¿Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre un poco de charla sobre ti y sobre mí,
habría valido la pena
haber clavado el diente en la cuestión, con una sonrisa,
haber comprimido el universo en una bola
para arrojarla a una pregunta abrumadora,
decir: “Yo soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decirles todo, les diré todo” —
si una, apoyando la cabeza en un cojín,
dijera: “Eso no es lo que esperaba, en absoluto.
No lo es, en absoluto” ?

¿Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de las puestas y los jardines y de las calles regadas,
después de las novelas, las tazas de té, después de las faldas
que arrastran por el suelo —
y de esto, y mucho más?
¡Es imposible decir exactamente lo que quiero!
salvo como una linterna mágica que proyectara los nervios en segmentos
sobre una pantalla:
¿habría valido la pena
si una, acomodando una almohada o quitándose un chal
y mirando a la ventana, dijera:
“No lo es, en absoluto.
Eso no es lo que esperaba, en absoluto.” ?

. . . . . .

¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni tenía por qué serlo;
soy un noble del séquito, uno que servirá
para engrosar una comitiva, iniciar alguna escena,
aconsejar al monarca; un instrumento fácil, sin duda,
respetuoso, contento de ser útil,
político, cauto, meticuloso;
de hablar florido, pero algo obtuso;
a veces, por cierto, casi ridículo —
a veces, casi, el bufón.

Envejezco... envejezco...
Usaré enrolladas las botamangas del pantalón.

¿Deberé peinarme con la raya atrás? ¿Me atreveré a comer un durazno?
Usaré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
He oído a las sirenas cantándose entre sí.

No creo que ellas canten para mí.

Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el pelo blanco de las olas echado atrás por el viento
cuando el viento sopla el agua blanca y negra.

Nos hemos demorado en las cámaras del mar
adornados por sirenas con coronas de algas rojas y castañas
hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.

Thomas Stearns Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: T. S. Eliot, s/d


[Nota: Contrariando el hábito de este blog, se omite el original inglés, dada la extensión del poema. Entre muchos otros sitios, el original puede consultarse en http://www.bartleby.com/198/1.html - El Editor ]

miércoles, 26 de mayo de 2010

Friedrich Nietzsche


Solitario

Graznan los cuervos
y aleteando dirigen sus alas a la ciudad;
pronto nevará.
¡Feliz aquél que aún tiene patria!

Ahora estás petrificado,
miras hacia atrás, ¡cuánto tiempo ha pasado!
¿Estás loco
que has huido por el mundo ahora que es invierno?

El mundo: puerta abierta a mil desiertos,
muda y fría.
Quien perdió lo que perdiste
en ningún lugar se detiene.

Ahora estás pálido,
condenado a un viaje de invierno,
al humo semejante,
que sin cesar tiende a cielos más fríos.

¡Vuela pájaro, grazna tu canción
en tono de pájaro desértico!
¡Esconde, loco, tu ensangrentado corazón,
en hielo y en desprecio!

Graznan los cuervos
aleteando, sus alas dirigen a la ciudad:
pronto nevará,
¡Infeliz aquél que no tiene patria!

Friedrich Wilhelm Nietzsche, Alemania, 1844-1900
traducción de Andrés Sánchez Pascual
imagen: dibujo de Nietzsche por Edvard Munch

domingo, 23 de mayo de 2010

Píndaro


En breve tiempo crece la dicha de los mortales

En breve tiempo crece la dicha de los mortales,
pero, de igual forma, cae por tierra zarandeada
por el destino inflexible.
Seres de un día, ¿qué es uno? ¿qué no es?
El hombre es el sueño de una sombra.

Píndaro, Cinoscéfalas (Tebas) c. 518 a.C. - Argos, 438 a.C.
Traducción de Carlos García Gual
imagen: escena de El Séptimo sello, de I. Bergman, 1956



a Alcímidas de Egina
(Nemea VI, 1-13)

Una es la familia de los hombres, una la de los dioses,
pues por una sola madre alentamos unos y otros.*
Mas nos separa un poder enteramente desigual;
porque lo humano nada es y el cielo de bronce, en cambio,
permanece por siempre como sólida morada.
Con todo, en algo nos acercamos a los inmortales,
bien sea por la grandeza de la inteligancia,
bien por la condición corporal, aunque no sepamos
hacia qué meta trazada por el destino —en el día
o en la noche— hemos de correr.

* Alusión a Gea, de quien descienden los dioses y los hombres

Píndaro, Cinoscéfalas (Tebas) c. 518 a.C. - Argos, 438 a.C.
versión publicada en Píndaro – Epinicios
edición de Pedro Bádenas de la Peña y
Alberto Bernabé Pajares (Ediciones Akal, Madrid, España, 2002)