sábado, 3 de marzo de 2012

Rafael Felipe Oteriño





Miro hacia atrás y estás tu 

                                               a mi padre

Solo, como es posible estar a cierta edad de la vida,
oyendo cómo resuena la brújula del amor, la brújula ciega,
la brújula dormida para siempre en su lecho de piedras:
miro hacia atrás y estás tú,
tu paso cada vez más lento en el suelo de lavandas,
tus manos transparentes, con la malicia del adiós.

Tal vez el verano deje pasar su gota indemne;
pero yo sé por qué odio las voces del invierno;
conozco mi rencor a sus uñas mugrientas:
no quiero verte a ti ni a mí bajo su toldo inmóvil,
no quiero saber nada de su orín helado
junto a nuestras desmemorias.

Somos hijos del sol que en su corazón buscan la cima;
yo en tus manos fui el pájaro dócil que se acerca a beber,
tú la montaña que demasiado atrde abrió su paso.
Mi temor es no haber guardado toda la harina que pedirá la boca,
mi miedo es haber perdido ese instante.

¿Y cómo oscurecer los vidrios para no hacer caso a la lluvia?
¿Qué almohadas de cera echar contra las puertas hasta que llegue el sueño?
¿Cómo —dime— nos defenderemos de la tristeza de los techos,
del crujido de las hojas que han comenzado a caer?


Rafael Felipe Oteriño, La Plata, Argentina, 1945
imagen: Mar del Plata  
[taringa.net]


No nací aquí

Yo no nací aquí pero el mar me hizo suyo:
a mí me atrapó esa planicie que está detrás de las olas,
la que florece oscura cuando llegan las lluvias,
la que no deja un solo día de rugir
y se balancea inmemorial como un parpadeo.
Yo no nací aquí pero el mar me hizo suyo:
yo no lo amaba al llegar pero ahora lo amo,
tiene el nombre de mis hijos que nacieron ayer,
tiene la forma de mis manos que dibujaron la casa,
el amor y su sombra, la conciencia y el páramo.
Su historia no es mi historia ni aquí yacen mis muertos,
su lengua me era extraña hasta que empecé a pronunciarla,
éste fue mi lugar cuando aprendí a rendirme.
Aquí se cumple la sentencia que en el agua está escrita:
somos siempre los primeros a las orillas del mar,
a merced de olas que no escuchan más que su propio latido.


Rafael Felipe Oteriño, La Plata, Argentina, 1945


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