domingo, 18 de julio de 2010

Pablo Neruda


Walking around

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos,
aterido, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.

Pablo Neruda, Chile, 1904-1973
imagen: s/d

viernes, 16 de julio de 2010

William Butler Yeats


Fugaces

“Tus ojos que antes nunca se cansaban de los míos
se abaten de pena bajo tus párpados trémulos
porque se apaga nuestro amor.”
Y dice ella:
“Aunque se apague nuestro amor, vayamos
a la orilla solitaria del lago una vez más,
juntos a esa hora de quietud en que se duerme
esa pobre criatura cansada, la pasión.
¡Qué lejanas parecen las estrellas, y qué lejano
nuestro primer beso, y qué viejo, ay, mi corazón!

Pensativos caminaban entre las hojas marchitas,
mientras él, cuya mano tomaba la de ella, repuso lentamente:
“La pasión a menudo consumió nuestros errantes corazones.”

Los bosques los rodeaban, y las hojas amarillas
caían en la penumbra como débiles meteoritos, y en un momento
un conejo añoso rengueó por el camino;
el otoño se abatía sobre él; y entonces se detuvieron
a la orilla solitaria del lago una vez más:
al volverse, vio que ella se había echado
hojas muertas en el pecho y el cabello,
húmedas como sus ojos, recogidas en silencio.

“Oh, no lamentes”, dijo él,
“que estemos cansados, pues otros amores nos esperan;
odia y ama en horas sin descontento.
Ante nosotros aguarda la eternidad; nuestras almas
son amor, y una continua despedida.”

William Butler Yeats, Irlanda, 1865-1939
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Corot, Paisaje junto al lago



Ephemera

“Your eyes that once were never weary of mine
Are bowed in sorrow under pendulous lids,
Because our love is waning.”
And then She:
“Although our love is waning, let us stand
By the lone border of the lake once more,
Together in that hour of gentleness
When the poor tired child, passion, falls asleep.
How far away the stars seem, and how far
Is our first kiss, and ah, how old my heart!”

Pensive they paced along the faded leaves,
While slowly he whose hand held hers replied:
“Passion has often worn our wandering hearts.”

The woods were round them, and the yellow leaves
Fell like faint meteors in the gloom, and once
A rabbit old and lame limped down the path;
Autumn was over him: and now they stood
On the lone border of the lake once more:
Turning, he saw that she had thrust dead leaves
Gathered in silence, dewy as her eyes,
In bosom and hair.

“Ah, do not mourn,” he said,
“That we are tired, for other loves await us;
Hate on and love through unrepining hours.
Before us lies eternity; our souls
Are love, and a continual farewell.”

martes, 13 de julio de 2010

Jorge Aulicino


Cetrería

¿Qué saben hoy de tu propósito la hez de los atrios,
el violador, el impune, el manco, el sudoroso idiota,
el que corta el teléfono con furia, el que llora?
¿Y qué sabe el que sabe, el que derramó vísceras,
las unió con electrodos, las puso a freír,
gritó de placer al descubrir la fórmula,
al ver las natas del hipotálamo,
la explicación de la tos o del estornudo?
¿Qué saben de tus voces encapsuladas en nuestro corazón
los que duermen en un banco, los que fueron muy lejos,
los que se mueren en el subte, los que muerden el freno,
y aquellos que trepan a las torres de alta tensión porque es su trabajo?
¿Dónde está el fulgor? ¿Quién lo buscaría en la historia conocida,
en el homicidio reprimido, en la basura del mercado?

Y sin embargo, cualquier sonido en la floja madrugada
podría llevarnos a tu abismo certero.
Un pensamiento cualquiera, liberado de su noria,
en el aire del búho que alejó el sufrimiento.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Hostias (2004)
imagen: byobu japonés, S. XIX

martes, 6 de julio de 2010

Tres poetas norteamericanos


Fuego y hielo / Robert Frost

Algunos dicen que el mundo terminará en fuego,
otros dicen en hielo.
Por lo que he conocido del deseo
estoy con los que apuestan al fuego.
Pero si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,
creo saber bastante del odio
para decir que a fin de destruir
el hielo también es excelente
y bastaría.

Robert Frost, Estados Unidos, 1874- 1963
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Robert Frost, Richard Wilbur, Louis Untermeyer


Fire and Ice

Some say the world will end in fire,
Some say in ice.
From what I've tasted of desire
I hold with those who favor fire.
But if it had to perish twice,
I think I know enough of hate
To say that for destruction ice
Is also great
And would suffice.



Parábola / Richard Wilbur

Leí cómo el Quijote en su andanza a la ventura
llegó una vez a un cruce, y por temor a perder
la pureza del azar, no quiso decidir sobre el camino

a tomar, prefiriendo dejar que su caballo eligiera.
Porque la gloria esperaba allí donde la fábula girase.
Tenía mareada de orgullo la cabeza, su caballo tenía

las herraduras pesadas, y fue hacia el establo.

Richard Wilbur, New York, Estados Unidos, 1921
Versión © Gerardo Gambolini



Parable

I read how Quixote in his random ride
Came to a crossing once, and lest he lose
The purity of chance, would not decide

Whither to fare, but wished his horse to choose.
For glory lay wherever turned the fable.
His head was light with pride, his horse's shoes

Were heavy, and he headed for the stable.



Calibán en las frías minas / Louis Untermeyer

Dios, a nosotros no nos gusta quejarnos,
sabemos que la mina no es un chiste.
Pero — están los charcos de la lluvia;
el frío y la oscuridad.

Dios, Tú no sabes lo que es eso —
Tú, en tu cielo bien iluminado —
viendo pasar los meteoros;
al abrigo — con un sol siempre cerca.

Dios, si sólo tuvieras la luna
puesta de lámpara en tu casco,
hasta Tú te cansarías pronto de ella,
allá abajo en lo húmedo y lo oscuro.

Nada más que negrura encima de nosotros,
y nada que se mueva, aparte de los carros. . .
Dios, si Tú quieres nuestro amor,
¡arrójanos un puñado de estrellas!

Louis Untermeyer, Estados Unidos, 1885-1977
Versión © Gerardo Gambolini



Caliban in the Coal Mines

God, we don't like to complain;
We know that the mine is no lark.
But — there's the pools from the rain;
But — there's the cold and the dark.

God, You don't know what it is —
You, in Your well-lighted sky —
Watching the meteors whizz;
Warm, with a sun always by.

God, if You had but the moon
Stuck in Your cap for a lamp,
Even You'd tire of it soon,
Down in the dark and the damp.

Nothing but blackness above
And nothing that moves but the cars …
God, if You wish for our love,
Fling us a handful of stars!

lunes, 5 de julio de 2010

Federico García Lorca


Paisaje de la multitud que orina
(Nocturno de Battery Place)

Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachadas de crin, de humo, anémonas; guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.

Federico García Lorca, España, 1898-1936
imagen: Puente de Brooklyn, circa 1930

jueves, 1 de julio de 2010

Bernard Spencer


Notas de un extranjero

Sus ojos opacos, inquietos,
el último sitio donde hallarás una pista de esta ciudad;
ojos que sostienen tu mirada o que anhelan al pasar a tu lado,
oscuridades recortadas de un vestido de noche.

Encuentros con fantasmas habituales,
mujeres cuya belleza te golpea en el vientre:
el sonido del idioma impetuoso,
pastoso como si la lengua aún saborease la fruta.

Tu deseo de convertirlas todas
en una sola visión, con los adornos, los ruidos del tráfico,
la daga penetrante de los silbatos, y los ciegos,
llamando al mundo como almas atrapadas en una mina.

Los pasos lentos de la gente a la noche
frente a los cines iluminados; cada plaza del siglo dieciséis
donde los reyes y héroes de bronce sujetan la rienda
de sus solemnes corceles de guerra: y en todas partes

viviendas en construcción, sin esperanza,
ladrillo sin ventanas en dos costados enjutos, que dan
a arenales y una luz leonada cegadora
por donde pasan mujeres vistiendo su luto negro.

Una ilusión, tu vieja incapacidad de ver,
salvo como un extranjero. En un sentido
tu ciudad nunca fue real, a pesar
de todos sus tranvías y bancos y atardeceres

condenados a un polvo infernal como en una
ciudad bombardeada, y a pesar
de esa luz que se demora media hora más
como si gallos furiosos hubieran hablado con el alba.

La luz evocada que ninguna ciudad
(al menos de eso estás seguro) puede mostrar;
cuando las cosas significan más pero se desvanecen, como lugares
que uno recuerda a medias, una campana que no está sonando ahora.

Bernard Spencer, Madras, India, 1909- Viena, 1961
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Bernard Spencer en Atenas



Notes By a Foreigner

Their opaque, restless eyes,
the last place you will find a clue to this town;
eyes that face yours or hunger past you,
darknesses cut from a woman’s evening gown.

Encounters with frequent phantoms,
women whose beauty lays a hand on your gut:
the sound of the impetuous language,
blurred as if the tongue still savoured the fruit.

Your wish to build them all
into one vision, with traffic bells, the fine
knives of the whistles, and the blind,
tapping to the world like caught souls down a mine.

The shuffle of evening crowds
past cinema lights; each sixteen-century square
where the bronze kings and heroes rein
their grave war-stallions back: and everywhere

Blocks without hope going up,
windowless brick down two gaunt sides, that back
on wat¿stes of sand and dazin lion-light
through which walk women in their mourning black.

Illusion, your old failure
to see except as a foreigner. There is just
a sense in which your town never
was true, for all its trams and banks and dust

doomed sunsets like the hell
over a town bombarded, and for all
that light that stays a half hour more
as though mad cocks had given the dawn a call.

The echo-light no town
(of this at least you can be sure), can parallel;
when things mean more yet fade, like places
you half remember, a now-not-beating bell.

lunes, 28 de junio de 2010

Malcolm Lowry / dos más


Felicidad

Montañas azules con nieve y agua azul, fría y turbulenta,
un cielo limpio lleno de estrellas que se alzan
y Venus y la luna en cuarto creciente al amanecer,
gaviotas que siguen a un bote a motor contra el viento,
árboles con ramas enraizadas en el aire —
sentado al sol del mediodía con la sombra
furiosamente humeante de la chimenea de la choza —
las águilas lanzándose en grupo viento abajo,
las golondrinas volando en retroceso,
una marca de tabaco nueva a las once,
y mi amor que vuelve en el autobús de las cuatro —
Dios mío, ¿por qué nos has dado todo esto?

Malcolm Lowry, Inglaterra, 1909-1957
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Malcolm Lowry en su choza de Dollarton, British Columbia.



Happiness

Blue mountains with snow and blue cold rough water,
A wild sky full of stars at rising
And Venus and the gibbous moon at sunrise,
Gulls following a motorboat against the wind,
Trees with branches rooted in air —
Sitting in the sun at noon with the furiously
Smoking shadow of the shack chimney —
Eagles drive downwind in one,
Terns blow backward,
A new kind of tobacco at eleven,
And my love returning on the four o'clock bus —
My God, why have you given this to us?



Sin compañía excepto el miedo

¿Cómo empezó todo esto y por qué estoy aquí
en esta barra curva con su pintura marrón cuarteada?
Papegaai, mezcal, hennessy, cerveza,
dos escupideras pegajosas, sin compañía excepto el miedo:
miedo a la luz, a la primavera, al lamento
de las aves, y a los buses que vuelan hacia lugares lejanos,
y a los estudiantes que van a las carreras,
a las niñas que saltan con el viento en la cara;
pero sin compañía, sin compañía excepto el miedo:
miedo a la fuente que mana, y todas las flores
que conocen el sol son mis enemigas,
en estas horas, ¿muertas?

Malcolm Lowry, Inglaterra, 1909-1957
Versión © Gerardo Gambolini


No Company But Fear

How did all this begin, and why am I here
At this arc of Bar with its cracked brown paint?
Papegaai, mezcal, hennessey, cerveza,
Two slimed spittoons, no company but fear:
Fear of light, of the Spring, of the complaint
Of birds, and buses flying to far places,
And the students going to the races,
Of girls skipping with the wind in their faces;
But no company, no company but fear:
Fear of the blowing fountain, and all flowers
That know the sun are my enemies,
These, dead, hours?

miércoles, 23 de junio de 2010

Wislawa Szymborska


La realidad exige...

La realidad exige
que lo digamos bien claro:
la vida sigue su curso.
Sucede así en Cannas y en Borodinó,
en los llanos de Kosovo y en Guernica.

Hay una gasolinera
en una pequeña plaza de Jericó,
hay bancos recién pintados
cerca de Bila Hora.
Las cartas van y vienen
entre Pearl Harbor y Hastings,
pasa un camión de muebles
bajo la mirada del león de Queronea
y solo un frente atmosférico amenaza
los florecientes jardines cercanos a Verdún.

Hay tanto de Todo
que lo que hay de Nada queda muy bien cubierto.
De los yates de Accio
llega la música
y en la cubierta, al sol, bailan las parejas.

Pasan siempre tantas cosas
Que seguro tienen que pasar en todas partes.
Donde hay piedra sobre piedra
hay un carro de helados
cercado por los niños.

Donde estaba Hiroshima
de nuevo está Hiroshima
y se siguen produciendo
objetos de uso cotidiano.

No le faltan encantos a este hermoso mundo
ni tampoco amaneceres
por los que merece la pena despertar.

En los campos de Maciejowice
La hierba es verde,
y en la hierba, como pasa en la hierba,
la escarcha, transparente.

Quizá no haya un lugar que no haya sido un campo de batalla,
los aún recordados,
los hoy ya olvidados,
bosques de cedros y bosques de abedules,
nieves y arenas, pantanos irisados
y barrancos de negro fracaso
donde en caso de urgencia
satisfacemos ahora nuestras necesidades.

Qué moraleja sale de todo esto: parece que ninguna.
Lo que de verdad sale es la sangre que seca rápida
y siempre algunos ríos, algunas nubes.

En esos desfiladeros trágicos
el viento se lleva los sombreros,
y es inevitable:
la imagen nos da risa.

Wislawa Szymborska, Kórnik, Polonia, 1923
de Fin y principio, 1993
Versión de Abel Murcia
imagen: soldados en Verdún

miércoles, 16 de junio de 2010

Estela Figueroa


Principios de febrero

No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.

No.
No me sostengas no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo te dije
quiero permanecer.

Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.

Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
¡Cómo agradecer el tazón
que rebosa de leche!

Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.

Estela Figueroa, Santa Fe, Argentina, 1946
imagen: Mike Stilkey, Paintings on Books

lunes, 14 de junio de 2010

Gerardo Gambolini


Un dios exiguo

La soberbia no es grandeza sino hinchazón
—San Agustín


Y el Señor vagó horas de ocio
y persiguió piedras arrojadas con hastío
por su enunciado poder.
Yo existo! Yo existo! —gritaba—

Pero no había creyentes en los templos
ni blasfemos en los patios.
Así, una mañana, animó el universo inagotable
hasta la última oscuridad.

Y naciones libres y aldeas miserables
reconocieron la gloria y la ira
en la dispensa de la lluvia
y la condena de la peste.

Y la fe tocó la daga
y el pecho de los muertos. En verdad, en verdad,
tuyo es el reino y la lluvia
y la peste.

Amarás a dios por sobre todas las cosas,
dice, y dios soy yo. Y la venganza es mía.
Pero no creó el mundo
ni levantó una iglesia

ni se miró en las aguas
o en los ojos de sus obras
para ver el rostro de un demiurgo
menor, colérico, rollizo,

casto de arte, lejano de
presente, pasada, futura divinidad.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: Rubens, La caída de Ícaro, 1636