[...] Retrocedo paso a paso en el camino del recuerdo para
llegar a la ciudad donde vivimos todos un lapso tan breve, la ciudad que se
sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos
que eran suyos y creímos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría.
[...] Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de
él los enfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sido
profundamente heridos en su sexo.
[...] “Con una mujer sólo se pueden hacer tres cosas”, dijo
Clea en una ocasión: “Quererla, sufrir o hacer literatura.”
[...] “Esta intimidad no
debe ir más lejos, pues hemos agotado ya todas sus posibilidades en la
imaginación; y lo que terminaremos por descubrir, más allá de los sombríos
colores de la sensualidad, es una amistad tan profunda que seremos esclavos uno
del otro para siempre.” Era, si se quiere, el coqueteo de dos espíritus
prematuramente extenuados por la experiencia [...]
[...] Le asombrará si le digo que siempre he visto en
Justine una especie de grandeza. Como usted sabe, hay ciertas formas de
grandeza que si no se aplican al arte o a la religión, hacen estragos en la
vida corriente de los hombres. El error está en que Justine consagró sus dones
al amor. Es cierto que en muchos casos ha sido mala, pero en ninguna de ellos
la actitud tenía importancia. Tampoco puedo decir que nunca haya hecho daño a
nadie. Pero los perjudicados han salido ganando. Los arrancó de sí mismos. Era
forzoso que sufrieran, y muchos no han comprendido la naturaleza del dolor que
ella les infligía. Yo sí.
[...] Su corazón está reseco y sólo le han quedado los cinco
sentidos como los fragmentos de un vaso roto.
[...] Me dio la impresión de que trataba de mostrar una
serie de crueles caricaturas de sí misma, pero esto es habitual en los
solitarios, convencidos de que su verdadera personalidad no puede encontrar
correspondencia en nadie.
[...] En cierto modo Justine no buscaba la vida, sino una
revelación integradora que pudiera darle un sentido.
[...] Como todos los seres amorales, está en el límite de la
Diosa.
[...] Todos buscamos motivos racionales para creer en el
absurdo.
[...] Las grandes religiones no hacen más que establecer una
larga lista
de prohibiciones [...] En nuestra Cábala decimos: Cede al deseo, pero refinándolo.
[...] Con la institución del matrimonio se ha legitimizado
la desesperanza.
[...] Las palabras que dicen los amantes en esos momentos
están cargadas de emociones que todo lo deforman. Sólo sus silencios tienen la
cruel precisión que los devuelve a la verdad.
[...] Quiero exponer los hechos, sencilla y crudamente, sin
ningún estilo, sin yeso ni jalbegue; grabar directamente el retrato de Justine
en el muro, dejando como fondo, sin cubrir, las piedras de la angustia.
Lawrence Durrell, Jalandhar, India, 1912 – Sommières,
Francia, 1990
Traducción de Aurora Bernárdez
Justine - El cuarteto de Alejandría - Ed. Sudamericana,
Buenos Aires, 1960