Paisaje de la multitud que orina
(Nocturno de Battery Place)
Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachadas de crin, de humo, anémonas; guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.
Federico García Lorca, España, 1898-1936
imagen: Puente de Brooklyn, circa 1930
lunes, 5 de julio de 2010
Federico García Lorca
jueves, 1 de julio de 2010
Bernard Spencer
Notas de un extranjero
Sus ojos opacos, inquietos,
el último sitio donde hallarás una pista de esta ciudad;
ojos que sostienen tu mirada o que anhelan al pasar a tu lado,
oscuridades recortadas de un vestido de noche.
Encuentros con fantasmas habituales,
mujeres cuya belleza te golpea en el vientre:
el sonido del idioma impetuoso,
pastoso como si la lengua aún saborease la fruta.
Tu deseo de convertirlas todas
en una sola visión, con los adornos, los ruidos del tráfico,
la daga penetrante de los silbatos, y los ciegos,
llamando al mundo como almas atrapadas en una mina.
Los pasos lentos de la gente a la noche
frente a los cines iluminados; cada plaza del siglo dieciséis
donde los reyes y héroes de bronce sujetan la rienda
de sus solemnes corceles de guerra: y en todas partes
viviendas en construcción, sin esperanza,
ladrillo sin ventanas en dos costados enjutos, que dan
a arenales y una luz leonada cegadora
por donde pasan mujeres vistiendo su luto negro.
Una ilusión, tu vieja incapacidad de ver,
salvo como un extranjero. En un sentido
tu ciudad nunca fue real, a pesar
de todos sus tranvías y bancos y atardeceres
condenados a un polvo infernal como en una
ciudad bombardeada, y a pesar
de esa luz que se demora media hora más
como si gallos furiosos hubieran hablado con el alba.
La luz evocada que ninguna ciudad
(al menos de eso estás seguro) puede mostrar;
cuando las cosas significan más pero se desvanecen, como lugares
que uno recuerda a medias, una campana que no está sonando ahora.
Bernard Spencer, Madras, India, 1909- Viena, 1961
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Bernard Spencer en Atenas
Notes By a Foreigner
Their opaque, restless eyes,
the last place you will find a clue to this town;
eyes that face yours or hunger past you,
darknesses cut from a woman’s evening gown.
Encounters with frequent phantoms,
women whose beauty lays a hand on your gut:
the sound of the impetuous language,
blurred as if the tongue still savoured the fruit.
Your wish to build them all
into one vision, with traffic bells, the fine
knives of the whistles, and the blind,
tapping to the world like caught souls down a mine.
The shuffle of evening crowds
past cinema lights; each sixteen-century square
where the bronze kings and heroes rein
their grave war-stallions back: and everywhere
Blocks without hope going up,
windowless brick down two gaunt sides, that back
on wat¿stes of sand and dazin lion-light
through which walk women in their mourning black.
Illusion, your old failure
to see except as a foreigner. There is just
a sense in which your town never
was true, for all its trams and banks and dust
doomed sunsets like the hell
over a town bombarded, and for all
that light that stays a half hour more
as though mad cocks had given the dawn a call.
The echo-light no town
(of this at least you can be sure), can parallel;
when things mean more yet fade, like places
you half remember, a now-not-beating bell.
lunes, 28 de junio de 2010
Malcolm Lowry / dos más
Felicidad
Montañas azules con nieve y agua azul, fría y turbulenta,
un cielo limpio lleno de estrellas que se alzan
y Venus y la luna en cuarto creciente al amanecer,
gaviotas que siguen a un bote a motor contra el viento,
árboles con ramas enraizadas en el aire —
sentado al sol del mediodía con la sombra
furiosamente humeante de la chimenea de la choza —
las águilas lanzándose en grupo viento abajo,
las golondrinas volando en retroceso,
una marca de tabaco nueva a las once,
y mi amor que vuelve en el autobús de las cuatro —
Dios mío, ¿por qué nos has dado todo esto?
Malcolm Lowry, Inglaterra, 1909-1957
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Malcolm Lowry en su choza de Dollarton, British Columbia.
Happiness
Blue mountains with snow and blue cold rough water,
A wild sky full of stars at rising
And Venus and the gibbous moon at sunrise,
Gulls following a motorboat against the wind,
Trees with branches rooted in air —
Sitting in the sun at noon with the furiously
Smoking shadow of the shack chimney —
Eagles drive downwind in one,
Terns blow backward,
A new kind of tobacco at eleven,
And my love returning on the four o'clock bus —
My God, why have you given this to us?
Sin compañía excepto el miedo
¿Cómo empezó todo esto y por qué estoy aquí
en esta barra curva con su pintura marrón cuarteada?
Papegaai, mezcal, hennessy, cerveza,
dos escupideras pegajosas, sin compañía excepto el miedo:
miedo a la luz, a la primavera, al lamento
de las aves, y a los buses que vuelan hacia lugares lejanos,
y a los estudiantes que van a las carreras,
a las niñas que saltan con el viento en la cara;
pero sin compañía, sin compañía excepto el miedo:
miedo a la fuente que mana, y todas las flores
que conocen el sol son mis enemigas,
en estas horas, ¿muertas?
Malcolm Lowry, Inglaterra, 1909-1957
Versión © Gerardo Gambolini
No Company But Fear
How did all this begin, and why am I here
At this arc of Bar with its cracked brown paint?
Papegaai, mezcal, hennessey, cerveza,
Two slimed spittoons, no company but fear:
Fear of light, of the Spring, of the complaint
Of birds, and buses flying to far places,
And the students going to the races,
Of girls skipping with the wind in their faces;
But no company, no company but fear:
Fear of the blowing fountain, and all flowers
That know the sun are my enemies,
These, dead, hours?
miércoles, 23 de junio de 2010
Wislawa Szymborska
La realidad exige...
La realidad exige
que lo digamos bien claro:
la vida sigue su curso.
Sucede así en Cannas y en Borodinó,
en los llanos de Kosovo y en Guernica.
Hay una gasolinera
en una pequeña plaza de Jericó,
hay bancos recién pintados
cerca de Bila Hora.
Las cartas van y vienen
entre Pearl Harbor y Hastings,
pasa un camión de muebles
bajo la mirada del león de Queronea
y solo un frente atmosférico amenaza
los florecientes jardines cercanos a Verdún.
Hay tanto de Todo
que lo que hay de Nada queda muy bien cubierto.
De los yates de Accio
llega la música
y en la cubierta, al sol, bailan las parejas.
Pasan siempre tantas cosas
Que seguro tienen que pasar en todas partes.
Donde hay piedra sobre piedra
hay un carro de helados
cercado por los niños.
Donde estaba Hiroshima
de nuevo está Hiroshima
y se siguen produciendo
objetos de uso cotidiano.
No le faltan encantos a este hermoso mundo
ni tampoco amaneceres
por los que merece la pena despertar.
En los campos de Maciejowice
La hierba es verde,
y en la hierba, como pasa en la hierba,
la escarcha, transparente.
Quizá no haya un lugar que no haya sido un campo de batalla,
los aún recordados,
los hoy ya olvidados,
bosques de cedros y bosques de abedules,
nieves y arenas, pantanos irisados
y barrancos de negro fracaso
donde en caso de urgencia
satisfacemos ahora nuestras necesidades.
Qué moraleja sale de todo esto: parece que ninguna.
Lo que de verdad sale es la sangre que seca rápida
y siempre algunos ríos, algunas nubes.
En esos desfiladeros trágicos
el viento se lleva los sombreros,
y es inevitable:
la imagen nos da risa.
Wislawa Szymborska, Kórnik, Polonia, 1923
de Fin y principio, 1993
Versión de Abel Murcia
imagen: soldados en Verdún
miércoles, 16 de junio de 2010
Estela Figueroa
Principios de febrero
No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.
No.
No me sostengas no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo te dije
quiero permanecer.
Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.
Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
¡Cómo agradecer el tazón
que rebosa de leche!
Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.
Estela Figueroa, Santa Fe, Argentina, 1946
imagen: Mike Stilkey, Paintings on Books
lunes, 14 de junio de 2010
Gerardo Gambolini
La soberbia no es grandeza sino hinchazón
—San Agustín
Y el Señor vagó horas de ocio
y persiguió piedras arrojadas con hastío
por su enunciado poder.
Yo existo! Yo existo! —gritaba—
Pero no había creyentes en los templos
ni blasfemos en los patios.
Así, una mañana, animó el universo inagotable
hasta la última oscuridad.
Y naciones libres y aldeas miserables
reconocieron la gloria y la ira
en la dispensa de la lluvia
y la condena de la peste.
Y la fe tocó la daga
y el pecho de los muertos. En verdad, en verdad,
tuyo es el reino y la lluvia
y la peste.
Amarás a dios por sobre todas las cosas,
dice, y dios soy yo. Y la venganza es mía.
Pero no creó el mundo
ni levantó una iglesia
ni se miró en las aguas
o en los ojos de sus obras
para ver el rostro de un demiurgo
menor, colérico, rollizo,
casto de arte, lejano de
presente, pasada, futura divinidad.
Gerardo Gambolini, Buenos Aires, Argentina, 1955
imagen: Rubens, La caída de Ícaro, 1636
domingo, 13 de junio de 2010
Mikelis Norgelis
Un emigrante letonio se despide de su amada en Riga
I
Tus pechos brillan como estrellas oscuras
en este agujero negro
en el cual desaparecemos.
Cuando estamos juntos, dijiste
es como si estuviéramos en un capullo.
Pongo mi mano sobre tu estómago
siento un extraño aleteo.
Eres una cosecha tardía
y voy a cosecharte.
II
Nunca duermes. Estás
a mi lado toda la noche
y cuando salgo a la superficie
tus ojos en la oscuridad
son como las luces de un barco
anclado frente a la costa.
“¿Qué pasa?”, digo, “¿Piensas
que ahí vienen los rusos?”
Nunca respondes. Una vez me desperté
y me estabas acunando,
abrazándome como tu hijo,
tus ojos enormes y cerca de los míos.
Sonreí, dije algo, y volví a hundirme
en los bosques de luz
ya entonces, pensando: recordaré
esto en el momento de mi muerte.
Ahora creo que ese fue el momento de mi muerte.
III
Recién llegados, volamos en la oscuridad
el aeropuerto ya está lleno en el día europeo.
Poco después del amanecer,
me dijiste que toda la semana habías imaginado
que los dos estábamos muertos.
Lo viste todo, las salas de hospital
las tumbas, una especie de liebestod.
Te dije lo que eso significaba
y luego dormimos, o casi dormimos
nuestros dedos entrelazados como un cierre
nuestras palmas como topes de locomotora presionando
y luego soñamos, o casi soñamos
que estábamos en las alturas, sobre la ciudad, caminando en la luz
fuera del tiempo, hasta que nos despertó el impulso
de contarnos uno al otro la misma cosa que habíamos soñado.
“... sé que somos uno”, dijiste
entre dormida y soñando.
Pero estás equivocada, yo estaré surcando
la noche europea sin ti, solo
entre la multitud bebedora de cerveza.
Cerraré los ojos
pero el tiempo no se detendrá
porque el tiempo, como el amor, siempre nos jode.
IV
Sigue bailando, Princesa
en la Plaza de la Ciudad Vieja.
Es de noche, la nieve ha dejado de caer
estás bailando sola
con música que solamente tú puedes oír.
Yo estoy yendo al Oeste
a enterrar mi corazón en un pantano irlandés.
Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini
imagen: Riga
A Latvian emigrant bids farewell to his beloved in Riga
I - Your breasts shine like dark stars
in this black hole
into which we disappear.
When we are together, you said
it’s like we’re in a cocoon.
I place my palm on your stomach
I feel a strange wingbeat.
You are a white harvest
and I will reap you.
II - You never sleep. All
night you lie beside me
and when I surface,
your eyes in the dark
are like the lights of a ship
anchored offshore.
“What is it”, I say, “Do you
think the Russians are coming?”
You never answer. Once I woke
to find you cradling me, holding
me tight like your child,
your eyes huge and close to mine.
I smiled, said something, and sank
back down into the forests of light
even then, thinking: I will remember
this at the moment I die.
Now, I think it was the moment I die.
III - Late arrivals, we fly in the dark
the airport is already full in the European day.
Just after dawn,
you told me you had imagined all week
that we were both dead.
You saw it all, the hospital wards
the graveyards, some kind of liebestod.
I told you what it meant,
and then we slept, or almost slept
our fingers laced together like a zip
our palms like locomotive buffers pressing
and then we dreamt, or almost dreamt
that we were high above the city, walking in light
outside of time, until we were woken by the urge
to tell each other the same thing we had dreamt.
“Know I know we are one,” you said,
between sleep and dream.
But you are wrong, I will be flying
through the European night without you, alone
in the beer-drinking crowd.
I will close my eyes
but time will not stop
because time, like love, will always fuck us.
IV - Keep dancing, Princess
on the Square in the Old City.
It is night, the snow has stopped falling
you are dancing alone
to music only you can hear.
I am travelling West
to bury my heart in an Irish bog.
Killiney Hill *
Esta ciudad se tiñó el pelo de rubio
y se hizo remodelar los pechos
para verse como la puta
en el hall de un hotel
en cualquier parte del mundo.
Yo quiero saber cómo era antes
así que subí la Colina de la Reina Victoria
para ir a ver el obelisco de la hambruna
porque sé que el hambre
es el verdadero Dios de los irlandeses.
Bajó de la montaña
y les dio dos mandamientos:
devorarás y odiarás
y reirás y bailarás y cantarás para engañar
al ángel de la muerte haciéndole creer que estás vivo.
Miro el camino barroso, colina abajo,
y creo verla alzando la vista, medio gateando
porridge de maíz pegado a los labios
sus senos cuelgan flojos y sensuales
como frutas secándose en su pecho,
que tiembla igual que la garganta de un jilguero.
Su piel es blanca como los hongos
en el frío suelo del bosque letonio
pero sus ojos y su pelo son negros
negros como el viento entre los espinos
negro como las papas pudriéndose eternamente
bajo la tierra negra.
* El parque de Killiney Hill, situado sobre la costa en el sur del condado de Dublín, fue inaugurado en 1887 como Victoria Hill, en honor a los cincuenta años en el trono de la reina Victoria de Inglaterra. En el punto más alto de la colina (170 mts. sobre el nivel del mar) se levanta el obelisco que recuerda la hambruna de 1741. Killiney Hill es actualmente una zona residencial exclusiva y sede de varias embajadas extranjeras.
Mikelis Norgelis, Riga, Letonia, 1960. Reside en Dublín, Irlanda.
Traducción del letón al inglés por Michael O’ Loughlin
versión en español © Gerardo Gambolini
Killiney Hill
This city has dyed her hair blonde
And had her breast remodelled
To look like the whore
In the hotel foyer
Anywhere in the world.
I want to know what she looked like before
So I climbed Queen Victoria’s Hill
To look at the famine obelisk
Because I know that hunger
Is the true God of the Irish.
It came down from the mountain
And gave them two commandments:
Thous shalt devour and thous shalt hate
And laugh and dance and sing to fool
The angel of death into thinking you’re alive.
Looking down the hill at the muddy path
I think I see her looking up, half-crawling
Yellow maize porridge cakes her lips
Her breasts hang slack and luscious
As dying fruit on her ribcage
Which trembles like a songbird’s throat.
Her skin is white as the mushrooms
In the cold ground of the Latvian forest
But her eyes and hair are black
Black as the wind in the thorn bush
Black as potatoes rotting forever
Deep in the black earth.
viernes, 11 de junio de 2010
Silvia Camerotto
Licópolis
¿De dónde vino la sombra fantasmal
sino de los platos que tuve en la mano?
In ictu oculi, validamos
los elementos básicos para una consumatio
Hicimos listas conspirativas:
la secuencia obligada del jabón para el baño
la versificación de la dickinson
tus manos en la carne en la masa en lo callado
Te he visto desarmar una lámpara de pie
inútilmente
Te he visto armar una lámpara de pie
inútilmente
Y entonces, mientras doblaba en dos la caja de la pizza
fue redimida la condición perecedera
Siempre fuimos tres en la conjunción de este sistema.
La causa es superior a lo causado.
Silvia Camerotto, Buenos Aires, Argentina, 1959
imagen: Rafael, Plotino
lunes, 7 de junio de 2010
José María Álvarez
Abçatritaz
Si Brittles prefiere abrir la puerta en
presencia de testigos -dijo Gilles después de
una larga pausa-, me presto sin duda a
acompañarlo —Charles Dickens
nueva Luz del mundo, Octavio, te
perdonaría (si no gustoso, el interés
le haría respetarte,
cubrirte de riquezas). Y eres aún tan bella. Sí, podrías...
Pero no seguirás ese camino.
Y no
por el amor de Antonio, ni porque fuera indigno
de quien de tantos reyes es el último,
sino algo más profundo: algo que sólo a ti te vale,
a cuanto yace en tu memoria.
Y cómo modificaría
esa huida, el pasado.
Lo que fuera esplendor
–esa gloria por la que apostaste–
ahora sería mediocridad;
la grandeza de guerras y pasiones
quedaría convertida en las vulgares
apetencias de una zorra codiciosa.
Por eso, no lo dudas.
y dejas que te vistan tus sirvientas
con tus mejores ropas, y perfumas
tu cuello, y te sientas
segura y orgullosa
en ese trono. Y sin
que la sonrisa se borre de tu boca,
metes la mano en ese cesto
de higos que se mueven, y esperas
la picadura en tu muñeca.
José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: Reginald Arthur, The Death of Cleopatra (1892)
Tumba de Keats
Referimos esto para recordar las virtudes antiguas —Polibio
como iluminados por la luna,
tierra es
de Roma.
Si llegas a esa noble
ciudad, ve donde la piedra
dice que reposa.
Como contemplando la noche
o envejecer tu rostro,
no entenderás la muerte,
pero no será extraña.
viernes, 4 de junio de 2010
César Vallejo
LV
Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.
Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a
cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un frontal,
donde hay algas, toronjiles que cantan divinos almácigos en
guardia, y versos anti sépticos sin dueño.
El miércoles, con uñas destronadas se abre las propias uñas
de alcanfor, e instila por polvorientos
harneros, ecos, páginas vueltas, sarros,
zumbidos de moscas
cuando hay muerto, y pena clara esponjosa y cierta esperanza.
Un enfermo lee La Prensa, como en facistol.
Otro está tendido palpitante, longirrostro,
cerca a estarlo sepulto.
Y yo advierto un hombro está en su sitio
todavía y casi queda listo tras de éste, el otro lado.
Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsuelo empatrullado,
y se está casi ausente
en el número de madera amarilla
de la cama que está desocupada tanto tiempo
allá .....................................
enfrente.
LVI
Todos los días amanezco a ciegas
a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,
sin probar ni gota de él, todas las mañanas.
Sin saber si he logrado, o más nunca,
algo que brinca del sabor
o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará
hasta dónde esto es lo menos.
El niño crecería ahito de felicidad
oh albas,
ante el pesar de los padres de no poder dejarnos
de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;
ante ellos que, como Dios, de tanto amor
se comprendieron hasta creadores
y nos quisieron hasta hacernos daño.
Flecos de invisible trama,
dientes que huronean desde la neutra emoción,
pilares
libres de base y coronación,
en la gran boca que ha perdido el habla.
Fósforo y fósforo en la oscuridad,
lágrima y lágrima en la polvareda.
César Vallejo, Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, 1938
de Trilce (1922)
imagen: s/d