El espejo
Una región del muro está hechizada.
Sólo el ojo lo sabe.
Un cristal incansable paso a paso repite
las rectas sombras que la tarde desplaza.
Terriblemente dócil, no desdeña
la vertical sinuosa de una hormiga extraviada
y al fondo de sus cámaras
también crecen las plantas.
A veces miro ese país extraño
cuyos hombres no tienen más lenguaje que el gesto,
ese país sin música.
Sé que no puedo ser ese hombre que me mira,
sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea.
Cuando la noche apaga las letras y los ángulos,
en su país de eclipses él no te ama.
William Ospina, Colombia, 1954.
imagen: s/d
Nietzsche
Está muriendo un Dios en el centro de un ópalo del color del crepúsculo.
Está muriendo una hoja de hierba en el pecho de Cristo.
Está muriendo una rosa en el aire estancado de la catedral de Maguncia,
traspasada en el aire por una quemante aguja del sol.
Está muriendo una llanura donde retozan embriagados leopardos.
Está muriendo un ángel sobre un glaciar blanquísimo.
Está muriendo un barco lleno de ancianos en una colina del
cielo, en un aire cargado de delfines livianos y azules.
Está muriendo una cúpula bajo el asedio de las mariposas.
Está muriendo un lupanar lujoso y sonoro de besos enfermos.
Está muriendo mi corazón bajo los crueles halcones del olvido de Lou.
Me estoy borrando en sus pupilas bellas y esperanzadas como lienzos.
Está muriendo un pájaro en un bosque de nubes.
Está muriendo una lucha glacial bajo mis sábanas de seda.
Algo muy bello está borrándose por las bahías de mi infancia.
Algo muy triste calla en sus violines.
William Ospina, Colombia, 1954.
miércoles, 12 de enero de 2011
William Ospina
domingo, 9 de enero de 2011
Derek Walcott
Mañana, mañana
Recuerdo las ciudades que nunca he visto
exactamente. Venecia la de las venas plateadas, Leningrado
con sus minaretes de caramelo retorcido. París. Pronto
los impresionistas estarán haciendo sol con la sombra.
¡Oh! y los callejones de Hyderabad como una cobra desenroscándose.
Haber amado un solo horizonte es insularidad;
ciega la visión, estrecha la experiencia.
El espíritu está dispuesto, pero la mente es sórdida.
La carne se desperdicia bajo sábanas llenas de migas,
ampliando la Weltanschauung con revistas.
Hay un mundo al otro lado de la puerta, pero qué terrible
es estar con tus valijas en un escalón frío cuando el alba
vuelve rosa los ladrillos, y antes de que empieces a lamentarlo,
tu taxi llega tocando una vez la bocina,
se acerca al cordón como un coche fúnebre — y uno sube.
Derek Walcott, Santa Lucía, 1930
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d
Tomorrow, Tomorrow
I remember the cities I have never seen
exactly. Silver-veined Venice, Leningrad
with its toffee-twisted minarets. Paris. Soon
the Impressionists will be making sunshine out of shade.
Oh! and the uncoiling cobra alleys of Hyderabad.
To have loved one horizon is insularity;
it blindfolds vision, it narrows experience.
The spirit is willing, but the mind is dirty.
The flesh wastes itself under crumb-sprinkled linens,
widening the Weltanschauung with magazines.
A world’s outside the door, but how upsetting
to stand by your bags on a cold step as dawn
roses the brickwork and before you start regretting,
your taxi's coming with one beep of its horn,
sidling to the curb like a hearse — so you get in.
Cierre
Yo vivo junto al agua
solo. Sin esposa ni hijos,
le he dado vueltas a cada posibilidad
hasta llegar a esto:
una casa humilde junto a un agua gris,
con ventanas siempre abiertas
al mar rancio. No elegimos estas cosas,
sino que somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
nos quitamos la carga pero no nuestra necesidad
de cargas. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, no le pido nada
a la poesía sino sentir de verdad,
ninguna piedad, ni fama, ni curación. Callada esposa,
podemos sentarnos a mirar el agua gris,
y en una vida inundada
de mediocridad y basura
vivir como las rocas.
Yo voy a olvidar la sensibilidad,
voy a olvidar mi don. Eso es más importante
y más difícil que lo que ahí pasa por vida.
Derek Walcott, Santa Lucía, 1930
Versión © Gerardo Gambolini
Winding Up
I live on the water,
alone. Without wife and children,
I have circled every possibility
to come to this:
a low house by grey water,
with windows always open
to the stale sea. We do not choose such things,
but we are what we have made.
We suffer, the years pass,
we shed freight but not our need
for encumbrances. Love is a stone
that settled on the sea-bed
under grey water. Now, I require nothing
from poetry but true feeling,
no pity, no fame, no healing. Silent wife,
we can sit watching grey water,
and in a life awash
with mediocrity and trash
live rock-like.
I shall unlearn feeling,
unlearn my gift. That is greater
and harder than what passes there for life.
jueves, 6 de enero de 2011
Edgar Allan Poe
A F—s S. O—d
¿Deseas ser amada? ¡Tu corazón entonces
no apartes de la senda que transita!
Siendo todo lo que eres,
en nada seas distinta.
Así para el mundo, tus delicadas maneras,
tu gracia, tu indescriptible belleza,
serán eterno motivo de elogio,
y el amor, un simple imperativo.
Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d
To F—s. O—d
Thou wouldst be loved? – then let thy heart
From its present pathway part not!
Being everything which now thou art,
Be nothing which thou art not.
So with the world thy gentle ways,
Thy grace, thy more than beauty,
Shall be an endless theme of praise,
And love – a simple duty.
Sueños
¡Oh, si mi vida fuera un sueño duradero!
Mi alma no despertaría hasta que el alba trajera
el brillo de una Eternidad.
Sí, aunque ese largo sueño fuese de un dolor irremediable,
sería mejor que la fría realidad de la vigilia
para aquel cuyo corazón, sobre la bella tierra,
debe ser –y siempre ha sido–
un caos de pasión, desde la cuna.
Pero si fuera –ese sueño eternamente
continuo– como los sueños de mi niñez,
sería necio esperar un paraíso más sublime.
Porque me he deleitado, cuando el sol era brillante,
en cielos de verano, en sueños de luz viva
y de belleza; y he llevado mi propio corazón
a regiones que yo mismo imaginé,
lejos de mi hogar, con seres nacidos
de mi propio pensamiento. ¿Qué más podría haber visto?
Fue una vez, y sólo una vez, y el momento
no se borrará de mi memoria; algún hechizo o poder
me había dominado; el viento helado vino a mí en la noche
y dejó su imagen en mi alma al alejarse,
o la luna brilló demasiado fríamente en su apogeo,
velando mi descanso, o las estrellas... Como haya sido,
aquel sueño fue como ese viento nocturno: que pase...
He sido feliz, pero en un sueño.
Oh, los sueños, con su vívido disfraz
o con su esfuerzo fugaz y nebuloso
por parecerse a la realidad, ofrecen a la mirada febril
más cosas bellas del Cielo y del Amor
de las que jamás conoció la joven Esperanza
en su hora más alegre.
Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini
Dreams
Oh! that my young life were a lasting dream!
My spirit not awakening, till the beam
Of an Eternity should bring the morrow.
Yes! tho’ that long dream were of hopeless sorrow,
’Twere better than the cold reality
Of waking life, to him whose heart must be,
And hath been still, upon the lovely earth,
A chaos of deep passion, from his birth.
But should it be – that dream eternally
Continuing – as dreams have been to me
In my young boyhood – should it thus be given,
’Twere folly still to hope for higher Heaven.
For I have revell’d, when the sun was bright
I’ the summer sky, in dreams of living light
And loveliness, – have left my very heart
In climes of my imagining, apart
From mine own home, with beings that have been
Of mine own thought- what more could I have seen?
’Twas once- and only once – and the wild hour
From my remembrance shall not pass – some power
Or spell had bound me – ‘twas the chilly wind
Came o’er me in the night, and left behind
Its image on my spirit – or the moon
Shone on my slumbers in her lofty noon
Too coldly – or the stars – howe’er it was
That dream was as that night-wind – let it pass.
I have been happy, tho’ in a dream.
I have been happy – and I love the theme:
Dreams! in their vivid coloring of life,
As in that fleeting, shadowy, misty strife
Of semblance with reality, which brings
To the delirious eye, more lovely things
Of Paradise and Love – and all our own!
Than young Hope in his sunniest hour hath known.
Lucero de la tarde
Era en pleno verano,
en mitad de la noche,
y pálidas lucían las estrellas
ante la gélida luna
encumbrada en las Alturas.
Rodeada de planetas
–sus esclavos–, su luz brillante
bañaba las aguas.
Contemplé durante un rato
su fría sonrisa – demasiado fría,
demasiado fría para mí.
De pronto, una nube fugaz
pasó, como un sudario,
y me volví para mirarte,
orgulloso lucero de la tarde,
en tu lejano esplendor.
Y más preciado será tu brillo,
pues la orgullosa parte que de noche
te toca en el Cielo
es gozo para mi alma,
y más admiro tu fuego distante
que esa luz más fría y menos noble.
Edgar A. Poe, Boston, 1809 – Baltimore, 1849
Versión © Gerardo Gambolini
Evening Star
‘Twas noontide of summer,
And mid-time of night;
And stars, in their orbits,
Shone pale, thro’ the light
Of the brighter, cold moon,
‘Mid planets her slaves,
Herself in the Heavens,
Her beam on the waves.
I gazed awhile
On her cold smile;
Too cold – too cold for me –
There pass’d, as a shroud,
A fleecy cloud,
And I turned away to thee,
Proud Evening Star,
In thy glory afar,
And dearer thy beam shall be;
For joy to my heart
Is the proud part
Thou bearest in Heaven at night,
And more I admire
Thy distant fire,
Than that colder, lowly light.
martes, 4 de enero de 2011
Diego Bigongiari
Entropía
Oh Entropía irremediable — como una medianoche
de borrachos: cada una de nuestras naves
naufraga en los curvos océanos del
tiempo. Y aún entonces
no andaremos más allá ni más acá
de un dónde.
Al final, solamente habremos
diluido la tinta negra del Océano
con algunos pétalos de rosa.
Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956
imagen: s/d
Tatuajes
Caballos de fuego, salamandras y dragones: la piel
de los marineros y sus hieródulas padece, en tetracromía,
una infección mitológica, los íncubos
del Tatuador que siempre sueña, de Hamburgo
a Hong Kong, con un misterioso zodíaco.
Solamente Él, y el Sol y la Luna conocen
todos aquellos fragmentos y saben leer, a través
de los siete mares, como en las páginas de un Zohar
dispersas en el viento, los alephs, las mariposas,
los unicornios y mandalas.
Y los tatuajes de los muertos vuelven así
a ser soñados y tatuados.
Suceden cosas raras.
Conocí a un marinero con una Serpiente Emplumada
tatuada en el tórax, y no había oído nombrar jamás
a D. H. Lawrence, ni Quetzacoatl.
Pero podía enseñar, Oniris Causa, todo sombre ambos.
Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956
Un ajedrez para argonautas
Meridianos y paralelos rayan al Océano como un
inmenso tablero de ajedrez donde el buque mueve a la
manera de una Torre o un Alfil y la mente en zig zag, como
el Caballo de Shklovsky (pero los caballos, sostuvo Malaparte,
están locos)
mientras un poderoso cronómetro filtra toda impureza
en el Tiempo, hasta que al fin solos (Torre y Caballo en
un tablero desierto), sin más reinas ni reyes
que defender o jaquear, y sin peones para esquivar
o pasar a contramano, es dable irse de tablas
por el resto de los días: y es así como el ajedrez
deja de ser una chinecería y se transmuta
en un juego más profundo.
Diego Bigongiari, Buenos Aires, Argentina, 1956
domingo, 2 de enero de 2011
Gerardo Gambolini
Laicos en el templo
Una marea incontable
desfilando ante los cuerpos
con salmos y elegías
Una marea incontable
canonizando al césar, produciendo
ceremonia
Quédate lejos, dios,
sigue ocurriendo en la conjetura
no vengas a la fe del paganismo
No cesará la noche encubierta —
algo indominable nos condena a combatir
el clero de la mente con mesías
Gerardo Gambolini, Argentina, 1955
imagen: Tres peregrinos ciegos (1566), Pieter Brueghel el Viejo
probablemente copia de un original perdido
jueves, 30 de diciembre de 2010
José María Álvarez / 4 poemas
—No puedo ver las velas altas, capitán —Joseph Conrad
in memoriam Joseph Conrad
Sobre la playa el viento de Septiembre
abre extraños caminos. Silenciosas aves
del mar escoltan unos restos
y que las olas borrarán.
Algo que fue navío, soledad de delfín,
sueño de hombres.
Así el Arte.
Y las cenizas del amor.
Farsa italiana de la enamorada del rey
El enamorado recorre su camino a ciegas —Propercio
Tus labios están calientes —William Shakespeare
El firmamento giratorio es para mí como el oro de una sortija que todo lo ciñe y en la que tú eres la piedra preciosa —Ibn Hazm
Sé bella
Deja que el planeta camine hacia el hielo
Todo pasa menos la belleza
Clava en mis ojos tu bandera negra
Aymant
Como a Bennvenuto Cellini -hacia quien experimento mayor inclinación de la que tengo por los otros maestros del Quattrocento-, me gusta vagar por la arena abandonada por la marea, recogiendo conchas, guijas —Claude Lévi-Strauss
...Las viejas playas. A las que siempre
algo
te lleva. Como ningún otro latido
del mundo, esas orillas...
Caminas por el filo de las aguas. El sol que las traspasa,
ese velo cristalino,
y esas conchas
medio enterradas en la arena, y esas cintas
azules
que la luz dibuja.
No es tu memoria
quien reconoce,
donde existe depositada esa luz, esos colores,
estas orillas transparentes, la sensación
de la mar en tus dedos.
Es una dicha sin pasado. Sólo su instante
de exaltación, la
Vida
más allá
de lo comprensible.
Bezahar
Míos fueron, mi corazón,
los vuestros ojos morenos.
¿Quién los hizo ser ajenos?
—Cancionero anónimo
En estos tiempos que corren, provechoso es disponer de una mujer hermosa — Alessandra Mancinghi-Strozzi
Estas divertidas divagaciones levantaron por un momento su ánimo, y entregose a la contemplación — Joris-Karl Huysmans
El oro de la tarde
sobre el mar de tu cuerpo
El crepúsculo ardiendo en tu mirada
El ulular de sirenas de tus entrañas
Nuestras lenguas enlazándose como pájaros suntuosos
Contemplando tu belleza y mi deseo
acepto la vida
José María Álvarez, Cartagena, España, 1942
imagen: s/d
martes, 28 de diciembre de 2010
Fernando Pessoa
En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches...
En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches,
En la noche de insomnio, sustancia natural de todas mis noches,
Recuerdo, velando en modorra incómoda,
Recuerdo lo que hice y lo que podía haber hecho en la vida.
Recuerdo, y una angustia
Se derrama por mí como un frío del cuerpo o un miedo.
Lo irreparable de mi pasado: ¡ése es el cadáver!
Todos los otros cadáveres quizá sean ilusiones.
Todos los muertos quizá estén vivos en otra parte.
Todos mis propios momentos pasados quizá existan por ahí,
En la ilusión del espacio y del tiempo,
En la falsedad del devenir.
Pero lo que yo no fui, lo que no hice, lo que ni siquiera soñe;
Lo que sólo ahora veo que debería haber hecho,
Lo que sólo ahora claramente veo que debería haber sido...
Es lo que está muerto más allá de todos los Dioses,
Eso —y fue al fin lo mejor de mí— es lo que ni los Dioses hacen vivir...
Si a cierta altura
Hubiese doblado hacia la izquierda en lugar de hacia la derecha;
Si a cierta altura
Hubiese dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí;
Si en cierta conversación
Hubiese tenido las frases que sólo ahora, en el entresueño, elaboro...
Si todo eso hubiese sido así,
Sería otro hoy, y tal vez el universo entero
Sería llevado insensiblemente a ser otro también,
Pero no doblé hacia el lado irreparablemente perdido,
No doblé ni pensé en doblar, y sólo ahora lo percibo;
Pero no dije no o no dije sí, y sólo ahora veo lo que no dije;
Pero las frases que faltó decir en ese momento me surgen todas,
Claras, inevitables, naturales,
La conversación cerrada concluyente,
La materia toda resuelta...
Pero sólo ahora lo que nunca fue, ni será hacia atrás, me duele.
Lo que de veras fallé no tiene ninguna esperanza
En ningún sistema metasfísico.
Puede ser que para otro mundo pueda llevar lo que soñé,
¿Pero podré llevar para otro mundo lo que me olvidé de soñar?
Esos sí, los sueños por tener, son el cadáver.
Lo entierro en mi corazón para siempre, para todo el tiempo, para todos los universos.
Esta noche donde no duermo, y el sosiego me cerca
Como una verdad de la que no participo,
Y allá fuera la luna, como una esperanza que no tengo,
es invisible para mí.
Fernando Pessoa, Lisboa, 1888-1935
Fernando Pessoa, Poemas, Ed. Fabril, Bs. As., 1972
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: Retrato de Pessoa por J. L. Roth
Na noite terrível, substância natural de todas as noites,
Na noite de insónia, substância natural de todas as minhas noites,
Relembro, velando em modorra incómoda,
Relembro o que fiz e o que podia ter feito na vida.
Relembro, e uma angústia
Espalha-se por mim todo como um frio do corpo ou um medo.
O irreparável do meu passado — esse é que é o cadáver!
Todos os outros cadáveres pode ser que sejam ilusão.
Todos os mortos pode ser que sejam vivos noutra parte.
Todos os meus próprios momentos passados pode ser que existam algures,
Na ilusão do espaço e do tempo,
Na falsidade do decorrer.
Mas o que eu não fui, o que eu não fiz, o que nem sequer sonhei;
O que só agora vejo que deveria ter feito,
O que só agora claramente vejo que deveria ter sido —
Isso é que é morto para além de todos os Deuses,
Isso — e foi afinal o melhor de mim — é que nem os Deuses fazem viver…
Se em certa altura
Tivesse voltado para a esquerda em vez de para a direita;
Se em certo momento
Tivesse dito sim em vez de não, ou não em vez de sim;
Se em certa conversa
Tivesse tido as frases que só agora, no meio-sono, elaboro —
Se tudo isso tivesse sido assim,
Seria outro hoje, e talvez o universo inteiro
Seria insensivelmente levado a ser outro também.
Mas não virei para o lado irreparavelmente perdido,
Não virei nem pensei em virar, e só agora o percebo;
Mas não disse não ou não disse sim, e só agora vejo o que não disse;
Mas as frases que faltou dizer nesse momento surgem-me todas,
Claras, inevitáveis, naturais,
A conversa fechada concludentemente,
A matéria toda resolvida…
Mas só agora o que nunca foi, nem será para trás, me dói.
O que falhei deveras não tem esperança nenhuma
Em sistema metafísico nenhum.
Pode ser que para outro mundo eu possa levar o que sonhei.
Mas poderei eu levar para outro mundo o que me esqueci de sonhar?
Esses sim, os sonhos por haver, é que são o cadáver.
Enterro-o no meu coração para sempre, para todo o tempo, para todos os universos.
Nesta noite em que não durmo, e o sossego me cerca
Como uma verdade de que não partilho,
E lá fora o luar, como a esperança que não tenho, é invisível p’ra mim.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Arturo Chemes
Mueca vencida
Le explicó que uno era
el pasado
y él no lo sabía
y el pasado en realidad
era el presente
o el presente
era un pasado continuo
un futuro imperfecto
insuficiente, inmerecido
Y él no hacía nada
para cambiarlo
y se quedaba ahí pasivamente
mientras el mundo
se iba cayendo a pedazos
y era inútil esperar
que hiciera algo
y merecía la condena de los tibios
el destierro de los mansos
la medalla del dolor
Y no la vio más
Arturo Chemes, Bs. As., Argentina, 1955
imagen: s/d
jueves, 23 de diciembre de 2010
Miguel Gaya
de Colección Robin Hood (1994)
Harto sorprendiéndose Robinson Crusoe
de la huella estampada
en arena húmeda
Pie desnudo en el reino
de la soledad
Así
caviloso
me detengo en las señales que tu cuerpo deja
en desolado territorio
Desnudo también
para mejores días
≈
La condena del Hombre
que Ríe:
Toda belleza sucede
afuera
No puedo salir
de tu corazón
que pasa
≈
Ella usaba el pelo
como el Príncipe Valiente
y modales impropios
de la familia real
Combatimos mucho
en batallas privadas
y nunca hubo acuerdo
sobre la victoria
Sin tiempo para sagas
ni conciencia de gestos
que pudieran cantarse
no dejamos tras nuestro
más que
toscos mensajes
señales urgentes
que no fueron leyenda:
“La cerveza en la heladera
Ya no hay comida
Besos”
≈
Para que engorde el caldo
le ponemos
cosas innombrables.
Para que tenga sustancia.
Y después negamos
“Tiene choclo nomás
alguna tripa gorda...”
Tierra de ranqueles es esta
De cristianos dudosos.
Más que de mentiras
nos alimentamos de ocultamientos
Todos comimos
Carne de yegua
gusanos de la tierra.
Miguel Gaya, Buenos Aires, Argentina, 1953
lunes, 20 de diciembre de 2010
T. S. Eliot
“Una fría jornada la que tuvimos,
justo la peor época del año
para un viaje, y un viaje tan largo:
los caminos recónditos y el aire que cortaba,
lo más crudo del invierno.”
Y los camellos molestos, reacios, las patas lastimadas,
echados en la nieve que se fundía.
Hubo momentos en que añoramos
los palacios de verano en las laderas, las terrazas,
y las jóvenes delicadas trayéndonos refrescos.
Los camelleros gruñendo y maldiciendo, además,
y desertando, ansiosos de licor y de mujeres,
y las hogueras nocturnas que se apagaban, y la falta de refugios,
y las ciudades hostiles y los pueblos inhóspitos
y las aldeas sucias que cobraban precios altos:
una fría jornada la que tuvimos.
Al final preferimos viajar la noche entera,
durmiendo de a ratos,
con las voces zumbando en nuestros oídos, diciéndonos
que aquello era todo una locura.
Entonces, al alba, bajamos a un valle templado,
húmedo, bajo las nieves perpetuas, oliendo a vegetación,
con un arroyo que corría y un molino de agua acompasando la oscuridad,
y tres árboles recortados contra el cielo
y un viejo caballo blanco alejándose al galope por el prado.
Llegamos luego a una taberna con hojas de parra sobre el dintel,
seis manos en una puerta abierta jugando a los dados por piezas de plata,
y pies que pateaban odres vacíos.
Pero no obtuvimos ninguna información, y entonces seguimos
y al caer la noche, ya casi tarde,
hallamos el sitio; fue (podría decirse) satisfactorio.
Todo eso, recuerdo, fue hace mucho,
y lo haría de nuevo, pero anotad
esto, anotad
esto: ¿fuimos guiados tan lejos
a un Nacimiento o una Muerte? Hubo un Nacimiento, ciertamente,
tuvimos sin duda prueba de ello. Yo había visto nacimientos y muertes,
pero había pensado que eran diferentes; este Nacimiento
fue una amarga y dura agonía para nosotros, como la Muerte, nuestra muerte.
Volvimos a nuestro hogar, estos Reinos,
pero ya no más a gusto aquí, con el viejo orden,
con un pueblo extraño aferrándose a sus dioses.
Me pondría contento de otra muerte.
Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: Gustave Doré, Les rois mages guidés par l’etoile (1865)
Journey of the Magi
“A cold coming we had of it,
Just the worst time of the year
For a journey, and such a journey:
The ways deep and the weather sharp,
The very dead of winter.”
And the camels galled, sore-footed, refractory,
Lying down in the melting snow.
There were times we regretted
The summer palaces on slopes, the terraces,
And the silken girls bringing sherbet.
Then the camel men cursing and grumbling
And running away, and wanting their liquor and women,
And the night-fires going out, and the lack of shelters,
And the cities hostile and the towns unfriendly
And the villages dirty and charging high prices:
A hard time we had of it.
At the end we preferred to travel all night,
Sleeping in snatches,
With the voices singing in our ears, saying
That this was all folly.
Then at dawn we came down to a temperate valley,
Wet, below the snow line, smelling of vegetation;
With a running stream and a water-mill beating the darkness,
And three trees on the low sky,
And an old white horse galloped away in the meadow.
Then we came to a tavern with vine-leaves over the lintel,
Six hands at an open door dicing for pieces of silver,
And feet kicking the empty wine-skins.
But there was no imformation, and so we continued
And arrived at evening, not a moment too soon
Finding the place; it was (you may say) satisfactory.
All this was a long time ago, I remember,
And I would do it again, but set down
This set down
This: were we led all that way for
Birth or Death? There was a Birth, certainly,
We had evidence and no doubt. I had seen birth and death,
But had thought they were different; this Birth was
Hard and bitter agony for us, like Death, our death.
We returned to our places, these Kingdoms,
But no longer at ease here, in the old dispensation,
With an alien people clutching their gods.
I should be glad of another death.