lunes, 20 de diciembre de 2010

T. S. Eliot


El viaje de los Reyes Magos

“Una fría jornada la que tuvimos,
justo la peor época del año
para un viaje, y un viaje tan largo:
los caminos recónditos y el aire que cortaba,
lo más crudo del invierno.”
Y los camellos molestos, reacios, las patas lastimadas,
echados en la nieve que se fundía.
Hubo momentos en que añoramos
los palacios de verano en las laderas, las terrazas,
y las jóvenes delicadas trayéndonos refrescos.
Los camelleros gruñendo y maldiciendo, además,
y desertando, ansiosos de licor y de mujeres,
y las hogueras nocturnas que se apagaban, y la falta de refugios,
y las ciudades hostiles y los pueblos inhóspitos
y las aldeas sucias que cobraban precios altos:
una fría jornada la que tuvimos.
Al final preferimos viajar la noche entera,
durmiendo de a ratos,
con las voces zumbando en nuestros oídos, diciéndonos
que aquello era todo una locura.

Entonces, al alba, bajamos a un valle templado,
húmedo, bajo las nieves perpetuas, oliendo a vegetación,
con un arroyo que corría y un molino de agua acompasando la oscuridad,
y tres árboles recortados contra el cielo
y un viejo caballo blanco alejándose al galope por el prado.
Llegamos luego a una taberna con hojas de parra sobre el dintel,
seis manos en una puerta abierta jugando a los dados por piezas de plata,
y pies que pateaban odres vacíos.
Pero no obtuvimos ninguna información, y entonces seguimos
y al caer la noche, ya casi tarde,
hallamos el sitio; fue (podría decirse) satisfactorio.

Todo eso, recuerdo, fue hace mucho,
y lo haría de nuevo, pero anotad
esto, anotad
esto: ¿fuimos guiados tan lejos
a un Nacimiento o una Muerte? Hubo un Nacimiento, ciertamente,
tuvimos sin duda prueba de ello. Yo había visto nacimientos y muertes,
pero había pensado que eran diferentes; este Nacimiento
fue una amarga y dura agonía para nosotros, como la Muerte, nuestra muerte.
Volvimos a nuestro hogar, estos Reinos,
pero ya no más a gusto aquí, con el viejo orden,
con un pueblo extraño aferrándose a sus dioses.
Me pondría contento de otra muerte.

Thomas Stearn Eliot, St. Louis, Missouri, 1888 - Londres, 1965
versión © Gerardo Gambolini
imagen: Gustave Doré, Les rois mages guidés par l’etoile (1865)



Journey of the Magi

“A cold coming we had of it,
Just the worst time of the year
For a journey, and such a journey:
The ways deep and the weather sharp,
The very dead of winter.”
And the camels galled, sore-footed, refractory,
Lying down in the melting snow.
There were times we regretted
The summer palaces on slopes, the terraces,
And the silken girls bringing sherbet.
Then the camel men cursing and grumbling
And running away, and wanting their liquor and women,
And the night-fires going out, and the lack of shelters,
And the cities hostile and the towns unfriendly
And the villages dirty and charging high prices:
A hard time we had of it.
At the end we preferred to travel all night,
Sleeping in snatches,
With the voices singing in our ears, saying
That this was all folly.

Then at dawn we came down to a temperate valley,
Wet, below the snow line, smelling of vegetation;
With a running stream and a water-mill beating the darkness,
And three trees on the low sky,
And an old white horse galloped away in the meadow.
Then we came to a tavern with vine-leaves over the lintel,
Six hands at an open door dicing for pieces of silver,
And feet kicking the empty wine-skins.
But there was no imformation, and so we continued
And arrived at evening, not a moment too soon
Finding the place; it was (you may say) satisfactory.

All this was a long time ago, I remember,
And I would do it again, but set down
This set down
This: were we led all that way for
Birth or Death? There was a Birth, certainly,
We had evidence and no doubt. I had seen birth and death,
But had thought they were different; this Birth was
Hard and bitter agony for us, like Death, our death.
We returned to our places, these Kingdoms,
But no longer at ease here, in the old dispensation,
With an alien people clutching their gods.
I should be glad of another death.

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