domingo, 17 de abril de 2011

Fred Johnston


Fe

Conoceré a una chica de pelo brillante —
eso dice mi horóscopo en The Star

después de misa, una mujer murmura
sobre milagros en Bosnia, los ciegos verán

apostamos sobre seguro: Dios como croupier
hay nuevos demonios en las mesas

podemos hablar con igual inocencia
del Bundesbank y de las hadas

este abandono infantil del alma
facilita el asesinato y la magia

yo siempre soy dos personas: me santiguo
al pasar por una iglesia, no

permito espinos en la casa —
temo a lo que no se puede demostrar

y no hago caso a lo que está demostrado —
hay una piedra en mí que no se puede sacar.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Faith

I will meet a girl whith shining hair —
so says my horoscope in The Star

after Mass, a woman whispers of
miracles in Bosnia, the blind will see

we hedge our bets, God as croupier
there are new demons at the tables

we can talk with equal innocence
about the Bundesbank and fairies

this child’s soul-carelessness
makes murder and magic easy

I am always to people: I bless
myself outside a church, I do not

allow whitethorn in the house —
I fear what cannot be proved

and shrug off that which is —
there is a stone in me that cannot be removed.


Requiem

Mi padre murió serenamente, sin alboroto
en una sala inundada de luz apocalíptica
vimos el último jadeo de su pecho
un sonido como de seda arrastrada entre los dedos
mientras el alma magullada le salía con trabajo
por entre los dientes apretados
que se habían negado a separarse durante días
para susurrar ahora una palabra del nuevo mundo
que resistió con fiebres y semi-vigilias
sus manos garabatearon en las sábanas jeroglíficos absurdos
sus rodillas descarnadas formaron los Montes de la Luna
se convirtió en un continente que ningún hombre cuerdo exploraría
y cuando llegó el fin, fue absurdamente común
sencillamente se fue, sin molestarnos
como si el fantasma de él fuera todo lo que jamás había habido
invisible por tanto tiempo, un aliento que iba y venía
nada más. Su muerte pasó inadvertida
hasta que un silbido lunático perforó nuestros recuerdos
guardados de él. Una máquina brillante y lustrosa
trazó una línea por su vida, una serie de números verdes
dieron la hora y el minuto —
latitud, longitud, podíamos definir
el último lugar de la tierra donde había sido visto con vida
y eso es de lo que hablamos, lo que recordamos.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini


Requiem

My father died quietly, without fuss
In a room drenched with apocalyptic light
We saw the last heaving of his chest
A sound like silk drawn through your fingers
As the bruised soul squeezed out between clenched
Teeth that had refused to part for days now
To whisper one word of the new world
He resisted through fevers and half-wakings
His hand scrawled mad hieroglyphs on the sheets
His claw-boned knees drew up the Mountains of the Moon
He became a continent no sane man would explore
And when the end came it was absurdly unremarkable
Without disturbing us, he simply went away
As if the ghost of him was all there had ever been
For so long invisible, a breath that came and went
Nothing more. Hys dying passed unnoticed
Until a lunatic whine pierced our lucky-bag
Memories of him. A sleek polished machine
Drew a line through his life, a set of green numbers
Gave the hour and the minute —
Latitude, longitude, we could pinpoint
The last place on earth he’d been seen alive
And this is what we talked about, what we remembered.



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