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sábado, 6 de abril de 2013

Manuel Bandeira






 Fiebre, hemoptisis, disnea y sudores nocturnos.
La vida entera que podía haber sido y que no fue.
Tos, tos, tos.

Mandó llamar al médico:
–Diga treinta y tres.
–Treinta y tres... treinta y tres... treinta y tres...
–Respire.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

–Usted tiene una cavidad en el pulmón izquierdo y el pulmón derecho infiltrado.
–Entonces, doctor, ¿no podemos probar el pneumotórax?
–No. Lo único que se puede hacer es tocar un tango argentino. 




Dos veces se muere:
Primero en la carne, después en el nombre.
La carne desaparece, el nombre persiste pero
Vaciándose de su casto contenido
-Tantos gestos, palabras, silencios-
Hasta que un día sentimos,
Con un golpe de espanto (¿o de remordimiento?)
Que el nombre querido ya no suena como los otros.

Santinha nunca fue para mí el diminutivo de Santa.
Ni Santa fue nunca para mí la mujer sin pecado.
Santinha era dos ojos miopes, cuatro incisivos a flor de boca.
Era la intuición rápida, el miedo de todo, un cierto modo de decir “Válgame Dios”.

Adelaide no fue para mí solamente Adelaide,
Sino Cabellera de Berenice, Innominada, Casiopea.
Adelaide, hoy apenas sustantivo propio femenino.

Los epitafios también se apagan, bien lo sé.
Más lentamente, sin embargo, que las reminiscencias
En la carne, menos inviolable que la piedra de las tumbas.


Manuel Bandeira, Pernambuco, Brasil, 1886-1968
versiones de Rodolfo Alonso
imagen: s/d


Pneumotórax

Febre, hemoptise, dispnéia e suores noturnos. / A vida inteira que podia ter sido e que não foi. / Tosse, tosse, tosse. // Mandou chamar o médico: / - Diga trinta e tres. / - Trinta e tres...trinta e tres...trinta e tres... / - Respire. //  - O senhor tem una escavação no pulmão esquerdo e o pulmão direito infiltrado. / - Então, doutor, não é possível tentar o pneumotórax? / - Não. A única coisa a fazer é tocar um tango argentino.


Os nomes

Duas vezes se morre: / Primeiro na carne, depois no nome. / A carne desaparece, o nome persiste mas / Esvaziando-se de seu casto conteúdo / – Tantos gestos, palavras, silêncios – / Até que um dia sentimos, / Com uma pancada de espanto (ou de remorso?) / Que o nome querido já não nos soa como os outros. // Santinha nunca foi para mim o diminutivo de Santa. / Nem Santa nunca foi para mim a mulher sem pecado. / Santinha eram dois olhos míopes, quatro incisivos claros à flor da boca. / Era a intuição rápida, o medo de tudo, um certo modo de dizer “Meu Deus, velei-me”. //  
Adelaide não foi para mim Adelaide somente. / Mas Cabeleira de Berenice, Inominata, Cassiopéia. / Adelaide hoje apenas substantivo próprio feminino. // Os epitáfios também se apagam, bem sei. / Mas lentamente, porém, do que as reminiscências / Na carne, menos inviolável do que a pedra dos túmulos.