No hay sitio, no hay tiempo, no hay
carta de Caracas.
Hay calor, es atroz.
Algo sucede, es evidente,
sueños idos podrían ser, algún
lamento.
Alguien traza un final, algo se agota;
es imperioso estar en algún sitio,
y no hay sitio
ni tiempo
ni carta de Caracas.
Cecí, mi corazón no es gran cosa:
pulcritudes,
lo diurno,
el aseado lugar.
Arranquemos tu piel devastadora
a mi día de trabajo.
No quiero el mal de tantos,
las feroces alegrías,
vidas que no viviré.
No conviene que un hombre
se agote en el amor.
Devuélveme el corazón, Cecí.
Mi corazón no es gran cosa.
Inquietante lección de los jazmines:
cuanto más agonizan más perfuman.
Doblados sobre el tallo,
yendo del blanco luz al blanco macilento,
caen y se pudren
mientras perfuman sin tregua
el cuarto en que aún resisto.
Las calles ordenadas por el miedo están sembradas
de jazmines;
los errores, los encierros, la deriva ciudadana,
poblados de jazmines.
En el país nadie sabe terminar como esas flores.
Imposible hacer que la vergüenza exhale suavidades
o que brote más que sombra del engaño.
Los jazmines acusan,
su aroma muerde las migajas del honor.
O cambiamos el país o abolimos el verano.
imagen: http://www.capitaldellibro2011.gob.ar