El odio es uno de mis temas favoritos...
El odio es uno de mis temas favoritos.
El odio es mi tema favorito.
El odio que se hace fuerte a la madrugada,
después de tomar un vaso de leche fría
y caminar por la casa en puntas de pie,
como un fugitivo
que se mira, en puntas de pie, frente al espejo,
cada día más parecido a sí mismo.
Pablo Chacón, Mar del Plata, Buenos Aires, 1960
de El Espía
imagen: rambla de la playa Bristol, 1913
En su desesperación...
En su desesperación, la mente no juega a la realidad.
Ahora, después de la cornisa,
rompemos el silencio.
Se escuchan los tambores de la resurrección, Isolda,
pero no hay dudas: no hay aviones en el cielo.
Tristán es el muerto.
Pablo Chacón, Mar del Plata, Buenos Aires, 1960
de Calor quieto
Mar del Plata
En la avenida Luro, al final, hay un muelle de madera y cemento.
Era el muelle favorito de Repetto y de Bronzini,
socialistas ilustrados en el Jockey Club,
rosa de los vientos que un día amaneció muerta,
piedra sobre piedra,
bajo un paño gris ceniza,
todo es humo y escarnio.
Esa noche sonó la sirena y otra, mucho después,
alerta el golpe que partió la proa de un barco perdido
y sin rastros de tripulación.
Esperamos en la colina. Esperamos mudos.
El muelle de madera y cemento es un dibujo iluminado,
y la playa plana, a los costados,
un espacio vacío, visitado por resplandores lunáticos.
Ni una sombra, nada, relámpagos,
arriba
y a la distancia, un silencio enorme como el miedo.
El reste es desprecio.
El desprecio se cultiva.
El desprecio es la única planta que se traga al miedo.
Pero consideremos, por respeto, al humor del comensal: las escaras del muelle, chatas,
infladas de parásitos, de lombrices, de larvas encerradas
que apolillan la materia y los bajíos,
los revoques de urgencia,
la prosperidad de temporada,
y los caprichos de la gravedad: marea alta y bandazos,
oleadas y bandazos
que el comensal apunta, y suma a los escapes de un gas
que pica en los ojos, la nariz,
arruina el aliento...
¿es un pozo, un osario?
Al fondo del muelle,
entre los cascotes derrumbados y las gaviotas muertas,
a unos doscientos metros de la costa
crece un tumor.
Es la carta robada.
Los pescadores todavía silban una martingala afantasmada,
compuesta
para intimidar suicidas.
El cartel de neón chisporrotea GAN A, CIA,
o GANCIA eventualmente:
sobre la trayectoria estacional de la arena
se acumulan intensidades y un falso punto de vista.
El mar es mi casa: los muertos no están muertos.
Los años pasaron desde entonces.
La ciudad está ahí.
Los restoranes cierran a las ocho. El casino no cierra.
Hay negocios vacíos y otros clausurados.
Hay autos abandonados y calles vacías.
Hay vías de tre abandonadas,
solares quemados por el frío, y al sur, entre el puerto y el faro,
bajando desde Alem, una ruta brumosa se estira,
camino al chaparral que algunos, exagerando,
llaman infierno.
Es necesario acelerar, ajustar las luces altas,
cambiar de ángulo y foco.
En el infierno flamea la bandera roja.
Pero como el marinero polaco,
yo no quiero ahogarme, sino nadar hasta hundirme.
Sobrevivir a nuestras catástrofes es una prueba de canalla.
¿Quién lo duda?
¿Los viejos?
Para un viejo nada es contemporáneo.
Y acá, en el balneario, no hay más que viejos
convertidos
a la utopía de un verano eterno.
Pablo Chacón, Mar del Plata, Buenos Aires, 1960
de Calor quieto
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miércoles, 13 de octubre de 2010
Pablo Chacón
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