viernes, 12 de marzo de 2010

Santiago Sylvester


(liturgia del final)

¿Cómo haremos para tutearnos con el nacimiento si no nos
tuteamos con la muerte?: mi madre
ya ha empezado a despedirse: la gente se despide cuando el
mundo comienza a no pertenecerle: el que
ya no reconoce su casa
inicia así su despedida: los retratos ya no son de nadie, el
crucifijo de la pared induce a una perplejidad,
la Virgen del Milagro
tiene un sonido de campana remota, las macetas
ya ajenas a la vida cotidiana: una conversación extraviada en la
cabeza, una oreja que oye para adentro, y allí
perdido, sin
cara ni ojos, ni posibilidad de asomarse,
pasa el dueño del mundo, la salvación y la pérdida.

Todo es despedida entonces: el balbuceo del propio nombre, el
rito de la sopa, el crujido del ropero, el clavo donde se
cuelgan las llaves:
como si una caravana se alejara, y nosotros con ella: como decir
hasta aquí llegó el pacto,
y ya va siendo hora para mi madre
de acabar con el acuerdo que entre todos hemos sabido cumplir.

verano de 2002

Santiago Sylvester, Salta, Argentina, 1942
de El reloj biológico, Ediciones del Dock, Bs. As., 2007
imagen: Cecilia Revol Núñez, Molinos, 2009


(labores del verano)

Esto hace el verano cuando empiezan las lluvias: tira redes
para juntar aire, pájaros, hongos y biiodiversidad: la infinita
parentela que se pule a la intemperie
sin otro ruido que el indispensable.

Tira redes para hacer la trabazón;
la cuestión es ahuyentar el taedium vitae, que sí existe aunque
ese lapacho que rema contra el mismo viento desde hace
diez generaciones
diga lo contrario.

Es
un privilegio mirar desde aquí los detalles
de la creación: esas nubes que ruedan por la falda como si
estuvieran incómodas:
desde aquí
se ve todo en cantidad, y hasta la minuciosa variedad de bichos
parece necesaria.

Sienta bien el orgullo a estos árboles
que graban un lugar en la memoria: alguna vez volveremos allí
a buscar algo olvidado;
el azar trabaja por caminos remotos.

Santiago Sylvester, Salta, Argentina, 1942
de El reloj biológico, Ediciones del Dock, Bs. As., 2007

miércoles, 10 de marzo de 2010

Jorge Leónidas Escudero


La casa grande

Toda es gente formal en esta casa,
toda es gente de paz y así dormida
recibe sus visitas.

Todos tienen las manos enguantadas
con hueso puro, y cabellera untada;
todos con la mirada cavernosa
y la boca sumida.

Aquí están en olvidados floreritos
la marchitez de flores in memoriam,
olores desvaídos y podridos
en la penumbra de los corredores.

Los cipreses caminan callejones
yéndose para arriba entre sollozos,
tocan azul y tiemblan indecisos
sin contestar pregunta.

Y fotos de la gente en viejas modas;
y nombres en el bronce vanamente;
cada mujer callada en su anaquel
y cada hombre exento de amargura.

Que aunque esta puerta es puerta de salida
uno no se retira cuando entra
sino que queda a modo de semilla
vaya a saber de qué desolaciones.

Jorge Leónidas Escudero, San Juan, Argentina, 1920
imagen: Peter Yesis, Park bench



Extrañamiento

Apareció nun árbol de la plaza, supe
no era paloma casera sino
venida del campo. Oí su canto salvaje:
kuúu ku ku kuúu.
Lamentábase, decía que
este mundo de la ciudá es confuso es
puro ruido.

Lloraba eso y tomé la palaba, dije
te asusta la ciudá y viniste
a compartir conmigo tu extrañamiento
pero no necesito ayuda gracias no
quiro escuchar conferiencias tristes.

La paloma voló seguramente
para no insistir con su lamento.
O sea: nun banco de la plaza quedé ntrinstecido
e iba kuúu ku ku kuúu runrunear yo también
pero tuve miedo
no fuera que algún transeúnte pudiera pensar
¿qué le pasa a este güevón?
Por eso es quedé pensativo, mudo, claro:
Allá en los lejos campos de mi querer
la soledá no andaba adentro de uno,
sino afuera y sin hacer ruido.

Jorge Leónidas Escudero, San Juan, Argentina, 1920

lunes, 8 de marzo de 2010

David Ferry


Un domingo por la mañana

Es una tarde hermosa, calma y despejada

Mi hijo y yo
caminamos por la calle.
Ningún mar se alza cerca. Ninguna ira
asoma por el cielo perfecto.

El destello de las ruedas
de un auto que pasa no es
el destello de ese destino
que podría haber temido, no este domingo.

Una página de un diario
corre por el desagüe.
Es una hoja
caída de un árbol terrible,

el árbol de la ira,
las lágrimas, el miedo.
No es nada para él,
ni nada para mí, este domingo.

David Ferry, New Jersey, Estados Unidos, 1924
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


On a Sunday morning

It is a beauteous morning, calm and free

My child and I
Are walking around the block.
No sea heaves near. No anger
Blooms through the perfect sky.

The flashing of the wheels
Of a passing car is not
The flashing of that fate
I might have feared, not this Sunday.

A page from a newspaper
Drift along the gutter.
It is a leaf
Fallen from a terrible tree,

The tree of anger,
Tears, fearfulness.
It is nothing to him,
And nothing to me, this Sunday.


A Sally

Pasamos toda la noche en vela
Esperando averiguar
cuál es la historia.

Observo tu hermoso rostro paciente:
Es como si no supieras
todo lo que sabes.

Tu madre en riesgo de muerte, y tú hablas
de algo gracioso que pasó.
¿Qué habrá pasado, quizás,

antes de terminar tu historia?
La gente buena es castigada
como todos los demás.

David Ferry, New Jersey, Estados Unidos, 1924
Versión © Gerardo Gambolini


To Sally

Now we've been sitting up all night,
Waiting to find out
What the story is.

I watch your beautiful patient face:
It's as if you didn't know
All that you know.

Your mother in mortal danger, you speak
Of something funny that happened.
What will have happened,

Maybe, before your story's finished?
Good people are punished
Like all the rest.

domingo, 7 de marzo de 2010

Rodolfo Edwards



a Carolina


vos deberías haber sido
novia de alguno de los Beatles
—creo que de Ringo Star—

vos deberías haber sido tapa
de Siete Días
en alguna semana de mil novecientos setenta y tres

vos deberías haber sido
Soledad Silveira
en “Rolando Rivas taxista”
Alberto Migré te hubiera
ornado de gloria los martes

por tus piernas infinitas
deberían haber andado
las largas marchas
las resistencias
las vigilias de ojeras
bañadas en té
es que un río me atraviesa la cabeza
navegado por canoas incesantes
que hacen puerto en tu sonrisa

flaquita imposible
deja que tu nombre se ingrediente
en la sopa eléctrica
de las zapadas interminables

vos deberías haber filmado
una publicidad de “L M”
a orillas del Sena
o a orillas del Támesis
T.S. Eliot debería
haberte contemplado pasar
apresurada

vos deberías haberte caído
en una bañadera llena de espuma
y después hubieses sonreído a cámara
inmortal y solferina
con rayos multicolores
—un cotillón Argentina Sono Film—

vos deberías haber sido
estatua viviente en el Di Tella
para que los nenes bien te toquen
en máxima picardía

frutilla del postre
aceituna de mi martini
leño de mi hoguera
acumulo todos los lugares comunes
y los arrojo contra el universo
como Hendrix sesenta y nueve

como Pelé en el setenta
gané mi último mundial con vos
y ahora sólo firmo autógrafos
en una mecedora dominguera

sólo el Viagra
sólo el Viagra nos salvará
vociferan en la calle
los piqueteros del sexo
los inmortales hinchapelotas

cuando llueve te imagino en boutiques
por San Telmo por plaza Francia
entreverada con artesanos fumones
y chamanes de ocasión

vos deberías haber sido
la novia que no tuve a los dieciocho años
cuando hervía la muerte
en las pavas de la Patria.

Rodolfo Edwards, Buenos Aires, Argentina, 1962
imagen: no hace falta aclarar

sábado, 6 de marzo de 2010

Richard Wilbur


Do menor

¿Beethoven en el desayuno? ¿El alma humana,
aunque acechada por impulsos vacíos,
triunfando sobre la duda y la desesperanza
-mientras copos de cereal crepitan en la sartén-?

Tienes razón en apagarlo y dejar que el día
empiece al azar; quizás un carpintero
picoteando entre los arces, la inquina de un grajo,
o algo en el buzón que te haga detener

y quedarte en la grava de la entrada, la sombra inmóvil,
la frente baja, recorriendo las hojas que sacaste
hasta que la infausta o feliz noticia
sea leída.

El trabajo del día será decepcionante o no,
dando al menos un poco de placer en el esfuerzo.
Alguno de nosotros, al escardar la huerta
-a menos que llueva, por supuesto-

acaso disfrute el tejido de la luz en los penachos de hinojo
y el rocío, igual a mercurio, en las hojas de repollo;
o se levante y pasee por cuartos demasiado familiares,
frustrado e insatisfecho.

¿Se romperá algún plato? ¿Comprenderemos algo nuevo?
¿Nos sentiremos solos, y consolados por el amor?
¿Qué silbaré cuando parta la leña?
¿Será frío el viento de la noche?

¿Cómo saberlo? Y aunque estuviéramos destinados
a sufrir inmensamente, a soportar grandiosamente,
escucharlo todo preanunciado, como en una obertura,
no ayudaría.

No hay nada que hacer con un día excepto vivirlo.
Dejemos la música para la noche, cuando la luz muere
-adustamente, o con gloria- y podemos darle
algo que organizar.

Richard Wilbur,New York, Estados Unidos, 1921
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Jakob Alt, Theater an der Wien, 1815



C Minor

Beethoven during breakfast? The human soul,
Though stalked by hollow pluckings, winning out
(While bran-flakes crackle in the cereal-bowl)
Over despair and doubt?

You are right to switch it off and let the day
Begin at hazard, perhaps with pecker-knocks
In the sugar bush, the rancor of a jay,
Or in the letter box

Something that makes you pause and with fixed shadow
Stand on the driveway gravel, your bent head
Scanning the snatched pages until the sad
Or fortunate news is read.

The day's work will be disappointing or not,
Giving at least some pleasure in taking pains.
One of us, hoeing in the garden plot
(Unless, of course, it rains)

May rejoice at the knitting of light in fennel-plumes
And dew like mercury on cabbage-hide,
Or rise and pace through too-familiar rooms,
Balked and dissatisfied.

Shall a plate be broken? A new thing understood?
Shall we be lonely, and by love consoled?
What shall I whistle, splitting the kindling-wood?
Shall the night wind be cold?

How should I know? And even if we were fated
Hugely to suffer, grandly to endure,
It would not help to hear it all fore-stated
As in an overture.

There is nothing to do with a day except to live it.
Let us have music again when the light dies
(Sullenly, or in glory) and we can give it
Something to organize.

jueves, 4 de marzo de 2010

Gregori Balmodian



Ni el hacha del verdugo

                                           The sound you make is muzak to my ears
                                                —John Lennon

¿Qué serán estas miserias
al final de los años?

El dinero del gulag
frente al verano vacío

Mi rencor a un funcionario
con sus palabras obesas

los versos tediosos, reptiles
de una pobreza ilustrada

El tiempo se llevará estas cosas,
declinará los espejos

El tiempo deshará
las últimas columnas de recuerdo

Una mota de polvo
en el registro.

Gregori Balmodian, New Jersey, 1944
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Charles Buchel, Herbert Beerbohm Tree como Shylock (1914)


Not the hangman’s axe

                                            The sound you make is muzak to my ears
                                                                                           —John Lennon

What will become of these petty things
at the end of our days?

The gulag money
against the void summer

My resentment against
a bureaucrat, his obese words

the tedious, reptile verses
by a learned poverty

Time will carry these things away,
decline the mirrors

Time will undo
the last columns of memory

A speckle of dust
on the record.

domingo, 28 de febrero de 2010

Javier Adúriz


Coro

La prolijidad, desdichado lector,
no se corresponde con la índole
de mi carácter. Me maldispone
trabajar de prólogo (amén
de este atavío arlequinesco).

Digo: como pueblo
soy una caricatura del primer mundo.
Debiera componer un mundo, ¿no?

Ahora salgo para advertir una razón:
la melancolía no era el único pasto
de las aves. Comedia o no,
cada quien arrastra el trayecto de su risa.

Lo supo Aristófanes, frente a la amargura
ateniense; y el inefable Fidel Pintos,
cuya fealdad sin palabra
nos consolaba de nosotros mismos.

Está dicho: para un pueblo joven, lo risible
compromete innumerables músculos.

Javier Adúriz, Buenos Aires, Argentina, 1948


Club

Quizás sea la luz tiranía distinta -Cavafis


Un ladrido corrupto rebota por las mesas.
No es la batalla de Accio
pero igual un cómitre exige
desde una especie de púlpito.

Los botines de los cinrcunstantes
sostienen el compás
hasta que el cubilete vuele
y alguien escupa los dados.

Y a quién le importa.
Ahítos de una felicidad crüel
babean, mugen, sonríen.

Aunque la luz repique por los vidrios,
-cantamos- otro golpe de los dados
y nos trague la noche.

Javier Adúriz, Buenos Aires, Argentina, 1948

miércoles, 24 de febrero de 2010

Fabio Morábito


In limine

Por el perdón del mar
nacen todas las playas
sin razón y sin orden,
una cada cien mares.
Yo nací en una playa
de África, mis padres
me llevaron al norte,
a una ciudad febril,
hoy vivo en las montañas,
me acostumbré a la altura
y no escribo en mi lengua,
en ciertos días del año
me dan vértigos y mareos,
me vuelve la llanura,
parto hacia el mar que puedo,
llevo libros que no
leo, que nunca abrí,
los pájaros escriben
historias más sutiles.
Mi mar es este mar,
inerme, muy temprano,
cede a la tierra armas,
juguetes, sus manojos
de algas, sus veleidades,
emigra como un circo,
deja todo en barbecho:
la basura marina
que las mujeres aman
como una antigua hermana.
Por él que da la espalda
a todo, estoy de frente
a todo con mis ojos,
por él que pierde filo,
gano origen, terreno,
jadeo mi abecedario
variado y solitario
y encuentro al fin mi lengua
desértica de nómada,
mi suelo verdadero.

Fabio Morábito, Alejandría, Egipto, 1955
imagen: mapa Braun Hogenberg, Alexandria



En la playa

El viento, más
que yo,
se fuma este cigarro
entre mis dedos,
dejándome el placer
de sólo tres o cuatro bocanadas,
y el mar expropia las palabras
que te digo,
porque, acostada, no me oyes.
El sol, el viento y la marea
te ensordecen
y cuando me levanto
para dar dos pasos,
viendo mis huellas que se imprimen
en la arena,
pienso que esas pisadas mienten,
que ya no piso así desde hace no sé cuándo;
son huellas de otro
que sobrevive en mis pisadas, pues las mías
son mucho menos elocuentes.
Tú, en cambio, que me ves
completo e indivisible,
sabes mejor que nadie cómo soy mortal,
cómo mis huellas en la arena me describen
y cómo se plasma en ellas lo que soy,
sabes mejor que nadie cómo no escucharme.

Fabio Morábito, Alejandría, Egipto, 1955

martes, 23 de febrero de 2010

Juana Bignozzi


Una foto del momento

mi vida es un decurso de ceremonias incumplidas
no enterré a mis padres
no tuve hijos
no tengo por delante un abismo en el cual perder mi vida
no pasé de la casa de un hombre a la de otro

en silencio el verdadero
que me sostiene detrás de tanto ruido
preparo una eternidad

esa foto tomada por la amistad de tus ojos
la ceremonia no fallida de mi vida
siempre dirá que estuve viva en un lugar que amaba

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937
imagen: Christopher Brennan, Sun On An Empty Chair


XXXVII

los hombres que vuelven en el sueño
son los que se fueron en la vida
vuelven con la cara de hoy
y aunque no la conozco debo aceptarla
vuelven a alabar mi eficacia
a confiarme su currículum
y esperan de mis nuevos y viejos amigos
de mis atenciones a los que amo
de algún desinterés que disimulo por el recuerdo
que yo gestione su permanencia
en un mapa muerto en el setenta

a través de consignas de estación
correos de confidentes encuentros fortuitos en ciudades
europeas esquelas funerarias que nos devuelven a escenas
olvidables y cambian el oprobio en ternura
buscan el tesoro
de la cronología de unos años que volverían a unir
algunas ideas con algunas vidas

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937


querida amiga dijo

querida amiga dijo
después de quince años de silencio
yo volví a tener patria y país
y empecé a ser más indeseable aún
entre los que han creído conquistar este páramo

Juana Bignozzi, Buenos Aires, Argentina, 1937

Pura López-Colomé



In memoriam Victoria

Ciertos lugares, ciertas personas, cierta música,
granos que engendraron aquella planta maravillosa,
infantil, interior, sublime, viajan conmigo
como la luna de inolvidables travesías,
casi fluviales, que iban dejando atrás
sauces, montes, vacas pastando, estrellas,
todo lo que un vuelo de la falda montañosa
podría reducir a polvo.

La madre de mi madre abandonada,
caída en mi descuido,
en aquel rincón de la sala de una casa toda mía.
Sentada en un sillón sin forma, un sofá,
se iba desparramando con el cigarro siempre
entre el dedo gordo, deforme de nacimiento,
y el índice, deforme por la artritis.

Sus ojos monstruosos desde los míos,
su tristeza agigantada por los lentes
cuyo inmenso fondo era el fondo de una vida
huérfana, ciega para la belleza y la bondad,
la visión del mundo pleno en calidad de brizna.
Su cansancio, su dolor, cual vivo y burbujeante
recordatorio del fracaso, la frustración,
la mujer extinta pero ahí.
Rezando o en silencio. Rezando más.
A veces incandescía la fama
allá en el fondo de aquel extraño corazón.
Cantaba entonces: Voz de la guitarra mía,
al despertar la mañana, trenzando hábilmente
los hilos del destino en un nudo en mi garganta
que no lograba desatar después con su inútil
Duermen en mi jardín
los nardos y las azucenas...

Victoria, como la reina, ¡cantaste victoria!
Que hizo a tus ojos ya incoloros
soltar las amarras de tales cataratas
en chorros espesos, como saliva o secreción de bestia
que no vale la pena, que no llega a cristalizar.
¡Cómo te habré ofendido, qué espejo de la miseria
habré puesto frente a ti! Todo, seguramente,
con la inocencia en ristre.
Por qué lloras, viejita, por qué.
Tócame el alma. Cántala.
No quiero que sepan mi pena,
porque si me ven llorando, morirán.

Ante mí, el lazo roto del amor amargo,
corazones tan distantes,
horas muertas que ni la tormenta propia,
que se cree angélica,
puede borrar.
Cadáveres insepultos, polvo,
sobre el peso vivo,
misterioso,
de las palabras.


Pura López-Colomé, México, 1952
imagen: s/d