miércoles, 31 de marzo de 2010

Constantine Cavafy



Los sabios saben lo que se avecina

Pues los dioses saben el futuro; los hombres,
el presente, y los sabios, lo que se avecina
—Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, VIII, 7

Los hombres conocen el presente.
El futuro lo conocen los dioses,
únicos dueños absolutos de todas las luces.
Pero del futuro, los sabios captan
lo que se avecina. En ocasiones

su oído, en las horas de honda reflexión,
se sobresalta. El secreto rumor
les llega de hechos que se acercan.
Y a él atienden reverentes. Mientras en la calle,
fuera, el vulgo nada oye.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982
imagen: moneda con la efigie de Apolonio de Tiana


No comprendiste

A propósito de nuestras convicciones religiosas
dijo el estúpido de Juliano: «Leí, comprendí,
rechacé.» Es decir, nos redujo a la nada
con su «rechacé», el muy ridículo.

Semejantes ocurrencias no nos valen
a nosotros, los cristianos. «Leíste, pero no comprendiste;
pues si hubieras comprendido, no habrías rechazado»,
respondimos de inmediato.

Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña, C.P. Cavafis,
Poesía completa
, Alianza Editorial, Madrid, 1982


Muy rara vez

Es un viejo. Gastado y encorvado,
arruinado por el tiempo y los excesos,
cruza la angosta calle con paso lento.
Pero al entrar en su casa para ocultar
su miseria y su vejez, piensa en la parte
que aún tiene en la juventud.

Jóvenes ahora recitan versos suyos.
Ante sus ojos vivaces
surgen ahora las visiones que él tuvo.
Sus mentes saludables, voluptuosas,
sus cuerpos firmes y bien delineados,
se conmueven con la expresión
que él diera a la belleza.


Constantine P. Cavafy, 1863-1933, Alejandría, Egipto
versión (audaz) del editor, a partir de las traducciones de Francisco Rivera, P. Bádenas de la Peña, José Ángel Valente, Andrés Moreira, Anna Seraphimidou (inglés), Edmund Keeley/Philip Sherrard (inglés), y John Cavafy (inglés).


lunes, 29 de marzo de 2010

Horacio Castillo


Navegante solitario

Desde ahora, cada milla que navegue hacia el oeste
me alejará de todo. Han desaparecido las señales
de vida: ni peces, ni pájaros, ni sirenas,
ni una cucaracha zigzagueando en la cubierta.
Sólo agua y cielo, el horizonte destruido,
el mar , que canta como yo siempre la misma canción.
Ni peces, ni pájaros, ni sirenas,
ni esa extraña conversación en la sentina
que el oído percibe en las horas de calma.
Sólo agua y cielo, el rolido del tiempo.
A la noche, la estrella Achernar aparece en la proa;
entre los obenques, Aldebarán; a estribor,
un poco más arriba del horizonte,
Aries. Entonces arrío, duermo. Y la nada,
mansamente, viene a comer de mi mano.

Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska
imagen: s/d


Bosque en llamas

Esta intrincada red de ramas y reflejos es nuestro habitat.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: la vida al rojo.
Pisa el umbral: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio.

Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska


Mono llorando sobre una tumba

Aquí la boca se llena de espuma, el oído de truenos,
aquí fracasa la lengua prensil.
¿Pero qué prueba esta piedra? Esta opacidad, ¿qué protege?
La mano que ardió en el interior del hormiguero
acaricia ahora el lomo pardo de lo inerte,
y debajo o detrás, hondo o lejos, algo se eriza,
demasiado callado para no ser, demasiado vivo para ser,
eso que viaja para siempre de silencio en silencio,
hacia silencios que jamás acabarán.

Horacio Castillo, Ensenada, Pcia. de Buenos Aires, 1934
de Alaska

martes, 23 de marzo de 2010

Jorge Rivelli


el carnicero su res y las papas de balcarce

adorar el fuego de leñas
hasta que arda en silencio
cubrirlo con una parrilla y
esperar que la temperatura
se confunda con las llamas
colocar las brazas en el perímetro
frotar las hileras de hierro
con un cepillo de cerda
humedecido en vinagre
acomodar en el centro
tiras de asado de 30 centímetros
el lado del hueso abajo

hay azahares en el ciruelo
pequeñas hojas en el almácigo
calandrias en los fresnos
lluvia en el noroeste
perros merodeando la parrilla
mientras
ella pela las papas en la cocina

crece el calor con furia y
nosotros aquí sin pileta
adorando la carne
¿ hay pan?

el carnicero sabe
dice que la lluvia no vendrá
sigue sentado al lado
de su obra asada y
comienza el rito con la primera
botella de vino tinto
mediodía
el silencio lo modifican
chicharras y horneros
cinco kilos de carne
tres kilos de papas
...perdón...¿hay pan?
larga mesa
con mantel cuadriculado
platos de madera
vasos de grueso vidrio
ensalada de lechuga y tomates
salsa criolla y chimichurri
cheee...¿no hay pan?
cuando el brillo encandila
no podemos distinguir
la belleza de lo obvio

hipnotizados por el aroma
nos hundimos en la ternera
nada tenemos que ver
con los gauchos
¿la tradición?
vaca papa fuego
tano vasco ruso y
un mundo de cabecitas
que miran desde el alambrado
¿quién está adentro y quién afuera?

dar vuelta la carne
para una pareja cocción
pimienta y sal en la mesa
¿hay pan...viejo?
a las quince comemos
debajo de la parra y
el vino vuelve a ser la vedette

extraño la ciudad y
el centro del paraíso
es posible que jamás
salgamos de este asado

Jorge Rivelli, Buenos Aires, 1954
imagen: s/d

domingo, 21 de marzo de 2010

Jorge Ricardo Aulicino


Termópilas

Desde este drugstore, y con una gaseosa,
difícil imaginar por qué dejar la piel en un desfiladero:
el mundo era tan ancho y desconocido.
Leónidas, ridiculizado en el vasto territorio del consumo,
se sienta enfrente con su ceño amargo,
fulgor chirle en los ojos,
pide bebida fuerte y mira las palomas.
Problemas, Jerjes aprieta todas las salidas,
la tarjeta de crédito ya no tiene cupo.
Aguantar en nombre de nada,
más difícil que morir por Esparta.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de La luz checoslovaca (2003)


Magnificat

El ojo blanco de la tormenta reconforta.
Blandengue, el día se iba sin dejar gloria.
Entonces vino el trueno y el cielo se abrió.
La tormenta recortó un gran ojo silbante
ente nubes esparcidas, verdes, hinchadas.
Miro el ojo de la tormenta
desde el interior oscuro de un departamento.
Hay la huella de un vaso en la madera de la mesa.
Hasta tarde, las luces estarán titilando
en las alcobas de los edificios cercanos.
Ya no encenderé la luz ni pensaré ni tendré ánimo.
Hay agua, golpes de agua, olor de agua.
Y un gran día se acaba.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Hombres en un restaurante (1994)



Los bárbaros en sí

Hacían chistes con la muerte, atravesaban el mar
en botes de tablas y dormían en el delta sobre las embarcaciones.
Aparecían en los noticieros con mujeres de otro planeta
y tenían fortuna en los negocios.
Murieron de peste en sanatorios refrigerados
Y preferían callar las infamias: esa fue su única ética,
de dudosa estirpe.
Una mujer los vio, pero se perdió entre los autos.
Estuvieron un tiempo imposible de calcular en los desiertos cercanos
y se fueron definitivamente, la mayoría de ellos infectados,
con una muerte segura a corto plazo.
Se habla banalmente de los bárbaros ahora, pero
el misterio de su origen es casi tan grande
como el de la religión que profesaban.
Tuvieron un dios: a nosotros nos quedan las gaviotas
que no muestran decisión en resolver el problema.

Jorge Ricardo Aulicino, Bs. As., 1949
de Paisaje con autor (1998)

sábado, 20 de marzo de 2010

Guillaume Apollinaire


Ejercicio

A una aldea en la retaguardia
cuatro artilleros marchaban
de los pies a la cabeza
envueltos en polvo estaban

Iban mirando los campos
conversaban del pasado
y se daban vuelta apenas
cuando un obús había hablado

Los cuatro del dieciséis
hablaban de antaño y no el porvenir
y así se alargaba la ascesis
que los adiestraba para morir

Guillaume Apollinaire, Roma, 1880 – París, 1918
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Exercice

Vers un village de l'arrière
S'en allaient quatre bombardiers
Ils étaient couverts de poussière
Depuis la tête jusqu'aux pieds

Ils regardaient la vaste plaine
En parlant entre eux du passé
Et ne se retournaient qu'à peine
Quand un obus avait toussé

Tous quatre de la classe seize
Parlaient d'antan non d'avenir
Ainsi se prolongeait l'ascèse
Qui les exerçait à mourir



Siempre

A Madame Faure-Favier

Siempre
iremos más lejos sin avanzar jamás
y de planeta en planeta

de nebulosa en nebulosa
el don Juan de los mil y tres cometas
aún sin moverse de la tierra
busca las fuerzas nuevas
y toma en serio a los fantasmas

Y se olvidan tantos universos
cuáles son los grandes hacedores de olvido
quién sabrá entonces hacernos olvidar tal o cual parte del mundo
dónde está el Cristóbal Colón a quien deberemos el olvido de un continente
Perder
Pero perder de verdad
Para dar lugar al hallazgo
Perder
La vida para hallar la Victoria

Guillaume Apollinaire, Roma, 1880 – París, 1918
Versión © Gerardo Gambolini


Toujours

À Madame Faure-Favier

Toujours
Nous irons plus loin sans avancer jamais
Et de planète en planète

De nébuleuse en nébuleuse
Le don Juan des mille et trois comètes
Même sans bouger de la terre
Cherche les forces neuves
Et prend au sérieux les fantômes

Et tant d'univers s'oublient
Quels sont les grands oublieurs
Qui donc saura nous faire oublier telle ou telle partie du monde
Où est le Christophe Colomb à qui l'on devra l'oubli d'un continent
Perdre
Mais perdre vraiment
Pour laisser place à la trouvaille
Perdre
La vie pour trouver la Victoire

miércoles, 17 de marzo de 2010

Salvatore Quasimodo


En las frondas de los sauces

¿Y cómo podíamos cantar
con el pie extranjero sobre el corazón,
entre los muertos abandonados en las plazas
sobre la hierba dura de hielo, ante el lamento
de cordero de los niños, ante el alarido negro
de la madre que iba hacia su hijo
crucificado en el poste del telégrafo?
En las frondas de los sauces, como ex votos,
también nuestras liras estaban colgadas,
oscilaban leves bajo el triste viento.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Carlos Vitale



Basta un día para equilibrar el mundo

La inteligencia la muerte el sueño
niegan la esperanza. En esta noche
en Brasov, en los Cárpatos, entre árboles
no míos, busco en el tiempo
a una mujer de amor. El bochorno quiebra
las hojas de los álamos y yo
me digo palabras que no conozco,
derramo tierras de memoria.
Un jazz oscuro, canciones italianas
pasan volcadas sobre el color de los iris.
En el crujido de las fuentes
se ha perdido tu voz:
basta un día para equilibrar el mundo.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Teódulo López Meléndez

Basta un giorno a equilibrare il mondo

L’intelligenza la morte il sogno
negano la speranza. In questa notte
a Brasov nei Carpazi, fra alberi
non miei cerco nel tempo
una donna d’amore. L’afa spacca
le foglie dei pioppi
ed iomi dico parole che non conosco,
rovescio terre di memoria.
Un jazz buio, canzoni italiane
passano capovolte sul colore degli iris.
Nello scroscio delle fontane
s’è perduta la tua voce:
basta un giorno a equilibrare il mondo.



Las muertas guitarras

Mi tierra está sobre los ríos junto al mar,
ningún lugar tiene una voz tan lenta,
donde mis pies se deslicen
entre los juncos llenos de caracoles.
En verdad es otoño: en el viento, en jirones,
las muertas guitarras levantan sus cuerdas
sobre la negra boca y una mano sacude
esos dedos de fuego.
En el espejo de la luna
se peinan muchachas con pechos de naranjas.

¿Quién llora? ¿Quién azota los caballos en el aire
rojo? Nos detendremos en esta orilla
junto a la hilera de plantas y tú, amor,
no me lleves ante ese espejo
infinito: en él se miran muchachos
que cantan y altísimos árboles y aguas.
¿Quién llora? Yo no, créeme: sobre los ríos
corren exasperados chasquidos de una fusta,
los caballos sombríos, los relámpagos de azufre.
Yo no, mi raza tiene cuchillos
que arden y heridas que queman.

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968
traducción de Gianni Siccardi


Le morte chitarre

La mia terra è sui fiumi stretta al mare,
non altro luogo ha voce cosí lenta
dove i miei piedi vagan
otra giunchi pesante di lumache.
Certo è autunno: nel vento a branile
morte chitarre sollevano le corde
su la bocca nera e una mano agita
le ditadi fuoco.
nello specchio della luna
si pettinano fanciulle col petto d’arance.

Chi piange ? Chi frusta i cavalli nell’aria
rossa ? Ci fermeremo a questa riva
lungo le catene d’erba e tu amore
non portarmi davanti a quello specchio
infinito: vi si guardano dentro ragazzi
che cantano e alberi altissimi e acque.
Chi piange? Io no, credimi: sui fiumi
corrono esasperati schiocchi d’una frusta,
i cavalli cupi i lampi di zolfo.
Io no, la mia razza ha coltelli
che ardono e lune e ferite che bruciano.

viernes, 12 de marzo de 2010

Santiago Sylvester


(liturgia del final)

¿Cómo haremos para tutearnos con el nacimiento si no nos
tuteamos con la muerte?: mi madre
ya ha empezado a despedirse: la gente se despide cuando el
mundo comienza a no pertenecerle: el que
ya no reconoce su casa
inicia así su despedida: los retratos ya no son de nadie, el
crucifijo de la pared induce a una perplejidad,
la Virgen del Milagro
tiene un sonido de campana remota, las macetas
ya ajenas a la vida cotidiana: una conversación extraviada en la
cabeza, una oreja que oye para adentro, y allí
perdido, sin
cara ni ojos, ni posibilidad de asomarse,
pasa el dueño del mundo, la salvación y la pérdida.

Todo es despedida entonces: el balbuceo del propio nombre, el
rito de la sopa, el crujido del ropero, el clavo donde se
cuelgan las llaves:
como si una caravana se alejara, y nosotros con ella: como decir
hasta aquí llegó el pacto,
y ya va siendo hora para mi madre
de acabar con el acuerdo que entre todos hemos sabido cumplir.

verano de 2002

Santiago Sylvester, Salta, Argentina, 1942
de El reloj biológico, Ediciones del Dock, Bs. As., 2007
imagen: Cecilia Revol Núñez, Molinos, 2009


(labores del verano)

Esto hace el verano cuando empiezan las lluvias: tira redes
para juntar aire, pájaros, hongos y biiodiversidad: la infinita
parentela que se pule a la intemperie
sin otro ruido que el indispensable.

Tira redes para hacer la trabazón;
la cuestión es ahuyentar el taedium vitae, que sí existe aunque
ese lapacho que rema contra el mismo viento desde hace
diez generaciones
diga lo contrario.

Es
un privilegio mirar desde aquí los detalles
de la creación: esas nubes que ruedan por la falda como si
estuvieran incómodas:
desde aquí
se ve todo en cantidad, y hasta la minuciosa variedad de bichos
parece necesaria.

Sienta bien el orgullo a estos árboles
que graban un lugar en la memoria: alguna vez volveremos allí
a buscar algo olvidado;
el azar trabaja por caminos remotos.

Santiago Sylvester, Salta, Argentina, 1942
de El reloj biológico, Ediciones del Dock, Bs. As., 2007

miércoles, 10 de marzo de 2010

Jorge Leónidas Escudero


La casa grande

Toda es gente formal en esta casa,
toda es gente de paz y así dormida
recibe sus visitas.

Todos tienen las manos enguantadas
con hueso puro, y cabellera untada;
todos con la mirada cavernosa
y la boca sumida.

Aquí están en olvidados floreritos
la marchitez de flores in memoriam,
olores desvaídos y podridos
en la penumbra de los corredores.

Los cipreses caminan callejones
yéndose para arriba entre sollozos,
tocan azul y tiemblan indecisos
sin contestar pregunta.

Y fotos de la gente en viejas modas;
y nombres en el bronce vanamente;
cada mujer callada en su anaquel
y cada hombre exento de amargura.

Que aunque esta puerta es puerta de salida
uno no se retira cuando entra
sino que queda a modo de semilla
vaya a saber de qué desolaciones.

Jorge Leónidas Escudero, San Juan, Argentina, 1920
imagen: Peter Yesis, Park bench



Extrañamiento

Apareció nun árbol de la plaza, supe
no era paloma casera sino
venida del campo. Oí su canto salvaje:
kuúu ku ku kuúu.
Lamentábase, decía que
este mundo de la ciudá es confuso es
puro ruido.

Lloraba eso y tomé la palaba, dije
te asusta la ciudá y viniste
a compartir conmigo tu extrañamiento
pero no necesito ayuda gracias no
quiro escuchar conferiencias tristes.

La paloma voló seguramente
para no insistir con su lamento.
O sea: nun banco de la plaza quedé ntrinstecido
e iba kuúu ku ku kuúu runrunear yo también
pero tuve miedo
no fuera que algún transeúnte pudiera pensar
¿qué le pasa a este güevón?
Por eso es quedé pensativo, mudo, claro:
Allá en los lejos campos de mi querer
la soledá no andaba adentro de uno,
sino afuera y sin hacer ruido.

Jorge Leónidas Escudero, San Juan, Argentina, 1920

lunes, 8 de marzo de 2010

David Ferry


Un domingo por la mañana

Es una tarde hermosa, calma y despejada

Mi hijo y yo
caminamos por la calle.
Ningún mar se alza cerca. Ninguna ira
asoma por el cielo perfecto.

El destello de las ruedas
de un auto que pasa no es
el destello de ese destino
que podría haber temido, no este domingo.

Una página de un diario
corre por el desagüe.
Es una hoja
caída de un árbol terrible,

el árbol de la ira,
las lágrimas, el miedo.
No es nada para él,
ni nada para mí, este domingo.

David Ferry, New Jersey, Estados Unidos, 1924
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


On a Sunday morning

It is a beauteous morning, calm and free

My child and I
Are walking around the block.
No sea heaves near. No anger
Blooms through the perfect sky.

The flashing of the wheels
Of a passing car is not
The flashing of that fate
I might have feared, not this Sunday.

A page from a newspaper
Drift along the gutter.
It is a leaf
Fallen from a terrible tree,

The tree of anger,
Tears, fearfulness.
It is nothing to him,
And nothing to me, this Sunday.


A Sally

Pasamos toda la noche en vela
Esperando averiguar
cuál es la historia.

Observo tu hermoso rostro paciente:
Es como si no supieras
todo lo que sabes.

Tu madre en riesgo de muerte, y tú hablas
de algo gracioso que pasó.
¿Qué habrá pasado, quizás,

antes de terminar tu historia?
La gente buena es castigada
como todos los demás.

David Ferry, New Jersey, Estados Unidos, 1924
Versión © Gerardo Gambolini


To Sally

Now we've been sitting up all night,
Waiting to find out
What the story is.

I watch your beautiful patient face:
It's as if you didn't know
All that you know.

Your mother in mortal danger, you speak
Of something funny that happened.
What will have happened,

Maybe, before your story's finished?
Good people are punished
Like all the rest.

domingo, 7 de marzo de 2010

Rodolfo Edwards



a Carolina


vos deberías haber sido
novia de alguno de los Beatles
—creo que de Ringo Star—

vos deberías haber sido tapa
de Siete Días
en alguna semana de mil novecientos setenta y tres

vos deberías haber sido
Soledad Silveira
en “Rolando Rivas taxista”
Alberto Migré te hubiera
ornado de gloria los martes

por tus piernas infinitas
deberían haber andado
las largas marchas
las resistencias
las vigilias de ojeras
bañadas en té
es que un río me atraviesa la cabeza
navegado por canoas incesantes
que hacen puerto en tu sonrisa

flaquita imposible
deja que tu nombre se ingrediente
en la sopa eléctrica
de las zapadas interminables

vos deberías haber filmado
una publicidad de “L M”
a orillas del Sena
o a orillas del Támesis
T.S. Eliot debería
haberte contemplado pasar
apresurada

vos deberías haberte caído
en una bañadera llena de espuma
y después hubieses sonreído a cámara
inmortal y solferina
con rayos multicolores
—un cotillón Argentina Sono Film—

vos deberías haber sido
estatua viviente en el Di Tella
para que los nenes bien te toquen
en máxima picardía

frutilla del postre
aceituna de mi martini
leño de mi hoguera
acumulo todos los lugares comunes
y los arrojo contra el universo
como Hendrix sesenta y nueve

como Pelé en el setenta
gané mi último mundial con vos
y ahora sólo firmo autógrafos
en una mecedora dominguera

sólo el Viagra
sólo el Viagra nos salvará
vociferan en la calle
los piqueteros del sexo
los inmortales hinchapelotas

cuando llueve te imagino en boutiques
por San Telmo por plaza Francia
entreverada con artesanos fumones
y chamanes de ocasión

vos deberías haber sido
la novia que no tuve a los dieciocho años
cuando hervía la muerte
en las pavas de la Patria.

Rodolfo Edwards, Buenos Aires, Argentina, 1962
imagen: no hace falta aclarar