sábado, 27 de agosto de 2011

Jorge L. Borges




Mil novecientos veintitantos

La rueda de los astros no es infinita
Y el tigre es una de las formas que vuelven,
Pero nosotros, lejos del azar y de la aventura,
Nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto,
El tiempo en el que nada puede ocurrir.
El universo, el trágico universo, no estaba aquí
Y fuerza era buscarlo en otros lugares;
Yo tramaba una humilde mitología de tapias y cuchillos
Y Ricardo pensaba en sus reseros.
No sabíamos que el porvenir encerraba el rayo,
No presentimos el oprobio, el incendio y la tremenda noche de la Alianza;
Nada nos dijo que la historia argentina echaría a andar por las calles,
La historia, la indignación, el amor,
Las muchedumbres como el mar, el nombre de Córdoba,
El sabor de lo real y de lo increíble, el horror y la gloria.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de El Hacedor, 1960
imagen: Jorge L. Borges, Silvina Bullrich y Manuel Mujica Láinez
Revista Somos, febrero 1979



A Manuel Mujica Láinez

Isaac Luria declara que la eterna escritura
tiene tantos sentidos como lectores. Cada
versión es verdadera y ha sido prefijada
por quien ideó el lector, el libro y la lectura.
Tu versión de la patria, con sus fastos y brillos,
entra en mi vaga sombra como si entrara el día
y la oda se burla de la oda. (La mía
no es más que una nostalgia de ignorantes
cuchillos y de viejo coraje.) Ya se estremece el canto,
ya, apenas contenidas por la prisión del verso,
surgen las muchedumbres del futuro y diverso
reino que será tuyo, su júbilo y su llanto.
Manuel Mujica Láinez, alguna vez tuvimos
una patria — ¿recuerdas? — y los dos la perdimos.

Jorge L. Borges, Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986
de La moneda de hierro
, 1976


jueves, 25 de agosto de 2011

Gary Vila Ortíz / / 4 poemas




1

No son tan sólo un sueño
Un dormir en la utopía
La existencia de
Moreno / Urquiza / Sarmiento /
De los anónimos anarquistas
Muertos brutalmente
No fue un sueño
El viejo Lisandro y el tiro
En el corazón
Ni Alem / Borges / Cortázar /
Ni Macedonio / Ezequiel /
Ni los asesinados en cada /
Tiempo del desprecio /
Ese tiempo a que están siempre
Tan dispuestos ciertos argentinos
No fueron un sueño
Pero ahora se nos aparecen así
Fantasmas aturdidos
Por la sofisticada
Barbarie del presente
Debo aceptarlo
Son las yeguas de la noche
Que atemorizan a un viejo de 74 años
Que tiene miedo mucho miedo
De lo que vendrá
Como esa conversación que siguen aún
Esos dos paisanos
Cerca de la gran laguna
Hablando del demonio del maligno
De nuestro destino

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935
imagen: s/d


2

De Max Jacob sabemos qué precio
Pago por ser poeta y además un místico
En un monasterio laberinto del silencio
Los nazis lo sacaron de él siempre ajenos
A todo lo que no sea un crimen
Y lo arrojaron a la muerte en 1944
En el otro desolado extremo Ezra Pound
Pago el precio de la locura de sus ideas
Fascistas pero sin estar loco
Y una larga temporada en el manicomio
Ahora un laberinto de soledades
Escribiendo poemas como siempre arrugado
Como si fuera la arruga misma
Scott Fitzgerald y Dylan Thomas
Eligieron el alcohol para matarse
Temprana y quizá lentamente
Hemingway prefirió la escopeta
A Holderlin Dios lo oculto
Tanto tiempo en la locura
Todo poeta paga un precio
Pero todo queda como oculto
En un misterio más doloroso
Walsh y Urondo murieron
Por la urgencia de sus ideas
Todos pagan un precio
Pero tal vez sea válido preguntarse
¿en qué momento en realidad
La muerte decide que ya es suficiente
Y hay que poner fin a tantas formas
De la belleza humana?
Porque la vida y el poema
Son irrefutables y bellas
Y si la muerte también lo es
Solamente lo es para
Provocar la naúsea.

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935


Lluvia primera

En tus manos otra vez lo posible,
el grito a través de los grandes arenales,
la ciudad, la sombra de la piedra, el silencio.
Otra vez, en tus manos,
el mundo que desenvuelve su madeja de tiempo
y soledad,
de ausencia tuya ayer.
Oh, amor mío, como pesa la memoria
en estos días.

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935


If the summer

si el sol se deslizara
de otra forma
sobre las curvas de la piel

si el sol cambiara
su proceder
con el polvo y el viento
sus hábitos de ceniza

si el sol
quemara sin sonido
las palmas de las manos

si al sol le doliera
el mundo
y su silencio
otra sería la isla del verano
otros los nombres
para recordar
cuando nada quede
sino los epitafios

Gary Vila Ortíz, Rosario, Argentina, 1935

miércoles, 24 de agosto de 2011

Leonardo Sciascia




1


La tierra de la sal, mi tierra
que se desploma – sal y niebla –
del altiplano a un valle de arcilla;
tan pobre que basta un vendedor
de ropa usada – ríen colgados de las cuerdas
los colores de los trajes de mujer –
para celebrar una fiesta, o la tienda blanca
del vendedor de turrón.
La sal en la llaga, estas piedras
blancas que se amontonan
junto a las vías – el viajero
alza los ojos del periódico, pregunta
el nombre del lugar – y luego en largos convoyes
y bajan hasta las barcas de Porto Empedocle;
la sal de la tierra – “y si la sal
se vuelve sosa,
¿con qué le daréis sabor?”
(¿Y si se vuelve muerte,
llanto de mujeres de negro en las calles,
hambre en los ojos de los niños?)

Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini
(consulente linguistico: J. Aulicino)
imagen: s/d


1

Il paese del sale, il mio paese
che frana - sale e nebbia -
dall’altipiano a una valle di crete;
così povero che basta un venditore
d’abiti smessi - ridono appesi alle corde
i colori delle vesti femminili -
a far festa, o la tenda bianca
del venditore di torrone.
Il sale sulla piaga, queste pietre
bianche che s’ammucchiano
lungo i binari - il viaggiatore
alza gli occhi dal giornale, chiede
il nome del paese - e poi in lunghi convogli e
scendono alle navi di Porto Empedocle;
il sale della terra - “e se il sale
diventa insipido
come gli si renderà il sapore?”
(E se diventa morte,
pianto di donne nere nelle strade,
fame negli occhi dei bambini?).



Este es el frío que los viejos
dicen que se mete en las astas del buey;
que desangra el bronce de las campanas,
las hace sonar opacas como cántaros de arcilla.
Hay nieve en los montes de Cammarata;
en un tiempo, había canciones festivas
para saludar a esa nieve lejana.
Los chicos pobres se juntan silenciosos
en las gradas de la escuela, esperan
que se abra la puerta: amontonados y ateridos
como gorriones, mordisquean el pan negro,
muerden apenas la sardina irisada
de sal y escamas. Otros chicos
se mantienen algo aparte, encerrados
en el capullo caliente de los echarpes.

Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini
(consulente linguistico: J. Aulicino)


2

Questo è il freddo che i vecchi
dicono s’infila dentro le corna del bue;
che svena il bronzo delle campane,
le fa opache nel suono come brocche di creta.
C’è la neve sui monti di Cammarata,
a salutare questa neve lontana
c’erano un tempo festose cantilene.
I bambini poveri si raccolgono silenziosi
sui gradini della scuola, aspettano
che la porta si apra: fitti e intirizziti
come passeri, addentano il pane nero,
mordono appena la sarda iridata
di sale e squame. Altri bambini
stanno un po’ in disparte, chiusi
nel bozzolo caldo delle sciarpe.



Es sosiego para mí el recuerdo de tus días grises,
de tus viejas casas que asfixian las calles,
de la plaza grande llena de hombres de negro silenciosos.
Estre estos hombres aprendí leyendas dolorosas
de tierra y de azufre, oscuras historias arrancadas
por la trágica luz blanca del acetileno.
Y el acetileno de la luna en las noches calmas,
en la plaza, las iglesias enlutadas de sombra;
y sordo el paso de los mineros de azufre, como si las calles
cubrieran tumbas huecas, profundos lugares de muerte.
Al alba, el cielo como un frío témpano de plata
todo vibrante con las primeras voces; las casas congeladas:
en todas partes la pena de una fiesta terminada.
Y los ocasos entre los sauces, el largo silbido de los trenes;
el día que se marchita como un geranio rojo
en las mujeres asomadas en la proa aerea de la avenida.
Una nave de melancolía abría para mí velas de oro,
piedad y amor hallaban antiguas palabras.

Leonardo Sciascia, 1921-1989, Sicilia, Italia
Versión © Gerardo Gambolini
(consulente linguistico: J. Aulicino)


Ad un paese lasciato 

Mi è riposo il ricordo dei tuoi giorni grigi,
delle tue vecchie case che strozzano strade,
della piazza grande piena di silenziosi uomini neri.
Tra questi uomini ho appreso grevi leggende
di terra e di zolfo, oscure storie squarciate
dalla tragica luce bianca dell’acetilene.
E’ l’acetilene della luna nelle notti calme,
nella piazza le chiese ingramagliate d’ombra;
e cupo il passo degli zolfatari, come se le strade
coprissero cavi sepolcri, profondi luoghi di morte.
Nell’alba, il cielo come un freddo timpano d’argento
a lungo vibrante delle prime voci; le case assiderate;
in ogni luogo la pena di una festa disfatta.
E i tramonti tra i salici, il fischio lungo dei treni;
il giorno che appassiva come un rosso geranio
nelle donne affacciate alla prora aerea del viale.
Una nave di malinconia apriva per me vele d’oro,
pietà ed amore trovavano antiche parole.



lunes, 22 de agosto de 2011

Ángel González




Vosotras, piedras
violentamente deformadas,
rotas
por el golpe preciso del cincel,
exhibiréis aún durante siglos
el último perfil que os dejaron:
senos inconmovibles a un suspiro,
firmes
piernas que desconocen la fatiga,
músculos
tensos
en su esfuerzo inútil,
cabelleras que el viento
no despeina,
ojos abiertos que la luz rechazan.
Pero
vuestra arrogancia
inmóvil, vuestra fría
belleza,
la desdeñosa fe del inmutable
gesto, acabarán
un día.
El tiempo es más tenaz.
La tierra espera
por vosotras también.
En ella caeréis por vuestro peso,
seréis,
si no ceniza,
ruinas,
polvo, y vuestra
soñada eternidad será la nada.
Hacia la piedra regresaréis piedra,
indiferente mineral, hundido
escombro,
después de haber vivido el duro, ilustre,
solemne, victorioso, ecuestre sueño
de una gloria erigida a la memoria
de algo también disperso en el olvido.

Ángel González, España, 1925-2008
imagen: Las tres gracias, museo del Louvre


Crepúsculo, Albuquerque, invierno

No fue un sueño,
lo vi:

La nieve ardía.

Ángel González, España, 1925-2008

jueves, 18 de agosto de 2011

Fred Johnston




Tener estas paredes entre las cuales vivir
y cultivar su silencio y restricción
repudiar la carta y la ira mal dirigida
y la queja injusta por la reseña del libro —

Tomar té a las cuatro y leer hasta el Angelus
en una silla, una mano entibiada por el sol
hacerse una escapada para buscar el diario de la tarde
desparramarlo en la alfombra y dejarlo ahí

No hacer ningún sonido detectable desde fuera
no ser visto en la ventana ni oído cantar nunca
casi no escuchar los rumores que circulan
sobre un delito local o alguna otra cosa turbia

Volverse inofensivo e invisible
por un acto de voluntad y disciplina
para que cuando lleguen el llamado y la pregunta
puedas decir con verdad que no hay nadie en casa.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Repudiation

To have these walls to live within
And cultivate their silence and restraint
Repudiate the letter and the book review
Misdirected anger and unfair complaint —

Make tea at four and read until Angelus
With one hand warmed by the sunlight on a chair
Make a quick trip out for the evening paper
Spread it on the carpet and leave it there

To make no sound detectable without
Never seen at a window or heard to sing
Barely to hear the rumours going round
About some local crime or other sordid thing

To render oneself harmless and invisible
By acto of will or discipline
So that when the knock comes and the question
One can say in truthfulness there’s no one in.



Cuando pusimos estos estantes
cuando este empapelado estaba en rollos sobre la cama
veníamos aquí recién nacidos cada día para arreglar el lugar
poner nuestra marca en cada cuarto y lanzar hechizos benevolentes
en el pasillo, colgar una lámpara sobre la puerta
uno no pedía del otro
más que ser la voz que respondía en la oscuridad

anoche, ordenando un poco,
asusté a unas arañas, una modesta familia
amontonada en un rincón, tan grande su apuro
por escapar que la telaraña vibró, cantó de ellas
por unos instantes — te escucho diciéndome exacto dónde agujerear
y qué largo debía tener la madera, cómo medir
un rollo de empapelado para que no me complicara con él

ningún hechizo de olvido impide que entres
ninguna cantidad de charla conmigo mismo te trae más cerca
quito la telaraña y siento que he logrado algo.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
Versión © Gerardo Gambolini


Spiders

When these shelves were put up
when this wallpaper lay on the bed in rolls
we came here newly born each day to set it right
put our mark on each room and cast benevolent spells
in the hallway, hang a lamp over the door
one asked no more of the other
than to be the voice that answered in the dark

last night I startled spiders
with my tidying up, a modest family
bundled in a corner, so great their haste
to get away that the web vibrated, sang of them
for a time — I hear you telling me just where to drill
and what length the wood must be, how to measure up
a roll of paper so that I don’t have to fight with it

no spells of forgetting keep you out
no amount of talking to myself brigs you nearer
I brush away the web and feel I’ve achieved something.

martes, 16 de agosto de 2011

Fabián Iriarte




Como esa delicada telaraña vista al trasluz de la lluvia.
(Entre las personas y las cosas, las redes de lo real).
Gotas a punto de caer a un abismo diminuto, sus riesgos aparentes.
(Depender del azar, impotencia y orgullo para quien se sabe
hecho de azar y nada más). Esa prolongación exacta
del frágil laberinto se debe a una rama un poco más alejada
que el insecto quiso incluir también en su orbe.
(Hay quien no confía tanto sus gestos a los caprichos de la lucidez,
deja un mínimo poder a los golpes de viento). Voy adonde estás:
el centro de este laberinto que el viento balancea.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963
imagen: Aubrey Beardley, Earl Lavender (1895)  



                            …deus nobis haec otia fecit.
                                            —Virgilio, Égloga I, vi.

Antaño, la complacencia de retirarse a las selvas
en docencia de cantos y lamentos, y del eco sombrío,
y tu voz repetida por las rocas, y el fuego
que agrupa a los hombres en el mito.

La única magia que hogaño depara la época
es ver tu rostro repetido en avisos, repetido en avisos,
repetido en avisos, oír que te nombra la radio, ver televisión
mas cuéntanos, oh pastor, quién es ese dios
escuchar el discurso del escéptico.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963



Earl Lavender, 1895

Esa magnífica espalda… ¿de hombre o de mujer?
Parece una cascada de agua clara.
Por la que correrán prontos
peces de sangre.

Fabián O. Iriarte, Laprida, Bs. As. 1963

miércoles, 10 de agosto de 2011

Juan José Saer



[fragmentos]

                                               a Rafael Oscar Ielpi

                                                              Porque entre tango rigor
                                                               y habiendo perdido tanto,
                                                              no perdí mi amor al canto
                                                              ni mi voz como cantor.
                                                              —La vuelta de Martín Fierro

Estando, por razones políticas, exiliado en el litoral, un poeta argentino del siglo pasado, llamado José, recibió, una mañana, la visita de Rafael, su hermano. Comieron asado con vino negro y, como hacía calor, se echaron a dormir la siesta en el pasto [...]  antes de entrar en el sueño profundo que duraría hasta el anochecer, mantuvieron el siguiente diálogo:


José:
¿Y han de pasar, nomás, para nosotros, los años? ¿Vacilación,
sangre, vacío, habrá sido nomás nuestra suma en el árbol
de las horas? A veces, nadando en el río firme de la fraternidad,
qué tentación, qué tentación, hermano, de echarme a morir,
o separarme para mirar, callándome por fin, desde la orilla, el delirio.
Estos pueblos se me antojan a veces como un pan en llamas.

[...]

Y estamos echados, sin embargo,
en este silencio, a salvo de un sol continuo, implacable,
bajo este dije de paraísos, donde es más denso
el olor de los ríos que el de la pólvora: dos hermanos
que salían, en la infancia, a cazar, y volvían, a la oración,
trayendo una maraña de caseros y las rodillas sangrantes,
dos hermanos que se abrazan cuando lo admite la guerra
y juntan, si pueden, bajo una lámpara, los pedazos de un mismo
recuerdo. La borra de estos momentos será una nación.

[...]

Rafael:
                                                           No oigo nada, nada
más que este siglo ensordecedor; nada, como no sea
el lamento monótono que se levanta de las ciudades,
los grandes golpes de sable contra el cuello del condenado,
el chillido de los monos de etiqueta despedazando
el mapa del mundo, el cotorreo
en las cenas de sociedad, y la jerga de los pedantes. Nada,
salvo una voz que se cuela, a veces, desde la infancia,
para decir, muchas veces No era esto. No era esto,
y apagarse, en seguida, llorosa, en la oscuridad.

[...]

Qué diferencia, la de esa agua, con este vino
que nos hunde en un sueño lleno de miedo,
separándonos, hundiéndonos a cada uno en su cuerpo
como en la fuente de la cólera, de espaldas a un mundo frágil.

[...]

Hemos descubierto, una mañana, inesperadamente,
en el patio de nuestra casa, el rastro de la víbora,
trayendo consigo la pesadilla, el horror,
el entresueño, el hambre. La tortura
desplazó, férreamente, al nacimiento,
y en nuestros sueños reinan, rabiosas, las medusas. ¿Después de esto,
qué vendrá? ¿Qué es lo que habremos de legar?

José:
Aunque de todo este horror edifiquemos
algo más claro y duradedor,
                                   habrá sido tan alto el precio
que en comparación nuestro edificio será nada,
y aunque la tierra entera cante con una voz unánime,
mucha más tarde, junto a la mesa servida,
habrá siempre un momento negro sobre una rama del tiempo
donde los sueños convictos de estos siglos ruidosos
recibirán, de los verdugos de sueños, su condena.

Juan José Saer, Santa Fe, Argentina, 1937 – París, Francia, 2005
fuente: 200 años de poesía argentina, Bs. As., Alfaguara, 2010
imagen: de informe reservado.net

viernes, 5 de agosto de 2011

Emily Dickinson




¡Noches salvajes! — ¡Noches salvajes!
¡Si estuviera contigo
las noches salvajes
serían nuestra lujuria!

Vanos — los vientos —
para un corazón en puerto —
¡Ya basta de brújulas! —
¡Ya basta de mapas!

Bogar en el Paraíso —
¡Ah, el mar!
¡Si sólo pudiera amarrar — esta noche
en ti!

Emily Dickinson, Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 1830-1886
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: "Wild Nights, Wild Nights" manuscript
image in the public domain


Wild Nights — Wild Nights!
Were I with thee
Wild Nights should be
Our luxury!

Futile — the Winds —
To a Heart in port —
Done with the Compass —
Done with the Chart!

Rowing in the Eden —
Ah, the Sea!
Might I but moor — tonight
In Thee!



Morí por la belleza — pero apenas me habían
acomodado en la tumba
cuando alguien que murió por la verdad
fue puesto a mi lado —

Me preguntó en voz baja por qué morí
“Por la belleza”, le dije —
“Y yo — por la verdad — Son ambas una —
dijo él — “Somos hermanos” —

Y así, como parientes, conocidos una noche —
hablamos de una a otra sepultura —
hasta que el musgo llegó a nuestros labios —
y cubrió por completo  — nuestros nombres —

Emily Dickinson, Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 1830-1886
Versión © Gerardo Gambolini


I died for Beauty — but was scarce
Adjusted in the Tomb
When One who died for Truth, was lain
In an adjoining room —

He questioned softly "Why I failed"?
"For Beauty", I replied —
"And I — for Truth — Themself are One —
We Brethren are", He said —

And so, as Kinsmen, met a Night —
We talked between the Rooms —
Until the Moss had reached our lips —
And covered up — our names —



No hay fragata como un libro
para llevarnos a tierras lejanas
ni ningún corcel como una página
de gallarda poesía —

Aún el más pobre puede hacer este viaje
sin que lo agobie el precio —
Qué poco cuesta el carruaje
que transporta al alma humana

Emily Dickinson, Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 1830-1886
Versión © Gerardo Gambolini


There is no Frigate like a Book
To take us Lands away
Nor any Coursers like a Page
Of prancing Poetry —

This Traverse may the poorest take
Without oppress of Toll —
How frugal is the Chariot
That bears the Human soul

martes, 2 de agosto de 2011

Peter Sirr


Curas

Para la ictericia un murciélago aturdido sujeto a la cintura
hasta que muera para la epilepsia luciérnagas en un paño
apenas anudado, puesto sobre el estómago
para la sordera una oreja de león para la melancolía un avestruz
para el deseo un gavilán, alcanfor, calandria

Para la borrachera una perrita semiahogada
su cabeza frotada contra las venas
para la vista borrosa un ungüento de hojas de manzano
para la hidropesía bonetero para la migraña
aloé, mirra, aceite de amapola y harina

Para la esterilidad avellanas, convólvulo, pimienta de agua
para la calvicie grasa de oso, cenizas de paja de trigo
para el corazón alfilerillo, nuez moscada, para el demonio cobre molido
para la irritación compresa de álamo para el catarro tanaseto
para los gusanos semillas de cerezo para la fiebre tormentila, miel

Serbal ciruelas zafiro esmeralda en vino
topacio de un anillo para indicar veneno tierra secada para las pulgas
para el odio una cierva para el silencio el mar para el orgullo
alabastro, roble, leopardo, el sol agotado
arrastrándose a su choza, la noche abrazando y acaparando

sus alfabetos secretos...

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Cures

For jaundice a stunned bat worn around the waist
until it dies for epilepsy glow-worms in a cloth
loosely tied, laid on the stomach
for deafness a lion’s ear for melancholy an ostrich
for desire a sparrowhawk, camphor, calandria

For drunkness a little bitch half drowned
her head rubbed agaist the veins
for dimness of the eyes a salve of apple leaves
for dropsy the spindle tree for migraine
aloe, myrrh, poppy oil and flour

For barreness hazelnut, convolvulus, water pepper
for baldness bear’s grease, ashes of a wheaten straw
for the heart strorksbill, nutmeg, for the devil mulled copper
for vexation compress of aspen for catarrh tansy
for worms cherry seeds for fever tormentil, honey

Rowans plums sapphire emerald in wine
topaz in a ring to show poison for fleas dried earth
for hatred a doe for silence the sea for pride
alabaster, oak, leopard, the wrecked sun
creeping to its hut, the night hugging and hoarding

its secret alphabets...



Visitarlo era ser asaltado por fantasmas, ángeles, almas arrugadas,
            era sentir el vértigo alegre de su vida.
Sus camisas estaban por todas partes, todas blancas, compradas
            por docena en sus viajes a casa.
¿Dónde era eso?
Nadie sabe: el lugar de las camisas blancas y una vieja camioneta,
recordada con cariño.
En el piso, envoltorios de celofán, cuellos de plástico, alfileres.
Las camisas limpias colgadas a la luz, las sucias junto a la puerta,
            y éstas, sin planchar.
El cuarto aletea, a punto de volar, para ser elevado a los cielos
            por una ráfaga poderosa.
Son paracaídas, carpas, bengalas enviadas a lo alto para decir
Estoy aquí, y aquí, todo en orden: envíen camisas y dinero.
¿Dónde está ahora?
En esta ciudad, aquella ciudad, en el lugar de mil camisas.
Parado en clase, marcas de sudor bajo sus brazos, señalando el
            pizarrón.
Tiene puesta su única corbata, manchada de tiza y descolorida.
Siguió viajando, dejando caer camisas en el camino.
Se juntan en el aire, vuelan al norte y el sur.
A veces despertamos en ellas, salimos por la ventana
            del dormitorio.
Flotamos, volamos atravesando ciudades y océanos, descendemos
            con gran lentitud.
Nadie sabe dónde estamos.

Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini


Shirts

To visit him was to be assailed by ghosts, angels, rumple souls;
            was to feel the airy gidiness of his life.
His shirts were everywhere, all white, bought by the dozen on
his trips home.
Where was that?
No one knows: the place of the white shirts and an old pickup
truck, fondly remembered.
On the floor, cellophane wrappers, collar stiffeners, pins.
Clean shirts hung in light, dirty ones by the door, and these
            in need of ironing.
The room flaps, about to fly, to be lifted by a decisive gust
            into the heavens.
They are parachutes, tents, flares sent up to say
I’m here, and here, and not distressed: send shirts and money.
Where is he now?
This town, that town, in the place of a thousand shirts.
Standing in class, sweat marks under his arms, pointing at the
board.
He is wearing his one tie, chalky and fading.
He has moved on, dropping shirts on the way.
They flock to the air, they fly north and south.
Sometimes at night we wake in them, we spill out the
            bedroom window.
We float, we fly across cities and oceans,with descend with
            great slowness.
No one knows where we are.

viernes, 29 de julio de 2011

Silvina Ocampo



Única sabiduría

Lo único que sabemos
es lo que nos sorprende:
que todo pasa, como
si no hubiera pasado.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, Argentina, 1906-1993
imagen: Silvana Ocampo, foto publicada en “La Voz del Interior” (Cba.)



Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
Envejecer transforma a una víctima en victimario.

Siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo?
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.

Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.

Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.

Silvina Ocampo, Buenos Aires, Argentina, 1906-1993