miércoles, 22 de junio de 2011

José Luis Mangieri





Es el último día del año que vivimos en su totalidad.
Como diría Vivaldi,
pasamos las cuatro estaciones.
Hicimos el amor, nos lamimos como animales ebrios de sol.
No lo olvides: alcanzamos, juntos (nosotros), el cielo.
Y nadie tiene interés ni en regresar ni en saber de dónde vino.

José Luis Mangieri, Buenos Aires, 1924-2008
imagen: s/d



Todo era muy cálido
húmedo y turgente.
El amor fue un sol
que reventó en el cielo
y al caer sus pedazos
ardieron la tierra.

José Luis Mangieri, Buenos Aires, 1924-2008



Hoy me levanté dispuesto a ser un buen ciudadano democrático.
Así que comencé a funcionar democráticamente en cuerpo y alma.
Me apené –lo justo– por la miseria de los otros,
me indigné ante la injusticia de las injusticias,
condené –de palabra– a los ladrones y a los asesinos
(sobre todo a los asesinos)
y en el subte compré unas estampitas a un chiquilín rotoso.
Pagué los impuestos en Obras Sanitarias
y las boletas de la jubilación –llegó la hora de pensar en eso–
porque le pagamos las cuentas, me dije,
la democracia nos protegerá a todos
de la miseria –de los otros–
de la injusticia –que revienta a los otros–.
Tiernamente, yo quería ser un ciudadano democrático.
Pero a las tres de la mañana desde París
me llamó mi amigo
con su voz pastosa de amores contrariados y algunas                                                                              más desgracias
para preguntarme por los antiguos animales
sobrevivientes de la era del fuego y los glaciares.
Así que contesté a París:
bien hermano, andamos medio torpes,
pero la pendejada comenzó a disparar sus primeros versos.
Volvé pronto.

José Luis Mangieri, Buenos Aires, 1924-2008

sábado, 18 de junio de 2011

Michael Hartnett



Ignorante, en el sentido
de que comía comida monótona
y pensaba que el mundo era plano,
y pagana, en el sentido
de que sabía que las cosas que andaban
a la noche por ahí no eran ni perros ni gatos
sino púcas y hombres de cara oscura,
tenía, no obstante, un orgullo feroz.
Pero sentenciada finalmente
a comer menos porridge cada vez
en una cocina fría como la piedra
con sus manos endebles
agarró del cuello a un mundo
que no podía entender.
La amé desde el día en que murió.
Ella era un baile de verano en el cruce de caminos.
Era un juego de naipes en el que una nariz salía rota.
Era una canción que nadie cantaba.
Era una casa registrada por soldados.
Era un idioma no hablado casi nunca.
Era el bolso de una niña, lleno de cosas inútiles.

Michael Hartnett, Limerick, Irlanda, 1941-1999
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Death of an Irishwoman

Ignorant, in the sense
she ate monotonous food
and thought the world was flat,
and pagan, in the sense
she knew the things that moved
at night were neither dogs nor cats
but púcas and darkfaced men,
she nevertheless had fierce pride.
But sentenced in the end
to eat thin diminishing porridge
in a stone-cold kitchen
she clenched her brittle hands
around a world
she could not understand.
I loved her from the day she died.
She was a summer dance at the crossroads.
She was a cardgame where a nose was broken.
She was a song that nobody sings.
She was a house ransacked by soldiers.
She was a language seldom spoken.
She was a child's purse, full of useless things.

Besé a mi padre en su cama del hospital.
Las enfermeras arrastraban el paso soñoliento
y los viejos discutían el día entero consigo mismos.
Las siete décadas encerradas en su cabeza
se congelaron en un bloque que goteaba, atemporal,
el pintor perdió su noción de todo salvo el gris.
Aquel beso de actor cayó por un pozo demasiado profundo
para devolver ecos que yo habría valorado —
el ‘29 era el ‘41 el ‘84,
todo uno en su mirada caleidoscópica
(él deseaba para mí su amargura y su sed,
su fría habilidad para cerrar una puerta).
Más tarde, tomando un trago, me di cuenta de que aquel
fue nuestro último beso y, ay, el primero.

Michael Hartnett, Limerick, Irlanda, 1941-1999
Versión © Gerardo Gambolini


That Actor Kiss 

I kissed my father as he lay in bed
in the ward. Nurses walked on soles of sleep
and old men argued with themselves all day.
The seven decades locked inside his head
congealed into a timeless leaking heap,
the painter lost his sense of all but grey.
That actor kiss fell down a shaft too deep
to send back echoes that I would have prized—
‘29 was ‘41 was ‘84,
all one in his kaleidoscopic eyes
(he willed to me his bitterness and thirst,
his cold ability to close a door).
Later, over a drink, I realised
that was our last kiss and, alas, our first.



viernes, 17 de junio de 2011

Irene Gruss




Creía que hablaba para sus papeles

                                                    “Era lo que Diana mas temía: que la realidad irrumpiera”
                                                             —Liliana Heker


Consecuente, ella empezó a lavar su ropa.
Puso agua en un balde
y agitó el jabón, con un sentimiento ambiguo:
era un olor nuevo y una nueva certeza
para contar al mundo.
“Mirar cómo se rompen las burbujas, dijo,
no es más extraño que mirarse a un espejo.”
Creía que hablaba para sus papeles
y se rió, mientras tocaba el agua.
La ropa se sumergía despacio, y
la frotaba despacio, a medida que
iba conociendo el juego.
Decidida,
tomó cada burbuja de jabón
y le puso un nombre; era
lo mejor que sabía hacer hasta ahora,
nombrar, y que las cosas
le estallaran en la mano.

Irene Gruss, Buenos Aires, 1950
de La luz en la ventana [Escarabajo de Oro, 1982]
imagen: Pablo Picasso, Muchacha delante de un espejo


La evidencia

He buscado y hallé
hombres, mujeres que escribieron
sutil, violentamente
sobre sí, y me dije
convencida: hay buenas personas
en este mundo.
Leí y abrazaba esos libros
como abrazo a personas,
reí, sufría, estudié tanta palabra
escrita
por esos hombres y mujeres,
creía en su palabra con una voluntad
animal. Hasta aquí fue
todo: cargué cada ejemplar en cajas,
enormes y pesadas cajas,
con esfuerzo
las bajé hasta la calle y esperé
la hora de paso del recolector
de basura. Nunca
me duermo hasta que no veo ni oigo girar
la compactadora del camión.
Siempre estoy ahí, como
si se tratara de una cita inolvidable.
Cuando llega, corroboro
lo que hice esa noche. Saludé
gentilmente a los muchachos mientras
cargaban las cajas, le di
propina a cada uno, por
el esfuerzo, y volví a casa.
La decisión fue la de un crimen premeditado
e imperfecto, como todos. Aún
desconozco el motivo cabal,
sólo una vaga y brumosa
sensación, inapelable,
fue lo que determinó este asunto: qué clase
de personas serían estas
que ríen y sufren
tan sutil, tan violentamente
por escrito.
No eran palabras
como hechos. No era gente de creer. Por
eso fue, por eso.

Irene Gruss,
de La calma [Libros de Tierra Firme, 1991]
en http://lamitadelaverdad.blogspot.com

miércoles, 15 de junio de 2011

Giuseppe Ungaretti



Sereno

Después de tanta
niebla
una
a una
se descubren
las estrellas

Respiro
el fresco 
que me deja
el color del cielo

Me reconozco
imagen
pasajera

Presa en un viaje
inmortal

Bosque de Courton, julio de 1918

Giuseppe Ungaretti, Alejandría, Egipto, 1888 – Milán, Italia, 1970
de L’allegria
Traducción de Rodolfo Alonso
imagen: trinchera italiana de la Primera Guerra


Sereno

Dopo tanta
nebbia
a una
a una
si svelano
le stelle.

Respiro
il fresco
che mi lascia
il colore del cielo

Mi riconosco
immagine
passeggera

Presa in un giro
immortale

Bosco di Courton luglio 1918



De improviso
se alza
sobre los escombros
el límpido
estupor
de la inmensidad

Y el hombre
curvado
sobre el agua
sorprendida
por el sol
se descubre
una sombra

Acunada y
lentamente
rota

Vallone, 19 agosto de 1917

Giuseppe Ungaretti, Alejandría, Egipto, 1888 – Milán, Italia, 1970
de L’allegria
Traducción de Rodolfo Alonso


Vanità 

D’improvviso
è alto
sulle macerie
il limpido
stupore
dell’immensitá

E l’uomo
curvato
sull’acqua
sorpresa
dal sole
si rinviene
un’ombra

Cullata e
piano
franta

Vallone il 19 agosto 1917



Y cuando el corazón, de un último latido,
haya hecho caer el muro de sombra,
para conducirme, madre, hasta el Señor,
me darás la mano, como antes.

De rodillas, segura,
serás una estatua delante del Eterno,
como ya te veía
cuando estabas aún en vida.

Alzarás temblorosa los brazos viejos,
como cuando expiraste
diciendo: Dios mío, aquí estoy.

Y sólo cuando me haya perdonado
te vendrá deseo de mirarme.

Recordarás haberme esperado tanto
y en tus ojos habrá un fugaz suspiro.

Giuseppe Ungaretti, Alejandría, Egipto, 1888 – Milán, Italia, 1970
de Sentimento del tempo
Versión © Gerardo Gambolini



La madre

E quando il cuore d’un ultimo battito
avrà fatto cadere il muro d’ombra,
per condurmi, Madre, fino al Signore,
come una volta mi darai la mano.

In ginocchio, decisa,
sarai una statua davanti all’Eterno,
come già ti vedeva
quando eri ancora in vita.

Alzerai tremante le vecchie braccia,
come quando spirasti
dicendo: "Mio Dio, eccomi".

E solo quando m’avrà perdonato,
ti verrà desiderio di guardarmi.

Ricorderai d’avermi atteso tanto,
e avrai negli occhi un rapido sospiro.

martes, 14 de junio de 2011

Alberto Girri




Y se comprende, la tragedia
les es extraña, no acertarían
a plagiar nuestra ciega rutina
en extraer de los funerales bodas
y de las bodas funerales;
¿los concebiríamos
tratando de superar moralmente
fallas, atentados, burlas
a códigos que los gobiernan,
o resolviendo incertidumbres por el veneno,
estrangulamiento, la sedienta espada?

Ningún cuervo
le sacaría a otro el ojo
de un picotazo,
ningún lobo
le destrozaría a otro lobo
la yugular de una dentellada,
y ninguna paloma, liebre,
ni aún el gorila;

¿dónde asistir
a lo increíble, pájaros ajusticiando
a pájaros por dejar de cantar,
y cuyo silencio esconde crímenes,
o por o haber cantado
en el registro oportuno?;

con qué organizar,
en público una “Fedra” de gatos.

Alberto Girri, Buenos Aires, 1919-1991
imagen: s/d


sábado, 11 de junio de 2011

Jacobo Fijman



Yo estaba muerto bajo los grandes soles, bajo los grandes
     soles fríos.

A través de mi llanto
oigo el agrio sudor de la precocidad.

Yo vuelvo sobre un musgo
y las ciudades crecen a la aventura hasta la noche
     del estupor.

Miseria.
Dios pesa.
Me llaman vientos de mar.

Van y vienen en grandes cambios; se alargan en
     saltos irritados
que apagan mi temblor, que exasperan los sueños.

Jamás podré seguir.
Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre
     los vidrios pálidos del mundo.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
imagen: s/d



El ojo enamorado ata los cielos y la tierra;
el ojo enamorado desnuda tierra y cielos; cielos
     unos de otro sobre la tierra.

Y hermosa es la atadura de los cielos, real el día
     real la noche de los cielos.

Hermosos son los cielos acabados donde no caen
     desatados los días y las noches.
Real el día, real la noche.

Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970

jueves, 9 de junio de 2011

Patrick Kavanagh




Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú le robaste la risa a mi amor;
te llevaste el niño feliz de mi pasión
para darme el provinciano que engendraste.

Tú atoraste los pies de mi mocedad
y yo creí que mi tambaleo
tenía el porte y el tranco de Apolo,
y mi torpe mascullar, el aire de su voz.

¡Me decías que el arado era inmortal!
¡Oh, arado conquistador de la lozanía!
El eje oxidado, tu hoja roma
en la lisa pradera de mi frente.

En humeantes estercoleros
cantabas la canción de una prole de cobardes,
tú perfumaste mi ropa con sarna de comadreja,
con comida de cerdo me nutriste,

tú abriste una zanja en mi visión
de la belleza, el amor y la verdad.
¡Oh, gris y pedregoso suelo de Monaghan,
tú saqueaste el banco de mi juventud!

Perdidas las largas horas de placer
para todas las mujeres que aman a los jóvenes.
Oh, aún puedo acariciar el lomo del monstruo
o escribir con pluma no venenosa

su nombre en estos versos solitarios
o mencionar los campos oscuros
donde el primer vuelo alegre de mis rimas
quedó atrapado en una plegaria de campesino.

Mullahinsa, Drummeril, Black Shanco —
dondequiera que mire en el gris y pedregoso
suelo de Monaghan
veo amores muertos que nacieron para mí.

Patrick Kavanagh, Irlanda, 1904-1967 
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Patrick Kavanagh


Stony Grey Soil

O stony grey soil of Monaghan
The laugh from my love you thieved;
You took the the gay child of my passion
And gave me your clod-conceived.

You clogged the feet of my boyhood
And I believed that my stumble
Had the poise and stride of Apollo
And his voice my thick-tongued mumble.

You told me the plough was immortal!
O green-life-conquering plough!
Your mandril strained, your coulter blunted
In the smooth lea-field of my brow.




martes, 7 de junio de 2011

Gerardo Gambolini




La pared se cayó.
El arquitecto niega ser responsable.
La calidad del suelo, sostiene, no es la mejor,
y algunos vientos superan lo predecible.
Fulano de Tal, vecino y profesor de historia,
agrega que en el pasado
ya se cayeron otras paredes.
Mengano de Tal, sociólogo del barrio,
afirma que los vecinos
no armaron tanto lío en esas ocasiones,
porque eran paredes que no le importaban
a nadie.
Zutano de Tal, ensayista de fomento,
propone que en realidad
las paredes no existen: son una alegoría
de nuestras propias limitaciones.
Un trío de periodistas festeja el derrumbe
y lanza suspicacias contra los transeúntes...

Relativistas del mundo, ite.
Vaffanculo.
La pared se cayó.
Si uno anda por ahí, pisa cascotes.

Gerardo Gambolini, Buenos Aires, 1955
imagen: s/d


                                                              
                                                  Ni los dioses, ni los hombres ni los estantes de las bibliotecas 
                                                  soportan a un poeta mediocre.
                                                  —Horacio

                                               ¿No comprendes que tus designios están descubiertos?
                                                —Cicerón, Primera Catilinaria

                                  
Una suerte de imperfección era lo que tenía,
y la poesía que inventaba era fácil de olvidar;
conocía la ambición como la palma de su mano
y moría de interés por espacios y ascensores;
cuando leía, respetables escritores disimulaban la risa,
cuando odiaba, los chicos le cantaban sus burlas en las calles.



lunes, 6 de junio de 2011

Fred Johnston



Norte geográfico

Me entero de que el hermano de mi abuelo
se ahogó dando la vuelta al Cabo de Hornos

y surge una suerte de necesidad, como si el eje de lo conocido
se hubiera inclinado. Una cosita más que necesita un lugar

donde encajar. Día de San Esteban —  por un pequeño cementerio acogedor
en un campo en declive, un hombre camina, el rifle abierto,

con su hijo. El tiempo se tranquiliza, una niebla lenta se aleja airada.
Los nombres de las lápidas son del lugar, una lista labrada

de certezas y de qué es qué. Yo no tengo eso,
el don de arraigar, sino que trepo para tocar algo como eso

por los aparejos de mi duda, sintiendo con cada cabeceo
y cada borrasca la necesidad de soltarme, de caer libremente en lo que

vaya a absorberme, a ahogarme. Mi norte geográfico siempre está cambiando,
apenas unos grados desde marcas lejanas, una distancia considerable
           de cerca.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Claude Monet, Las rocas de Pourville, marea baja (1882)


True North

Hearing for the first time that my grandfather’s
Brother had drowned edging round Cape Horn

A sort of want starts up, as if the axis of the known
Had tilted. One more small thing needing a place

To fit. Boxing Day — above a snug wee graveyard
In a sloping hill a man walks, rifle broken, with

His son. Time paces itself, a slow mist danbders off.
The headstones names are local, a carved roll-call

Of certainties and what’s what. I do not possess that,
A rooting gift, but clamber up to touch something like

It through the rigging of my doubt, feeling with every pitch
And squall the need to let go, fall free into what will

Absorb me, drown me. My True North is always shifting,
A few degrees from far off marks a considerable distance
            up close.



La indiferencia forzada nos hace tontos a ambos.
Rara vez se dice lo cierto (tampoco habría que hacerlo)
¿Qué es el amor sino extrañeza llevada a la cama
y obsequios ofrecidos, para dejar otra extrañeza en libertad?

Y tú, para quien ningún amor es amor suficiente
tal vez conjetures si este o aquel hombre te complace
juzgado por las reglas, por la ropa, por el giro de la charla
cuando, irritado por esa impiedad, se enfría.

Pero yo también soy un amante, a mi modo silencioso,
que no ofrece nada, y es mucho mejor así, además
me acostumbré a aferrarme a la roca del amor
y esperar el rescate de tus mareas cambiantes.

Fred Johnston, Belfast, Irlanda del Norte, 1951
reside en Galway, Irlanda del Sur
Versión © Gerardo Gambolini


Indifference

Forced indifference makes fools of us both.
The right thing is seldom said (nor should it be)
What is love but strangeness brought to bed
And offered gifts, to set another strangeness free?

And you for whom  no love is love enough
May speculate on whether this or that man pleases
By book, by dress, by turn of conversation judged
When warmed beneath such heartlessness, he freezes.

Yet I am lover also, in my silent fashion
Who offers nothing, but it is better of besides
I’m used by now to clinging to love’s rock
And waiting for the rescue of your fickle tides.



jueves, 2 de junio de 2011

Jorge Luis Borges




Eres invulnerable. ¿No te han dado
los números que rigen tu destino
certidumbre de polvo? ¿No es acaso
tu irreversible tiempo el de aquel río

en cuyo espejo Heráclito vio el símbolo
de su fugacidad? Te espera el mármol
que no leerás. En él ya están escritos
la fecha, la ciudad y el epitafio.

Sueños del tiempo son también los otros,
no firme bronce ni acendrado oro;
el universo es, como tú, Proteo.

Sombra, irás a la sombra que te aguarda
fatal en el confín de tu jornada;
piensa que de algún modo ya estás muerto.

Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986
imagen: Yves Marchand, Melting Clock