lunes, 4 de noviembre de 2013

R.S.Thomas




De rodillas

Instantes de gran calma,
de rodillas ante un altar de madera
en una iglesia de piedra
en verano, esperando que el Dios
hable; el aire una escalera
al silencio; la luz del sol
llamándome, como si yo interpretara
un gran papel. Y la gente
callada; toda esa masa compacta
de espíritus esperando, como yo,
el mensaje.
            Apúntame, Dios;
pero no todavía. Cuando hablo,
aunque seas tú el que habla
a través de mí, algo se pierde.
El significado está en la espera.


Umbral

Salgo de la caverna de la mente
a la peor oscuridad
de afuera, donde pasan las cosas y
el Señor no está en ninguna de ellas.

Oí la voz pequeña, silenciosa
y era la voz de las bacterias
demoliendo mi cosmos.
Me demoré demasiado

en este umbral, pero, ¿adónde puedo ir?
Mirar atrás es perder el alma
que yo estaba conduciendo
hacia la luz. ¿Mirar adelante? Ah,

cuánto equilibrio hace falta
en los bordes de ese abismo —
Estoy solo en la superficie
de un planeta que gira. ¿Qué

hacer sino, como el Adán
de Miguel Ángel, estirar mi mano
hacia el espacio desconocido
esperando el toque recíproco?


A un joven poeta

Los primeros veinte años aún estás creciendo
físicamente, es decir: como poeta, por supuesto,
todavía no has nacido. Es en los próximos diez
cuando cortas dientes para surgir
sonriendo engreído por tu cortejo atrevido de la musa.
Te tomarás en serio esos primeros amoríos
con jóvenes poemas, pero cualquier apego
forjado entonces sólo vendrá a avergonzarte
cuando el amor se haya vuelto un servicio serio
prestado a una reina fría.

A partir de los cuarenta
de los cortes y raspones de poemas
que tus manos toscas destrozaron
aprendes a juntar
con más habilidad las partes arbitrarias
de la oda o el soneto, mientras el tiempo alimenta
un nuevo impulso para ocultar tus heridas
a los ojos de ella y de un público audaz,
dado a curiosear.

Ahora eres viejo
según indican los años, pero en ese mundo
más lento del poeta simplemente estás llegando
a la triste madurez, sabiendo que la sonrisa
de su rostro orgulloso no es para ti.


Ronald Stuart Thomas, Cardiff, Gales, 1913-2000
R. S. Thomas, tal el nombre bajo el que publicó, fue además sacerdote anglicano.
versiones © Gerardo Gambolini 
imagen: Elsi y R.S. Thomas, circa 1940, de “R.S. Thomas: Writers of Wales” por Tony Brown.


Kneeling

Moments of great calm, / Kneeling before an altar / Of wood in a stone church / In summer, waiting for the God / To speak; the air a staircase / For silence; the sun’s light / Ringing me, as though I acted / A great role. And the audiences / Still; all that close throng / Of spirits waiting, as I, / For the message. / Prompt me, God; / But not yet. When I speak, / Though it be you who speak / Through me, something is lost. / The meaning is in the waiting.

Threshold

I emerge from the mind’s / cave into the worse darkness / outside, where things pass and / the Lord is in none of them. // I have heard the still, small voice / and it was that of the bacteria / demolishing my cosmos. I / have lingered too long on // this threshold, but where can I go? / To look back is to lose the soul / I was leading upwards towards / the light. To look forward? Ah, // what balance is needed at / the edges of such an abyss. / I am alone on the surface / of a turning planet. What // to do but, like Michelangelo’s / Adam, put my hand / out into unknown space, / hoping for the reciprocating touch?

To a young poet

For the first twenty years you are still growing / Bodily that is: as a poet, of course, / You are not born yet. It’s the next ten / You cut your teeth on to emerge smirking / For your brash courtship of the muse. / You will take seriously those first affairs / With young poems, but no attachments / Formed then but come to shame you, / When love has changed to a grave service / Of a cold queen. // From forty on / You learn from the sharp cuts and jags / Of poems that have come to pieces / In your crude hands how to assemble / With more skill the arbitrary parts / Of ode or sonnet, while time fosters / A new impulse to conceal your wounds / From her and from a bold public, / Given to pry. // You are old now / As years reckon, but in that slower / World of the poet you are just coming / To sad manhood, knowing the smile / On her proud face is not for you.


viernes, 4 de octubre de 2013

Temprano y tarde





Temprano y tarde

                                                                       a L. T.


¿A qué despertar con la idea de borrasca,
las olas trepando la escollera,
las olas arrastrando tu cuerpo minado
y el viento que bate la lona recogida de las carpas?
¿A qué despertar con la idea de mitades,
de construcciones sin terminar,
de vidas detenidas colgadas en las perchas?
¿Para qué revisar las ramas de la casa?

Aferrémonos mejor a la chance de mentir,
al silencio amable de la imaginación.
E igual que en la impecable ceguera
de la juventud, pensemos de nuevo
que aún la muerte debe ser abandonada
negando que tu cuerpo sea un fugitivo.


Gerardo Gambolini, Bs. As., Argentina, 1955
imagen: Mar del Plata, Torreón



viernes, 6 de septiembre de 2013

Emily Dickinson





¡Yo soy Nadie! ¿Quién eres tú?
¿Tú eres — Nadie — también?
¡Entonces somos dos!
¡No lo digas! ¡Ya sabes — lo contarían!

¡Qué triste — ser — Alguien!
¡Qué público — como una Rana —
Decir el nombre de uno — durante todo junio —
A un Pantano admirador!




Hoy se acercó a mi mente una Idea —
Que había tenido antes —
Pero que no terminé — un tiempo atrás —
No podría precisar el año —

Ni adónde se fue — ni por qué vino
La segunda vez a mí —
Ni tengo el Arte para decir
Claramente qué era —

Pero en algún lugar — de mi Alma — lo sé —
La he visto antes
Me lo recordó, simplemente — eso fue todo —
Y no vino más a mí —




La diferencia entre la Desesperación
Y el Miedo — es como Aquella
Entre el instante del Naufragio —
Y cuando el Naufragio ha ocurrido —

La Mente está en calma — sin Movimiento —
Tranquila como el Ojo
En la frente de un Busto —
Que sabe — que no puede ver —   


Emily Dickinson, Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 1830-1886
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


I’m Nobody! Who are you?  / Are you — Nobody — too? / Then there’s a pair of us!  / Don’t tell!  they’d advertise — you know. // How dreary — to be — Somebody! / How public — like a Frog — / To tell one’s name — the livelong June — / To an admiring bog!

A Thought went up my mind today — / That I have had before — / But did not finish — some way back — / I could not fix the Year — // Nor where it went — nor why it came / The second time to me — / Nor definitely what it was — / Have I the Art to say — // But somewhere — in my Soul — I know — / I’ve met the Thing before — / It just reminded me — ’twas all — / And came my way no more —


The difference between Despair / And Fear — is like the One / Between the instant of a Wreck /
And when the Wreck has been — // The Mind is smooth — no Motion — / Contented as the Eye /
Upon the Forehead of a Bust — / That knows — it cannot see —



viernes, 19 de julio de 2013

Arthur Spear




Enroque

¡Ah, si hubiera llegado cuando abundaban las horas!
¡Si hubiera llegado cuando el agua saltaba en las fuentes
y las noches eran como guantes!

Pero llegó cuando todo empezaba a declinar
y los días ya no eran tan alegres.
Llegó a palacios de colgaduras ajadas,
candelabros racionados.

Entretanto, vio tramar a un miserable o dos.
Y vio la inepcia del gobernante.

Aun así, permaneció.
Recorría una calle, visitaba una plaza,
veía aparecer y disolverse las luces en alguna torre vieja,
y hallaba placer en eso.

Le tocaron los restos, es verdad, las menciones de un fulgor.
Entonces hizo un silencio justo.
Un enroque delicado.
Y volvió a los espejos cerrados de su casa.

Arthur Spear, Escocia, 1955
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Mujer en marco de espejo, por Piotr Siedlecki



Castling 

O if only she’d come when hours were abundant!
If only she’d come when water would spring in the fountains
and nights were like gloves!

But she arrived when things were already falling
and days were not so merry anymore.
She entered palaces with worn tapestries,
rationed candlesticks.

Meanwhile, she saw one or two scoundrels plotting.
And the ruler’s ineptitude.

She stayed, nevertheless.
She would walk along a street, or visit a square,
she would see the lights in some old tower appear and fade,
and she would find pleasure in it.

But it was the remnants, true, which fell to her lot,
the mentions of a shine.
So she made a fair silence.
A delicate castling.
And returned to her closed mirrors at home.


miércoles, 26 de junio de 2013

Ronald Stuart Thomas





Se trata de un gato negro
en lo alto de un árido acantilado en marzo
cuyos ojos prevén
los pétalos del espinillo;

la igualación formal
de un ronroneo hogareño
con los fríos interiores
del espejo del mar.



Tendido ahora en su blando lecho
por última vez, viendo embotadamente
a través de los párpados pesados el color del día
sobrevivir al cielo, ¿qué puede decir
digno de registro, los libros todos abiertos,
las plumas preparadas, las caras, tristes,
esperando solemnemente que los labios cansados
se muevan una vez — qué puede decir?

Su lengua lucha por lograr que una palabra
traspase la densa flema; ningún discurso, ninguna frase
para la noticia del día, sólo la única palabra “perdón”;
perdón por las mentiras, por el largo fracaso
en la guerra del poeta; que prefiriera
las rimas más fáciles del corazón
a la escansión de la mente; que ahora muera
sin testamento válido, teniendo para dejar
sólo unas canciones, frías como piedras
en las manos delgadas que pedían pan.


Ronald Stuart Thomas, Cardiff, Gales, 1913-2000
Versiones © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


The Cat and the Sea

It is a matter of a black cat  / On a bare cliff top in March / Whose eyes anticipate / The gorse petals; // The formal equation of  / A domestic purr / With the cold interiors / Of the sea’s mirror. 


Death of a Poet

Laid now on his smooth bed / For the last time, watching dully / Through heavy eyelids the day’s colour / Widow the sky, what can he say / Worthy of record, the books all open, / Pens ready, the faces, sad, / Waiting gravely for the tired lips / To move once — what can he say? // His tongue wrestles to force one word / Past the thick phlegm; no speech, no phrases / For the day's news, just the one word ‘sorry’; / Sorry for the lies, for the long failure / In the poet’s war; that he preferred / The easier rhythms of the heart / To the mind’s scansion; that now he dies / Intestate, having nothing to leave / But a few songs, cold as stones / In the thin hands that asked for bread.


sábado, 15 de junio de 2013

Alberto Girri






Qué hacer
del viejo yo lírico, errático estímulo,
al ir avecinándonos a la fase
de los silencios, la de no desear
ya doblegarnos animosamente
ante cada impresión que hierve,
y en fuerza de su hervir reclama
exaltación, su canto.

Cómo, para entonces,
persuadirlo a que reconozca
nuestra apatía, convertidas
en reminiscencias de oficios inútiles
sus constantes más íntimas, sustitutivas
de la acción, sentimiento, la fe;
su desafío
a que conjoremos nuestras nadas
con signos sonoros que por los oídos andan
sin dueños, como rodando, disponibles
y expectantes,
ignorantes
de sus pautas de significados,
de dónde obtenerlas:
y su persistencia, insaciable,
para adherírsenos, un yo
instalado en otro yo, vigilando
por encima de nuestro hombro
qué garabateamos;

y su prédica
de que mediante él hagamos
florecer tanto melodía cuanto gozosa
emulación de la única escritura
nunca rebecha por nadie,
la de Aquel
que escribió en la arena, ganada
por el viento, embrujante poesía
de lo eternamente indescifrable.

Preguntárnoslo, toda vez
que nos encerremos en la expresión
idiota del que no atina a consolarse
de la infructuosidad de la poesía
como vehiculo de seducción, corrupción,
y cada vez
que se nos recuerde que el verdadero
hacedor de poemas execra la poesía,
que el auténtico realizador
de cualquier cosa detesta esa cosa.


Alberto Girri, Buenos Aires, Argentina, 1919-1991
imagen: Sara Facio


sábado, 25 de mayo de 2013

Rudyard Kipling





“¿Tienes noticias de mi hijo Jack?
No con esta marea.
“¿Cuándo crees que regresará?”
No con este viento, y con esta marea.

“¿Alguien recibió noticias de él?”
No con esta marea.
Pues lo hundido difícilmente nade,
no con este viento, y con esta marea.

“Oh, Dios, ¿qué consuelo puedo hallar?”
Ninguno con esta marea,
ni con ninguna marea,
salvo que no avergonzó a los suyos —
ni aun con ese viento, y esa marea.

Así que mantén la cabeza bien erguida,
con esta marea,
y con cualquier marea;
¡porque él fue el hijo que engendraste
y que entregaste a ese viento, y a esa marea!


Rudyard Kipling, India, 1865 – Inglaterra, 1936
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Infantería Británica avanzando en Loos


My Boy Jack

“Have you news of my boy Jack?” / Not this tide. / “When d’you think that he’ll come back?” / Not with this wind blowing, and this tide. // “Has any one else had word of him?” / Not this tide. / For what is sunk will hardly swim, / Not with this wind blowing, and this tide. // “Oh, dear, what comfort can I find?” / None this tide, / Nor any tide, / Except he did not shame his kind — / Not even with that wind blowing, and that tide. // Then hold your head up all the more, / This tide, / And every tide; / Because he was the son you bore, / And gave to that wind blowing and that tide!


Nota:

Al comenzar la Gran Guerra, John (Jack) Kipling, de 17 años, único hijo varón de Rudyard Kipling, expresó su deseo de unirse a la Marina Real para luchar contra los alemanes. Cuando el joven fue rechazado en los exámenes médicos por su pronunciada miopía, el escritor, que alentaba vivamente la intención de su hijo, usó su influencia para que pudiera incorporarse al ejército, donde fue instruido y designado Teniente Segundo del 2º Batallón de Guardias Irlandeses. Jack Kipling fue dado por desaparecido a los 18 años, en setiembre de 1915, tras la Batalla de Loos, su primera participación en la guerra (la muerte del joven se confirmó posteriormente). Escrito por Kipling al enterarse de su desaparición, Mi hijo Jack fue publicado como preludio de un cuento sobre la Batalla de Jutlandia (1916) de su libro Sea Warfare. Las imágenes y el tema del poema, de naturaleza marítima, refieren a un marinero genérico, Jack (o Jack Tar). 


sábado, 11 de mayo de 2013

Peter Sirr







                        Aquí viví
tal vez un minuto de mi mente
suficiente
para que todo sea claro
los  muebles, la luz de la mañana
                                                           los sueños

las agonías
de lo posible

o, al menos, los lentos días extendiéndose
en la vida elegida

Acosado por esta calle
camino
recordando otra ciudad
recordándote

toda nuestra vida desplegada ante nosotros
en ese momento

y ahora de vuelta
aquí

Aquí también las calles se llenan
de vidas posibles
y de cada una
me alejo
subiendo a la deriva

como suben los globos sobre...
—¿era Koblenz?—
en elevado silencio

En la autopista
ahora
una cesta de mimbre en un trailer
yendo a casa

pero en el campo
las manos —mías, tuyas—
chorreando burbujas
se estiran hacia las sogas
y entonces
y ahora
en seda hundida
nuestros cuerpos apaciguados

   *  *  *

oh, ¿por qué
no me quedé?

Trepé hacia ti
con persistencia, y tú

volviste la cara y te acercaste,
tu voz

derramada en mi boca
Ningún silencio, es cierto, que no te pronunciara

ningún azul ni gris ni lluvia ni estación
pero arrasaste

la delgada cortina de la luz
y cosiste mis ojos al día vencido


Peter Sirr, Waterford, Irlanda, 1960
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: s/d

Koblenz, maybe

Here / I have lived / maybe one minute in my mind / enough / for everything to be clear / furniture, morning light / dreams // agonies / of the possible // or, at last, the slow days unfolding / in the decided life // Haunted by this street / I walk / remembering another town / remembering you // our whole life spread before us / in that moment // and now returned / here // Here too the streets swell / with possible lives / and from each one // I lean out / drifting up // like the baloons over — / was it Koblenz? — / in their high quiet // Or the motorway / now / a wicker basket on a trailer / speeding home // but in the field / the bubble descending / hands —mine, yours — / stretching for the ropes / and then / and now / in plunged silk / our bodies stilled. /// oh why did I not / stay? // I climbed towards you / persistently, and you / you turned your faced and leaned / all the way over, your voice // spilled into my mouth / No silence, true, that does no utter you // no blue no grey no rain no season / but you have ravaged // the light’s thin curtain / and stitched my eyes to the fallen day



lunes, 22 de abril de 2013

Robert Frost






Cuando el viento nos ataca en la oscuridad
y bombardea con nieve
la ventana que da al este en el cuarto de abajo,
y susurra, el monstruo, con un sordo ladrido,
“¡Sal! ¡Sal!”,
no es ninguna lucha interna no salir,
¡oh, no lo es!
Cuento nuestras fuerzas,
dos y un niño,
aquellos de nosotros no dormidos, limitados a ver
cómo entra el frío cuando el fuego se apaga finalmente,
cómo se va acumulando la nieve,
el jardín y el camino indistinguibles,
hasta que incluso el granero consolador
se agranda a la distancia
y mi corazón tiene una duda:
si está en nosotros levantarnos con el día
y salvarnos sin ayuda.




Hay un mancha de nieve vieja en una esquina
que, debí adivinarlo,
era un diario arrastrado por el viento
que la lluvia había puesto a descansar.

Está salpicada de barro como si
letra de imprenta la cubriera,
las noticias de un día que he olvidado —
si alguna vez las leí.


Robert Frost, Estados Unidos, 1874- 1963
Versión © Gerardo Gambolini
[Public domain image]


Storm Fear

When the wind works against us in the dark, / And pelts with snow / The lowest chamber window on the east, / And whispers with a sort of stifled bark, / The beast, / ‘Come out! Come out!’ / It costs no inward struggle not to go, / Ah, no! / I count our strength, / Two and a child, / Those of us not asleep subdued to mark / How the cold creeps as the fire dies at length, / How drifts are piled, / Dooryard and road ungraded, / Till even the comforting barn grows far away / And my heart owns a doubt / Whether ‘tis in us to arise with day / And save ourselves unaided. 


A Patch of Old Snow

There’s a patch of old snow in a corner / That I should have guessed / Was a blow-away paper the rain / Had brought to rest. // It is speckled with grime as if / Small print overspread it, / The news of a day I’ve forgotten — / If I ever read it. 



domingo, 14 de abril de 2013

Nazim Hikmet






Nací en 1902.
A mi cuidad natal nunca volví
porque no soy afecto a los regresos.
A la edad de los tres años, en Alepo, 
mi profesión fue nieto de pachá.
A los 19 años, estudiante 
en la Universidad comunista de Moscú.
A los 49 años, en Moscú, invitado del Comité Central.
Y, desde los catorce años, mi oficio es de poeta. 

Hay gentes que conocen las distintas variedades de los peces; 
yo, de las separaciones.
Hay quien sabe los nombres de todas las estrellas, de memoria;
yo, los de las nostalgias.

Viví en inquilinatos, en cárceles y en hoteles de lujo.
He conocido el hambre, también la huelga de hambre,
y no hay comida cuyo sabor ignore.
Cuando tenía treinta años, decidieron detenerme;
a los 49, decidieron darme el Premio Mundial de la Paz,
y me lo dieron.
Teniendo 36, recorrí cuatro metros cuadrados de hormigón 
en seis meses.
A los 59, volé en 18 horas desde Praga a La Habana.
A Lenin no lo vi, pero en 1924
monté guardia junto a su catafalco.
En 1961, el mausoleo que visito son sus libros.

Se ha hecho mucho por apartarme de mi Partido:
eso nunca funcionó
ni me aplastaron ídolos que caen.
    
En 1951, con otro camarada, fui por mar hacia la muerte.
En 1952, fisura al corazón: tendido de espaldas,
esperé a la muerte cuatro meses.

Llegué estar loco de celos por mujeres que amé.
Yo no le tengo un ápice de envidia ni a Charlot *.
Engañé a mis mujeres,
pero nunca hablé mal a espaldas de un amigo.
He bebido sin volverme un borracho.
Felizmente, siempre gané mi pan con el sudor de mi frente.
Si alguna vez mentí, fue sintiendo vergüenza por el prójimo.
He mentido por no apenar a otro.
Y también he mentido sin razón.

Viajé en tren, en avión y en automóvil,
lo que no puede hacer la inmensa mayoría de la gente.
He asistido a la Ópera, 
donde no puede ir la mayoría de la gente, 
que hasta ignora ese nombre. 
Pero allí a donde va la mayoría de la gente
no he vuelto a ir desde 1921;
mezquita, iglesia, sinagoga, templo, casa del adivino.
Aunque a veces leo la borra del café.

Me publican como en 40 idiomas,
pero en Turquía estoy prohibido
en mi propio idioma.

No he tenido cáncer, hasta ahora,
ni es forzoso que lo tenga,
y no seré primer ministro o algo así,
ni siento la menor inclinación
por ese tipo de ocupaciones.

No he peleado en la guerra,
no he bajado de noche a los refugios
ni anduve los caminos del éxodo
bajo aviones que vuelan a ras del suelo.
Y, casi sesentón, me siento enamorado.

En suma, camarada:
este día, en Berlín, muriendo de nostalgia
como un perro,
no puedo decir que viví como un hombre,
pero lo que me queda por vivir
y lo que pueda sucederme,
          ¿chi lo sa?


* El personaje creado por Chaplin.


Nazim Hikmet, Salónica, Imperio Otomano, 1901- Moscú, 1963
imagen: Autorretrato, Nazim Hikmet en su celda de prisión, 1946


sábado, 6 de abril de 2013

Manuel Bandeira






 Fiebre, hemoptisis, disnea y sudores nocturnos.
La vida entera que podía haber sido y que no fue.
Tos, tos, tos.

Mandó llamar al médico:
–Diga treinta y tres.
–Treinta y tres... treinta y tres... treinta y tres...
–Respire.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

–Usted tiene una cavidad en el pulmón izquierdo y el pulmón derecho infiltrado.
–Entonces, doctor, ¿no podemos probar el pneumotórax?
–No. Lo único que se puede hacer es tocar un tango argentino. 




Dos veces se muere:
Primero en la carne, después en el nombre.
La carne desaparece, el nombre persiste pero
Vaciándose de su casto contenido
-Tantos gestos, palabras, silencios-
Hasta que un día sentimos,
Con un golpe de espanto (¿o de remordimiento?)
Que el nombre querido ya no suena como los otros.

Santinha nunca fue para mí el diminutivo de Santa.
Ni Santa fue nunca para mí la mujer sin pecado.
Santinha era dos ojos miopes, cuatro incisivos a flor de boca.
Era la intuición rápida, el miedo de todo, un cierto modo de decir “Válgame Dios”.

Adelaide no fue para mí solamente Adelaide,
Sino Cabellera de Berenice, Innominada, Casiopea.
Adelaide, hoy apenas sustantivo propio femenino.

Los epitafios también se apagan, bien lo sé.
Más lentamente, sin embargo, que las reminiscencias
En la carne, menos inviolable que la piedra de las tumbas.


Manuel Bandeira, Pernambuco, Brasil, 1886-1968
versiones de Rodolfo Alonso
imagen: s/d


Pneumotórax

Febre, hemoptise, dispnéia e suores noturnos. / A vida inteira que podia ter sido e que não foi. / Tosse, tosse, tosse. // Mandou chamar o médico: / - Diga trinta e tres. / - Trinta e tres...trinta e tres...trinta e tres... / - Respire. //  - O senhor tem una escavação no pulmão esquerdo e o pulmão direito infiltrado. / - Então, doutor, não é possível tentar o pneumotórax? / - Não. A única coisa a fazer é tocar um tango argentino.


Os nomes

Duas vezes se morre: / Primeiro na carne, depois no nome. / A carne desaparece, o nome persiste mas / Esvaziando-se de seu casto conteúdo / – Tantos gestos, palavras, silêncios – / Até que um dia sentimos, / Com uma pancada de espanto (ou de remorso?) / Que o nome querido já não nos soa como os outros. // Santinha nunca foi para mim o diminutivo de Santa. / Nem Santa nunca foi para mim a mulher sem pecado. / Santinha eram dois olhos míopes, quatro incisivos claros à flor da boca. / Era a intuição rápida, o medo de tudo, um certo modo de dizer “Meu Deus, velei-me”. //  
Adelaide não foi para mim Adelaide somente. / Mas Cabeleira de Berenice, Inominata, Cassiopéia. / Adelaide hoje apenas substantivo próprio feminino. // Os epitáfios também se apagam, bem sei. / Mas lentamente, porém, do que as reminiscências / Na carne, menos inviolável do que a pedra dos túmulos.



miércoles, 3 de abril de 2013

Carlos Mastronardi





(fragmento - cuartetas finales, 48-57)

[...]

Vuelvo a mirar confines de abandonada gracia,
pueblos fieles al gesto de antiguas gentes muertas,
y piadosos lugares que halagan el recuerdo,
por donde se alejaba mi pena paseandera.

Vuelvo a ser de las noches, que hondamente me han visto.
Me acompaña una brisa de campo en esas horas,
cuando busco la extrema quietud, ruinosas tapias
y calles semejantes a mi destino, y solas.

Conozco unos lugares que enternecen mi andanza
y donde la provincia ya es encanto sin tiempo.
Frondas, callados pueblos, suaves noches camperas.
Soledad, hermosura: frecuencias de mi pecho.

Vuelvo a cruzar las islas donde el verano canta,
y un aire enamorado de esa extensa delicia
en cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
la querida, la tierna, la querida provincia.

Larga dulzura creada para entender la dicha,
durable rosa, quieto fervor, gajo de patria.
¡Qué mansa la presencia de la brisa en sus tierras!
¡Qué sonora en mi pecho la efusión de sus aguas!

Dulzura, sí, llaneza cordial, grato sosiego,
amplitud primorosa y honor de la mirada.
En su anchura, el olvido reconoce a los suyos,
y en su tierno abandono mi persona se aclara.

¡Qué vistosas se ponen sus leguas cuando el aire
perfuma, y la tarde alza como dormidos velos!
Yo pondero esos campos, los nombra el afectuoso.
Mi corazón es dádiva de su amable silencio.

Siento una luz absorta y unos muertos rumores;
reconozco este ocaso perdido en los trigales,
y fuera de los años miro su gracia inmóvil,
su delicado fuego sobre los campos graves.

Luz absorta que viene del pasado, y me acerca
unos rostros, un pueblo y esa fecha rezada
en que anduve más solo por los patios silvestres...
(Un Septiembre elogiado con glicinas, estaba).

Este ocaso confunde mis tiempos. Vuelve un canto
siempre dulce. La dicha se parece a esta ausencia.
Quedo en la brisa, tierno de campo, libre, oscuro.
Una vez yo pasaba silbando entre arboledas.


Carlos Mastronardi, Entre Ríos, Argentina, 1901-1976
de Luz de Provincia


viernes, 29 de marzo de 2013

Ronald Stuart Thomas





El pozo oscuro

Ellos te ven como te ven,
un granjero pobre y sin nombre
arando cuesta ariba, sembrando el viento
con chillidos de gaviotas al final del día.
Para mí eres Prytherch, el hombre
que dirigió más que todos
mi lenta caridad adonde hacía falta.
Hay dos hambres, el hambre de pan
y el hambre del alma rústica
que ansía la gracia de la luz. Yo he visto ambas,
y elegí para el oído indulgente del mundo
la historia de uno cuyas manos
se han magullado contra las puertas cerradas
de la vida; uno cuyo corazón, más lleno que el mío
de lágrimas tragadas, es el pozo oscuro
del que extraer, gota a gota,
la terrible poesía de su clase.




Diácono de capilla

¿Quién puso ese pliegue en tu alma,
Davies, dispuesta esta hermosa mañana
para la sobria capilla, donde el ceño de la Biblia
atempera la luz del sol? ¿Quién te enseñó a rezar
y maquinar al mismo tiempo, volviendo tus ojos
al cielo mientras tu rápida mente sopesa
las chances de tu novilla el jueves que viene
en la feria del pueblo? ¿Están los carbones de tu corazón
encendidos para Dios, o el fuego de tus mejillas delgadas
es porque estabas muy cerca
de la mirada ardiente de esa muchacha?
Dímelo, Davies, pues la ligera brisa
del cielo refresca y me agito con ella,
¿quién te enseñó tu diestro equilibrio?




Un mirlo cantando

Parece mentira que de ese pájaro,
negro, atrevido, que sugiere lugares
oscuros, venga sin embargo
una música tan rica, como si el mineral
de las notas se volviera un metal precioso
a un toque de ese pico brillante.

Lo has oído muchas veces, solo en tu escritorio
a principios de abril, tu mente distraída
de su trabajo por la dulce turbación
de crepúsculo apacible fuera de tu cuarto.

Un cantor monocorde, pero que carga cada frase
con los matices de la historia, el amor, la dicha
y el dolor aprendidos por su oscura tribu
en otros huertos y transmitidos ahora
instintivamente como son,
pero siempre distintos con lágrimas nuevas.


R. S. Thomas, tal el nombre bajo el que publicó, fue además sacerdote anglicano.
Muchos de sus poemas están dedicados o referidos a “Prytherch”, personaje ficticio que encarna al típico granjero galés de las colinas.



Ronald Stuart Thomas, Cardiff, Gales, 1913-2000
versiones © Gerardo Gambolini
imagen: tomada de thesundaytimes.co.uk 




The Dark Well 

They see you as they see you, / A poor farmer with no name, / Ploughing cloudward, sowing the wind / With squalls of gulls at the day’s end. / To me you are Prytherch, the man / Who more than all directed my slow / Charity where there was need. / There are two hungers, hunger for bread / And hunger of the uncouth soul / For the light’s grace. I have seen both, / And chosen for an indulgent world’s / Ear the story of one whose hands / Have bruised themselves on the locked doors / Of life; whose heart, fuller than mine / Of gulped tears, is the dark well / From which to draw, drop after drop, / The terrible poetry of his kind.


Chapel Deacon 

Who put that crease in your soul, / Davies, ready this fine morning / For the staid chapel, where the Book’s frown / Sobers the sunlight? Who taught you to pray / And scheme at once, your eyes turning / Skyward, while your swift mind weighs / Your heifer’s chances in the next town’s / Fair on Thursday? Are your heart’s coals / Kindled for God, or is the burning / Of your lean cheeks because you sit / Too near that girl’s smouldering gaze? / Tell me, Davies, for the faint breeze / From heaven freshens and I roll in it, / Who taught you your deft poise?


A Blackbird Singing 

It seems wrong that out of this bird, / Black, bold, a suggestion of dark / Places about it, there yet should come / Such rich music, as though the notes’ / Ore were changed to a rare metal / At one touch of that bright bill. // You have heard it often, alone at your desk / In a green April, your mind drawn / Away from its work by sweet disturbance / Of the mild evening outside your room. // A slow singer, but loading each phrase / With history’s overtones, love, joy / And grieve learned by his dark tribe / In other orchards and passed on / Instinctively as they are now, / but fresh always with new tears.


domingo, 24 de marzo de 2013

Jacobo Fijman





Oíase a través de las olas subidas el grito de los puertos y las ciudades
y el frío de las campanas.

Los cielos mueven el puente de los días.

El frío se sumerge en las ramas.

Recogemos la sombra que cae de los pájaros.
Te has ido.
Enumero las albas bajo la espuma azul de la noche.

Corderos desfigurados reflejan en sus ojos las vueltas de las estrellas
y los viejos molinos.
 
 
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.

Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.
 
 
Al pie de los aromas blancos recobro mis manos en plegaria.
Una vez había...

Los canales hastiados se ponen en camino lejos de nuestros ojos.
Para sí trazan el pavor los soles.

Apoyo mi rostro sobre la sombra siete veces obscura
y atravieso los diques ajustados que arrastran los vientos.

Rodaba mi acento de mar desgarrado sobre siete caminos de nieve.
 
 
Jacobo Fijman, Orhei, Besarabia, 1898 – Buenos Aires, 1970
de Hecho de estampas (1929)
imagen: Ma Yuan, El Río Amarillo cambia su curso


domingo, 17 de marzo de 2013

Bartolo Cattafi







Ataques sorpresivos, sueños, sobresaltos,
maniobras monótonas.
Cuando alguno trae noticias
las metemos en un sobre,
pasamos las líneas de noche,
las vendemos al enemigo.
A su vez, algún enemigo
hace el camino inverso,
habla con los nuestros,
discute sobre el valor
negocia el precio de nuestra cabeza.
No ocurre nada no hay
un juicio por nadie,
sobre la cabeza de todos pende algo.



¿Y la apertura de alas?
Varía; hay de
micrones, de centímetros, de metros.
Depende del modelo, del material, de la
fuerza motriz; el motivo, la altura a alcanzar.
Replegadas, cerradas de nuevo, alojadas
bajo una corona verdísima, en el Edén
comida para polillas felices;
o bien bajo hielo con los restos, huesos
regios, mamut, moscas muertas
en el fondo a la sombra del tiempo.
Caminamos lo más que podemos,
a menudo vemos, alta en la memoria, dolorosa,
una blanca bandada de harapos... (sólo
un juego, una ayuda, una fantasía
si en la escena del desierto el fuego
se propaga a la piel de las presas
si el hielo condensa nombres inhumanos).
Un batir de alas arriba por los vastos
muros de la memoria no nos sustrae
de las sombras que nos siguen; la hiena,
el lobo, los ángeles
abyectos de andar oblicuo.


Bartolo Cattafi, Italia, 1922-1979
Versiones © Gerardo Gambolini
imagen: Bartolo Cattafi en Messina, 1972


Sulla testa di tutti

Colpi di mano, sonni, soprassalti, / monotone manovre. / Quando qualcuno ci porta notizie / le chiudiamo in busta, / passiamo le linee nottetempo, / le vendiamo al nemico. / A sua volta qualcuno dei nemici / compie il cammino inverso, / parla coi nostri, / disputa sul peso / contratta il prezzo della nostra testa. / Non capita nulla non succede / un giudizio per nessuno, / sulla testa di tutti pende qualcosa.


Apertura d’ali

E l’apertura d’ali?/ Essa varia; ve n’è / di micron, di centimetri, di metri. / Dipende dal modello, dalla materia, dalla / forza motrice; il motivo, la quota da raggiungere. / Ripiegate, richiuse, accantonate / sotto un serto verdissimo, nell’Eden / pasto a tarme felici; / oppure sottoghiaccio coi relitti, ossa / regali, mammut, mosche spente / in fondo all’ombra del tempo. / Camminammo più a lungo che potemmo, / spesso vedemmo, alto nella memoria, doloroso, / un bianco stormo di brandelli… (appena / un gioco, un aiuto, una finzione / se sulla scena del deserto il fuoco / s’apprende alla pelle delle prede / se il gelo aggruma nomi disumani). / Un battito d’ali su per le vaste / pareti della memoria non ci sottrae / all’ombre che ci seguono; la iena, / il lupo, gli angeli / abietti dall’obliquo incedere.


domingo, 10 de marzo de 2013

Carlos Drummond de Andrade






Huerta de los repollos,
huerta del jiló,
huerta de la lectura,
huerta del pecado,
huerta de la evasión,
huerta del remordimiento,
huerta del caracol y del sapo y del trozo
de cuenco de color guardado como recuerdo,
huerta de echarme en el suelo y poseer la tierra,
y de poseer el cielo, cuando la tierra me cansa.



En la ambigua intimidad
que nos conceden
podemos andar desnudos
delante de sus retratos.
No reprueban ni sonríen
como si en ellos la desnudez fuera mayor.



La casa se vendió con todos los recuerdos
todos los muebles todas las pesadillas
todos los pecados cometidos o en vías de cometerse
la casa se vendió con su batir de puertas
con su viento aprisionado su vista del mundo
sus imponderables
por veinte, veinte millones.


Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987
Versiones © Gerardo Gambolini
imagen: s/d


Litania da horta

Horta dos repolhos, / horta do jiló, / horta da leitura, / horta do pecado, / horta da evasão, / horta do remorso, / horta do caramujo e do sapo e do caco / de tigela de côr guardado por lembrança, / horta de deitar no chão e possuir a terra, / e de possuir o céu, quando a terra me cansa.


Os mortos

Na ambígua intimidade / que nos concedem / podemos andar nus / diante de seus retratos. / Não reprovam nem sorriem / como se neles a nudez fosse maior.


Liquidação

A casa foi vendida com todas as lembranças / todos os móveis todos os pesadelos / todos os pecados cometidos ou em via de cometer / a casa foi vendida com seu bater de portas / com seu vento encanado sua vista do mundo / seus imponderáveis / por vinte, vinte contos.


sábado, 2 de marzo de 2013

Michael O'Loughlin







Debería sentirme en cierto modo reivindicado, supongo,
al ver nuestras declinaciones calar más hondo
que las espadas de nuestros legionarios —
pero por alguna razón no siento eso.
Somos un grupo diverso aquí, demonios
para beber, viejos personajes senatoriales,
favoritos desechados, poetas sin mecenas, etc.

Si les preguntan por qué están aquí puede que invoquen
el deber con el imperio, el celo misionero
o simplemente el espíritu de aventura —
todas mentiras, por supuesto.
Nadie abandona Roma a menos
que deba hacerlo, o no exactamente porque deba
como un soldado ordinario de una legión reclutada.

Pero las cosas, de algún modo, conspiran para expulsarlo.
No todos los poetas tienen mecenas, no todo
encaja fácilmente en la vida pública —
ya sabemos cómo es eso.
Una palabra equivocada en el oído equivocado.
Una oportunidad crucial arruinada,
y más vale que lo olvidemos. ¿Quién entiende esas cosas?

Algunes dicen que están el el regazo de los dioses, pero en cualquier caso
terminamos aquí en los confines del imperio
machacando nuestra lengua ilustre
en cráneos bárbaros
y puliendo las frases
de los brutos que gobiernan en nombre de Roma.
Como dije, un grupo diverso, refugiados todos de oscuros fracasos.

Algunos se casan con muchachas del lugar y se dejan crecer rizos
y barbas rubias de la noche a la mañana. ¡Pobres idiotas!
¿Cómo pueden tomar en serio
esos cuerpos bovinos
esas caras extravagantes que cecean mal aliento?
¿Quién podría escribir poesía para gente así?
Pienso mucho en esas cosas, pero no llego a ninguna conclusión

En las heladas noches de invierno sentado en torno al vino
y las olivas, contando historias de días más soleados
chupando viejos chismes
hasta el carozo seco
Catón elabora su teoría favorita;
que Roma un día quedará reducida a polvo
bajo el talón bárbaro, y sólo nuestra preciosa lengua

sobrevivirá, una frágil línea de seda arrojada a través de los años,
pero yo no sé. ¿A quién entre estos bárbaros
con su piel de oso le importaría un rábano
Horacio o Virgilio
o cualquiera de nosotros? Lo único que quieren es lo suficiente  
para poder regatear con un mercader siciliano,
o trampear al recaudador romano dándole menos de lo debido.

Pero tarde a la noche, cuando salgo
a la cellisca y el frío para los que no nací
y siento el abrazo amenazante
de esos bosques inmensos
llenos de bestias sin nombre
y el grandioso cielo boreal sin dios
amenazándome con su vacío y su indiferencia

por mí y por todos los que son como yo — entonces, a veces,
pienso que él quizás tenga razón; que
somos los esclavos de la galera
transpirando abajo
llevando a la hermosa princesa
que va sentada en la proa,
a través del mar, hacia su amante desconocido.


Michael O’Loughlin, Dublín, Irlanda, 1958
de Another Nation, Arc Publications, 1996
Versión © Gerardo Gambolini 
imagen: Proa de galera romana
[http://www.fromoldbooks.org]


Latin as a foreign language

I suppose I should feel somehow vindicated / To see our declensions bite deeper / Than our legionaries’swords — / But somehow I don’t. / We’re a mixed lot here, devils / To drink; old senatorial types and / Discarded favourites, poets without patrons, etc. // When asked why they’re here they might answer / About duty to the empire, missionary zeal / Or simply the spirit of adventure — / All rot, of course. / No one leaves Rome unless / He has to, or not exactly because he has to / Like a vulgar soldier in a conscripted legion. // But things somehow conspire to force him out. / Not all poet finds patrons, not all / Fits smoothly into public life — / You know how it is. / One wrong word in the wrong ear. / One fateful opportunity fluffed, and / You may as well forget it. Who understands these things? // Some say they lie in the lap of gods but either way / We end up here in the backwaters of empire / Drumming our illustrious tongue / Into barbarian skulls / And polishing up the phrases / Of the oafs who govern in Rome’s name. / Like I said, a mixed lot, refugees all from obscures failures. // Some marry local girls, ad sprout blonde beards / And culrs overnigght. Poor bastards! / How can they take seriously / Those bovine bodies / Those gaudy faces lisping bad breath. / Who could write poetry for such as these? / I think about these things a lot, but come to no conclusion. // During the freezing winter nights sitting round the wine / And olives, telling tales of sunnier days / Sucking ancient bits of gossip / Down to the dry pit / Cato elaborates his pet theory; / How Rome will someday crumble to dust / Beneath the barbarian heel, and only our precious tongue // Will survive, a frail silken line flung across the years / But I don’t know. Who among these barbarians / Would give a fart in his bearskin / For Horace or Virgil / Or any of us? All they want is enough / To haggle with a Sicilian merchant, or cheat / The Roman tax collector out of his rightful due. // But late at night, when I stumble out into / The sleet and cold I was not born to / And feel the threatening hug / Of those massive forests / Stuffed with nameless beasts / And the great godless northern sky / Threatening me with its emptiness and indiference // To me and all that are like me — then, sometimes, / I think he may be right; that / We are the galley slaves / Sweating below / Bearing the beautiful / Princess who sits in the prow / Across the ocean to her unknown lover.


miércoles, 27 de febrero de 2013

Jack Gilbert






Un día estaba en el café, sentado afuera,
mirando el crepúsculo en Umbría, cuando una niña
salió de la panadería con el pan que su madre le pidió.
No sabía qué hacer. Ya confundida
por tener trece años y justo aquel verano hacerse mujer,
ahora tenía que pasar por delante del americano.
Pero lo hizo muy bien. Pasó por delante y dobló la esquina
con gracia, sin prestarme atención. Casi perfecto.
En el último instante no pudo resistir
mirarse fugazmente sus pechos nuevos. Suelo recordar
aquella inclinación de su cabeza cuando la gente habla
de tal o cual de las grandes beldades.




Por supuesto fue un desastre.
El más preciado, insoportable secreto
ha sido siempre un desastre.
El peligro cuando tratamos de irnos.
Revisando más tarde, una y otra vez,
lo que debimos hacer
en lugar de lo que hicimos.
Pero en esos breves momentos
parecíamos vivos. Engañados,
maltratados, mentidos y traicionados,
seguramente. Sin embargo, por ese
corto tiempo, visitamos
nuestra vida posible.




En los pequeños poblados a lo largo del río
no ocurre nada, día tras día.
Semanas de verano atascadas para siempre
y largos matrimonios siempre iguales.
Vidas con sólo emergencias, nacimientos
y pesca como emociones. Entonces un barco
surge de la neblina. O aparece por la curva
lentamente una mañana
bajo la lluvia, frente a los pinos y los arbustos.
Llega majestuoso, todo iluminado,
en una calurosa noche perfumada. Dos días después
se ha ido, dejando furia en su estela.


Jack Gilbert, Pittsburgh, Pennsylvania, Estados Unidos, 1925-2012
Versión © Gerardo Gambolini
Imagen: Barcaza en el Mississippi, foto de Dennis Adams
[Public domain]


In Umbria

Once upon a time I was sitting outside the café / watching twilight in Umbria when a girl came / out of the bakery with the bread her mother wanted./ She did not know what to do. Already bewildered /
by being thirteen and just that summer a woman, / she now had to walk past the American. / But she did fine. Went by and around the corner / with style, not noticing me. Almost perfect. / At the last instant could not resist darting a look / down at her new breasts. Often I go back / to that dip of her head when people talk / about this one or that one of the great beauties.


Going There

Of course it was a disaster. / The unbearable, dearest secret / has always been a disaster. / The danger when we try to leave. / Going over and over afterward / what we should have done / instead of what we did. / But for those short times / we seemed to be alive. Misled, / misused, lied to and cheated, / certainly. Still, for that / little while, we visited / our possible life. 


South

In the small towns along the river / nothing happens day after long day. / Summer weeks stalled forever, / and long marriages always the same. / Lives with only emergencies, births, / and fishing for excitement. Then a ship / comes out of the mist. Or comes around / the bend carefully one morning / in the rain, past the pines and shrubs. / Arrives on a hot fragrant night, / grandly, all lit up. Gone two days / later, leaving fury in its wake.