Debería sentirme en
cierto modo reivindicado, supongo,
al ver nuestras
declinaciones calar más hondo
que las espadas de
nuestros legionarios —
pero por alguna razón
no siento eso.
Somos un grupo diverso
aquí, demonios
para beber, viejos personajes
senatoriales,
favoritos
desechados, poetas sin mecenas, etc.
Si les preguntan por
qué están aquí puede que invoquen
el deber con el
imperio, el celo misionero
o simplemente el
espíritu de aventura —
todas mentiras, por
supuesto.
Nadie abandona Roma
a menos
que deba hacerlo, o no
exactamente porque deba
como un soldado ordinario
de una legión reclutada.
Pero las cosas, de
algún modo, conspiran para expulsarlo.
No todos los poetas tienen
mecenas, no todo
encaja fácilmente en
la vida pública —
ya sabemos cómo es
eso.
Una palabra
equivocada en el oído equivocado.
Una oportunidad crucial
arruinada,
y más vale que lo
olvidemos. ¿Quién entiende esas cosas?
Algunes dicen que están
el el regazo de los dioses, pero en cualquier caso
terminamos aquí en
los confines del imperio
machacando nuestra
lengua ilustre
en cráneos bárbaros
y puliendo las
frases
de los brutos que
gobiernan en nombre de Roma.
Como dije, un grupo diverso,
refugiados todos de oscuros fracasos.
Algunos se casan con
muchachas del lugar y se dejan crecer rizos
y barbas rubias de
la noche a la mañana. ¡Pobres idiotas!
¿Cómo pueden tomar
en serio
esos cuerpos bovinos
esas caras extravagantes
que cecean mal aliento?
¿Quién podría
escribir poesía para gente así?
Pienso mucho en esas
cosas, pero no llego a ninguna conclusión
En las heladas
noches de invierno sentado en torno al vino
y las olivas,
contando historias de días más soleados
chupando viejos
chismes
hasta el carozo seco
Catón elabora su
teoría favorita;
que Roma un día quedará
reducida a polvo
bajo el talón
bárbaro, y sólo nuestra preciosa lengua
sobrevivirá, una frágil
línea de seda arrojada a través de los años,
pero yo no sé. ¿A quién
entre estos bárbaros
con su piel de oso le
importaría un rábano
Horacio o Virgilio
o cualquiera de
nosotros? Lo único que quieren es lo suficiente
para poder regatear
con un mercader siciliano,
o trampear al recaudador
romano dándole menos de lo debido.
Pero tarde a la
noche, cuando salgo
a la cellisca y el
frío para los que no nací
y siento el abrazo
amenazante
de esos bosques inmensos
llenos de bestias
sin nombre
y el grandioso cielo
boreal sin dios
amenazándome con su
vacío y su indiferencia
por mí y por todos
los que son como yo — entonces, a veces,
pienso que él quizás
tenga razón; que
somos los esclavos
de la galera
transpirando abajo
llevando a la
hermosa princesa
que va sentada en la
proa,
a través del mar, hacia
su amante desconocido.
Michael O’Loughlin, Dublín, Irlanda, 1958
de Another Nation, Arc Publications, 1996
Versión © Gerardo Gambolini
de Another Nation, Arc Publications, 1996
Versión © Gerardo Gambolini
imagen: Proa de galera romana
[http://www.fromoldbooks.org]
Latin as a foreign language
I suppose I
should feel somehow vindicated / To see our declensions bite deeper / Than our
legionaries’swords — / But somehow I don’t. / We’re a mixed lot here, devils /
To drink; old senatorial types and / Discarded favourites, poets without
patrons, etc. // When asked why they’re here they might answer / About duty to
the empire, missionary zeal / Or simply the spirit of adventure — / All rot, of
course. / No one leaves Rome unless / He has to, or not exactly because he has
to / Like a vulgar soldier in a conscripted legion. // But things somehow
conspire to force him out. / Not all poet finds patrons, not all / Fits
smoothly into public life — / You know how it is. / One wrong word in the wrong
ear. / One fateful opportunity fluffed, and / You may as well forget it. Who
understands these things? // Some say they lie in the lap of gods but either
way / We end up here in the backwaters of empire / Drumming our illustrious
tongue / Into barbarian skulls / And polishing up the phrases / Of the oafs who
govern in Rome’s name. / Like I said, a mixed lot, refugees all from obscures
failures. // Some marry local girls, ad sprout blonde beards / And culrs
overnigght. Poor bastards! / How can they take seriously / Those bovine bodies
/ Those gaudy faces lisping bad breath. / Who could write poetry for such as
these? / I think about these things a lot, but come to no conclusion. // During
the freezing winter nights sitting round the wine / And olives, telling tales
of sunnier days / Sucking ancient bits of gossip / Down to the dry pit / Cato
elaborates his pet theory; / How Rome will someday crumble to dust / Beneath the
barbarian heel, and only our precious tongue // Will survive, a frail silken
line flung across the years / But I don’t know. Who among these barbarians /
Would give a fart in his bearskin / For Horace or Virgil / Or any of us? All
they want is enough / To haggle with a Sicilian merchant, or cheat / The Roman
tax collector out of his rightful due. // But late at night, when I stumble out
into / The sleet and cold I was not born to / And feel the threatening hug / Of
those massive forests / Stuffed with nameless beasts / And the great godless
northern sky / Threatening me with its emptiness and indiference // To me and
all that are like me — then, sometimes, / I think he may be right; that / We
are the galley slaves / Sweating below / Bearing the beautiful / Princess who
sits in the prow / Across the ocean to her unknown lover.
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